En los días del emperador Tiberio César, siendo Herodes tetrarca, bajo el dominio de Poncio Pilato, Cristo fué entregado por los judíos y declarado inocente por Tiberio. Por aquellos días estaba Tito de régulo a las órdenes de Tiberio en la región de Equitania [Aquitania], en una ciudad de la Libia llamada Burgidalla [Burdeos]. Es de saber que Tito tenía una llaga en la parte derecha de la nariz, originada por un cáncer, estando su rostro
Salió por entonces de Judea un hombre llamado Natán, hijo de Naúm. Este era un ismaelita que iba de región en región y de mar en mar, por todos los confines de la tierra. Natán venía enviado desde Judea al emperador Tiberio, siendo portador de un tratado que habían hecho con la ciudad de Roma. Es de notar que Tiberio estaba enfermo, lleno de úlceras y fiebres malignas, y tenía nueve clases de lepra.
Natán llevaba la intención de dirigirse a Roma. Pero sopló el viento del norte e impidió su navegación, haciéndole arribar a un puerto de Libia. Tito, que vió venir la nave, conoció que procedía de Judea. Y todos se llenaron de admiración y convimeron en que nunca habían visto balsa alguna venir de allí en semejantes condiciones.
Tito entonces hizo llamar al patrón de la nave y le preguntó quién era. El respondió: «Yo soy Natán, hijo de Naúm, de origen ismaelita, y vivo en Judea bajo el dominio de Poncio Pilato. Ahora vengo enviado a Tiberio, emperador romano, con objeto de poner en sus manos un tratado de parte de Judea. Pero un fuerte viento se echó sobre el mar, y heme aquí en una región para mí desconocida».
Y Tito dijo: «Si alguna vez fueras capaz de encontrar algún medicamento, ya sea de mejunies o de hierbas, apto para curarme la herida que, como ves, tengo en la cara, de manera que sanara y recuperara mi antigua salud, te colmaría de favores».
Respondió Natán: «Yo, por mi parte, no sé ni conozco cosas parecidas, señor, a las que tú me indicas. No obstante, si hubieras estado hace algún tiempo en Jerusalén, allí hubieras encontrado un profeta elegido, cuyo nombre era Emmanuel (pues El ha de salvar al pueblo de sus pecados). Este obró su primer milagro en Caná de Galilea, convirtiendo el agua en vino; y con su palabra limpió a los leprosos, hizo huir a los demonios, resucitó a tres muertos, libertó a una mujer cogida en adulterio, condenada por los judíos a ser apedreada; y a otra mujer llamada Verónica, que padecía flujo de sangre desde hacía doce años y que se acercó a El por detrás, tocando la orla de su vestido, la sanó también; y con cinco panes y dos peces sació a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, quedando doce espuertas de fragmentos; todas estas y muchas otras cosas tuvieron lugar antes cie su pasión. Después de su resurrección le vimos con el mismo cuerpo que antes había tenido».
Díjole entonces Tito: «¿Cómo es que resucitó de entre los muertos, siendo así que estuvo muerto?» Natán respondió: «Murió sin duda alguna; fué suspendido en una cruz y nuevamente descolgado de ella; estuvo tres días en el sepulcro; después resucitó de entre los muertos y bajó a los infiernos, donde liberó a los patriarcas, profetas y a todo el humano linaje; luego s? apareció a sus discípulos y comió con ellos, y, finalmente, le vieron subir al cielo. De manera que es verdad cuanto os vengo diciendo. Yo mismo le vi con mis propios ojos, así como la casa entera de Israel. Entonces Tito exclamó: « iAy de ti, emperador Tiberio!, lleno de úlceras y cercado por la lepra, por haberse cometido tal escándalo durante tu reinado; por haber promulgado unas en Judea, tierra natal de Nuestro Señor Jesucristo, que sirvieron para prender al rey y dar muerte al gobernador de los pueblos, sin que le hicieran venir hasta nosotros para que te limpiara a ti de la lepra y a mí me curara de mi enfermedad. Por lo cual, si esto hubiera ocurrido a mis ojos, con mis propias manos daría muerte a los cuerpos de aquellos judíos y los colgaría de un tosco madero por haber acabado con mi Señor, sin que mis ojos fueran dignos de ver su rostro».
Y, nada más decir esto, desapareció la herida del rostro de Tito, quedando su carne y su cara nuevamente sanas. Y todos los enfermos que allí estaban recuperaron la salud en aquel momento. Y exclamó Tito en unión de todos ellos, diciendo a grandes voces: «Rey mío y Dios mío, ya que tú me has curado sin que nunca pudiera verle, mándame ir navegando sobre las aguas hasta la tierra donde naciste para que tome venganza de tus enemigos; ayúdame, Señor, para que pueda borrarlos y vengar tu muerte; tú, Señor, los entregarás en ml mano».
Y, en diciendo esto, mandó que se le bautizara. Para lo cual llamó a Natán y le dijo: «¿Cómo viste que eran bautizados los que creían en Cristo? Ven a mí y bautízame en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, amén. Pues yo creo firmemente en Nuestro Señor Jesucristo con todo mi corazón y con toda rai alma, porque ninguno otro hay en parte alguna del globo que me haya creado y me haya curado».
Y, dicho esto, envió legados a Vespasiano para avisarle que viniera lo más rápidamente posible con los individuos más esforzados, dispuestos para la guerra.
Entonces Vespasiano tomó consigo cinco mil hombres armados y acudió a donde estaba Tito. Y, en llegando a la ciudad de la Libia, dijo a éste: «¿A qué se debe el que me hayas hecho venir hasta aquí?» El respondió: «Has de saber que Jesús vino a este mundo y nació en Judea, en un lugar llamado Belén; que los judíos le entregaron y fué flagelado y crucificado en el monte Calvario, y que, finalmente, se manifestó a sus discípulos y éstos creyeron en El. Nosotros, por nuestra parte, queremos hacernos discípulos suyos. Ahora, pues, vayamos y borremos a sus enemigos de la superficie del globo para que caigan en la cuenta de que no hay semejante a Nuestro Señor en toda la faz de la tierra».
Así, pues, tomada la resolución, salieron de la ciudad de la Libia llamada Burgidalla y embarcaron rumbo a Jerusalén.
Llegados allí, sitiaron al reino de los judíos y empezaron a provocar su ruina. Cuando los reyes de los judíos se enteraron de lo que hacían y de la devastación de la tierra, se apoderó de ellos el miedo y quedaron consternados. Y Arquelao se dejó llevar de la turbación en sus palabras y habló así a su hijo: «Mira, hijo, hazte cargo de mi reino y de su administración; toma además consejo con los demás reyes que están en tierra de Judá, de manera que podáis escapar de nuestros enemigos». Y, dicho esto, desenvainó su espada y se echó sobre ella; luego inclinó la espada más penetrante que tenía, la hundió en su cuerpo y murió.
Su hijo entonces hizo causa común con los otros reyes que estaban a sus órdenes. Y, después de deliberar entre sí, se retiraron todos dentro de Jerusalén en compañía de los nobles que habían asistido a su consejo, y permanecieron allí durante siete años.
Tito y Vespasiano, por su parte, tomaron la determinación de sitiar la ciudad. Y así lo hicieron. Cumplidos los siete años, se agravó mucho el problema del hambre, y, obligados por la carestía de pan, empezaron a comer tierra.
Entonces todos los soldados pertenecientes a los cuatro reyes tomaron consejo entre sí y dijeron: «Nosotros de todas maneras hemos de morir. ; Qué nos va a hacer Dios? ¿Y de qué nos sirve el seguir viviendo, si los romanos han venido a apoderarse de nuestra tierra y nación? Mejor será que nos quitemos la vida a nosotros mismos, y no que vayan a decir luego los romanos que han sido ellos los que nos han dado muerte y los que nos han derrotado». Y, en esto, sacaron sus espadas y se hirieron, pereciendo doce mil hombres entre ellos.
Y así, a causa de los cadáveres de aquellos muertos, se produjo un gran hedor en la ciudad. Los reyes fueron presa de un pánico mortal y no pudieron aguantar el hedor de aquéllos, ni darles sepultura, ni arrojarlos fuera de la ciudad. Y se dijeron entre sí: « ¿Qué vamos a hacer? Nosotros en verdad dimos muerte a Cristo, pero ya hemos sido, a nuestra vez, entregados a la muerte. Apartemos nuestras cabezas y entreguemos a los romanos las llaves de la ciudad, pues Dios nos ha arrojado ya en manos de la muerte». Y acto seguido subieron a las murallas de la ciudad y se pusieron todos a gritar, diciendo a grandes voces: «Tito y Vespasiano, tomad las llaves de la ciudad que os acaba de entregar el Mesías, llamado Cristo».
Y, dicho esto, se entregaron en manos de Tito y Vespasiano, diciendo: «Juzgadnos, pues hemos de morir, ya que nosotros juzgamos a Cristo y le entregamos sin causa alguna». Entonces Tito y Vespasiano les apresaron. Luego apedrearon a unos y colgaron a otros de la cruz, pies arriba y cabeza abajo, y les hirieron a golpes de lanza; mas a otros les pusieron en venta y a otros se los repartieron entre sí, haciendo cuatro partes, como ellos habían hecho con las vestiduras del Señor. Y dijeron: «Ellos vendieron a Cristo por treinta monedas de plata; vendamos asimismo nosotros a treinta de ellos por un solo denario». Y lo hicieron así. Después se apoderaron de todas las tierras de Judea y de Jerusalén.
Entonces hicieron una investigación acerca de la faz del Señor, sobre cómo podrían encontrarla. Y hallaron que estaba en poder de una mujer llamada Verónica. Después detuvieron a Pilato y lo metieron en la cárcel, donde había de ser custodiado por cuatro pelotones de soldados de a cuatro, apostados a la puerta de la prisión.
Acto seguido enviaron sus legados a Tiberio, emperador de Roma, para que les remitiera a Velosiano. Y el emperador dijo a éste: «Toma contigo todo lo que sea necesario para que te hagas a la mar y bajes a Judea en busca de algún discípulo de aquel que se llamaba Cristo y Señor, de manera que venga hasta mí y en nombre de Dios me cure de la lepra y de las enfermedades que duramente me aquejan y de mis llagas, pues estoy postrado de mala manera. Manda, además, contra los reyes de Judá, sometidos a mi imperio, tus garfios y terribles instrumentos de tortura, pues dieron muerte a Jesucristo nuestro Señor, y condénalos a muerte. Y, si encuentras un hombre capaz de librarme de esta enfermedad, yo creeré en Cristo, Hijo de Dios, y me haré bautizar también en su nombre». Velosiano dijo: «Señor emperador: si encuentro un hombre capaz de ayudarnos y librarnos, ¿qué recompensa debo prometerle? » Dijo Tiberio: «Que tendrá en su mano la mitad del imperio sin duda alguna».
Entonces Velosiano partió al momento, subió a la nave, levantó anclas y se dió a la mar. Duró la navegación un año y siete días, en cuyo plazo llegó a Jerusalén. Citó inmediatamente a algunos de los judíos para que se presentaran ante su acatamiento e instruyó una diligente investigación acerca de lo que se había hecho con Jesucristo.
Entonces José de Arimatea y Nicodemo acudieron simultáneamente. Este último dijo: «Yo tuve ocasión de verle y estoy seguro de que El es el Salvador del mundo». José, por su parte, le dijo: «Yo a mi vez le bajé de la cruz y le coloqué en un sepulcro nuevo, excavado en la roca. Razón por la cual los judíos me cogieron preso el viernes por la tarde. Y, mientras estaba haciendo oración el sábado siguiente, la casa quedó suspendida de sus cuatro ángulos y vi a Nuestro Señor Jesucristo como un relámpago de luz, y, consternado, caí en tierra. Y oí una voz que me decía: Mírame, pues yo soy Jesús, aquel cuyo cuerpo sepultaste tú en tu propio sepulcro. Yo le dije: Muéstrame el sepulcro donde te coloqué. Entonces Jesús me tomó de la mano con su diestra y me llevó al lugar donde yo le había dado sepultura».
Vino también una mujer llamada Verónica y le dijo: «Yo, por mi parte, toqué la orla de su vestido en medio de la turba, pues hacía doce años que estaba padeciendo flujo de sangre, y al momento me curó».
Entonces Velosiano dijo a Pilato: «Y tú, impío y cruel, ¿por qué diste muerte al Hijo de Dios?» Mas él respondió: «Es que su pueblo y los pontífices Anás y Caifás me lo entregaron». Y replicó Velosiano: «Impío y desalmado, eres digno de una pena cruel». Y con esto le envió de nuevo a la cárcel.
Finalmente, Velosiano se puso a buscar la faz o efigie del Señor. Dijéronle todos los circunstantes: «Cierta mujer llamada Verónica es la que tiene la faz del Señor en su casa». Mandó en seguida que fuera llevada ante su acatamiento, y le dijo: «¿Tú tienes en casa la faz del Señor?» Mas ella dijo que no. Entonces Velosiano ordenó que le diesen tormento hasta tanto que mostrase la faz del Señor. Ella, por fin, sin otro remedio, dijo: «Yo la tengo, señor mío, envuelta en un lienzo limpio y todos los días le rindo adoración». Velosiano dijo: «Enséñamela». Ella entonces mostró la faz del Señor. Velosiano, en cuanto la vió, se postró en tierra; luego la tomó con corazón pronto y fe recta y la envolvió en un lienzo de oro y asimismo la colocó en un estuche, que selló con su dedo. Después formuló un juramento en estos términos: «Vive el Señor Dios y por la salud del César; no la verá más hombre alguno sobre la superficie del globo hasta que yo vea el rostro de mi señor Tiberio».
Después que hubo dicho esto, los nobles más destacados de Jerusalén cogieron a Pilato para llevarle al puerto. Velosiano, por su parte, tomó la faz del Señor con todos sus discípulos y todos sus tributos y el mismo día se hicieron todos a la mar.
Entonces Verónica dejó todas sus posesiones por amor de Cristo y siguió a Velosiano. Este le dijo: «Mujer, ¿qué quieres o qué buscas?» Nías ella respondió: «Yo busco la faz de Nuestro Señor Jesucristo, que me iluminó, no por mis méritos, sino por su santa piedad. Devuélveme la faz de mi Señor Jesucristo, pues me estoy muriendo con este piadoso anhelo. Y, si no me la devuelves, no la perderé de vista hasta ver dónde la ponéis; y sábete que yo, miserable cual ninguna, la serviré todos los días de mi vida, pues estoy persuadida de que mi Redentor en persona vive por siempre».
Velosiano mandó entonces que Verónica fuera trasladada consigo a la nave. Y, levando anclas, emprendieron la navegación en el nombre del Señor y se hicieron a la mar. Mas Tito y Vespasiano subieron a Judea para tomar venganza de todas las naciones de aquella tierra. Y, concluído el año, llegó Velosiano a Roma y dejó su embarcación en el río llamado Tíberis o Tíber, entrando a continuación en la ciudad. Luego envió su mensajero a Tiberio, emperador de Letrán, para darle cuenta de su feliz arribo.
Cuando el emperador oyó al mensajero de Velosiano, se alegró en gran manera y mandó que fuera ante su presencia. Llegado éste, le habló así: «Velosiano, ¿cómo ha resultado el viaje y qué has encontrado en tierra de Judea acerca de Cristo y de sus discípulos? Señálame, te ruego, a aquel que va a curarme de mi enfermedad, de manera que quede limpio al momento de esta lepra que tengo encima de mi cuerpo, y os entregaré a ti y a él todo mi imperio».
Y dijo Velosiano: «Señor mío emperador, he encontrado en Judea a tus siervos Tito y Vespasiano, temerosos de Dios, los cuales se han visto limpios de todas sus llagas y dolencias. He averiguado además que Tito ha hecho colgar a todos los reyes y caciques de Judea: Anás y Caifás han sido lapidados, Arquelao se alanceó a sí mismo, y a Pilato le he dejado preso en Damasco, encerrado en la cárcel bajo segura vigilancia. He hecho asimismo investigaciones acerca de Jesús, a quien los judíos bárbaramente atacaron armados de espadas y palos y luego crucificaron; éste era el que hubiera debido venir para librarnos e iluminarnos, y ellos le colgaron en una cruz. Y vinieron José de Arimatea y Nicodemo, trayendo una mezcla de mirra y áloe, en cantidad como de unas cien libras, para ungir el cuerpo de Cristo; ellos le bajaron de la cruz y le colocaron en un sepulcro nuevo. Pero al tercer día resucitó certísimamente de entre los muertos y se dejó ver de sus discípulos en el mismo cuerpo con que había nacido. Finalmente, al cabo de cuarenta días, le vieron subir al cielo. Muchos otros milagros hizo además Jesús antes y después de su pasión. El primero fué cambiar el agua en vino; luego resucitó a los muertos, limpió a los leprosos, dió vista a los ciegos, curó a los tullidos, hizo huir a los demonios, dió oído a los sordos y habla a los mudos; a Lázaro, muerto ya de cuatro días, le resucitó del sepulcro; a Verónica, que venía padeciendo flujo de sangre durante doce años, le dió salud al tocar ella la orla de su vestido».
«Entonces plugo al Señor en los cielos que aquel Hijo de Dios que, enviado a este mundo, vino a ser el primogénito de los muertos, enviara a su vez un ángel. Y mandó a Tito y a Vespasiano, a quienes conocí en este mismo lugar en que se asienta tu trono. Plugo además al Señor omnipotente que partieran a Judea y Jerusalén y que prendieran a tus súbditos y les sometieran a un juicio parecido a aquel a que ellos sometieron a Jesús cuando le prendieron y le ataron».
«Y Vespasiano dijo después: ¿Qué vamos a hacer de los que quedan? Tito respondió: Ellos colgaron a Nuestro Señor de un madero verde y le hirieron con una lanza; colguémosles asimismo nosotros a ellos de un leño seco y perforemos sus cuerpos con una lanza. Y así lo hicieron. Vespasiano entonces dijo: ¿Y qué haremos de estos que aún han quedado? Tito respondió: Ellos cogieron la túnica de Nuestro Señor Jesucristo c hicieron de ella cuatro partes; tomémosles también nosotros a ellos y dividámosles en cuatro partes: una para ti, otra para mi, otra para tus hombres y una última para mis siervos. Y así lo hicieron. Después prendieron a Pilato _v me lo entregaron a mí; yo le metí en una cárcel de Damasco para que fuera custodiado por cuatro pelotones de soldados de a cuatro».
«Después hicieron diligentes pesquisas para dar con la faz del Señor, y encontraron a una mujer, llamada Verónica, que tenía la citada efigie».
Entonces el emperador Tiberio dijo a Velosiano: «¿Cómo la conservas?" Este respondió: «La tengo envuelta en la capa y metida en un lienzo de oro». Dijo Tiberio: «Tráemela y descúbrela ante mis ojos para que la adore sobre el suelo, cayendo en tierra y doblando la rodilla». Entonces Velosiano extendió su manto y el lienzo de oro donde estaba grabada la faz del Señor, y el emperador Tiberio pudo verla. Este adoró en seguida con un corazón puro la efigie del Señor, y su carne quedó limpia como la de un niño pequeño. Y todos los ciegos, leprosos, cojos, mudos, sordos y aquejados de diversas enfermedades que estaban allí presentes, fueron recuperando la salud y quedaron sanos y limpios.
Mas el emperador Tiberio, considerando de rodillas y con la cabeza inclinada aquella frase: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que mamaste», exhaló un gemido al Señor y dijo entre lágrimas: «Dios del cielo y de la tierra, no permitas que yo peque, sino confirma mi alma y mi cuerpo y colócalos cn tu reino, pues confío siempre en tu nombre; líbrame de todos los males así como libraste a los tres niños del horno de fuego ardiente».
Después dijo el emperador Tiberio a Velosiano: «Velosiano, ¿has visto alguno de aquellos hombres que podrían haber contemplado a Cristo?» Velosiano respondió: «Sí lo he visto». Añadió el emperador: «¿V preguntaste cómo bautizaban a los que creían en Cristo?» Velosiano entonces dijo: «Aquí, señor mío, tenemos uno de los discípulos del mismo Cristo». Así, pues, mandó que llamaran a Natán para que a su presencia. Y vino Natán y le bautizó en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, amén. Luego el emperador Tiberio, restablecido ya de todas sus dolencias, subió a trono y dijo: «Bendito eres, Señor omnipotente y laudable, que me libraste del lazo de la muerte me limpiaste de todas mis iniquidades, pues cometí, ¡oh Señor!, muchos pecados en tu presencia y no soy digno de contemplar tu rostro.» Entonces el emperador fué instruído por completo en todos los artículos de la fe.
El mismo Dios omnipotente, que es rey de reyes y señor de los que dominan, nos proteja en su fe, nos defienda, nos libre de todo mal y peligro y, finalmente, se digne llevarnos a la vida eterna una vez acabada la vida temporal. El cual es bendito por los siglos de los siglos. Amén.