1 Levantándose, prosiguieron y, a medida que se acercaban a la ciudad,
2 Como a tres estadios de allí, encontraron un gran árbol que tenía trescientas ramas, como un tamarisco.
3 Y oyeron una voz que cantaba desde sus ramas: Santo eres, porque has guardado el propósito para el cual fuiste enviado.
4 Y Abraham oyó la voz y escondió el misterio en su corazón, diciendo dentro de sí: ¿Cuál es el misterio que he oído?
5 Al entrar en casa, Abraham dijo a sus siervos: Levantaos, salid a los rebaños, traed tres ovejas, matadlas pronto y preparadlas para que comamos y bebamos, porque hoy es un día de fiesta para nosotros.
6 Y los sirvientes trajeron las ovejas, y Abraham llamó a su hijo Isaac, y le dijo: Hijo mío, Isaac, levántate y pon agua en la vasija para que podamos lavar los pies de este extraño. Y lo trajo como se le había ordenado,
7 Y Abraham dijo: Ya veo, y así será, que nunca más lavaré en esta palangana los pies de ningún hombre que venga a visitarnos.
8 E Isaac, al oír a su padre decir esto, lloró y le dijo: Padre mío, ¿qué es esto que dices? ¿Esta es la última vez que le lavo los pies a un extraño? Y Abraham, viendo llorar a su hijo, también lloró mucho.
9 Y Miguel, al verlos llorar, lloró también, y las lágrimas de Miguel cayeron sobre la vasija y se convirtieron en una piedra preciosa.