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El hombre hace muchos intentos por encontrar la fuente de la eterna juventud, pero por mucho que se empeñe es impotente para evadir la enfermedad y la muerte. Como dice aquella frase, «polvo eres…». El libro de Urantia lo resume bien: «el hombre es una criatura de la tierra, un hijo de la naturaleza; por mucho ardor que ponga en intentar liberarse de la tierra, a fin de cuentas, puede estar seguro de que no lo logrará. «Polvo eres y al polvo volverás» se aplica al pie de la letra a toda la humanidad.» LU 68:6.1
La vida no es un camino de rosas. Nuestra existencia está llena de situaciones dolorosas y misteriosas difíciles de comprender, y esto es especialmente cierto para los primeros pobladores de nuestro planeta que empezaban a «escribir» en el libro de la vida con todas las páginas aún en blanco; nos dice el libro en el documento LU 86:2.2 que «la lucha por la vida es tan dolorosa que incluso en la actualidad algunas tribus atrasadas dan alaridos y se lamentan cada nuevo amanecer».
Y fue esta impotencia ante un entorno difícil y el miedo a las enfermedades y la muerte lo que dio origen a las primeras pinceladas de la religión evolutiva: «La comprensión de su impotencia ante las fuerzas poderosas de la naturaleza, junto con el reconocimiento de la debilidad humana ante los azotes de la enfermedad y la muerte, fue lo que impulsó al salvaje a buscar ayuda en el mundo supermaterial». LU 86:3.4
Luego, a medida que avanzamos, se van esclareciendo muchos de los fenómenos no comprendidos inicialmente, como las enfermedades. Fueron los descendientes adansonitas los primeros en saber de las causas materiales de la enfermedad. El método científico ha sido clave en destruir la magia y la superstición de las mentes primitivas, y será clave en el futuro para desterrar la mayoría de las enfermedades que nos acechan.
Pero la evolución es lenta y tiene un freno eficaz, y cuando estos logros van demasiado deprisa y no se acompaña de un crecimiento paralelo en valores, podemos retroceder (y lo comprobamos hoy) a eras pasadas, retomando el temor y la ansiedad propios de las tribus salvajes. El esoterismo y la magia reaparecen y el miedo se instala en nuestra vida generando enfermedad. La ansiedad y la depresión abundan en las historias clínicas y son el telón de fondo de muchas enfermedades físicas. Muchos médicos desconocen esta conexión de mente-cuerpo y solo tratan «la punta del iceberg».
Solo la búsqueda de la verdad y el abandono de la pereza intelectual pueden esclarecer nuestras dudas y cambiar el miedo por la alegría de vivir.
Las enseñanzas contenidas en la revelación son claves para entender mucho de lo que nos ocurre. En primer lugar, vivimos en un planeta evolutivo hecho de materia. En nuestro caso, además, se trata de un planeta decimal donde se experimenta con la vida para intentar mejorarla.
Los Hijos Creadores son los encargados de salir al espacio y, a través de sus asociados, crear estos mundos y los seres que los habitan. Se valen de los Portadores de Vida, los encargados de llevar a cabo en los laboratorios cósmicos las modificaciones químicas necesarias para formular la vida, el ADN, que contiene todo el potencial de la evolución física en los planetas. Estudian también la relación de cuerpo-mente-espíritu, una jerarquía clave para comprender al ser humano, al hombre.
A nivel físico, nuestro cuerpo es un diseño creativo supermortal (LU 118:9.3) y prevén fórmulas para la curación de las heridas que podamos tener y evitar la proliferación descontrolada de las células. Pero a veces, producto de la evolución que han «diseñado», aparecen formas intermedias, aparentemente inútiles, que pueden ser «previstas» o «imprevistas» para ellos. Hablamos de bacterias y virus que han causado verdaderos estragos en la población de todas las épocas evolutivas. Recientemente hemos vivido una situación especialmente difícil de carácter global, como la pandemia del coronavirus.
Y uno de los planes que estos seres tenían en previsión para resolver, en parte, este problema era la venida de los hijos materiales Adán y Eva, elevadores biológicos cuyos genes tenían que haberse mezclado en gran medida con los nuestros para, entre otras cosas, hacernos más resistentes a la enfermedad, aparte de elevarnos espiritualmente, algo que también incide en nuestra salud.
De esta manera, los planes fallidos, como la rebelión de Lucifer y la falta de Eva, han impedido que avancemos tanto en el plano material como en el espiritual, y que aún estemos rodeados de enfermedades y de tinieblas, a pesar de que haya habido una gran mejora desde entonces para la raza humana.
Aparte de que estamos hechos de materia y que nuestras elecciones no nos han ayudado a progresar más, existe otra causa poco comprendida que tiene que ver con que formamos parte de una gran familia cuyo destino y bienestar están a cargo de esa función de la Trinidad, de la providencia, que gestionan tanto el Actor Conjunto como el Ser Supremo.
Estos movimientos de la supremacía son claves para que la totalidad alcance esa perfección hacia la que caminamos todos, tanto como individuos como colectivo, como humanidad. Y así, las grandes catástrofes o epidemias globales podrían tener un objetivo a nivel del todo, que incluso los seres celestiales más evolucionados desconocen: «La mente humana puede imaginar mil y una cosas — acontecimientos físicos catastróficos, accidentes espantosos, desastres horribles, enfermedades dolorosas — y preguntarse si estas calamidades están correlacionadas con las maniobras desconocidas de esta actividad probable del Ser Supremo. Francamente, no lo sabemos; Pero sí observamos que a medida que pasa el tiempo, todas estas situaciones difíciles y más o menos misteriosas siempre se resuelven para el bienestar y el progreso de los universos.» LU 10:7.5
Además, vivimos en un mundo de contrastes para poder experimentar el valor más elevado. Y si el placer tiene que experimentarse, no lo podemos hacer más que sabiendo lo que es el dolor y el sufrimiento: «El placer - la satisfacción de la felicidad - ¿es deseable? Entonces el hombre debe vivir en un mundo donde la alternativa del dolor y la probabilidad del sufrimiento son posibilidades experienciales siempre presentes.» LU 3:5.14
Jesús, durante su vida en la tierra, continuó aclarando muchos malentendidos sobre las enfermedades y la aflicción, aunque le fue muy difícil hacerlo comprender:
«Mientras viajaban hacia Filadelfia, Jesús continuó enseñándoles y respondiendo a sus preguntas sobre los accidentes, las enfermedades y los milagros, pero no fueron capaces de comprender plenamente esta enseñanza. Una hora de enseñanza no es suficiente para cambiar por completo las creencias de toda una vida…» LU 166:4.12
En los documentos 148 y 166 se encuentran estas grandes enseñanzas. El Maestro hizo una declaración final que resume estas cuestiones: «El Padre que está en los cielos no aflige voluntariamente a los hijos de los hombres. El hombre sufre, en primer lugar, por los accidentes del tiempo y las imperfecciones de la desdicha de una existencia física desprovista de madurez. En segundo lugar, sufre las consecuencias inexorables del pecado - de la transgresión de las leyes de la vida y de la luz. Y finalmente, el hombre recoge la cosecha de su propia persistencia inicua en la rebelión contra la justa soberanía del cielo sobre la Tierra. Pero las miserias del hombre no son un azote personal del juicio divino. El hombre puede hacer, y hará, muchas cosas para disminuir sus sufrimientos temporales. Pero libérate de una vez por todas de la Jesús hizo su declaración final: de que Dios aflige al hombre a instancias del maligno». LU 148:6.11
A veces es en la adversidad donde encontramos muchas verdades… incluso a Dios en nosotros (LU 48:7.18). Eso le ocurrió a Job, el cual «a través de un sufrimiento mal comprendido, se elevó a un plano sobrehumano de comprensión moral y de perspicacia espiritual» LU 148:6.2.
La manera que encontraba Jesús de ayudar a los hombres no era tanto curar su cuerpo material como «resolver sus problemas espirituales, y, de esta manera, vivificar su mente de tal forma que se encuentren mejor preparados e inspirados para intentar resolver sus múltiples problemas materiales» (LU 148:5.4)
De hecho, en un momento dado se le veía cierta preocupación porque no deseaba hacer milagros, curar enfermedades, ya que no llevan al hombre a iluminarse espiritualmente, sino que tenía una misión mucho más importante que hacer entre nosotros, como era revelar al Padre y dejar una vida de ejemplo para nuestro crecimiento espiritual.
«Meditaba sobre el grave peligro de verse obligado a consagrar tal cantidad de su tiempo al cuidado de los enfermos y afligidos, que su misión de establecer el reino espiritual en el corazón de los hombres se vería obstaculizada por el ministerio de las cosas físicas, o al menos subordinada a dicho ministerio. (…) Aunque no deseaba evitar por completo ayudar a los enfermos, sabía que también tenía que hacer un trabajo más importante, el de la enseñanza espiritual y la educación religiosa.» LU 145:5.1
Por eso enseñó a sus apóstoles y a otras personas cómo estaba constituido el ser humano, que era la unión de cuerpo, mente y espíritu, para hablarles de los diferentes tipos de enfermedades que nos afectan y de cómo debían unificarse para lograr salud y armonía.
En el hospital de Betsaida, el primer hospital del reino, Jesús empleó todos los medios materiales a su alcance para curar a estos enfermos, pero no descuidaba las prácticas espirituales como la oración y el estímulo de la fe, como complementos indispensables para la mejora de nuestra salud a través de la unificación de nuestra personalidad.
«La salud, la eficacia mental y la felicidad resultan de la unificación de los sistemas físicos, de los sistemas mentales y de los sistemas espirituales. La felicidad más grande está indisolublemente enlazada con el progreso espiritual.» LU 100:4.3
Esta fe viva es la que llevó a muchas personas a curarse, aunque ellos creían que Jesús había hecho el milagro. Sin duda, cuando tenemos una fe viviente, experimentada a través del Espíritu de la Verdad de Jesús, puede llegar a transformar y transfigurar nuestra mente de tal manera que produce un mejoramiento del mecanismo energético material (cerebral) que está debajo y subordinado a ella.
«Muchas de las curas efectuadas por Jesús …se parecían en verdad a obras milagrosas, pero se nos ha indicado que se trataba únicamente de esas transformaciones de mente y de espíritu que a veces se producen en la experiencia de las personas expectantes y dominadas por la fe, cuando se encuentran bajo la influencia inmediata e inspiradora de una personalidad fuerte, positiva y benéfica, cuyo ministerio destierra el temor y destruye la ansiedad.» LU 148:2.2
El miedo y la ansiedad generan mucha enfermedad física debido a la influencia que la mente tiene sobre nuestro cerebro electroquímico y la dañina liberación de sustancias a nuestro torrente sanguíneo, que finalmente se manifiestan en una enfermedad del cuerpo. Por eso insistió en que practicáramos el diálogo y la amistad con Dios a través de la oración y de la adoración, como métodos para mejorar nuestro cuerpo y nuestra alma. Su vida de ejemplo y su fe viviente es el camino para mejorar nuestra salud aquí y obtener la vida eterna en el más allá.
Y será finalmente la ciencia, el método científico, el que desterrará más adelante la mayoría de las enfermedades que nos asolan en este mundo: «Cuando los científicos de Urantia conozcan mejor estas sustancias químicas curativas, serán más eficaces en el tratamiento de las heridas, e indirectamente sabrán controlar mejor ciertas enfermedades graves.» LU 65:4.5
La muerte no existe para los que creen en Dios y encuentran esta fe viva a través de las vicisitudes de la existencia como triunfante sobre la duda.
La perspectiva moroncial o filosofía mota, esa visión cósmica, algún día nos hará comprender plenamente que siempre fuimos seres de transición, como «orugas» destinadas a convertirse en crisálidas y luego en mariposas. Desde la perspectiva cósmica, nuestra etapa es solo larval.
La rebelión solo ha agudizado la muerte haciéndola más violenta, desordenada, y trayendo el elemento de la incertidumbre a través de la agudización de las enfermedades. Pero en un mundo en luz y vida las muertes se tornan fenómenos más amables, transiciones sabias, incluso llega un punto en que los escapes terrestres son controlados.
La muerte ya no se producirá como mecanismo de escape terrestre; nuestros familiares y amigos podrán acudir a un gran templo, construido en el planeta, para despedirnos y ver cómo nos fusionamos con nuestro espíritu interior en un «destello de vida», tal y como les sucedió a Enoc y Elías.
«Las escenas de llantos y de lamentos, características de las épocas primitivas de la evolución humana, son reemplazadas ahora por una alegría extática y por el entusiasmo más sublime cuando estos mortales que conocen a Dios se despiden temporalmente de sus seres queridos mientras son apartados de sus asociaciones materiales por los fuegos espirituales de una grandiosidad arrolladora y de una gloria ascendente. En los mundos establecidos en la luz y la vida, los «funerales» son ocasiones en que se experimenta una alegría suprema, una satisfacción profunda y una esperanza inexpresable.» LU 55:2.5
Cuando un ser humano es consciente de Dios, ya está seguro de salvarse y no le teme ni a la vida ni a la muerte. Comprende y soporta valientemente los sufrimientos inevitables de una vida en la materia gobernada por leyes físicas hechas por Dios mismo (LU 156:5.20). Comprende que «la muerte sólo es el comienzo de una carrera de aventuras sin fin, de una vida perpetua de anticipaciones, de un eterno viaje de descubrimientos» LU 14:5.10.
Jesús también nos acompañó en este sufrimiento como nadie, dando su vida en la cruz por amor.
«Nadie puede temer nunca que el Creador no conozca la naturaleza o el grado de sus aflicciones temporales.» LU 188:5.12
Y aunque no desea evitarnos la adversidad, también nos ha prometido estar a nuestro lado en el sufrimiento.
Finalmente, «…para todo ser humano debería ser un verdadero consuelo comprender que "Él conoce vuestra estructura; se acuerda de que sois polvo» LU 3:3.2
De esta manera, la evolución ha conseguido su fin: a través de ese temor supersticioso a lo desconocido y el terror a la enfermedad y a la muerte que constituyen el andamiaje para alcanzar el concepto de Dios, una vez que ha conseguido progresar en el conocimiento sobre Él, la acción coordinada de la revelación (como son las enseñanzas contenidas en El libro de Urantia), esta técnica de crecimiento evolutivo pone en movimiento las fuerzas mentales que, poco a poco, irán destruyendo inexorablemente el andamiaje que, era tras era, ha cumplido ya su misión (cita no textual, LU 90:3.10).