© 2023 Halbert Katzen, JD
Por Halbert Katzen J.D.
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Durante todo este período, Juan leyó asiduamente los escritos sagrados que encontró en el hogar de los nazareos de En-Gedi. Le impresionó de manera especial Isaías y también Malaquías, el último de los profetas hasta aquel momento. Leyó y releyó los últimos cinco capítulos de Isaías, y creyó en aquellas profecías. Entonces se puso a leer en Malaquías: «He aquí, os enviaré a Elías, el profeta, antes de que llegue el gran y terrible día del Señor; él orientará el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar la Tierra con una maldición». Esta promesa del regreso de Elías, hecha por Malaquías, fue lo único que impidió a Juan salir fuera a predicar sobre el reino venidero, y exhortar a sus compatriotas judíos a evitar la ira por venir. Juan estaba maduro para proclamar el mensaje del reino venidero, pero esta esperanza de que Elías regresaría lo retuvo durante más de dos años. Sabía que él no era Elías. ¿Qué quería decir Malaquías? ¿Su profecía era literal o figurada? ¿Cómo podía saber la verdad? Finalmente se atrevió a pensar que, puesto que el primer profeta se había llamado Elías, el último también debía ser conocido finalmente por el mismo nombre. Sin embargo, tenía dudas, unas dudas suficientes como para impedirle llamarse a sí mismo Elías. (LU 135:4.4)
Pedro se estremeció con el pensamiento de la muerte del Maestro —era una idea demasiado desagradable de soportar— y temiendo que Santiago o Juan pudieran hacer alguna pregunta relacionada con esta declaración, pensó que sería mejor iniciar una conversación sobre otro tema; al no saber de qué hablar, expresó el primer pensamiento que le pasó por la cabeza, diciendo: «Maestro, ¿cómo es que los escribas dicen que Elías debe venir primero antes de que aparezca el Mesías?» Sabiendo que Pedro intentaba evitar mencionar su muerte y resurrección, Jesús respondió: «Es cierto que Elías viene primero para preparar el camino del Hijo del Hombre, el cual debe sufrir muchas cosas y al final ser rechazado. Pero te hago saber que Elías ya ha venido, y que no le recibieron, sino que le hicieron todo lo que quisieron». Los tres apóstoles se dieron cuenta entonces de que se refería a Juan el Bautista como si fuera Elías. Jesús sabía que, si insistían en considerarlo como el Mesías, entonces Juan debía ser el Elías de la profecía. (LU 158:2.2)
Después de pasar varios meses en la cárcel, un grupo de sus discípulos vino a verle, y después de informarle de las actividades públicas de Jesús, le dijeron: «Así que ya ves, Maestro, aquel que estuvo contigo en el alto Jordán, prospera y recibe a todos los que vienen hasta él. Incluso come en los festines con los publicanos y los pecadores. Tú has dado testimonio valientemente por él, y sin embargo, él no hace nada por conseguir tu liberación». Pero Juan contestó a sus amigos: «Este hombre no puede hacer nada a menos que le sea dado por su Padre que está en los cielos. Recordad bien que he dicho, ‘Yo no soy el Mesías, pero he sido enviado delante de él para preparar su camino’. Y eso es lo que he hecho. El que tiene la novia es el novio, pero el amigo del novio, que permanece cerca, se regocija mucho cuando escucha la voz del novio. Mi alegría es pues completa. Él debe aumentar y yo disminuir. Yo pertenezco a esta Tierra y he proclamado mi mensaje. Jesús de Nazaret ha venido del cielo a la Tierra y está por encima de todos nosotros. El Hijo del Hombre ha descendido de Dios, y os proclamará las palabras de Dios. Porque el Padre que está en los cielos no escatima el espíritu a su propio Hijo. El Padre ama a su Hijo y pronto pondrá todas las cosas en las manos de este Hijo. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna. Y estas palabras que digo son verdaderas y permanentes». (LU 135:11.2)
Estos discípulos se quedaron tan sorprendidos con la declaración de Juan que se marcharon en silencio. Juan también estaba muy agitado, pues percibía que acababa de pronunciar una profecía. Nunca más dudó por completo de la misión y de la divinidad de Jesús. Pero fue una dolorosa desilusión para Juan el que Jesús no le enviara ningún mensaje, no viniera a verlo y no utilizara ninguno de sus grandes poderes para liberarlo de la cárcel. Pero Jesús estaba al corriente de todo esto. Quería mucho a Juan, pero ahora que estaba enterado de su naturaleza divina, sabiendo plenamente las grandes cosas que se preparaban para Juan cuando partiera de este mundo, y sabiendo también que la obra de Juan en la Tierra había terminado, se contuvo para no intervenir en el desarrollo natural de la carrera de este gran predicador y profeta. (LU 135:11.3)
José estaba perplejo, pero María, después de reflexionar sobre estas experiencias, se sintió fortificada, acabando por considerar las palabras de Jesús en el Olivete como proféticas de la misión mesiánica de su hijo como liberador de Israel. Se dedicó con renovada energía a moldear los pensamientos de Jesús dentro de canales nacionalistas y patrióticos, y recurrió a la ayuda de su hermano, el tío favorito de Jesús. De todas las maneras posibles, la madre de Jesús se dedicó a la tarea de preparar a su hijo primogénito para que asumiera el mando de los que querían restaurar el trono de David y rechazar para siempre el yugo de la esclavitud política de los gentiles. (LU 125:6.13)
Jesús pasó ahora por la gran confusión de su época juvenil. Después de haber resuelto un poco la naturaleza de su misión en la Tierra, «ocuparse de los asuntos de su Padre» —mostrar la naturaleza amorosa de su Padre hacia toda la humanidad— empezó a examinar de nuevo las numerosas declaraciones de las escrituras referentes a la venida de un libertador nacional, de un rey o educador judío. ¿A qué acontecimiento se referían estas profecías? Él mismo, ¿era o no era judío? ¿Pertenecía o no a la casa de David? Su madre afirmaba que sí; su padre había indicado que no. Él decidió que no. Pero, ¿habían confundido los profetas la naturaleza y la misión del Mesías? (LU 126:3.10)
La mayoría de las llamadas profecías mesiánicas del Antiguo Testamento fueron redactadas para acomodarlas a Jesús mucho tiempo después de su vida en la Tierra. Durante siglos, los profetas hebreos habían proclamado la venida de un libertador, y estas promesas habían sido interpretadas por las generaciones sucesivas como que se referían a un nuevo gobernante judío que se sentaría en el trono de David, y que mediante los célebres métodos milagrosos de Moisés, establecería a los judíos en Palestina como una nación poderosa, libre de toda dominación extranjera. Además, muchos pasajes metafóricos que se encontraban por todas partes en las escrituras hebreas fueron, con posterioridad, aplicados erróneamente a la misión de la vida de Jesús. Muchos textos del Antiguo Testamento fueron tergiversados para que parecieran cuadrar con algunos episodios de la vida terrestre del Maestro. Jesús mismo negó una vez, públicamente, toda conexión con la casa real de David. Incluso el pasaje «una joven dará a luz a un hijo», se cambió en «una virgen dará a luz a un hijo». Lo mismo sucedió con las numerosas genealogías de José y María que se compusieron después de la carrera de Miguel en la Tierra. Muchos de estos linajes contienen bastantes antepasados del Maestro, pero en general no son auténticos y no se puede confiar en su exactitud. Con demasiada frecuencia, los primeros seguidores de Jesús sucumbieron a la tentación de hacer que todas las antiguas declaraciones proféticas parecieran encontrar su cumplimiento en la vida de su Señor y Maestro. (LU 122:4.4)
En el transcurso de este año, Jesús encontró en el llamado Libro de Enoc un pasaje que le incitó más tarde a adoptar la expresión «Hijo del Hombre» para designarse durante su misión donadora en Urantia. Había estudiado cuidadosamente la idea del Mesías judío y estaba firmemente convencido de que él no estaba destinado a ser ese Mesías. Deseaba intensamente ayudar al pueblo de su padre, pero nunca pensó en ponerse al frente de los ejércitos judíos para liberar Palestina de la dominación extranjera. Sabía que nunca se sentaría en el trono de David en Jerusalén. Tampoco creía que su misión como liberador espiritual o educador moral se limitaría exclusivamente al pueblo judío. Así pues, la misión de su vida no podía ser de ninguna manera el cumplimiento de los deseos intensos y de las supuestas profecías mesiánicas de las escrituras hebreas, al menos no de la manera en que los judíos comprendían estas predicciones de los profetas. Asimismo, estaba seguro de que nunca aparecería como el Hijo del Hombre descrito por el profeta Daniel. (LU 126:3.6)
Cuando Jesús hubo terminado esta lectura, pasó a los Profetas y leyó en Jeremías: «‘Si no queréis escuchar las palabras de mis servidores, los profetas que os he enviado, entonces pondré a esta casa como Silo, y haré de esta ciudad una maldición para todas las naciones de la Tierra’. Los sacerdotes y los educadores oyeron a Jeremías pronunciar estas palabras en la casa del Señor. Y sucedió que, cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había ordenado que proclamara a todo el pueblo, los sacerdotes y los educadores lo agarraron, diciendo: ‘Es seguro que morirás’. Y todo el pueblo se apiñó alrededor de Jeremías en la casa del Señor. Cuando los príncipes de Judá oyeron estas cosas, se sentaron para juzgar a Jeremías. Entonces, los sacerdotes y los educadores hablaron a los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: ‘Este hombre merece la muerte porque ha profetizado en contra de nuestra ciudad, y lo habéis escuchado con vuestros propios oídos’. Entonces Jeremías dijo a todos los príncipes y a todo el pueblo: ‘El Señor me ha enviado a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad todas las palabras que habéis oído. Corregid pues vuestra conducta y reformad vuestras acciones, y obedeced la voz del Señor vuestro Dios, para que podáis escapar de los males que se han pronunciado contra vosotros. En cuanto a mí, heme aquí en vuestras manos. Haced conmigo lo que a vuestro entender os parezca bueno y justo. Pero tened por seguro que, si me quitáis la vida, atraeréis una sangre inocente sobre vosotros y sobre este pueblo, porque en verdad el Señor me ha enviado para decir todas estas palabras en vuestros oídos’.» (LU 153:2.2)
Los judíos creían devotamente que, al igual que Moisés había liberado a sus padres de la esclavitud egipcia mediante prodigios milagrosos, el Mesías esperado liberaría al pueblo judío de la dominación romana mediante milagros de poder aún más grandes y maravillas de triunfo racial. Los rabinos habían reunido casi quinientos pasajes de las Escrituras que, a pesar de sus contradicciones aparentes, eran profecías, según ellos, del advenimiento del Mesías. En medio de todos estos detalles de tiempo, de técnicas y de funciones, casi perdieron de vista por completo la personalidad del Mesías prometido. Esperaban el restablecimiento de la gloria nacional judía —la exaltación temporal de Israel— en lugar de la salvación del mundo. Es evidente pues que Jesús de Nazaret no podría satisfacer nunca este concepto mesiánico materialista de la mente judía. Si los judíos hubieran sabido ver estos pronunciamientos proféticos bajo una luz diferente, muchas de sus predicciones supuestamente mesiánicas hubieran preparado sus mentes de manera muy natural para reconocer en Jesús a aquel que cerraría una era e inauguraría una dispensación de misericordia y de salvación nueva y mejor para todas las naciones. (LU 136:1.3)
Aquella noche Jesús no durmió. Envolviéndose en sus mantas, se sentó a la orilla del lago para reflexionar, y reflexionó hasta el alba del día siguiente. Durante las largas horas de esta noche de meditación, Jesús llegó a comprender claramente que nunca conseguiría que sus discípulos lo vieran bajo otra forma que no fuera la del Mesías largo tiempo esperado. Al final reconoció que no había manera de emprender su mensaje del reino excepto como cumplimiento de la predicción de Juan, y como aquel que los judíos estaban esperando. Después de todo, aunque él no era el Mesías de tipo davídico, sí era en verdad el cumplimiento de las declaraciones proféticas de los videntes del pasado con mayores inclinaciones espirituales. Nunca más negó por completo que fuera el Mesías. La tarea de desenredar finalmente esta complicada situación decidió dejarla a la manifestación de la voluntad del Padre. (LU 137:5.3)
Entonces, uno de los espías de Jerusalén que había estado observando a Jesús y a sus apóstoles, dijo: «Observamos que ni tú ni tus apóstoles os laváis las manos convenientemente antes de comer pan. Debéis saber muy bien que la práctica de comer con las manos sucias y sin lavar es una transgresión de la ley de los ancianos. Tampoco laváis correctamente vuestras copas para beber ni vuestros recipientes para comer. ¿Por qué mostráis tan poco respeto por las tradiciones de los padres y las leyes de nuestros ancianos?» Después de haberlo escuchado, Jesús respondió: «¿Por qué transgredís los mandamientos de Dios con las leyes de vuestra tradición? El mandamiento dice: ‘Honra a tu padre y a tu madre’, y ordena que compartáis con ellos vuestros bienes si es necesario; pero promulgáis una ley basada en la tradición, que permite que los hijos desobedientes digan que el dinero que podría haber ayudado a los padres ha sido ‘entregado a Dios’. La ley de los ancianos libera así de sus responsabilidades a estos hijos astutos, aunque utilicen posteriormente todo ese dinero para su propio bienestar. ¿Cómo puede ser que anuléis el mandamiento de esta manera con vuestra propia tradición? Hipócritas, Isaías profetizó bien acerca de vosotros cuando dijo: ‘Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. Me adoran en vano, pues enseñan como doctrinas los preceptos de los hombres’.» (LU 153:3.3)
«Hoy veis que esto se cumple delante de vuestros ojos. Pero no veréis cumplirse el resto de la profecía del salmista, porque tenía ideas erróneas sobre el Hijo del Hombre y su misión en la Tierra. Mi reino está basado en el amor, es proclamado con misericordia y se establece mediante el servicio desinteresado. Mi Padre no está sentado en el cielo riéndose burlonamente de los paganos. No está colérico en su gran desagrado. Es verdad la promesa de que el Hijo recibirá por herencia a esos llamados paganos (en realidad, sus hermanos ignorantes y faltos de instrucción). Y recibiré a esos gentiles con los brazos abiertos, con misericordia y afecto. Se mostrará toda esta misericordia a los supuestos paganos, a pesar de la desacertada declaración de la escritura que insinúa que el Hijo triunfante ‘los quebrantará con una barra de hierro y los hará añicos como una vasija de alfarero’. El salmista os exhortaba a: ‘servir al Señor con temor’ —Yo os invito a que entréis, por la fe, en los elevados privilegios de la filiación divina; él os ordena que os regocijéis temblando. Yo os pido que os regocijéis con seguridad. Él dice: ‘Besad al Hijo, no sea que se irrite y perezcáis cuando se encienda su cólera’. Pero vosotros, que habéis vivido conmigo, sabéis muy bien que la ira y la cólera no forman parte del establecimiento del reino de los cielos en el corazón de los hombres. Sin embargo, el salmista vislumbró la verdadera luz cuando dijo al final de esta exhortación: ‘Benditos sean los que ponen su confianza en este Hijo’.» (LU 155:1.2)
Después de haber decidido hacer una entrada pública en Jerusalén, el Maestro se vio enfrentado a la necesidad de escoger un método apropiado para ejecutar esta resolución. Jesús reflexionó sobre las numerosas profecías, más o menos contradictorias, llamadas mesiánicas, pero sólo parecía haber una que pudiera seguir de manera apropiada. La mayoría de estas declaraciones proféticas describían a un rey, el hijo y sucesor de David, un hombre audaz y enérgico que liberaría temporalmente a todo Israel del yugo de la dominación extranjera. Pero había un pasaje en las Escrituras que a veces había sido asociado con el Mesías por parte de aquellos que más defendían el concepto espiritual de su misión; Jesús consideró que podría utilizar coherentemente este pasaje como guía para la entrada que proyectaba hacer en Jerusalén. Este escrito se encontraba en Zacarías y decía: «Regocíjate mucho, oh hija de Sión; da gritos de júbilo, oh hija de Jerusalén. He aquí que tu rey viene hacia ti. Es justo y trae la salvación. Viene como alguien humilde, montado en un asno, en un pollino, el hijo de una burra». (LU 172:3.4)
Natanael, aparte de apreciar los aspectos simbólicos y proféticos, fue el que estuvo más cerca de comprender las razones que tenía el Maestro para ganarse el apoyo popular de los peregrinos de la Pascua. Antes de llegar al templo, estuvo razonando que, sin esta entrada espectacular en Jerusalén, Jesús hubiera sido arrestado por los agentes del sanedrín y arrojado en un calabozo en cuanto se hubiera atrevido a entrar en la ciudad. Así pues, no le sorprendió en absoluto que el Maestro dejara de utilizar a la alegre multitud en cuanto se encontró dentro de los muros de la ciudad, después de haber impresionado tan poderosamente a los dirigentes judíos como para que éstos se abstuvieran de proceder a su arresto inmediato. Al comprender la verdadera razón que tenía el Maestro para entrar en la ciudad de esta manera, Natanael siguió adelante con naturalidad y con más equilibrio, y se sintió menos perturbado y desilusionado que los otros apóstoles por la conducta posterior de Jesús. Natanael tenía una gran confianza en la aptitud de Jesús para comprender a los hombres, así como en su sagacidad y destreza para manejar las situaciones difíciles. (LU 172:5.7)
««En el gran día del juicio del reino, muchos me dirán: ‘¿No hemos profetizado en tu nombre y hemos hecho muchas obras maravillosas por tu nombre?’ Pero yo me veré obligado a decirles, ‘Nunca os he conocido; apartaos de mí, vosotros que sois unos falsos educadores’. Pero todo el que escuche esta instrucción y ejecute sinceramente su misión de representarme ante los hombres, como yo he representado a mi Padre ante vosotros, encontrará una entrada abundante a mi servicio y en el reino del Padre celestial».» (LU 140:3.20)
En la cuestión de pronunciar una sentencia de muerte, la ley judía exigía que el tribunal celebrara dos sesiones. Esta segunda sesión debía tener lugar al día siguiente de la primera, y los miembros del tribunal debían pasar las horas intermedias ayunando y lamentándose. Pero estos hombres no podían esperar al día siguiente para confirmar su decisión de que Jesús debía morir. Sólo esperaron una hora. Mientras tanto, dejaron a Jesús en la sala de audiencia al cuidado de los guardias del templo, que junto con los criados del sumo sacerdote, se divirtieron acumulando todo tipo de indignidades sobre el Hijo del Hombre. Se burlaron de él, le escupieron y lo abofetearon cruelmente. Le golpeaban en la cara con una vara y luego le decían: «Profetiza, Libertador, y dinos quién te ha golpeado». Continuaron así durante una hora entera, ultrajando y maltratando a este hombre de Galilea que no ofrecía resistencia. (LU 184:4.1)
Su amor por los mortales ignorantes se revela plenamente mediante su paciencia y su gran serenidad frente a las burlas, los golpes y las bofetadas de los toscos soldados y de los criados irreflexivos. Ni siquiera se irritó cuando le vendaron los ojos y le golpearon burlonamente en la cara, exclamando: «Profetiza y dinos quién te ha golpeado». (LU 186:2.10)
Entonces Ganid exclamó: «Maestro, elaboremos tú y yo una nueva religión, que sea lo bastante buena para la India y lo bastante grande para Roma, y quizás podamos ofrecérsela a los judíos a cambio de Yahvé». Jesús replicó: «Ganid, las religiones no se elaboran. Las religiones de los hombres se desarrollan durante largos períodos de tiempo, mientras que las revelaciones de Dios brillan sobre la Tierra en la vida de los hombres que revelan a Dios a sus semejantes». Pero Gonod y Ganid no comprendieron el significado de estas palabras proféticas. (LU 132:7.6)
La religión ha sido siempre sobre todo un asunto de ritos, rituales, prácticas, ceremonias y dogmas. Normalmente se ha contaminado con un error sembrador de discordias permanentes, la ilusión del pueblo elegido. Todas las ideas religiosas cardinales —conjuro, inspiración, revelación, propiciación, arrepentimiento, expiación, intercesión, sacrificio, oración, confesión, adoración, supervivencia después de la muerte, sacramento, ritual, rescate, salvación, redención, alianza, impureza, purificación, profecía, pecado original— se remontan a los tiempos primitivos del miedo primordial a los fantasmas. (LU 92:3.2)
Los antiguos no trataban de conocer el futuro simplemente por curiosidad; querían esquivar la mala suerte. La adivinación era simplemente un intento por evitar las dificultades. En aquellos tiempos los sueños se consideraban como proféticos, y todo lo que se salía de lo normal era estimado como un presagio. Incluso hoy en día, las razas civilizadas están aquejadas de la creencia en los signos, las señales y otros vestigios supersticiosos del antiguo culto progresivo a los fantasmas. El hombre es lento, muy lento en abandonar aquellos métodos que le sirvieron para ascender de manera tan penosa y gradual por la escala evolutiva de la vida. (LU 87:5.14)
El éxtasis religioso es aceptable cuando resulta de unos antecedentes sanos, pero estas experiencias son con más frecuencia la consecuencia de influencias puramente emocionales que la manifestación de un carácter espiritual profundo. Las personas religiosas no deben considerar cada presentimiento psicológico fuerte y cada experiencia emocional intensa como una revelación divina o una comunicación espiritual. El éxtasis espiritual auténtico está generalmente acompañado de una gran calma exterior y de un control emocional casi perfecto. Pero la verdadera visión profética es un presentimiento super-psicológico. Estas experiencias no son ni seudo-alucinaciones ni éxtasis semejantes a los trances. (LU 91:7.3)
Después de haber resumido las enseñanzas de Jesús sobre el reino de los cielos, se nos ha permitido describir algunas ideas posteriores que se agregaron al concepto del reino, y emprender un pronóstico profético del reino tal como podría evolucionar en la era venidera. (LU 170:5.1)
Aquí, en el Paraíso periférico, se encuentran las enormes áreas de exposiciones históricas y proféticas asignadas a los Hijos Creadores, dedicadas a los universos locales del tiempo y del espacio. Hay exactamente siete billones de estas reservas históricas ya instaladas o en reserva, pero todas estas instalaciones reunidas ocupan solamente alrededor de un cuatro por ciento de la porción del área periférica que les está asignada. Deducimos que estas inmensas reservas pertenecen a las creaciones que algún día estarán situadas más allá de las fronteras de los siete superuniversos conocidos y habitados en la actualidad. (LU 11:4.3)
- La Importancia del Tiempo. El tiempo es la única dotación universal común para todas las criaturas volitivas; es el «talento» que ha sido confiado a todos los seres inteligentes. Todos tenéis tiempo para asegurar vuestra supervivencia; el tiempo sólo se desperdicia fatalmente cuando se pierde en la negligencia, cuando no lográis utilizarlo de tal manera que asegure la supervivencia de vuestra alma. El fracaso en sacarle el mayor partido posible al tiempo de uno mismo no conlleva consecuencias fatales; simplemente retrasa al peregrino del tiempo en su viaje de ascensión. Si se ha logrado la supervivencia, todas las demás pérdidas se pueden recuperar.
En la asignación de las obligaciones, el consejo de las Importancias del Tiempo es inapreciable. El tiempo es un factor vital en todo lo que se encuentra a este lado de Havona y del Paraíso. En el juicio final ante los Ancianos de los Días, el tiempo es un elemento a justificar. Las Importancias del Tiempo deben siempre aportar su testimonio para demostrar que cada acusado ha tenido tiempo suficiente para tomar sus decisiones, para llegar a una elección.
Estos evaluadores del tiempo son también el secreto de la profecía; describen el elemento de tiempo que será necesario para realizar cualquier empresa, y son tan fiables como indicadores como lo son los frandalanks y los cronoldeks que pertenecen a otras órdenes vivientes. Los Dioses prevén, y por lo tanto conocen de antemano; pero las autoridades ascendentes de los universos del tiempo deben consultar a las Importancias del Tiempo para poder pronosticar los acontecimientos del futuro. (LU 28:6.9-11)
- Los artistas proféticos —aquellos que proyectan los significados de la historia hacia el futuro. (LU 44:2.7)
- La alegría profética. A los mortales quizás les resulte difícil imaginar esta fase del humor, pero obtenemos una satisfacción particular de la seguridad de que «todas las cosas trabajan juntas para el bien» —para los espíritus y los seres morontiales, así como para los mortales. Este aspecto del humor celestial surge de nuestra fe en los cuidados amorosos de nuestros superiores y en la estabilidad divina de nuestros Directores Supremos. (LU 48:4.7)