© 2008 Anne-Marie Ronfet
© 2008 Association Francophone des Lecteurs du Livre d'Urantia
Presentación sobre la personalidad — Reunión de Dinard, mayo de 2008
Cuando pienso en este encuentro que por tanto tiene personalidad, la pregunta que me viene a la mente es preguntarme: ¿Soy real? ¿Qué me hace sentir realmente vivo? ¿Quizás soy una ilusión? Y si soy real, ¿cómo puedo volverme aún más real?
Algunas personas necesitan hacer puenting para sentir que realmente existen o pasar varios meses en un barco solas… Poner en peligro la vida es una forma a veces de sentirse mejor vivo.
El sentimiento de inexistencia es un sentimiento muy fuerte y a veces muy confuso. Afecta al individuo en determinados momentos críticos de su vida. Por ejemplo, a veces en la adolescencia, cuando tiene la impresión de que su vida es inútil, el joven siente “demasiado”. Aún no ha encontrado su lugar. Ni siquiera sabe si tiene uno. La vida le parecía ABSURDA y especialmente la suya propia.
Estos ejemplos nos muestran que el sentimiento de existir o no existir es subjetivo pero terriblemente poderoso. No basta con tener un cuerpo, una mente y una personalidad de origen divino para sentir que se existe verdaderamente. Todavía tienes que “habitar” tu individualidad, tener la sensación de estar en tu lugar.
¿Qué nos hace sentir vivos y viviendo plenamente?
El Libro de Urantia nos dice LU 112:1.13 La vida es en realidad un proceso que tiene lugar entre el organismo (la individualidad) y su entorno. La personalidad comunica valores de identidad y significados de continuidad a esta asociación de un organismo y un entorno…
Así que tenemos una identidad y un entorno, a veces un buen entorno, a veces un entorno más difícil. En los casos que acabo de citar, el ambiente es extremadamente duro.
La personalidad unifica todos los factores de la realidad, el cuerpo, las reacciones químicas, la psicología del individuo, sus metas espirituales. Forma un todo vivo y único y coordina todas las relaciones en torno a este todo. Es la personalidad la que hace que un individuo se sienta único. Pero es el yo el que se expresa: “Soy yo. Esta es mi historia. Yo reacciono así. Tengo derecho a hacerlo. »Y más. “Este evento significa que… Tiene tal significado en mi vida… Siempre lo he hecho así, etc. »… y más aún, la persona mira sus experiencias, las calibra y les añade aún más significado. “Puede significar esto y no aquello y si continúo lograré tales cosas y me traerá más amistades, más dinero, más relaciones con mis hijos etc., etc…”
La personalidad coordina, toma decisiones y dirige al individuo en una dirección u otra… Garantiza que el individuo no sea una máquina, una simple herramienta para reaccionar ante estímulos, sino un factor de elección teniendo en cuenta toda la situación… Y todo sucede en la mente. Es la mente la gran intérprete, el terreno donde tienen lugar los intercambios, donde nacen los significados. Y la fuerza impulsora detrás de estos intercambios es la personalidad;
El yo y el entorno establecen un contacto significativo por mediación de la mente. La capacidad y la buena disposición del organismo para efectuar estos contactos significativos con el entorno (para reaccionar a los estímulos) representa la actitud de toda la personalidad. (LU 112:1.15)
Comprender las propias experiencias desde un punto de vista psicológico, sacar conclusiones de ellas y añadir a ellas elementos espiritualizadores permite dar grandes pasos.
En todos los conceptos sobre la individualidad se debería reconocer que el hecho de la vida viene en primer lugar, y que su evaluación o interpretación viene después. El niño humano primero vive, y posteriormente reflexiona sobre su vida. En la economía cósmica, la perspicacia precede a la previsión. (LU 112:2.6)
Empezamos viviendo, sacamos conclusiones, reflexionamos, adquirimos cierta sabiduría y dominio de nuestro entorno. Pero podemos ir más allá añadiendo valor espiritual. ¿Qué significa agregar valor espiritual a las experiencias de uno?
A menudo se nos habla en los folletos sobre: hechos, significados y valores:
Un hecho es un hecho, concreto, físico o mental pero verificable por todos. Tiene significado; Quiere decir tal o cual cosa. No necesariamente lo mismo para todos. Afortunadamente, de lo contrario todos pensaríamos lo mismo sobre todo. Un valor añade una noción moral cualitativa, una noción de alma. Los tres grandes valores son por ejemplo la bondad, la verdad y la belleza. Hay muchas otras cualidades que adquirir pero si miras de cerca, todas provienen de estos tres grandes valores. La bondad proviene de la bondad. La confianza, el coraje proviene del deseo de hacer triunfar la verdad.
Entonces, además del significado que se le da a los eventos, podemos agregarles valor voluntariamente.
¿Cómo podemos agregar valor espiritual a nuestras experiencias? Pensando, tomando decisiones, utilizando las herramientas que están a nuestro alcance: nuestra mente y nuestra capacidad de actuar. La espiritualidad es un valor añadido a la experiencia. Nos esforzamos en la maestría y el valor espiritual que nos transmite el Ajustador se suma a estas experiencias y nos hace avanzar. Entonces descubrimos que lo que nos sucede no es totalmente arbitrario sino que tiene significado.
Por otro lado, estos valores son parte del surgimiento del Supremo. Los valores son los del Padre y su reflejo en el espacio y el tiempo: Dios Supremo. Tenemos entonces la sensación de que vamos en la dirección correcta. El de la evolución. Nuestras experiencias atraen otras experiencias diferentes y así de experiencia en experiencia avanzamos, extraemos potenciales para volvernos más reales.
“Ser real”, tener el sentimiento profundo de existir, se logra, por tanto, profundizando y dando valor a nuestras experiencias o a las de los demás…
##II. Comparte para crecer
Si volvemos a los ejemplos desafortunados de las personas citadas anteriormente y que no son raros, encontramos en cada caso una gran soledad.
Los folletos también nos dicen LU 112:1.16 _La personalidad actúa con dificultad de forma aislada. El hombre es, por nacimiento, una criatura sociable; está dominado por un ardiente deseo de pertenecer. Es literalmente cierto que “nadie vive para sí mismo”.
Entendemos mejor la angustia que experimenta la mujer cuya historia se cita más arriba o el hombre a la deriva…
La personalidad actúa con dificultad en el aislamiento… Se ve perjudicada en la soledad total… De ahí el sentimiento de no existir en una gran soledad. La soledad no es la naturaleza de la personalidad. Este proceder del Padre que en su naturaleza comparte sus dones, sólo puede desplegarse y actualizarse en el amor.
Para crecer, debemos desarrollar un sentido de compartir. Compartimos nuestra vida de pareja o de familia, pero también nuestras ideas, nuestras capacidades laborales, nuestros ideales, nuestra amistad, etc. Por otra parte, tenemos un origen, una vida que se actualiza y un futuro, un destino. Nuestra personalidad reacciona a situaciones que nos obligan a ir más allá, a expresar elecciones, a lograr, luego, una vez alcanzadas estas metas, sentimos la necesidad de ir aún más lejos y actualizamos otra cosa más.
Y es más, elegimos nuestra dirección. Con la ayuda de los dones divinos, cumplimos nuestro destino. Como el Supremo, nos enfrentamos a la materia, evolucionamos en contacto con la materia de la que extraemos la quintaesencia.
Es la personalidad la que decide, la que actúa, la que actúa; la mente interpreta, organiza y nuestra vida cambia poco a poco.
Al igual que el universo que nos rodea, unimos nuestra personalidad con su entorno y a través de esto actuamos en concierto con el Supremo, a nuestro nivel. Y si todo esto se hace con fe en nuestro Padre, podremos tener confianza en nuestro destino. Con nuestro piloto espiritual, encontraremos nuestro camino y lograremos nuestras vidas. Y seremos cada vez más reales, cada vez más existentes.