© 2004 Antonio Moya, traducción
© 2004 Asociación Urantia de España
Un libro de amor.- Este libro nos revela, entre otras cosas, que la única realidad que podrá unir alguna vez a todos los pueblos y a todas las religiones de la tierra, es la fraternidad de los hombres basada en la paternidad de Dios. Dios Padre ama divinamente a sus hijos, sin exceptuar a ninguno. Si tenemos el mismo Padre, todos somos pues hermanos y hermanas.
Cuando las diferentes religiones reconozcan la soberanía espiritual de Dios Padre, entonces todas esas religiones vivirán en paz. No existe un pueblo elegido. Sólo existen hijos e hijas de Dios. Sólo cuando Dios Padre sea reconocido por sus hijos, los hombres se volverán hermanos y vivirán juntos en paz en la tierra. Las grandes religiones de nuestro planeta son buenas en la medida en que conducen al hombre hacia Dios. Todas las religiones se beneficiarían estudiando y asimilando lo mejor de las verdades que contienen las otras. Las personas religiosas harían mejor en coger lo mejor que posee la fe espiritual viviente de sus vecinos, en lugar de denunciar lo peor que tienen sus supersticiones remanentes y sus rituales desusados.
La verdadera religión es exclusivamente una experiencia espiritual personal, que consiste en conocer a Dios como Padre y en conocer al hombre como hermano. Esto es lo que produce el ajuste del «yo» a otros «yoes», e implica el aspecto social o colectivo de la vida. Los frutos de la verdadera religión engloban pues también el servicio social. «Amaos los unos a los otros…»
Las religiones institucionalizadas deben abandonar toda esperanza de llegar a una uniformidad de credos, de dogmas y de ritos, que son intelectuales. Pero pueden llevar a cabo (y lo conseguirán algún día) una unidad en la adoración sincera del Padre de todos que, ésta sí, es espiritual. La verdadera religión no consiste en creer servilmente en amenazas de castigo o en promesas mágicas de recompensas místicas futuras. Las religiones de autoridad nunca conseguirán unificarse. La religión del espíritu atraerá progresivamente a unos hombres hacia otros y provocará una simpatía comprensiva entre ellos. Las religiones de autoridad exigen a los hombres una creencia uniforme, cosa imposible de realizar jamás. Las religiones de autoridad sólo pueden dividir a los hombres y enfrentar unas conciencias con otras. La religión del espíritu no exige la uniformidad de los puntos de vista intelectuales, sino sólo la unidad de sentimiento espiritual. Las religiones de autoridad se cristalizan en credos inertes. La religión del espíritu se convierte en la alegría y la libertad crecientes debidas al ennoblecimiento mediante actos de servicio lleno de amor y cuidados misericordiosos.
Un libro de esperanza.- Hay supervivencia después de la muerte. Y la muerte sólo es el comienzo de una carrera permanente de aventuras excitantes y de maravillas sin fin.
En efecto, esos impulsos naturales que Dios ha puesto en nosotros y que llamamos la atracción de la aventura, el hambre de descubrir, el sueño innato de viajar, el hambre de belleza, de amor y de verdad, todas esas aspiraciones no se nos han dado inútilmente. Esas esperanzas más elevadas están destinadas a realizarse plenamente durante las largas eras por venir, porque Dios no puede engañarnos. Como decía Víctor Hugo: «Si el hombre no es inmortal, Dios no es honrado». La muerte ya no es pues desesperante, puesto que se trata del medio inventado por Dios para hacernos pasar del mundo material al mundo espiritual. Las escenas de llanto y de lamentaciones, características de las épocas primitivas de la evolución humana, serán reemplazadas algún día por una paz profunda y una esperanza cierta. Sería ciertamente ventajoso que los humanos menos evolucionados de un mundo desordenado y atrasado como nuestro planeta, aprendieran un poco a considerar la muerte natural con la serenidad, si no con la alegre seguridad, que proporciona la fe viviente.
Los lectores del Libro de Urantia reconocen que prácticamente nunca han leído por completo, varias veces, la misma obra. Sin embargo han releído las dos mil páginas del Libro de Urantia más de cinco veces, diez veces, quince veces…y siempre con una admiración, con una pasión en aumento. Una única explicación para este comportamiento incomprensible: uno tiene entre las manos una revelación de los hechos y de las verdades que los científicos, los historiadores, los filósofos y los hombres intrigados por Dios y las iglesias han buscado durante mucho tiempo. Que este Libro sea una revelación puede sorprender, pero ¿quiénes somos nosotros para atrevernos a imponerle silencio para siempre a Dios mismo? ¿Cómo resignarnos a creer que la revelación terminó con la venida de Jesús?
LA PRIMERA PARTE rinde al Señor todos los honores. Por fin nos revelan a Dios sin contrariar nunca la lógica más rigurosa y de modo distinto a una fría simbología. Nos hablan con la única autoridad que confiere el conocimiento. Esos reveladores saben de qué y de quién hablan. Cuando nos presentan a Dios como la Verdad infinita, la Belleza infinita y la Bondad infinita, enseguida nos sentimos encantados y llenos de entusiasmo. Este Dios, nuestro Padre, como es amor, y como el amor es creador, ha proyectado en el espacio el colosal universo cuya inimaginable estructura nos la explican por fin: siete superuniversos que contienen, cada uno de ellos, un billón de planetas habitados o habitables algún día. ¿Por qué obstinarse en declarar que somos las únicas inteligencias del universo?
LA SEGUNDA PARTE explica la historia de una fracción de uno de estos siete superuniversos. Este fragmento representa la cien milésima parte de ese superuniverso. Se llama Universo Local y está compuesto de diez millones de planetas habitados o habitables algún día, porque todo el universo está evolucionando, progresando. Y de esta miríada es de la que forma parte nuestro pequeño planeta Tierra, bautizado Urantia. Nos informan de manera abundante y magnífica sobre esta parte del universo en cuanto a su Creador, su organización, su administración, su estructura física, su historia y sus extraordinarios lugares de estancia que serán nuestros después de la muerte. ¡Qué maravillosas aventuras nos reserva la Vida después de la vida! ¡La vida tiene por fin un sentido!
LA TERCERA PARTE nos interesa muchísimo. Es la historia de Urantia, nuestro planeta entre los otros millones de nuestro Universo Local, pero que vio redorar su blasón gracias a la encarnación de Jesús, su creador. Aquí es donde nuestros científicos pueden expurgar sus descubrimientos e hipótesis, y encontrar varios «eslabones perdidos». Y las confidencias continúan en páginas sublimes sobre el origen, la implantación y la evolución de la vida hasta el nacimiento del hombre. Los reveladores son precisos: la primera pareja humana, surgida por evolución y mutación, apareció en la tierra hace 993.483 años (en 1997). Nos confirman que no descendemos del mono. Por el contrario, el mono y el hombre tienen un antepasado común. En fin, bosquejan un cuadro superhumano de la evolución de las razas, de las instituciones políticas, económicas y familiares, así como de la religión.
LA ÚLTIMA PARTE (más de 700 páginas) está consagrada a la vida y a las enseñanzas de Jesús, año tras año, cuando no es día tras día. ¡He aquí algo inédito y sublime de lo más conmovedor! Al lado de estas páginas reveladas, los cuatro evangelios, por otra parte instructivos y motivadores, aparecen en adelante como un esbozo preliminar de este relato tonificante, electrizante y galvanizante.
Esta revelación llega a tiempo. Aterriza en el momento en que los pueblos olvidan cada vez más la realidad de Dios y abandonan las iglesias y los templos, que ya no responden a sus previsiones porque no transmiten el mensaje de amor integral de Jesús. Jesús vino a revelarnos la fraternidad espiritual de los hombres, basada en la paternidad espiritual de un Dios de amor. ¡Ésta es la verdadera religión! A lo largo de las eras de un planeta, la revelación es periódica y siempre progresiva. Éste es el plan universal. El Libro de Urantia es la quinta revelación de época o histórica. Se dirige pues a cada ser humano del planeta entero. La cuarta revelación nos la trajo Jesús hace 2000 años. Hoy hemos evolucionado un poco. La escritura se ha extendido de forma universal. Estamos pues maduros para recibir, por vía escrita, una verdad más amplia.
En la época de la presente revelación, el clima intelectual y filosófico que prevalece en el mundo es claramente laico, humanista. Se ha necesitado un gran poder, una poderosa influencia, para liberar la mente y la vida de ciertos pueblos de la influencia desecante de un dominio religioso totalitario. El laicismo ha roto las trabas del control de las iglesias; este mismo laicismo a su vez amenaza ahora con establecer un nuevo tipo de dominio ateo sobre el corazón y la mente de los hombres modernos. El materialismo niega a Dios; el laicismo se limita a ignorarlo. El materialismo del siglo XX tiende a afirmar que el hombre no necesita a Dios. Pero ¡cuidado! La filosofía atea de la sociedad humana sólo producirá inquietudes y nunca podrá traer la paz a la humanidad. Es simplemente imposible establecer la fraternidad de los hombres negando o ignorando la paternidad de Dios. El optimismo laico en materia social y política es una ilusión. Sin Dios, ni la liberación ni la libertad, ni los bienes ni las riquezas aportarán la paz, la felicidad. El hombre es un animal religioso. Las religiones como instituciones pueden desaparecer, pero el instinto religioso permanece. La Rusia de ayer nos lo grita hoy. Un instinto no se mata. Éste no, desde luego.
Los tiempos están maduros para asistir a la resurrección del Jesús humano que sale de la tumba de las tradiciones teológicas y de los dogmas religiosos acumulados durante dos mil años. Jesús era admirado por todos los que lo encontraban. Ejercía una gran fascinación y una fuerte influencia sobre sus amigos así como sobre sus enemigos. Las multitudes lo seguían durante semanas para escuchar sus palabras condescendientes y observar la sencillez de su vida. Los hombres y las mujeres dedicados amaban a Jesús con un afecto casi sobrehumano. Y cuanto más lo conocían, más lo amaban. Incluso hoy y en todas las épocas del futuro, cuanto más conozca un hombre a este hombre-Dios, más lo amará y querrá seguirlo. ¡Qué servicio trascendente prestaría la presente revelación si, a través de ella, el Hijo del Hombre pudiera ser presentado, como el Jesús bien vivo, a las iglesias cristianas, a todas las demás religiones, a todos los pueblos del planeta Tierra!
El Libro de Urantia nos permite descubrir un camino nuevo y mejor. Este Libro contesta a nuestras preguntas más serias, más angustiosas, más inteligentes. Y contesta con detalle, siempre con una lógica implacable, lo que le confiere una credibilidad sobrehumana. ¿A quién está destinado pues este libro?
A ti, que buscas la felicidad.
A ti, que quisieras encontrar el verdadero sentido de la vida, de tu vida.
A ti, que te atreves a pensar por ti mismo.
A ti, a quien las religiones no siempre han sabido mostrar el verdadero rostro de Dios, nuestro Padre.
Traducido del francés por Antonio Moya.