© 2022 Andrés Rodríguez
© 2022 Fundación Urantia
De Andrés Rodríguez, Bogotá (Colombia)
Es curioso que encontrara El libro de Urantia en 1994, el mismo año en que me casé. Un año verdaderamente especial, con la inmensa alegría de haber encontrado y comprometido a los dos compañeros de viaje más queridos de mi vida.
El libro me llamó la atención solo con el índice de contenidos. Ya entonces percibí que me encontraba ante algo estupendo, a juzgar por la ordenada cosmología que revelaba y por la magnitud y diversidad de los temas tratados. Muchos de ellos han sido objeto de búsqueda y estudio a lo largo de mi vida, desde que leí La divina comedia de Dante Alighieri a los 11 años.
Después de haber probado las aguas de diferentes fuentes de sabiduría (fuentes variadas como el cristianismo, el hinduismo, el esoterismo, el rosacrucismo, la teosofía y las ciencias) descubrí que llegar a El libro de Urantia era como descubrir el mapa del tesoro, la Guía Michelin de la Eternidad, el manual de instrucciones para armar el rompecabezas de la historia, la ciencia, la filosofía, la teología, la religión y la espiritualidad.
Hoy día no tengo ninguna duda de que El libro de Urantia es una revelación trascendental y auténtica y, como algunos han sugerido, quizás basándose en la declaración de un Mensajero Poderoso en el Documento 30, que será el libro guía para la humanidad durante los próximos mil años.
Como tengo formación en ingeniería, me deslumbraron las partes científicas. El texto data en su mayor parte de mediados de los años 30, y sin embargo describe la organización del universo en cúmulos y supercúmulos, mientras que los científicos no detectaron hasta los años 70 movimientos galácticos diferentes al flujo de Hubble. Los autores indican la velocidad de la luz con mayor precisión que la conocida en los años 30; que una de las lunas de Júpiter será borrada por la marea gravitatoria del planeta; que nuestra luna será retenida por la gravedad de Urantia, y que en ese momento el día de la Tierra durará 47 veces más que ahora. Podríamos hablar durante horas de las predicciones científicas de El libro de Urantia, incluso de algunas afirmaciones que podrían arrojar luz sobre el popular tema del cambio climático actual.
A pesar de mi formación científica, también aprecio las revelaciones del libro en el campo de la historia, como la verdadera fecha de la encarnación de nuestro amado soberano; la verdadera misión de Jesús; los hermanos de Jesús (un tema prohibido para los católicos); la rebelión de Lucifer; la historia de los dos jardines; las andanzas de los descendientes anditas; la historia de la ascendencia de Moisés; y la evolución supervisada de la especie humana y de la vida en nuestro planeta.
Aunque no he leído mucho sobre el campo de la cosmología, tuve la oportunidad de leer a Teilhard de Chardin, que es la cosmología más elaborada que conozco, al menos dentro del catolicismo. Pero, como sugirió el Dr. Meredith Sprunger en un ensayo titulado «Cristología del universo: una teoría transplanetaria», lo que se necesita es una cosmología espiritual que se ajuste a la inmensidad del universo revelada por la astronomía. En mi opinión, la cosmología urantiana es más exquisita y elaborada que las de Teilhard de Chardin, Alfred North Whitehead o Swedenborg. Incluso incluye un aspecto del plan del Padre celestial que podemos entender justo donde estamos ahora, con el universo dirigido por múltiples jerarquías de autoridades y sus innumerables ayudantes.
Para terminar, cada vez que releo el libro encuentro nuevas verdades, nuevas expresiones de que vivimos en un universo de cosas y seres creados, y gobernados con amor y sabiduría. El universo nos permite a nosotros, mortales ascendentes del tiempo y el espacio (junto con muchos otros órdenes de criaturas), albergar la esperanza y el sueño de que un día muy lejano estaremos en presencia del Padre Universal. Incluso después de que esa meta indescriptible se haga realidad nos esperarán nuevas aventuras y misiones en las extensiones del espacio exterior. Y supondrán mucho más que tocar el arpa con un querubín en alguna nube por toda la eternidad.