1 Y me dijo: «Observa, Enoc, estas tablas celestiales, lee lo que en ellas está escrito y marca cada hecho individual».
2 Y observé las tablas celestiales, leí todo lo que estaba escrito (en ellas), y entendí todo, y leí el libro de todos los hechos de la humanidad y de todos los hijos de la carne que habrán sobre la tierra hasta el más remoto generaciones.
3 Y en seguida bendije al gran Señor, Rey de gloria para siempre, porque hizo todas las obras del mundo, y ensalcé al Señor por su paciencia, y lo bendije por los hijos de los hombres.
4 Y después dije: «Bienaventurado el hombre que muere en justicia y bondad, sobre quien no hay libro escrito de injusticia, y contra quien no se encontrará día de juicio».
5 Y aquellos siete santos me trajeron y me colocaron en el suelo ante la puerta de mi casa, y me dijeron: «Declara todo a tu hijo Matusalén, y muestra a todos tus hijos que ninguna carne es justa ante los ojos del Señor, porque él es su Creador».
6 «Un año te dejaremos con tu hijo, hasta que des tus (últimas) órdenes, para que puedas enseñar a tus hijos y registrarlas para ellos, y testificar a todos tus hijos; y en el segundo año te quitarán de en medio de ellos».
7 «Esté fuerte tu corazón, porque los buenos anunciarán la justicia a los buenos; los justos con los justos se alegrarán y se felicitarán unos a otros».
8 «Pero los pecadores morirán con los pecadores, y el apóstata descenderá con el apóstata».
9 «Y los que practican la justicia morirán por las obras de los hombres, y serán quitados por las obras de los impíos».
10 En aquellos días dejaron de hablarme y fui a mi pueblo bendiciendo al Señor del mundo.