© 2015 Bill Evans
© 2015 Fundación Urantia
De Bill Evans, Nueva York (Estados Unidos)
Era 1969. Tenía poco más de treinta años y seguía con mi despreocupada carrera de surfero en Long Island (Nueva York), cuando unos cuantos volamos a Puerto Rico a buscar olas. Las encontramos en un desconocido pero ahora famoso pueblo de la costa llamado Rincón.
Varios del grupo decidieron viajar a Barbados tras haber oído hablar de una tormenta allí, lo que significaba buenas olas. Sin embargo, se encontraron unas condiciones deslucidas. Buscando algo que hacer, descendieron a una de las cuevas de Barbados con un radiocasete y el nuevo álbum de Led Zeppelin. Después de entrar en la negrura total de la cueva, pusieron la cinta hasta el fin y se sentaron en silencio y, entonces, una extraña voz interrumpió, hablando de los siete cielos, Jesús y otros temas así. Cuando se marcharon, de la cueva salió un hombre de unos cincuenta años, vestido con un largo poncho. Dijo, en respuesta a sus preguntas: «Cuando vuelvan a los Estados Unidos, busquen El libro de Urantia».
Yo no estaba allí, pero me contaron la historia más adelante en una fiesta. Despertó algo dentro de mí, y tuve que buscar el libro. Fui a bibliotecas y librerías, pero ninguna lo tenía o habían oído hablar de él. Había, sin embargo, una librería que conocía en Sayville (Long Island). La llevaba una pareja mayor para los que los libros eran toda su vida. Pero nunca habían oído hablar de él y afirmaban que no existía tal libro. Insistí en que sí, y en ese momento extrajeron una extensa tabla marcada con la «U». La recorrieron y, justo antes de «Urano», vi «Urantia, El libro de». Él dijo: «puedo conseguir ese libro». Pedí dos y, una semana después, recogí dos grandes libros azules.
Uno de ellos todavía es mi libro, y tiene páginas hinchadas y el lomo roto de estar en playas y de hacerlo circular. ¡Tiene carácter, y lo guardo como un tesoro!
Llevo leyendo este libro azul desde el día que lo encontré. Al principio lo leí de principio a fin. En alguna parte de los documentos de Jesús, supe que era la verdad. Ha cambiado mi vida y me ha hecho querer llevar su mensaje a los demás. Creo que el camino a la perdición es amplio y bien asfaltado, mientras que Su camino es estrecho y pocos lo encuentran. Espero que mis intentos de presentar el libro a otras personas les lleve al camino estrecho.
Para mí, trajo una calma que no había tenido jamás. Rezo porque las monedas que he devuelto al maestro sean bastantes para llegar al primer mundo mansión, de modo que pueda hacer más. Seguro que creo que Dios es mi Padre, y que Jesús es su hijo y mi hermano, como lo es la humanidad.
Espero encontrarles a todos ustedes, si no aquí, en el primer mundo mansión.