© 1979 Ethel Zanoni
© 1979 The Urantia Book Fellowship (anteriormente Urantia Brotherhood)
Gloriosa y siempre presente es la luz de mi Padre celestial, Dios. La luz está a mi alrededor y a través de mí. En él existe aquello de lo que todas las cosas han venido o pueden venir alguna vez. La calidez de su resplandor difunde el consuelo y la protección del amor, constituyendo la inteligencia, la comprensión y la percepción infinita de la sabiduría, me guía y dirige, cuando elijo percibir su emanación. La justicia irradia seguramente del brillo de su principio puro. La abundancia que todo lo abarca me proporciona provisión; la vitalidad vivificante me fortalece y su energía me vivifica.
Dentro de mí reside su resplandor cuya presencia ocupa al mismo tiempo el centro y la circunferencia de mi ser. El núcleo del Espíritu se vuelve más brillante, cada vez más claro, a medida que existo progresivamente dentro y desde esa luz que es Dios, en quien no hay oscuridad alguna. La llama del hombre se enciende, parpadea y brilla, avivada más por los vientos del deseo y reabastecida por el combustible de la receptividad. Vida tras vida, edad tras edad, el círculo de iluminación se expande; crece y se aclara hasta alcanzar la perfecta transparencia. Mientras el hombre se mantiene libre de la sombra del error, el iluminado y el Iluminador son uno. El hombre ha alcanzado y reconocido a Dios. El Espíritu ha regresado con el niño a la casa de luz de su Padre.
—Ethel Zanoni
Palo Alto, California