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¡Hola, queridos amigos!
Mis hijos, como la mayoría de los niños cristianos, nacieron y crecieron celebrando la Navidad el 25 de diciembre. Siempre fue una celebración magnífica, en la que todos los miembros de la familia participaban alegremente, festejaban el nacimiento de nuestro Maestro y compartían la compañía entre todos. Además, de pequeños todos creían en Papá Noel y su felicidad aumentaba enormemente al esperar la llegada de ese dulce anciano imaginario cargado de regalos. Yo aprovechaba esta creencia de los pequeños para regatear con ellos por su buen comportamiento y alto rendimiento en el colegio durante todo el año. Crecí así y mis hijos también.
En algún momento, el dulce anciano dejó de existir en nuestras vidas, dejamos de ser niños y trajimos desilusión, pero al mismo tiempo seguimos reuniéndonos como una familia celebrando el nacimiento de Jesús con alegría.
Con el tiempo, aprendimos que lo importante era estar siempre juntos, celebrando a nuestras familias y el nacimiento de Jesús.
Los lectores de El libro de Urantia saben que Jesús nació el 21 de agosto y que, por lo tanto, la fecha utilizada por la humanidad es errónea. Algunos nos resistimos a la idea de celebrar la Navidad el 25 de diciembre.
En uno de los grupos de estudio de El libro de Urantia, una vez me cuestionaron por felicitar la Navidad a unos amigos el 25 de diciembre. No me molestó haber recibido una reprimenda, pero me preocupaba la posibilidad de que otros lectores tuvieran también este tipo de actitud y, sobre todo, la posibilidad de que algunos lleváramos ese tipo de comportamiento a nuestras familias y comunidades, lo que sería una gran pérdida para todos los implicados.
Por supuesto, no necesitamos mentir, pero tampoco ser unos aguafiestas. Hablar de esta fecha no nos impide celebrar el nacimiento de Jesús cada día en nuestros corazones; cuando llega la verdadera fecha no nos impide aprovechar la oportunidad de estar juntos y celebrar a Jesús, confraternizar, amar y servir a todos los que nos rodean. La fecha no es lo más importante. Lo importante es celebrar y recordar a Jesús.
La vida de Jesús es una revelación de esta tolerancia, de este vivir adaptado a los usos, costumbres y leyes de su tiempo. Nunca dejó de ir a las sinagogas ni de ir a Jerusalén para llevar a cada uno de sus hermanos a la Pascua.
Después de conocer a Juan, que procedía de los alrededores de Jerusalén, Jesús empezó a mostrar un interés poco común por la historia de Israel y a indagar con todo detalle sobre el significado de los ritos del sabbat, los sermones de la sinagoga y las fiestas periódicas de conmemoración. Su padre le explicó el significado de todas estas celebraciones. La primera era la fiesta de la iluminación a mediados del invierno, que duraba ocho días; se empezaba con una vela la primera noche, y se encendía una más cada noche sucesiva para conmemorar la consagración del templo después de que Judas Macabeo restaurara los ritos mosaicos. Luego venía la celebración del Purim a principios de la primavera, la fiesta de Ester y de la liberación de Israel gracias a ella. Después llegaba la Pascua solemne, que los adultos celebraban en Jerusalén siempre que les era posible, mientras que en sus casas los niños debían recordar que había que comer pan sin levadura durante toda la semana. Venía después la fiesta de los primeros frutos, la recogida de la cosecha. Y por último la más solemne de todas, la fiesta del año nuevo, el día de la expiación. Aunque algunas de estas observancias y celebraciones eran difíciles de comprender para la joven mente de Jesús, él reflexionaba seriamente sobre ellas. Y luego se sumó con entusiasmo al regocijo de la fiesta de los tabernáculos, la temporada anual de vacaciones de todos los judíos, cuando acampaban en cabañas de ramas y se entregaban al placer y la alegría. [LU 123:3.5]
¡Seamos felices! ¡Seamos puros de corazón! No podemos perder la oportunidad de reunirnos con nuestra familia, de celebrar el amor, de ser testimonio vivo de la presencia de Jesús en nosotros. Nuestra misión es revelar a nuestro padre a los hombres y reconocer y promover la fraternidad del hombre. Esta empatía, esta oportunidad de revelar a Jesús, abrirá sin duda el camino para difundir poco a poco las verdades que nos han sido reveladas y para llamar la atención de nuestros seres queridos sobre estas realidades.
Feliz Navidad a todos, que Jesús esté presente en nosotros y que difundamos su amor en abundancia.
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