1 Yo, Emeo, israelita de nación, doctor de la ley en Palestina, intérprete de las Divinas Escrituras, lleno de fe en la grandeza de Nuestro Señor Jesucristo, revestido del carácter sagrado del santo bautismo, e investigador de las cosas que acaecieron, y que hicieron los judíos, bajo la gobernación de Cneo Poncio Pilatos, trayendo a la memoria el relato de esos hechos, escrito por Nicodemo en lengua hebrea, lo traduje en lengua griega, para darlo a conocer a todos los que adoran el nombre del Salvador del mundo.
2 Y lo he hecho bajo el imperio de Flavio Teodosio, en el año decimoctavo de su reinado y bajo Valentiniano.
3 Y os suplico a cuantos leáis tales cosas, en libros griegos o latinos, que oréis por mí, pobre pecador, a fin de que Dios me sea favorable y que me perdone todas las culpas que haya cometido. Con lo cual, y deseando paz a los lectores, y salud a los que entiendan, termino mi prefacio.
4 Lo que voy a contar ocurrió el año decimoctavo del reinado de Tiberio César, emperador de los romanos, y de Herodes, hijo de Herodes, monarca de Galilea, el año decimoctavo de su dominación, el ocho de las calendas de abril, que es el día 25 del mes de marzo, bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año IV de la olimpíada 202, cuando Josefo y Caifás eran grandes sacerdotes de los judíos. Entonces escribió Nicodemo, en lengua hebrea, todo lo sucedido en la pasión y en la crucifixión de Jesús.
5 Y fue que varios judíos de calidad, Anás, Caifás, Sommas, Dathan, Gamaliel, Judas, Levi, Nephtalim, Alejandro, Siro y otros príncipes visitaron a Pilatos, y acusaron a Jesús de muchas cosas malas, diciendo: Nosotros lo conocemos por hijo de José el carpintero y por nacido de María. Sin embargo, él pretende que es hijo de Dios y rey de todos los hombres, y no sólo con palabras, mas con hechos, profana el sábado y viola la ley de nuestros padres.
6 Preguntó Pilatos: ¿Qué es lo que dice, y qué es lo que quiere disolver en vuestro pueblo?
7 Y los judíos contestaron: La ley, confirmada por nuestras costumbres, manda santificar el sábado y prohíbe curar en este día. Mas Jesús, en él, cura ciegos, sordos, cojos, paralíticos, leprosos, poseídos, sin ver que ejecuta malas acciones.
8 Pilatos repuso: ¿Cómo pueden ser malas acciones ésas?
9 Y ellos replicaron: Mago es, puesto que por Beelzebuh, príncipe de los demonios, expulsa los demonios, y por él también todas las cosas le están sometidas.
10 Dijo Pilatos: No es el espíritu inmundo quien puede expulsar los demonios, sino la virtud de Dios.
11 Pero uno de los judíos respondió por todos: Te rogamos hagas venir a Jesús a tu tribunal, para que lo veas y lo oigas.
12 Y Pilatos llamó a un mensajero y le ordenó: Trae a Jesús a mi presencia y trátalo con dulzura.
13 Y el mensajero salió, y habiendo visto a Jesús, a quien muy bien conocía, tendió su manto ante él y se arrojó a sus pies, diciéndole: Señor, camina sobre este manto de tu siervo, porque el gobernador te llama.
14 Viendo lo cual, los judíos, llenos de enojo, se dirigieron en son de queja a Pilatos, y le dijeron: Debieras haberlo mandado traer a tu presencia no por un mensajero, sino por la voz de tu heraldo. Porque el mensajero, al verlo, lo adoró, y extendió ante Jesús su manto, rogándole que caminase sobre él.
15 Y Pilatos llamó al mensajero y le preguntó: ¿Por qué obraste así?
16 El mensajero, respondiendo, dijo: Cuando me enviaste a Jerusalén cerca de Alejandro, vi a Jesús caballero sobre un asno y a los niños de los hebreos que, con ramas de árbol en sus manos, gritaban: Salve, hijo de David. Y otros, extendiendo sus vestidos por el camino, decían: Salud al que está en los cielos. Bendito el que viene en nombre del Señor.
17 Mas los, judíos respondieron al mensajero, exclamando: Aquellos niños de los hebreos se expresaban en hebreo. ¿Cómo tú, que eres griego, comprendiste palabras pronunciadas en una lengua que no es la tuya?
18 Y el mensajero contestó: Interrogué a uno de los judíos sobre lo que quería decir lo que pronunciaban en hebreo y él me lo explicó.
19 Entonces Pilatos intervino, preguntando: ¿Cuál era la exclamación que pronunciaban en hebreo? Y los judíos respondieron: Hosanna. Y Pilatos repuso: ¿Cuya es la significación de ese término? Y los judíos replicaron: ¡Señor, salud! Y Pilatos dijo: Vosotros mismos confirmáis que los niños se expresaban de ese modo. ¿En qué, pues, es culpable el mensajero?
20 Y los judíos se callaron. Mas el gobernador dijo al mensajero: Sal, e introdúcelo.
21 Y el mensajero fue hacia Jesús, y le dijo: Señor, entra, porque el gobernador te llama.
22 Y, al entrar Jesús en el Pretorio, las imágenes que los abanderados llevaban por encima de sus estandartes se inclinaron por sí mismas y adoraron a aquél. Y los judíos, viendo que las imágenes se habían inclinado por sí mismas, para adorar a Jesús, elevaron gran clamoreo contra los abanderados.
23 Entonces Pilatos dijo a los judíos: Noto que no rendís homenaje a Jesús, a pesar de que ante él se han inclinado las imágenes para saludarlo, y, en cambio, despotricáis contra los abanderados, como si ellos mismos hubiesen inclinado sus pendones y adorado a Jesús. Y los judíos repusieron: Los hemos visto proceder tal como tú indicas.
24 Y el gobernador hizo que se aproximasen los abanderados y les preguntó por qué habían hecho aquello. Mas los abanderados respondieron a Pilatos: Somos paganos y esclavos de los templos. ¿Concibes siquiera que hubiéramos podido adorar a ese judío? Las banderas que empuñábamos se han inclinado por sí mismas, para adorarlo.
25 En vista de esta contestación, Pilatos dijo a los jefes de la Sinagoga y a los ancianos del pueblo: Elegid por vuestra cuenta hombres fuertes y robustos, que empuñen las banderas, y veremos si ellas se inclinan por sí mismas.
26 Y los ancianos de los judíos escogieron doce varones muy fornidos de su raza, en cuyas manos pusieron las banderas, y los formaron en presencia del gobernador. Y Pilatos dijo al mensajero: Conduce a Jesús fuera del Pretorio, e introdúcelo en seguida. Y Jesús salió del Pretorio con el mensajero.
27 Y Pilatos, dirigiéndose a los que empuñaban las banderas, los conminó, haciendo juramento por la salud del César: Si las banderas se inclinan cuando él entre, os haré cortar la cabeza.
28 Y el gobernador ordenó que entrase Jesús por segunda vez. Y el mensajero rogó de nuevo a Jesús que entrase, pasando sobre el manto que había extendido en tierra. Y Jesús lo hizo y, cuando entró, las banderas se inclinaron y lo adoraron.
1 Viendo esto, Pilatos quedó sobrecogido de espanto y comenzó a agitarse en su asiento. Y, cuando pensaba en levantarse, su mujer, llamada Claudia Prócula, le envió un propio para decirle: No hagas nada contra ese justo, porque he sufrido mucho en sueños esta noche a causa de él.
2 Pilatos, que tal oyó, dijo a todos los judíos: Bien sabéis que mi esposa es pagana y que, sin embargo, ha hecho construir para vosotros numerosas sinagogas. Pues bien: acaba de mandarme a decir que Jesús es un hombre justo y que ha sufrido mucho en sueños esta noche a causa de él.
3 Mas los judíos respondieron a Pilatos: ¿No te habíamos dicho que era un encantador? He aquí que ha enviado a tu esposa un sueño.
4 Y Pilatos, llamando a Jesús, le preguntó: ¿No oyes lo que éstos dicen contra ti? ¿Nada contestas?
5 Jesús repuso: Si no tuviesen la facultad de hablar, no hablarían. Empero, cada uno puede a su grado abrir la boca y decir cosas buenas o malas.
6 Los ancianos de los judíos replicaron a Jesús: ¿Qué es lo que decimos? Primero, que has nacido de la fornicación; segundo, que el lugar de tu nacimiento fue Bethlehem y que, por causa tuya, fueron degollados todos los niños de tu edad; y tercero, que tu padre y tu madre huyeron contigo a Egipto, porque no tenían confianza en el pueblo.
7 Pero algunos judíos que allí se encontraban, y que eran menos perversos que los otros, decían: No afirmaremos que procede de la fornicación, porque sabemos que María se casó con José y que, por ende, Jesús no es hijo ilegítimo.
8 Y Pilatos dijo a los judíos que mantenían ser Jesús producto de fornicación: Vuestro discurso es mentiroso, puesto que hubo casamiento, según lo atestiguan personas de vuestra clase.
9 Empero Anás y Caifás insistieron ante Pilatos, diciendo: Toda la multitud grita que ha nacido de la fornicación y que es un hechicero. Y esos que deponen en contra son sus prosélitos y sus discípulos.
10 Preguntó Pilatos: ¿Qué es eso de prosélitos? Y ellos respondieron: Son hijos de paganos, que ahora se han hecho judíos.
11 Mas Lázaro, Asterio, Antonio, Jacobo, Zaro, Samuel, Isaac, Fineo, Crispo, Agripa, Amenio y Judas dijeron entonces: No somos prosélitos, sino hijos de judíos, y decimos la verdad, porque hemos asistido a las bodas de María.
12 Y Pilatos, dirigiéndose a los doce hombres que así habían hablado, les dijo: Os ordeno, por la salud del César, que declaréis si decís la verdad y si Jesús no ha nacido de la fornicación.
13 Y ellos contestaron a Pilatos: Nuestra ley nos prohíbe jurar, porque es un pecado. Ordena a ésos que juren, por la salud del César, ser falso lo que nosotros decimos y habremos merecido la muerte.
14 Anás y Caifás dijeron a Pilatos: ¿Creerás a estos doce hombres, que pretenden que no ha nacido de la fornicación y no nos creerás a nosotros, que aseguramos que es un mago, y que se llama a sí mismo hijo de Dios y rey de los hombres?
15 Entonces Pilatos ordenó que saliese todo el pueblo, y que se pusiese aparte a Jesús y, dirigiéndose a los que habían aseverado que éste no era hijo de la fornicación, les preguntó: ¿Por qué los judíos quieren hacer perecer a Jesús? Y ellos le respondieron: Están irritados contra él, porque opera curaciones en día de sábado. Pilatos exclamó: ¿Quieren, pues, hacerlo perecer, por ejecutar una buena obra? Y ellos confirmaron: Así es, en efecto.
1 Lleno de cólera, Pilatos salió del Pretorio, y dijo a los judíos: Pongo al sol por testigo de que nada he encontrado de reprensible en ese hombre.
2 Mas los judíos respondieron al gobernador: Si no fuese un brujo, no te lo hubiéramos entregado. Pilatos dijo: Tomadlo y juzgadlo según vuestra ley. Mas los judíos repusieron: No nos está permitido matar a nadie. Y Pilatos redarguyó: Es a vosotros, y no a mí, a quien Dios preceptuó: No matarás.
3 Y, vuelto al Pretorio, Pilatos llamó a Jesús a solas, y lo interrogó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús respondió: ¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
4 Pilatos repuso: ¿Por ventura soy judío yo? Tu nación y los príncipes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
5 Contestó Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
6 Pilatos exclamó: ¿Luego rey eres tú? Replicó Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que oye mi palabra la verdad escucha.
7 Dijo Pilatos: ¿Qué es la verdad? Y Jesús respondió: La verdad viene del cielo. Pilatos le preguntó: ¿No hay, pues, verdad sobre esta tierra? Y Jesús dijo: Mira cómo los que manifiestan la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen poder sobre la tierra.
1 Dejando a Jesús en el interior del Pretorio, Pilatos salió, y se fue hacia los judíos, a quienes dijo: No encuentro en él falta alguna.
2 Mas los judíos repusieron: Él ha dicho que podía destruir el templo, y reedificarlo en tres días.
3 Pilatos les preguntó: ¿Qué es el templo? Y los judíos contestaron: El que Salomón tardó cuarenta y seis años en construir, y él asegura que, en sólo tres días, puede aniquilarlo y volver a levantarlo otra vez.
4 Y Pilatos afirmó de nuevo: Inocente soy de la sangre de este hombre. Ved lo que os toca hacer con él.
5 Y los judíos gritaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
6 Entonces Pilatos, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les comunicó en secreto: No obréis así, porque nada hallo digno de muerte en lo que le reprocháis de haber violado el sábado. Mas ellos opusieron: El que ha blasfemado contra el César es digno de muerte. Y él ha hecho más, pues ha blasfemado contra Dios.
7 Ante esta pertinacia en la acusación, Pilatos mandó a los judíos que saliesen del Pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Qué haré a tu respecto? Jesús dijo: Haz lo que debes. Y Pilatos preguntó a los judíos: ¿Cómo debo obrar? Jesús respondió: Moisés y los profetas han predicho esta pasión y mi resurrección.
8 Al oír esto, los judíos dijeron a Pilatos: ¿Quieres escuchar más tiempo sus blasfemias? Nuestra ley estatuye que, si un hombre peca contra su prójimo, recibirá cuarenta azotes menos uno, y que el blasfemo será castigado con la muerte.
9 Y Pilatos expuso: Si su discurso es blasfematorio, tomadlo, conducidlo a vuestra Sinagoga, y juzgadlo según vuestra ley. Mas los judíos dijeron: Queremos que sea crucificado. Pilatos les dijo: Eso no es justo. Y, mirando a la asamblea, vio a varios judíos que lloraban, y exclamó: No es voluntad de toda la multitud que muera.
10 Empero, los ancianos dijeron a Pilatos: Para que muera hemos venido aquí todos. Y Pilatos preguntó a los judíos: ¿Qué ha hecho, para merecer la muerte? Y ellos respondieron: Ha dicho que era rey e hijo de Dios.
1 Entonces un judío llamado Nicodemo se acercó al gobernador y le dijo: Te ruego me permitas, en tu misericordia, decir algunas palabras. Y Pilatos le dijo: Habla.
2 Y Nicodemo dijo: Yo he preguntado a los ancianos, a los sacerdotes, a los levitas, a los escribas, a toda la multitud de los judíos, en la Sinagoga: ¿Qué queja o agravio tenéis contra este hombre? Él hace numerosos y extraordinarios milagros, tales como nadie los ha hecho, ni se harán jamás. Dejadlo, y no le causéís mal alguno, porque si esos milagros vienen de Dios, serán estables y, si vienen de los hombres, perecerán. Moisés, a quien Dios envió a Egipto, realizó los milagros que el Señor le había ordenado hacer, en presencia del Faraón. Y había allí magos, Jamnés y Mambrés, a quienes los egipcios miraban como dioses, y que quisieron hacer los mismos milagros que Moisés, mas no pudieron imitarlos todos. Y, como los milagros que operaron no provenían de Dios, perecieron, como perecieron también los que en ellos habían creído. Ahora, pues, dejad, repito, a este hombre, porque no merece la muerte.
3 Mas los judíos dijeron a Nicodemo: Te has hecho discípulo suyo y por ello levantas tu voz en su favor.
4 Nicodemo replicó: ¿Es que el gobernador, que habla también en su favor, es discípulo suyo? ¿Es que el César no le ha conferido la misión de ser su ejecutor de la justicia?
5 Mas los judíos, estremecidos de cólera, tremaron los dientes contra Nicodemo, a quien dijeron: Crees en él, y compartirás la misma suerte que él.
6 Y Nicodemo repuso: Así sea. Comparta yo la misma suerte que él, según que vosotros lo decís.
1 Y otro de los judíos avanzó, pidiendo al gobernador permiso para hablar. Y Pilatos repuso: Lo que quieras decir, dilo.
2 Y el judío habló así: Hacía treinta años que yacía en mi lecho, y era constantemente presa de grandes sufrimientos, y me hallaba en peligro de perder la vida. Jesús vino, y muchos demoníacos y gentes afligidas de diversas enfermedades fueron curadas por él. Y unos jóvenes piadosos me llevaron a presencia suya en mi lecho. Y Jesús, al yerme, se compadeció de mí y me dijo: Levántate, toma tu lecho, y marcha. Y, en el acto, quedé completamente curado, tomé mi lecho y marché.
3 Mas los judíos dijeron a Pilatos: Pregúntale en qué día fue curado. Y él respondió: En día de sábado. Y los judíos exclamaron: ¿No decíamos que en día de sábado curaba las enfermedades y expulsaba los demonios?
4 Y otro judío avanzó y dijo: Yo era un ciego de nacimiento, que oía hablar, pero que a nadie veía. Y Jesús pasó, y yo me dirigí a él, gritando en alta voz: ¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí! Y él tuvo piedad de mí, y puso su mano sobre mis ojos, e inmediatamente recobré la vista.
5 Y otro avanzó y dijo: Yo era leproso, y él me curó con una sola palabra.
1 Y una mujer, llamada Verónica, dijo: Doce años venía afligiéndome un flujo de sangre y, con sólo tocar el borde de su vestido, el flujo se detuvo en el mismo momento.
2 Y los judíos exclamaron: Según nuestra ley, una mujer no puede venir a deponer como testigo.
1 Y algunos otros de la multitud de los judíos, varones y hembras, se pusieron a gritar: ¡Ese hombre es un profeta, y los demonios le están sometidos! Entonces Pilatos preguntó a los acusadores de Jesús: ¿ Por qué los demonios no están sometidos a vuestros doctores? Y ellos contestaron: No lo sabemos.
2 Y otros dijeron a Pilatos: Ha resucitado a Lázaro, que llevaba cuatro días muerto, y lo ha sacado del sepulcro.
3 Al oír esto, el gobernador quedó aterrado, y dijo a los judíos: ¿De qué nos servirá verter sangre inocente?
1 Y Pilatos, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que Jesús no había nacido de la fornicación, les habló así: ¿Qué debo hacer ante la sedición que ha estallado en el pueblo? Respondieron: Lo ignoramos. Véanlo ellos mismos.
2 Y Pilatos, convocando de nuevo a la muchedumbre, dijo a los judíos: Sabéis que, según costumbre, el día de los Ázimos os concedo la gracia de soltar a un preso. Encarcelado tengo a un famoso asesino, que se llama Barrabás, y no encuentro en Jesús nada que merezca la muerte. ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y todos respondieron a voz en grito: ¡Suéltanos a Barrabás!
3 Pilatos repuso: ¿Qué haré, pues, de Jesús, llamado el Cristo? Y exclamaron todos: ¡Sea crucificado!
4 Y los judíos dijeron también: Demostrarás no ser amigo del César si pones en libertad al que se llama a sí mismo rey e hijo de Dios. Y aun quizá deseas que él sea rey en lugar del César.
5 Entonces Pilatos montó en cólera y les dijo: Siempre habéis sido una raza sediciosa, y os habéis opuesto a los que estaban por vosotros.
6 Y los judíos preguntaron: ¿Quiénes son los que estaban por nosotros?
7 Y Pilatos respondió: Vuestro Dios, que os libró de la dura servidumbre de los egipcios y que os condujo a pie por la mar seca, y que os dio, en el desierto, el maná y la carne de las codornices para vuestra alimentación, y que hizo salir de una roca agua para saciar vuestra sed, y contra el cual, a pesar de tantos favores, no habéis cesado de rebelaros, hasta el punto de que Él quiso haceros perecer. Y Moisés rogó por vosotros, a fin de que no perecieseis. Y ahora decís que yo odio al rey.
8 Mas los judíos gritaron: Nosotros sabemos que nuestro rey es el César, y no Jesús. Porque los magos le ofrecieron presentes como a un rey. Y Herodes, sabedor por los magos de que un rey había nacido, procuró matarlo. Enterado de ello José, su padre, lo tomó junto con su madre, y huyeron los tres a Egipto. Y Herodes mandó dar muerte a los hijos de los judíos, que por aquel entonces habían nacido en Bethlehem.
9 Al oír estas palabras, Pilatos se aterrorizó y, cuando se restableció la calma entre el pueblo que gritaba, dijo: El que buscaba Herodes ¿es el que está aquí presente? Y le respondieron: El mismo es.
10 Y Pilatos tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: Inocente soy de la sangre de este justo. Pensad bien lo que vais a hacer. Y los judíos repitieron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
11 Entonces Pilatos ordenó que se trajese a Jesús al tribunal en que estaba sentado, y prosiguió en estos términos, al dictar sentencia contra él: Tu raza no te quiere por rey. Ordeno, pues, que seas azotado, conforme a los estatutos de los antiguos príncipes.
12 Y mandó en seguida que se lo crucificase en el lugar en que había sido detenido, con dos malhechores, cuyos nombres eran Dimas y Gestas.
1 Y Jesús salió del Pretorio y los dos ladrones con él. Y cuando llegó al lugar que se llama Gólgota, los soldados lo desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo, y pusieron sobre su cabeza una corona de espinas y colocaron una caña en sus manos. Y crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados, Dimas a su derecha y Gestas a su izquierda.
2 Y Jesús dijo: Padre, perdónalos, y déjalos libres de castigo, porque no saben lo que hacen. Y ellos repartieron entre sí sus vestiduras.
3 Y el pueblo estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban de Jesús, diciendo: Puesto que a otros salvó, que se salve a sí mismo. Y si es hijo de Dios, que descienda de la cruz.
4 Y los soldados se mofaban de él, y le ofrecían vinagre mezclado con hiel, exclamando: Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
5 Y un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le perforó el costado, del cual salió sangre y agua.
6 Y el gobernador ordenó que, conforme a la acusación de los judíos, se inscribiese sobre un rótulo, en letras hebraicas, griegas y latinas: Éste es el rey de los judíos.
7 Y uno de los ladrones que estaban crucificados, Gestas, dijo a Jesús: Si eres el Cristo, líbrate y libértanos a nosotros. Mas Dimas lo reprendió, diciéndole: ¿No temes a Dios tú, que eres de aquellos sobre los cuales ha recaído condena? Nosotros recibimos el castigo justo de lo que hemos cometido, pero él no ha hecho ningún mal. Y, una vez hubo censurado a su compañero, exclamó, dirigiéndose a Jesús: Acuérdate de mí, señor en tu reino. Y Jesús le respondió: En verdad te digo que hoy serás conmigo en el paraíso.
1 Era entonces como la hora de sexta del día y grandes tinieblas se esparcieron por toda la tierra hasta la hora de nona. El sol se oscureció, y he aquí que el velo del templo se rasgó en dos partes de alto abajo.
2 Y hacia la hora de nona, Jesús clamó a gran voz: Hely, Hely, lama zabathani, lo que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
3 Y en seguida murmuró: Padre mío, encomiendo mi espíritu entre tus manos. Y, dicho esto, entregó el espíritu.
4 Y el centurión, al ver lo que había pasado, glorificó a Dios, diciendo: Este hombre era justo. Y todos los espectadores, turbados por lo que habían visto, volvieron a sus casas, golpeando sus pechos.
5 Y el centurión refirió lo que había ocurrido al gobernador, el cual se llenó de aflicción extrema y ni el uno, ni el otro comieron, ni bebieron, aquel día.
6 Y Pilatos, convocando a los judíos, les preguntó: ¿Habéis sido testigos de lo que ha sucedido? Y ellos respondieron al gobernador: El sol se ha eclipsado de la manera habitual.
7 Y todos los que amaban a Jesús se mantenían a lo lejos, así como las mujeres que lo habían seguido desde Galilea.
8 Y he aquí que un hombre llamado José, varón bueno y justo, que no había tomado parte en las acusaciones y en las maldades de los judíos, que era de Arimatea, ciudad de Judea, y que esperaba el reino de Dios, pidió a Pilatos el cuerpo de Jesús.
9 Y, bajándolo de la cruz, lo envolvió en un lienzo muy blanco, y lo depositó en una tumba completamente nueva, que había hecho construir para sí mismo, y en la cual ninguna persona había sido sepultada.
1 Sabedores los judíos de que José había pedido el cuerpo de Jesús, lo buscaron, como también a los doce hombres que habían declarado que Jesús no naciera de la fornicación, y a Nicodemo y a los demás que habían comparecido ante Pilatos, y dado testimonio de las buenas obras del Salvador.
2 Todos se ocultaban y únicamente Nicodemo, por ser príncipe de los judíos, se mostró a ellos, y les preguntó: ¿Cómo habéis entrado en la Sinagoga?
3 Y ellos le respondieron: Y tú, ¿cómo has entrado en la Sinagoga, cuando eras adepto del Cristo? Ojalá tengas tu parte con él en los siglos futuros. Y Nicodemo contestó: Así sea.
4 Y José se presentó igualmente a ellos y les dijo: ¿Por qué estáis irritados contra mí, a causa de haber yo pedido a Pilatos el cuerpo de Jesús? He aquí que yo lo he depositado en mi propia tumba, y lo he envuelto en un lienzo muy blanco, y he colocado una gran piedra al lado de la gruta. Habéis obrado mal contra el justo, y lo habéis crucificado, y lo habéis atravesado a lanzadas.
5 Al oír esto, los judíos se apoderaron de José y lo encerraron, hasta que pasase el día del sábado. Y le dijeron: En este momento, por ser tal día, nada podemos hacer contra ti. Pero sabemos que no eres digno de sepultura y abandonaremos tu carne a las aves del cielo y a las bestias de la tierra.
6 Y José respondió: Esas vuestras palabras son semejantes a las de Goliath el soberbio, que se levantó contra el Dios vivo, y a quien hirió David. Dios ha dicho por la voz del profeta: Me reservaré la venganza. Y Pilatos, con el corazón endurecido, lavó sus manos en pleno sol, exclamando: Inocente soy de la sangre de ese justo. Y vosotros habéis contestado: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Y mucho temo que la cólera de Dios caiga sobre vosotros y sobre vuestros hijos, como habéis proclamado.
7 Al oír a José expresarse de este modo, los judíos se llenaron de rabia, y, apoderándose de él, lo encerraron en un calabozo sin reja que dejara penetrar el menor rayo de luz. Y Anás y Caifás colocaron guardias a la puerta y pusieron su sello sobre la llave.
8 Y tuvieron consejo con los sacerdotes y con los levitas, para que se reuniesen todos después del día del sábado, y deliberasen sobre qué genero de muerte infligirían a José.
9 Y cuando estuvieron reunidos, Anás y Caifás ordenaron que se les trajese a José. Y, quitando el sello, abrieron la puerta y no encontraron a José en el calabozo en que lo habían encerrado. Y toda la asamblea quedó sumida en el mayor estupor, porque habían encontrado sellada la puerta. Y Anás y Caifás se retiraron.
1 Y, mientras ellos no salían de su asombro, uno de los soldados a quienes habían encomendado la guardia del sepulcro entró en la Sinagoga y dijo: Cuando vigilábamos la tumba de Jesús, la tierra tembló y hemos visto a un ángel de Dios, que quitó la piedra del sepulcro y que se sentó sobre ella. Y su semblante brillaba como el relámpago y sus vestidos eran blancos como la nieve. Y nosotros quedamos como muertos de espanto. Y oímos al ángel que decía a las mujeres que habían ido al sepulcro de Jesús: No temáis. Sé que buscáis a Jesús el crucificado, el cual resucitó, como lo había predicho. Venid, y ved el lugar en que había sido colocado, y apresuraos a avisar a sus discípulos que ha resurgido de entre los muertos, y que va delante de vosotros a Galilea, donde lo veréis.
2 Y los judíos, convocando a todos los soldados que habían puesto para guardar a Jesús, les preguntaron: ¿Qué mujeres fueron aquellas a quienes el ángel habló? ¿Por qué no os habéis apoderado de ellas?
3 Replicaron los soldados: No sabemos qué mujeres eran, y quedamos como difuntos, por el mucho temor que nos inspiró el ángel. ¿Cómo, en estas condiciones, habríamos podido apoderarnos de dichas mujeres?
4 Los judíos exclamaron: ¡Por la vida del Señor, que no os creemos! Y los soldados respondieron a los judíos: Habéis visto a Jesús hacer milagros, y no habéis creído en él. ¿Cómo creeríais en nuestras palabras? Con razón juráis por la vida del Señor, pues vive el Señor a quien encerrasteis en el sepulcro. Hemos sabido que habéis encarcelado en un calabozo, cuya puerta habéis sellado, a ese José que embalsamó el cuerpo de Jesús, y que, cuando fuisteis a buscarlo, no lo encontrasteis. Devolvednos a José, a quien aprisionasteis, y os devolveremos a Jesús, cuyo sepulcro hemos guardado.
5 Los judíos dijeron: Devolvednos a Jesús y os devolveremos a José, porque éste se halla en la ciudad de Arimatea. Mas los soldados contestaron: Si José está en Arimatea, Jesús está en Galilea, puesto que así lo anunció a las mujeres el ángel.
6 Oído lo cual, los judíos se sintieron poseídos de temor y se dijeron entre sí: Cuando el pueblo escuche estos discursos, todos en Jesús creerán.
7 Y reunieron una gruesa suma de dinero, que entregaron a los soldados, advirtiéndoles: Decid que, mientras dormíais, llegaron los discípulos de Jesús al sepulcro y robaron su cuerpo. Y, si el gobernador Pilatos se entera de ello, lo apaciguaremos en vuestro favor y no seréis inquietados.
8 Y los soldados, tomando el dinero, dijeron lo que los judíos les habían recomendado.
1 Y un sacerdote llamado Fineo, y el maestro de escuela Addas, y el levita Ageo llegaron los tres de Galilea a Jerusalén, y dijeron a todos los que estaban en la Sinagoga: A Jesús, por vosotros crucificado, lo hemos visto en el Monte los Olivos, sentado entre sus discípulos, hablando con ellos y diciéndoles: Id por el mundo, predicad a todas las naciones, y bautizad a los gentiles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y el que crea y sea bautizado será salvo. Y, no bien hubo dicho estas cosas a sus discípulos, lo vimos subir al cielo.
2 Al oír esto, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo y los levitas dijeron a aquellos tres hombres: Glorificad al Dios de Israel, y tomadlo por testigo de que lo que habéis visto y oído es verdadero.
3 Y ellos respondieron: Por la vida del Señor de nuestros padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, declaramos decir la verdad. Hemos oído a Jesús hablar con sus discípulos y lo hemos visto subir al cielo. Si callásemos ambas cosas, cometeríamos un pecado.
4 Y los príncipes de los sacerdotes, levantándose en seguida, exclamaron: No repitáis a nadie lo que habéis dicho de Jesús. Y les dieron una fuerte suma de dinero.
5 Y los hicieron acompañar por tres hombres, para que se restituyesen a su país, y no hiciesen estada alguna en Jerusalén.
6 Y, habiéndose reunido todos los judíos, se entregaron entre sí a grandes meditaciones, y dijeron: ¿Qué es lo que ha sobrevenido en Israel?
7 Y Anás y Caifás, para consolarlos, replicaron: ¿Es que vamos a creer a los soldados, que guardaban el sepulcro de Jesús, y que aseguraron que un ángel abrió su losa? ¿Por ventura no han sido sus discípulos los que les dieron mucho oro para que hablasen así, y los dejasen a ellos robar el cuerpo de Jesús? Sabed que no cabe conceder fe alguna a las palabras de esos extranjeros, porque, habiendo recibido de nosotros una fuerte suma, hayan por doquiera dicho lo que nosotros les encargamos que dijesen. Ellos pueden ser infieles a los discípulos de Jesús lo mismo que a nosotros.
1 Y Nicodemo se levantó y dijo: Rectamente habláis, hijos de Israel. Os habéis enterado de lo que han dicho esos tres hombres, que juraron sobre la ley del Señor haber oído a Jesús hablar con sus discípulos en el monte de los Olivos, y haberlo visto subir al cielo. Y la Escritura nos enseña que el bienaventurado Elías fue transportado al cielo, y que Eliseo, interrogado por los hijos de los profetas sobre dónde había ido su hermano Elías, respondió que les había sido arrebatado. Y los hijos de los profetas le dijeron: Acaso nos lo ha arrebatado el espíritu, y lo ha depositado sobre las montañas de Israel. Pero elijamos hombres que vayan con nosotros, y recorramos esas montañas, donde quizá lo encontremos. Y suplicaron así a Eliseo, que caminó con ellos tres días, y no encontraron a Elías. Y ahora, escuchadme, hijos de Israel. Enviemos hombres a las montañas, porque acaso el espíritu ha arrebatado a Jesús, y quizá lo encontremos, y haremos penitencia.
2 Y el parecer de Nicodemo fue del gusto de todo el pueblo, y enviaron hombres, que buscaron a Jesús, sin encontrarlo, y que, a su vuelta, dijeron: No hemos hallado a Jesús en ninguno de los lugares que hemos recorrido, pero hemos hallado a José en la ciudad de Arimatea.
3 Y, al oír esto, los príncipes y todo el pueblo se regocijaron, y glorificaron al Dios de Israel de que hubiesen encontrado a José, a quien habían encerrado en un calabozo, y a quien no habían podido encontrar.
4 Y, reuniéndose en una gran asamblea, los príncipes de los sacerdotes se preguntaron entre sí: ¿Cómo podremos traer a José entre nosotros, y hacerlo hablar?
5 Y tomando papel, escribieron a José por este tenor: Sea la paz contigo, y con todos los que están contigo. Sabemos que hemos pecado contra Dios y contra ti. Dígnate, pues, venir hacia tus padres y tus hijos, porque tu marcha del calabozo nos ha llenado de sorpresa. Reconocemos que habíamos concebido contra ti un perverso designio, y que el Señor te ha protegido, Iibrándote de nuestras malas intenciones. Sea la paz contigo, José, hombre honorable entre todo el pueblo.
6 Y eligieron siete hombres, amigos de José, y les dijeron: Cuando lleguéis a casa de José, dadle el saludo de paz, y entregadle la carta.
7 Y los hombres llegaron a casa de José, y lo saludaron, y le entregaron la carta. Y luego que José la hubo leído, exclamó: ¡Bendito sea el Señor Dios, que ha preservado a Israel de la efusión de mi sangre! ¡Bendito seas, Dios mío, que me has protegido con tus alas!
8 Y José abrazó a los embajadores, y los acogió y regaló en su domicilio.
9 Y, al día siguiente, montando en un asno, se puso en camino con ellos, y llegaron a Jerusalén.
10 Y, cuando los judíos se enteraron de su llegada, corrieron todos ante él, gritando y exclamando: ¡Sea la paz a tu llegada, padre José! Y él repuso: ¡Sea la paz del Señor con todo el pueblo!
11 Y todos lo abrazaron. Y Nicodemo lo recibió en su casa, acogiéndolo con gran honor y con gran complacencia.
12 Y, al siguiente día, que lo era de la fiesta de Preparación, Anás, Caifás y Nicodemo dijeron a José: Rinde homenaje al Dios de Israel, y responde a todo lo que te preguntemos. Irritados estábamos contra ti, porque habías sepultado el cuerpo de Jesús, y te encerramos en un calabozo, donde no te encontramos, al buscarte, lo que nos mantuvo en plena sorpresa y en pleno espanto, hasta que hemos vuelto a verte. Cuéntanos, pues, en presencia de Dios, lo que te ha ocurrido.
13 Y José contestó: Cuando me encerrasteis, el día de Pascua, mientras me hallaba en oración a medianoche, la casa quedó como suspendida en los aires. Y vi a Jesús, brillante como un relámpago, y, acometido de terror, caí por tierra. Y Jesús, tomándome por la mano, me elevó por encima del suelo, y un sudor frío cubría mi frente. Y él, secando mi rostro, me dijo: Nada temas, José. Mírame y reconóceme, porque soy yo.
14 Y lo miré, y exclamé, lleno de asombro: ¡Oh Señor Elías! Y él me dijo: No soy Elías, sino Jesús de Nazareth, cuyo cuerpo has sepultado.
15 Y yo le respondí: Muéstrame la tumba en que te deposité. Y Jesús, tomándome por la mano otra vez, me condujo al lugar en que lo había sepultado, y me mostró el sudario y el paño en que había envuelto su cabeza.
16 Entonces reconocí que era Jesús, y lo adoré, diciendo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
17 Y Jesús, tomándome por la mano de nuevo, me condujo a mi casa de Arimatea, y me dijo: Sea la paz contigo, y, durante cuarenta días, no salgas de tu casa. Yo vuelvo ahora cerca de mis discípulos.
1 Cuando los sacerdotes y los levitas oyeron tales cosas, quedaron estupefactos y como muertos. Y, vueltos en sí, exclamaron: ¿Qué maravilla es la que se ha manifestado en Jerusalén? Porque nosotros conocemos al padre y a la madre de Jesús.
2 Y cierto levita explicó: Sé que su padre y su madre eran personas temerosas del Altísimo, y que estaban siempre en el templo, orando, y ofreciendo hostias y holocaustos al Dios de Israel. Y, cuando Simeón, el Gran Sacerdote, lo recibió, dijo, tomándolo en sus brazos: Ahora, Señor, envía a tu servidor en paz, según tu palabra, porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos los pueblos, luz que ha de servir para la gloria de tu raza de Israel. Y aquel mismo Simeón bendijo también a María, madre de Jesús, y le dijo: Te anuncio, respecto a este niño, que ha nacido para la ruina y para la resurrección de muchos, y como signo de contradicción.
3 Entonces los judíos propusieron: Mandemos a buscar a los tres hombres que aseguran haberlo visto con sus discípulos en el monte de los Olivos.
4 Y, cuando así se hizo, y aquellos tres hombres llegaron, y fueron interrogados, respondieron con unánime voz: Por la vida del Señor, Dios de Israel, hemos visto manifiestamente a Jesús con sus discípulos en el monte de las Olivas, y asistido al espectáculo de su subida al cielo.
5 En vista de esta declaración, Anás y Caifás tomaron a cada uno de los testigos aparte, y se informaron de ellos separadamente. Y ellos insistieron sin contradicción en confesar la verdad, y en aseverar que habían visto a Jesús.
6 Y Anás y Caifás pensaron: Nuestra ley preceptúa que, en la boca de dos o tres testigos, toda palabra es válida. Pero sabemos que el bienaventurado Enoch, grato a Dios, fue transportado al cielo por la palabra de Él, y que la tumba del bienaventurado Moisés no se encontró nunca, y que la muerte del profeta Elías no es conocida. Jesús, por lo contrario, ha sido entregado a Pilatos, azotado, abofeteado, coronado de espinas, atravesado por una lanza, crucificado, muerto sobre el madero, y sepultado. Y el honorable padre José, que depositó su cadáver en un sepulcro nuevo, atestigua haberlo visto vivo. Y estos tres hombres certifican haberlo encontrado con sus discípulos en el monte de los Olivos, y haber asistido al espectáculo de su subida al cielo.