© 1997 Dan Massey
© 1997 The Fellowship para lectores de El libro de Urantia
Por Dan Massey
En la eternidad...
En la eternidad en el centro absoluto del infinito...
En la eternidad en el centro absoluto del infinito hay una cosa.
Y esa cosa absoluta...
Esa cosa absolutamente literal...
La llamamos Isla del Paraíso.
Sobre el Paraíso...
Sobre el Paraíso en su centro exacto
Allí habita el Dios eterno.
El Dios eterno...
Es la Primera Fuente y Centro Absoluto,
El origen de todos los mundos y criaturas.
Y conocemos a este Dios eterno...
Esta fuente original del infinito...
Como el Padre del Paraíso.
Con el Padre, en el Paraíso...
Rodeando su presencia divina...
Allí reside una segunda persona de la deidad.
Y esta persona de la deidad, aunque como el Padre
en el infinito, la eternidad y la universalidad...
No es original, sino que deriva de la voluntad del Padre.
Y esta Segunda Fuente y Centro la conocemos como el
Hijo Eterno del Paraíso.
Ningún hijo es más diferente de su padre que el Hijo Eterno.
Porque si bien la personalidad de la primera fuente es el Padre,
El Origen Absoluto,
La segunda fuente es la Persona Absoluta.
Si el Origen Absoluto encarna el ideal del amor,
El auto-otorgamiento con olvido de uno mismo a la universal
totalidad del infinito,
Entonces podemos decir que la Persona Absoluta encarna el ideal
de identidad individual,
La proyección autoidentificada del yo distintivo
Por todo el infinito.
Y todavía hay una Fuente Absoluta más,
Una persona de la deidad más, residente en el Paraíso,
Rodeando las divinas presencias del Padre y del
Hijo.
Esta Tercera Fuente y Centro la conocemos como el Infinito
Espíritu,
La Realidad Infinita, el Organizador Universal y el
Coordinador de Personalidad.
Y ninguna persona fue jamás más distinta a sus padres que
el Espíritu Infinito.
Porque mientras la personalidad de la primera fuente es la del
Padre, el Origen Absoluto,
Y la personalidad de la segunda fuente es la del
Hijo, la Persona Absoluta,
La tercera fuente es la Acción Absoluta, personalizada como
La Realidad, el Espíritu.
Si el Origen Absoluto encarna el ideal del amor,
el otorgamiento y olvido de uno mismo por el distintivo
uno mismo a lo largo del infinito,
Entonces podemos decir que la Acción Absoluta encarna el ideal
de la realización,
La ejecución automotivada del pensamiento de amor,
expresado en la palabra del individuo, sobre la única
cosa en la eternidad.
Y la realización primordial de las voluntades absolutas unidas de
el Origen, la Persona y la Acción, es Havona,
El Universo Central de perfección poblado personalmente.
Juntas, las tres personas de la deidad, residentes en el Paraíso,
componen la Familia Absoluta del Infinito.
Aunque son sólo tres de los siete Absolutos de
Infinito,
Son los únicos absolutos que son cognosciblemente reales
a los mundos experimentados del tiempo y el espacio.
Las relaciones de esta familia se proyectan hacia abajo a través de los escalones de las personalidades derivadas del universo, dando expresión en cada nivel a un patrón fundamental del Paraíso. Y es la suma de todas estas relaciones cósmicas lo que constituye la familia del universo.
Quizás podamos comprender mejor la naturaleza de este patrón de «familia» si examinamos primero la naturaleza de los
Podemos entender mejor el Origen Absoluto como padre. La esencia del Padre la conocemos como amor, pero si el amor realmente representa al Padre para nosotros, debemos conocerlo como un amor desinteresado, ilimitado e infinito que triunfa sobre todo lo que es, fue y será. Debemos imaginar un amor infinitamente mayor que cualquier amor imaginado hasta ahora y, habiendo imaginado este superamor, debemos imaginar uno aún mayor, y así hasta que hayamos agotado toda nuestra vida sólo con imaginarlo. Este es un amor espantoso e incomprensible que da un significado absoluto y terrible a la frase: «el amor es el deseo de hacer el bien a los demás».
Consideremos ahora el desafío de comprender la naturaleza del Hijo. Como mortales finitos, tenemos grandes dificultades, porque el Hijo es la Persona Absoluta, la expresión infinita e infinitamente individual de la identidad personal. Imagine por un momento a la persona más singular, individualista, independiente, motivada y autodirigida que jamás haya conocido. Una persona que, aunque absolutamente desinteresada en palabras y hechos, nunca reveló en lo más mínimo un atisbo de identificación con el grupo. Si alguna vez has tenido el placer de conocer a alguien así, siempre debes haber luchado por comprender su verdadera naturaleza. Creo que la naturaleza del Hijo Eterno es algo así como ese mortal incomprensiblemente único y autosuficiente, pero infinita y divinamente más. El Libro de Urantia nos dice que, si el Padre es amor, el Hijo es misericordia.
Podemos entender esta naturaleza de nuestro propio Hijo Creador considerando los aspectos contrastantes de las naturalezas del Padre y del Hijo. Porque se nos dice que, aunque las naturalezas del Padre y del Hijo están indistinguiblemente mezcladas en los Hijos Creadores, estos Hijos son a veces más parecidos a Padres y a veces más Hijos, y que Miguel de Nebadón se parece más al Hijo Eterno en la organización y administración de su universo. Considere el desafío que se le presenta a un Hijo Creador semejante a un Hijo al tener que vivir un otorgamiento terminal, en la carne, sujeto a la voluntad del Padre. Ningún acto divinamente perfecto podría ser más contrario a su naturaleza personal e individual. Aunque es uno con el Padre, esto está lo más lejos posible de sus inclinaciones personales. No es de extrañar que haya tolerado la rebelión en su universo. Al buscar la máxima expresión de la individualidad, necesariamente ha creado un universo que sustenta el mismo elevado sentido de individualidad en sus criaturas. Y si esa individualidad se va a explorar al máximo, existe el riesgo de rebelión siempre que se traspase el límite de la realidad. Así, la misericordia determina la actitud del amor.
Volviendo a la Trinidad del Paraíso, intentemos comprender la Acción Absoluta, la Realidad Infinita. Debido a que el Espíritu Infinito tiene personalidad e individualidad, en lugar de ser personalidad, como el Hijo, tenemos más posibilidades de relacionarnos con parte de su naturaleza. Y esa naturaleza está haciendo – hacer infinito, eterno, universal – hacer el bien. Porque si el Padre es amor y el Hijo es misericordia, actitud de amor condicionada por el punto de vista del individuo, entonces el Espíritu es servicio, hacer el bien a los demás. Y el Espíritu es tan infinito en su servicio como el Padre en su amor. Debemos imaginar un servicio, una acción y un ministerio que sean infinitamente mayores que el mayor servicio que podamos imaginar y proyectarlo hacia afuera y hacia adentro a través de capas interminables de infinidad y eternidad, sabiendo que ningún concepto que nuestras mentes puedan contener representará más que una fracción infinitesimal de el servicio, la acción del Espíritu. Si el amor ilimitado del Padre y la misericordia incondicional del Hijo son terribles e incomprensibles, también lo es la acción infinita, el ministerio del Espíritu.
El Libro de Urantia nos dice que comprenderíamos mejor al Espíritu si pensáramos en él como la Realidad Infinita, el Organizador Universal o el Coordinador de la Personalidad. Y, por supuesto, las personalidades que él coordina ante todo son las naturalezas terriblemente divergentes del Padre y del Hijo. Y la realidad que él crea primero es Havona, pero él es en realidad la personalización de la infinidad de toda la realidad.
Se nos dice que el Espíritu reconoce y reconoce su origen en el Padre y su identidad en el Hijo y cada uno de ellos reconoce su deidad distinta. Ciertamente ni el Padre ni el Hijo pueden tener interés alguno en «asumir» la obra del Espíritu, y este sentimiento debe ser mutuo en toda la Trinidad del Paraíso.
Hay otro absoluto que no hemos mencionado, pero que podemos intentar comprender, y es el Paraíso, la Cosa Absoluta, el complemento infinito y perfecto de la Persona Absoluta. Aunque el Espíritu, como persona deidad, complementa las personas del Padre y del Hijo, es la existencia del Paraíso y la tensión de realidad entre él y el Hijo lo que determina la manifestación del Espíritu como Dios de Acción.
La Trinidad no sería del todo la Trinidad sin el Paraíso. Porque el Paraíso es donde está la Trinidad y donde están sus personas. Y el Paraíso, la Cosa Absoluta, debe ser el modelo a partir del cual las Deidades mismas heredan la manifestación de sus personas espirituales como realidades literales y focales.
Ahora entendemos un poco acerca de esta familia cósmica absoluta, la Trinidad del Paraíso. Conocemos sus orígenes y naturalezas, y conocemos sus acciones y domicilio. Pero, ¿qué están tratando realmente de hacer, ser o llegar a ser estas tres personas diversas, en su extraña casa? El Libro de Urantia es bastante claro al respecto. Están tratando de establecer la penetración de la deidad en la realidad absoluta universal sin verse limitados personalmente por la totalidad del infinito. En efecto, la Primera Fuente y Centro ha desarrollado múltiples manifestaciones (a través del Paraíso) para evitar tener que serlo todo.
Pero de esta división surge un problema, porque las diversas naturalezas requeridas para que la Primera Fuente escape las limitaciones de la infinidad incondicional son tan infinitamente diferentes que, sólo en la eternidad, pueden esperar alcanzar la unidad de propósito que tan fácilmente se logra en un mundo individual. Como uno, la Primera Fuente está limitada por no poder ser o hacer aparte de sí mismo. Como tres, la Trinidad está limitada por la incapacidad de lograr una expresión completamente unificada de propósito sobre cualquier cosa, excepto en la eternidad. Sí, en la eternidad la Trinidad está unificada. Pero en niveles subabsolutos las acciones del Espíritu están en proceso de unificarse con el pensamiento del Padre y la palabra del Hijo.
Desde el punto de vista finito es imposible responder a las diversas naturalezas de la Trinidad. El Padre se sienta en el Paraíso y ama a todos, más de lo que nadie pueda comprender o apreciar. El Hijo existe en el Paraíso siendo él mismo y asegurándose de que todos puedan ser ellos mismos también, mucho más de lo que cualquier mortal pueda llegar a serlo. Y el Espíritu está en el Paraíso, pero ciertamente no está simplemente sentado o estando. Oh, no. El Espíritu está haciendo. Y casi todo lo que realmente está sucediendo lo hace el Espíritu o uno de sus delegados. ¡Qué simulacro de incendio! El universo entero hierve con la obra del Espíritu, y todo cohesiona en la persona de la Realidad Absoluta.
Por supuesto, la Trinidad quiere que lo finito esté unificado en el tiempo y el espacio, así como la Trinidad está unificada en la eternidad. Esa emergente unidad tiempo-espacio de lo finito constituye el Ser Supremo. Entonces, ¿cómo podrá la Trinidad alcanzar la unidad en lo finito? Ciertamente no si todos están de acuerdo en todo. No, la unidad se logra cuando cada persona logra la expresión perfecta de su propia personalidad, pero reacciona perfectamente al entorno, al contexto, creado por las expresiones perfectas de otras personalidades. Armonía es el término que describe esta perfecta interacción de acciones perfectas. Y esta armonía es el producto espontáneo de que cada individuo «haga lo suyo».
La cualidad de la unidad se busca y encuentra expresión a través de la armonía, no de la identidad. La perfecta unidad finita de la Trinidad del Paraíso en el Supremo será una unidad armoniosa, no una uniformidad idéntica. Porque la identidad y la uniformidad sólo pueden conducir a la regresión cósmica, lejos de la liberación trinitaria y de regreso a las limitaciones del absoluto absoluto, mientras que la armonía conduce a la realización efectiva y plural de cada dimensión de la realidad cósmica: del autootorgamiento ilimitado del Padre expresado como misericordia, de la actividad desenfrenada y exuberante del Espíritu expresada como ministerio, y del Paraíso, el único modelo para cada elemento de la infinitud, expresado en cada cosa.
Si los preceptos cardinales de las enseñanzas de Melquisedec fueron la confianza y la fe, y si la esencia de las enseñanzas de Jesús fue el amor y el servicio, entonces la gran revelación del El Libro de Urantia es la unidad y la armonía del universo.
Tres personas, una morada y la búsqueda de la unidad poder-personalidad en armonía finita. Esta es la familia cósmica absoluta, la familia modelo de toda la creación, que encontramos reflejada a través de los niveles del universo, incluso en Urantia, en cada nación, cada cultura, cada sociedad, cada comunidad, cada organización y, por supuesto, , cada familia humana. Pero al buscar este patrón recurrente, debemos recordar buscar las relaciones de la familia patrón, no las personas individuales, porque todos los mortales son hijos de la naturaleza del Padre-Hijo.
Entre nuestros amigos celestiales, el patrón familiar supremo parece aparecer en muchas situaciones. Por ejemplo, encontramos tres Ancianos de los Días residentes en Uversa, y encontramos tres clases de seres que componen un trío jurídico: el Consejero Divino, el Perfeccionador de la Sabiduría y el Censor Universal. Cuando las asociaciones de patrones son personalizadas, encontramos siete Espíritus Rectores, cada uno de los cuales reside en uno de los siete satélites Paradisiacos del Espíritu Infinito. Quizás la manifestación más sorprendente del patrón organizativo que se nos ha revelado sea el cuarteto de seres que constituyen una comisión conciliadora, pues aquí encontramos tres seres espirituales unidos con un ser semimaterial, el Divino Verdugo. Y el patrón se repite en las acciones y deliberaciones de dicha comisión.
«Dios no es solamente el que determina el destino; él es el destino eterno del hombre. Todas las actividades humanas no religiosas intentan doblegar el universo al servicio deformante del yo; el individuo verdaderamente religioso intenta identificar su yo con el universo, y luego dedicar las actividades de ese yo unificado al servicio de la familia universal de sus semejantes, humanos y superhumanos.» (LU 5:4.3)
Las expresiones del patrón de la familia absoluta no se limitan a asociaciones de seres celestiales. Una y otra vez encontramos el patrón de tres generaciones de causalidad, combinadas en una sola empresa, buscando una unidad armoniosa de función.
¿No tienen las naciones sus padres fundadores, sus gobiernos y sus ciudadanos?
¿No tienen los gobiernos sus legisladores, sus jueces y sus ejecutivos?
¿No tienen las economías inversores, empresarios y trabajadores?
¿No tienen las empresas sus dueños, sus gerentes y sus empleados?
¿Y las familias humanas no abarcan relaciones de tríada tanto dentro de la unidad nuclear como entre generaciones sucesivas?
¿Y no es también cada una de estas asociaciones algo reconocible?
¿Y no es la esencia de esta asociación la armonía de función lograda mediante la unidad de propósito?
¿No es cada una de estas cosas una proyección del patrón de la familia absoluta sobre lo finito?
¿Y no evoca cada una de estas cosas la naturaleza del Supremo?
Porque el patrón de la familia cósmica absoluta es el patrón que da significado y forma al Todopoderoso Supremo. No experimentamos ninguna realidad colectiva en la que no encontremos este patrón, y no hay lugar en nuestra experiencia donde el objetivo supremo de la unidad a través de la armonía fracase. Esta es, entonces, la revelación de la familia cósmica, el patrón que organiza el universo, la revelación de la unidad universal a través de la armonía, la finalidad de la supremacía, la gran revelación de El Libro de Urantia.