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«Sed perfectos como yo soy perfecto.»
Las criaturas conocedoras de Dios tienen una única aspiración suprema, un solo deseo incontenible, que es llegar a ser mientras están en sus esferas como es él en su perfección paradisiaca de la personalidad y en su esfera universal de recta supremacía. Del Padre Universal que habita en la eternidad procede el mandato supremo: «Sed perfectos como yo soy perfecto». Con amor y misericordia los mensajeros del Paraíso han llevado esta exhortación divina a través de las edades y de los universos, incluso hasta las humildes criaturas de origen animal como las razas humanas de Urantia. [LU 1:0.3]
Cuando leí este párrafo por primera vez, muchas emociones y dudas llenaron mi mente. Hay tantas verdades en este texto que es difícil elegir en cuál centrarse.
Una cosa que nos llama la atención es la perfección de Dios. Cuando pensamos en Dios, en su perfección y en el deseo de cumplir su mandato de ser perfectos como él, podemos confundirnos.
Un primer pensamiento sería la idea errónea de que alcanzar la perfección de Dios es lo mismo que «convertirse en un Dios». Por supuesto, es una idea errónea, ya que Dios es mucho más que un ser perfecto. Su perfección quizá podría resumirse en su unidad y equilibrio, la unidad de las energías físicas, mentales y espirituales divinamente coordinadas por la personalidad. Sí, esto es algo que podemos lograr si lo deseamos. Sin embargo, Dios ES, no solo la unidad de estas energías, sino su fuente. Podemos lograr el equilibrio y la unidad de nuestras energías físicas, mentales y espirituales, pero nunca nos convertiremos en la fuente de esas energías. Sí, podemos ser perfectos como él ES en nuestra esfera de acción, pero nunca «seríamos Dios».
Otro aspecto puede ser lo que entendemos por la perfección de Dios. Podemos formular varias hipótesis o ideas al respecto que incluyan rasgos de perfección que están mucho más allá de nuestra comprensión. Por muy buena que sea la idea de la perfección de nuestro Padre, seguirá estando infinitamente lejos de su perfección absoluta. Incluso podemos formular ideas erróneas sobre la perfección de nuestro Padre, que pueden traernos mucha ansiedad y llevarnos a tomar decisiones equivocadas, o incluso provocar una gran frustración y desánimo si creemos que es una meta imposible de alcanzar.
Pero si sabemos que nuestro Padre es bueno y que nos ama, que es justo y misericordioso, podemos superar inmediatamente muchas de nuestras dudas, como el hecho de que nuestro Padre no nos exigiría una misión inalcanzable. De ese modo podemos confiar en que es posible alcanzar esa meta.
Las enseñanzas afirman que la perfección se logra cuando alcanzamos el equilibrio de nuestra personalidad, cuando unificamos nuestras energías físicas, mentales y espirituales, donde la energía física está subordinada a la energía mental y coordinada por el espíritu.
Esta tarea es sin duda un gran reto, que requiere esfuerzo, dedicación, persistencia y fe. Lo que nos lleva a otro aspecto mencionado en este párrafo:
«Las criaturas conocedoras de Dios tienen una única aspiración suprema, un solo deseo incontenible, que es llegar a ser mientras están en sus esferas como es él en su perfección paradisiaca de la personalidad y en su esfera universal de recta supremacía.» [negrita añadida] [LU 1:0.3]
¿Cuánta ambición y deseo son necesarios para alcanzar el propósito de llegar a Dios y ser perfecto como él?
Solemos establecer tantas prioridades para nosotros mismos y para nuestros propios hijos que a menudo perdemos de vista la prioridad más importante de nuestra vida. En relación con este tema, es oportuno recordar otro párrafo de las enseñanzas que nos trajo nuestro Maestro Jesús, la personalidad más perfecta, equilibrada y unificada que hemos tenido en Urantia:
Jesús describió la profunda seguridad del mortal conocedor de Dios cuando dijo: «Para aquel que cree en el reino y conoce a Dios, ¿qué importa si todas las cosas terrenales se derrumban?» [LU 100:2.7]
Parece que nuestra desorientación de criaturas crea problemas a la hora de establecer prioridades y objetivos, lo que se debe a una sola razón: nuestra relativa falta de conocimiento de Dios.
¿Cómo podemos conocer a Dios? Solo tenemos que buscarlo en nuestro corazón y luego servir a nuestros hermanos y hermanas. Solo tenemos que sentirlo actuar a través de nosotros.
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