1 Sucedió en cierta época que muchos niños iban en seguimiento de Jesús para divertirse en su compañía. Mas había un padre de familia que, airado al ver que su hijo se iba con Jesús, lo encerró, con el fin de que no le siguiera más, en una torre fortísima y solidísima, donde no había agujero ni entrada alguna fuera de la puerta y un ventanuco estrechísimo que apenas dejaba pasar un poquito de luz, y la puerta estaba escondida y bien atrancada. Y aconteció a aquel padre de familia que un día se acercó por allí Jesús con sus compañeros para jugar. Al oírlos el niño encarcelado, se puso a gritar junto a la ventana de esta manera: «Jesús, compañero queridísimo, al oír tu voz ha aplaudido mi alma y me he sentido lleno de alivio. ¿Por qué me dejas aquí encerrado?» Jesús se volvió hacia él y le dijo: «Alárgame una mano o un dedo por el agujero». Y, habiendo hecho esto, tomó Jesús de la mano a aquel niño y le sacó a través de aquel estrechísimo ventanuco. Y el muchacho se fué en su compañía. Díjole Jesús: «Reconoce el poder de Dios y cuenta en tu vejez lo que Dios te ha hecho en tu infancia». Al darse cuenta de lo ocurrido el padre de familia, lo primero que hizo fué irse a la puerta. Y al encontrarlo todo intacto, dió gritos y dijo que era un fantasma. Y es que sus ojos estaban cerrados para que no reconociera el poder divino.
2 Este mismo padre de familia, que era el mayor entre los magistrados de la sinagoga y los fariseos y los escribas y los doctores, fué a José quejándose de Jesús, que había obrado maravillas nuevas entre el pueblo, de manera que ya era venerado como Dios; y, exaltándose, dijo: «Fíjate que nuestros muchachos, entre los cuales está mi hijo, van siguiendo a Jesús hasta el campo de Sicar». Y, lleno de ira, cogió un palo con intención de pegar a Jesús, y le fué siguiendo hasta el monte a cuyas faldas se extiende por un lado una vega [sembrada] de habas. Mas Jesús burló su ira dando un salto desde la cumbre de la montaña hasta un punto que distaba como un tiro de arco. Y, queriendo los demás muchachos seguirle en el salto, cayeron al precipicio, fracturándose las piernas, los brazos y el cuello. Y por este motivo se alzó una fuerte protesta ante María y José; mas Jesús curó a todos y les dejó aún más sanos [que antes]. Al ver, pues, esto el arquisinagogo, que era el padre del muchacho encarcelado, y todos los demás circunstantes, adoraron a la vez a Dios Adonai. Y el lugar donde Jesús dió el salto se llama hasta hoy el «Salto del Señor».
3 Y sucedió que, siendo la época de la sementera, salió José a sembrar trigo. Y Jesús le siguió. Después que José hubo empezado su faena, alargó Jesús su mano y tomó en ella un puñado de trigo, que desparramó junto a la linde de la finca. Vino José después a segar en el tiempo de la recolección. Y vino también Jesús para recoger el fruto que había sembrado, y su cosecha fué de cien modios de trigo riquísimo, cantidad que no produjeron tres o cuatro campos juntos. Y dijo a José: «Llamad a los pobres, huérfanos y viudas, y repártaseles el trigo de mi cosecha». Y así se hizo. Mas, al distribuirlo, sobrevino un extraordinario e inesperado aumento. Los pobres que con él fueron aliviados bendecían al Señor con todo su corazón, diciendo que el Señor Dios de Israel había visitado a su pueblo.
4 Ocurrió de nuevo un día de sementera que Jesús iba atravesando el Asia y vió un labrador que sembraba cierto género de legumbres, por nombre garbanzos, en una finca que es llamada la cercana a la tumba de Raquel, entre Jerusalén y Belén, Jesús le dijo: «Hombre, ¿qué es lo que estás sembrando?» Mas él, llevándolo a mal y burlándose de que un muchacho de aquella edad le hiciera esta pregunta, respondió: «Piedras». Y Jesús le dijo a su vez: «Tienes razón, porque efectivamente son piedras». Y todos aquellos garbanzos se convirtieron en piedras durísimas, que aún conservan la forma de garbanzos, el color y aun el ojuelo en la cabeza. Y de esta manera todos aquellos granos, tanto los ya sembrados como los que iban a serlo, se convirtieron en piedras. Y hasta hoy, buscándolas con cuidado, se pueden encontrar dichas piedras en el mencionado campo.
5 Otro día de mañana, cuando la rociada suavizaba aún el [calor del] sol, subían José y María de la parte de Tiro y Sidón con dirección a Nazaret. Y, a medida que se iba elevando el sol, María se iba sintiendo más sofocada, hasta que se sentó en cl suelo llena de fatiga. Y dijo a José: «Va subiendo [esta temperatura] que me agobia; ¿qué es lo que podría hacer? No hay por aquí sombra donde cobijarme». Y, alzando sus manos al cielo, oró diciendo: « ¡Oh Virtud del Altísimo!, según aquella dulce palabra que oí una vez procedente de ti, cobíjame con tu sombra; que viva mi alma y dame tu refrigerio». Y Jesús, al oír estas palabras, se alegró y clavó en el suelo el palo seco que llevaba en la mano a modo de bastón, diciendo con voz imperiosa: «Proporciona al momento una sombra placentera a mi madre». Y al momento aquella vara se convirtió en un árbol copudo y frondoso, que les brindó un dulce refrigerio en su descanso.
6 Un día de invierno hacía un sol espléndido, y un rayo solar se alargó y vino a colarse por la ventana hasta la pared [de enfrente] en la casa de José. Y, encontrándose por allí los muchachos de la vecindad, compañeros de Jesús, correteando por la casa, Jesús se montó sobre un rayo de sol y, poniendo encima sus vestidos, se sentó allí como si estuviera acomodado sobre una viga firmísima. Al ver esto sus iguales, pensaron que eran capaces de hacer lo mismo. E intentaron subir para sentarse con Jesús, imitándole en el juego. [Pero se desplomaron al suelo gritando:] nos hacemos añicos». Mas Jesús, a instancias de María y de José, se puso a curar las lesiones de todos los heridos soplando levemente en el lugar lastimado, y dijo: «El Espíritu sopla donde quiere y devuelve la salud a quienes le place». Y todos fueron curados. Y narraron todas estas cosas a nuestros padres, siendo conocido el hecho en Jerusalén y en los remotos confines de Judá. Con lo cual la fama de Jesús se extendió por todas las provincias. Y vinieron para bendecirle y ser benditos a su vez por El. Y le dijeron: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». José y María dieron gracias a Dios por todas las cosas que habían visto y oído.
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12 En otra ocasión dijo María a su hijo: «Mira, hijo, vete a la fuente de Gabriel, saca agua de allí y tráela en este cántaro». Y sumiso [al mandato de] tal madre, se marchó. Y seguían, para verlo, muchachos de su edad, llevando a su vez cada uno su cántaro. Y, ya de vuelta, lanzó Jesús con ímpetu su cántaro contra una roca que había en el camino, sin que se rompiera ni retumbara demasiado. Al ver esto los demás, hicieron lo propio con los suyos, rompiendo cada uno su cántaro y derramándose el agua por la que habían ido. Sobrevino entonces un tumulto y se levantaron quejas, mas Jesús recogió los fragmentos, recompuso las vasijas y dió luego a cada uno la suya llena de agua. Y elevó sus ojos al cielo, diciendo: «Padre, de esta misma manera han de ser reformados los hombres desordenados que perecieron». Todos quedaron estupefactos por aquel hecho y por aquella palabra y [le] bendecían: «Bendito el que viene en el nombre del Señor. Amén».