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La lectura de El Libro de Urantia | Luz y Vida — Núm. 39 — Marzo 2015 — Índice | El universo es un lugar increíblemente grande |
Es imposible que ningún gobierno, u operación política o militar se pueda llevar a cabo, menos aún como fue la del Maestro Jesús en la tierra, de proselitismo desafiante a la autoridad religiosa establecida, pueda funcionar sin un sistema y un Jefe de Inteligencia y su respectivo equipo de agentes que reúnan la información necesaria para poder dar los pasos adecuadamente. No olvidemos que la información es poder. Los movimientos de Jesús, si bien es cierto que el sabia el fin desde el principio, pero nunca uso esa prerrogativa por su propia decisión, en el sentido de solo atenerse a su mente puramente humana, fueron asesorados con gran precisión, dedicación y lealtad por David Zebedeo, propio hermano de Santiago y Juan Zebedeo. David era uno de los Hermanos del Trueno, como llamaba Jesús a Santiago y Juan. David no fue apóstol, ni tampoco fue llamado por el Maestro sino que fue él, solo, lentamente tomando la responsabilidad de mantener informado a Jesús con el cuerpo de mensajeros, y de prestarle protección mediante una vigilancia permanente, de ayudarlo con la logística de los viajes, tiendas, alimentación y de informarle el estado de los lugares donde se dirigía, y los avances que iban logrando los evangelistas.
ESTE ES MI HOMENAJE A ESTE GRAN HOMBRE, «MI HÉROE DE EL LIBRO DE URANTIA»
La primera mención de David Zebedeo está relacionada con la redada de los peces en LU 145:1.1. A Jesús, luego de una intensa instrucción a la multitud, lo fueron cercando y empujando hacia la orilla del mar donde estaba la barca de David, que llevaba el nombre de Simón, ya que había sido de Simón Pedro anteriormente y había sido construida por el Maestro mismo. Estaban David y un tal Simón (ayudante de él) limpiando las redes luego de una larga noche sin resultados. Jesús, después de haber interrumpido su trabajo para hablar a la multitud desde la barca, lo invitó a navegar y volver a tirar las redes. Simón, el ayudante de David, le dijo a Jesús que no valía la pena, pero estuvo dispuesto a seguir las instrucciones del Maestro porque David así se lo indicó. Tiraron las redes en el lugar que Jesús le dijo, y fue tanta la pesca que lograron que tuvieron que llamar a sus socios que estaban en tierra y trajeron tres barcas más, que llenaron hasta sus bordas. Desde ese día, David Zebedeo y este Simón dejaron sus redes y siguieron al Maestro.
Más tarde, entre mayo y octubre del año 28 d.C., cuando Jesús y el cuerpo apostólico residió en Betsaida en la que era la casa de Zebedeo, su cuartel general, se fue armando un campamento que llego a albergar a 1.500 personas, buscadores de la verdad, curiosos, seguidores leales del Maestro, etc. Esta ciudad de tiendas estuvo bajo la supervisión de David, a quien asistieron los gemelos Alfeo. El campamento, nos cuentan los reveladores, era un modelo de orden, sanidad y administración. Los enfermos estaban en un hospital de campaña bajo el mando de un medico creyente, sirio, llamado Elman. Los apóstoles salían a pescar mínimo un día por semana, le vendían la pesca a David, que a su vez alimentaba a los pasajeros del campamento. David manejó esta gran ciudad de tal forma que se convirtió en una empresa capaz de autoabastecerse.
Por esos días llego al campamento desde Bagdad un profeta, o algo así, que entraba en trance y según él tenía visiones peculiares. Simón Celotes le quiso dar su merecido a este mal llamado profeta llamado Quirmet, pero el Maestro lo dejó continuar por unos días. Pronto se enteraron de que estaba loco y regresó a Bagdad rápidamente, luego que David, junto a unos ayudantes, le dieran varias zambullidlas en el mar. Grande David, le dio un buen escarmiento al falso profeta ese.
A lo largo de ese periodo y hasta el último viaje a Jerusalén de Jesús y los doce, David mantuvo su cuartel general en la casa de su padre en Betsaida. Fue este el centro de distribución de trabajo de Jesús en la Tierra y el centro de transmisión de mensajería que usaba David entre los trabajadores del reino de las distintas zonas de Palestina y regiones adyacentes. Mantuvo entre cuarenta y cincuenta mensajeros en esta división de información de los trabajadores del reino. Lo más importante, recalcan los reveladores, es que todo esto David lo hizo por su propia iniciativa, con la aprobación de Andrés. Esto es notable, seguía pescando para poder mantenerse y mantener toda esa infraestructura, pero lo hizo porque creyó en Jesús y en su obra.
Permanentemente recurrían a los mensajeros de David, Jesús incluido, para indicar instrucciones y noticias y novedades a los evangelistas dispersos por las distintas regiones donde se estaba llevando a cabo la obra del Maestro.
Cuando el Maestro llamo a las primeras diez mujeres que compusieron el cuerpo de mujeres evangelistas, fue David y su servicio de mensajeros quienes las citaron ante la presencia de Jesús.
En las giras de predicación, Jesús se pasaba dos o tres días con los distintos grupos de evangelistas, seguía viaje para unirse a otro grupo, y sabía la ubicación y movimiento de cada uno de ellos por los mensajeros de David. Por intermedio de estos mensajeros, cada uno de estos grupos se mantenían informados del progreso de la gira, y las noticias de los otros grupos eran siempre estimulantes para estos trabajadores separados y diseminados.
En la semana de descanso, en los últimos días en Cafarnaúm, solía el Maestro salir de pesca con David, y aunque permaneció mucho tiempo a solas, siempre fue custodiado, a prudente distancia, por dos o tres mensajeros de David, quien a su vez sabía siempre dónde estaba su Maestro.
Jesús aprobó que David Zebedeo continuara con el servicio de mensajeros por todo el país, y David, al despedirse del Maestro dijo: «Maestro, sal y haz tu obra. No te dejes atrapar por los fanáticos, y no dudes que los mensajeros estarán siempre a tu alcance. Mis hombres no te perderán nunca de vista, y por su intermedio estarás informado sobre el progreso del reino en otras regiones, y por ellos sabremos nosotros de ti. Nada puede ocurrirme que interfiera con este servicio, porque he nombrado líderes sustitutos en primero, segundo y aun tercer término. No soy instructor ni predicador, pero mi corazón me exige que haga esto, y nadie podrá disuadirme».
Aquí tenemos la mayor demostración de lealtad y amor de un hombre por Jesús. Estaba dispuesto a todo, inclusive a dar su vida.
Por esos mismos días de mayo del año 29 d.C., en Tiberias, luego de varios intentos fallidos, lograron los líderes religiosos y políticos de Jerusalén convencer a Herodes Antipas de que aprobara un plan para que los líderes del sanedrín arrestaran a Jesús y lo llevaran a Jerusalén acusado de infracciones religiosas. El 22 de mayo de ese año llegaron los mensajeros de David a la casa de Zebedeo, cuartel general de Jesús y de David también, con la noticia de que Herodes habría autorizado y ordenado el arresto del Maestro por parte de los oficiales del sanedrín. Como comprenderán, esto revolucionó el día completamente. Jesús debía huir de ahí. Avisaron a la familia de Jesús, quienes se apresuraron a verlo pero no pudieron por el gentío que rodeaba al Maestro, que estaba hablándole a la gente. Al subirse a la barca que lo llevaría al otro lado del lago, le dijo a David que le explicara a su familia lo sucedido.
Se fue con sus doce apóstoles y los doce evangelistas desde Betsaida a la costa oriental del mar de Galilea, seguidos por una barca más pequeña con seis de los mensajeros de David con instrucciones de seguir cada paso, cada movimiento de Jesús y de este grupo, informando permanentemente a él, que estaría en la casa de su padre, el cuartel general. Desde ahí, David monitoreo y siguió los pasos de los veinticinco instructores de la verdad y viceversa.
Permanentemente durante todas estas peripecias del Maestro y sus seguidores, David siempre sabía dónde estaba y a dónde se dirigiría.
El año 29 d.C., concretamente el domingo 7 de agosto, por medio de los mensajeros de David, el Maestro arregló una reunión con toda su familia en Cafarnaúm, ya que él se encontraba en Cesárea de Filipo, que se realizaría en el taller de barcas de Zebedeo. David concertó esta cita con Judá, hermano del Maestro, para que toda la familia de Nazaret estuviese presente. Era intención de María y sus hermanos asistir a ese llamado de Jesús, quien fue con Andrés y Pedro.
Lamentablemente llegó un grupo de fariseos a la casa de María para averiguar del Maestro lo que sabían ellos, que se encontraba al otro lado del lago en los dominios de Felipe. No pudo ser, acamparon los fariseos en la puerta de la casa de María y no pudo salir ninguno de sus hermanos ni hermanas a reunirse con el Maestro. Todo esto fue informado con precisión por los mensajeros de David, que siempre estaban al tanto de lo que le pudiera suceder a Jesús, y con esta valiosa información se evitó el arresto anticipado del Maestro. Lamentablemente esta reunión con su familia terrenal no se pudo realizar.
Aún estaban el Maestro, Andrés y Pedro a orillas del lago, cerca del taller de barcas, cuando un recolector de impuestos del templo reconoció a Jesús, llamó a Pedro a un lado y le hizo la siguiente pregunta: «¿Acaso no paga vuestro maestro el impuesto del templo?». Pedro estuvo tentado de manifestar indignación ante este cobrador que le venía, encima, a cobrar impuestos para el templo de los enemigos jurados de Jesús, pero en esas condiciones, y más aún sabiendo que estaban en tierras donde al Maestro lo podían arrestar, le respondió: «Por supuesto, el Maestro paga el impuesto, espera junto al portón y enseguida vuelvo con el dinero». Pero Pedro, para variar, habló sin pensar, Judas tenia la bolsa y estaba al otro lado del lago, y ni él, ni su hermano ni el Maestro habían traído dinero. Tampoco podían ir a Betsaida a conseguir el dinero, pues los fariseos andaban tras los pasos del Maestro. Pedro fue y le contó a Jesús lo que estaba sucediendo, y la respuesta de él fue que debía pagar, «volverás a ser pescador», le dijo Jesús, «echarás la red y, con lo que pesques, lo venderás y le pagarás al recolector, aquí te esperaremos». Pero nadie se enteró que ahí estaba un mensajero secreto de David que escuchó la conversación y le hizo una seña a un asociado que se encontraba pescando cerca de la orilla, para que volviera pronto.
Pedro ya se estaba preparando para salir a pescar, cuando este mensajero y su amigo le pasaron varias cestas con pescados y lo ayudaron a llevarlas donde el comprador, quien le pagó bastante más que el impuesto que debían pagar. Una vez más los mensajeros de David, oportuna y eficientemente, cumplían con su deber de cuidar al Maestro y a sus asociados, siempre.
Estaban en Betsaida Julias, y los fondos llegaban a su fin, estaban en la casa de Celsus esperando a los mensajeros con algún dinero que les mandaría David. Después del colapso de la popularidad de Jesús, el tesoro apostólico estaba vacío. Mateo, que era el encargado de conseguir fondos, no quería dejarlos en ese momento y no tenía dinero para entregárselo a Judas. Pero David Zebedeo previó esta situación e instruyó a sus mensajeros que, mientras se abrían camino a través de Judea, Samaria y Galilea, actuaran como recolectores de dinero para llevárselo a sus apóstoles y a su Maestro que estaban en el exilio. Ese mismo día por la noche llegaron los mensajeros de David con fondos suficientes hasta su retorno. Aquí podemos ver, en esta situación, que estos valerosos y serviciales mensajeros, instruidos y seleccionados por David Zebedeo, incluso recolectaron dinero para que el Maestro pudiera seguir adelante con su obra magistral.
Durante la gira por la Decápolis, ya de retorno a Magadán, ninguno de los asociados ni de los seguidores de Jesús apreciaban realmente el gran valor que tenían los mensajeros de David. No solo mantenían a los creyentes en contacto unos con los otros, con Jesús y los apóstoles por toda Palestina, sino que en esos tiempos difíciles, además, recolectaban fondos no solo para el mantenimiento de Jesus y sus asociados, sino también para ayudar a las familias de los doce apóstoles y de los doce evangelistas. Eran un grupo de excelencia, de gran importancia en la megalabor de Jesús.
Así trabajan siempre los servicios de inteligencia, con muy bajo perfil, y esta no fue una excepción.
De Magadán, Jesús se traslado a Perea cerca de Pella, donde había sido bautizado en el Jordán. Se instalaron donde mismo estuvo el campamento de Juan el Bautista. David levantó el campamento de Magadán. Y trasladó las cosas a lomo de animales a Betsaida.
Comenzaron a llegar peregrinos de todas partes de Palestina, de otras partes del imperio Romano, del este del Tigris y de Mesopotamia. Junto a sus mensajeros volvieron a cargar sus animales de carga y procedió rumbo al sur por la orilla del lago a lo largo del Jordán hasta aproximadamente un kilometro al norte del campamento apostólico. En menos de una semana estaba preparado para recibir a mil quinientas personas. Era temporada de lluvias en Palestina, por lo tanto era primordial hacer estos campamentos.
David hizo todo esto por iniciativa propia, aunque se asesoró con Felipe y Mateo. La mayor parte de sus mensajeros se transformaron en asistentes de esta pequeña ciudad de carpas, y unos veinte siguieron con el trabajo de mensajería y escucha para saber los pasos de los enemigos de Jesús.
Jesús siguió con sus viajes de predicación y siempre iba sabiendo de los avances de la presentación del reino de los cielos gracias a los mensajeros de David, informes de toda Palestina, Alejandría y Damasco.
A la partida de Pella se cerró el campamento de David por instrucciones de Andrés el quince de marzo. Para ese entonces residían ahí unos cuatro mil peregrinos y otros mil en el campamento apostólico. David a regañadientes vendió todo a distintos compradores y se dirigió a Jerusalén con los fondos, entregándoselos posteriormente a Judas Iscariote.
No hay que olvidar que David estuvo presente en Jerusalén durante toda la semana trágica que terminó en la crucifixión del Maestro. Cuando esperaba a Jesús y los apóstoles, lo hizo en Betania en casa de Lázaro, Marta y María y quedó muy agitado al ver cómo los fariseos maltrataban y perseguían a Lázaro. Por instrucciones de Andrés, desarmó el sistema de mensajería, y se sintió como sin trabajo. Acompañó a Lázaro hasta el momento de su partida a Filadelfia, donde estaba Abner, y ayudó a Marta y a María a vender todos sus bienes para que se fueran donde su hermano. David posteriormente se fue definitivamente a Filadelfia, donde se hizo cargo de las finanzas de la iglesia abneriana.
Ya en Jerusalén, el domingo 2 de abril, David entregó a Judas Iscariote los fondos de la venta de las tiendas y enseres de los campamentos anteriores. Ese mismo domingo 2 de abril fue el día que el Maestro decidió su entrada a Jerusalén montando un asno, y fue David nuevamente quien partió adelante a Jerusalén avisando al gentío de peregrinos que esa tarde ingresaría Jesús triunfante. Lo siguieron varios de sus exmensajeros, quienes lograron una gran convocatoria pues se diseminaron entre la gente avisando de la llegada del Maestro.
Cuando las cosas entraron en la etapa final y la muerte del Maestro a manos de los altos sacerdotes era inminente, y el hecho de que Jesús no ejercería su poder divino, David, que estaba mirando un poco desde fuera, con perspectiva, pues recibía informes de aquí y de allá, o sea desde el grupo apostólico y de sus agentes diseminados por Jerusalén, más lo que le había escuchado al Maestro, y puesto que él le creía de todo corazón, por su propia iniciativa, como casi siempre, envió un mensajero a Betsaida donde su madre para que viniese a Jerusalén y que trajese a la madre de Jesús, María, y a toda su familia. Le llegó pronto la noticia de que la familia del Maestro y su madre venían en camino, y que al día siguiente por la tarde, o a más tardar al día subsiguiente estarían en Jerusalén. David, como dijimos, decidió esto por iniciativa propia, y por esta razón prefirió mantener en estricto secreto esta venida de la familia del Maestro, que ya estaba en camino. Esa misma noche, Jesús indagó cuidadosamente sobre la familia de cada uno de sus apóstoles y, volviendo la mirada sobre David, le preguntó si alguien sabía algo de su propia madre, su hermana menor y otros integrantes de su familia.
David bajó la vista y no se atrevió a responder. Esa fue una noche muy compleja, los mensajeros de David iban y venían, comunicándose solo con él, y esa misma noche le comunicaron a David la partida de Lázaro a Filadelfia, antes de ser arrestado por orden del sanedrín.
Al día siguiente, jueves 5 de abril, después de que el Maestro estuvo con sus seguidores más cercanos reunidos cerca del campamento del Olivete, regresaron al mediodía y David les tenía preparado el almuerzo.
Poco después de este almuerzo, los apóstoles se enteraron de la huida de Lázaro, de Betania a Filadelfia, lo que les produjo mayor angustia pues sintieron la determinación del sanedrín de terminar con la vida de Jesús y con sus enseñanzas. David, mediante el trabajo de sus agentes secretos en Jerusalén, tenía información en detalle de los pasos de Judas Iscariote, del papel que él representaba en este complot, y del progreso del plan para arrestar y asesinar al Maestro. Jamás les reveló ni a los apóstoles ni a los otros discípulos esta información. Esta es prueba de su tremenda discreción. Poco después de almorzar condujo a Jesús aparte, atreviéndose a preguntarle si él sabía; pero no pudo continuar su pregunta pues el Maestro levantó su mano, lo interrumpió y le dijo: «Si, David, lo sé todo, y sé que tu sabes, pero asegúrate de no d e círs elo a ningún hombre, solamente no dudes en tu corazón de que al fin triunfará la voluntad de Dios». Llegó en ese momento un mensajero desde Filadelfia con un mensaje de Abner, quien preguntaba si era necesario que viajara a Jerusalén, pues sabía del complot contra el Maestro. Y este le respondió, para que se lo dijera a Abner, diciendo: «Continúa con tu obra; si yo te abandono en la carne, es solo para que pueda retornar en el espíritu. No te abandonaré. Estaré contigo hasta el fin».
A todo esto, Felipe se acerco al Maestro para preguntarle sobre qué harían y dónde seria la cena de pascua. Jesús lo mandó a por Pedro y Juan. Judas, al escuchar esta conversación se acercó, llegaron Pedro, Juan y Felipe. David, viendo esta escena, se acercó a Judas y le conversó de otras cosas pendientes entre ellos, impidiéndole escuchar lo que el Maestro conversó y ordenó a los otros tres apóstoles. Ese fue el momento en que Jesús instruyó a los tres, Pedro, Juan y Felipe, para que fueran a la casa de Juan Marcos, donde se realizaría la última cena, pero sin que Judas Iscariote se enterara, gracias a la hábil maniobra del jefe de inteligencia, David Zebedeo. Judas quiso seguirlos a los tres, pero David tenía varios asuntos pendientes con Judas, por lo que no le resultó difícil evitar que se fuera detrás de los tres apóstoles y se quedara con él. David le hizo ver que, en vista de las dificultades que estaban enfrentando, sería bueno que le diera algo de dinero a él para futuros acontecimientos, y Judas reflexionando le entregó todos los dineros del fondo apostólico. Así pues, David en ese momento recibió todo el dinero en efectivo y los recibos de los dineros en depósito. Los apóstoles se enteraron de esto la noche siguiente.
Se enteraron con gran sorpresa al volver al campamento que Judas Iscariote no estaba.
Mientras los once discutían acaloradamente el asunto de este traidor, David y Juan Marcos apartaron a Jesús una corta distancia para revelarle que sabían de los pasos del maldito, que lo entregaría a sus enemigos. Jesús los escucho y dijo: «Amigos míos, nada puede suceder al Hijo del Hombre a menos que sea la voluntad del Padre en el cielo. Que no se atribule vuestro corazón; todas las cosas laborarán juntas para la gloria de Dios y la salvación de los hombres».
A esas alturas de la proximidad de la peor tragedia de este planeta, algunos de los apóstoles se durmieron porque estaban exhaustos y otros seguían a Simón Celotes, que tenía armas para defender a Jesús. Nueve de ellos las recibieron y se fueron a dormir. Para estos hombres, en ese momento, debe haber sido terriblemente tenebroso pensar en la traición del maldito Judas. Habían vivido juntos, habían compartido tantas experiencias. Entre esta situación, el Maestro llamó a David y le pidió que le trajera a su mensajero más veloz y más confiable. David fue y volvió con un tal Jacobo, que había sido corredor nocturno del servicio de mensajería entre Jerusalén y Betsaida y Jesús, posando su mirada sobre él, le dijo: «Vete a toda prisa donde Abner a Filadelfia y di: el Maestro te envía salutaciones de paz y dice que ha llegado la hora que será entregado a las manos de sus enemigos, quienes lo matarán, pero que él se levantará de entre los muertos y aparecerá ante ti pronto, antes de ir al Pa,dre y que entonces te guiará hasta el momento en que el nuevo Maestro venga a morar en tu corazón». El Maestro lo envió diciéndole: «Jacobo, no temas a ningún hombre en tu camino, ya que esta noche un mensajero invisible correrá a tu lado».
Solo a personas como a David Zebedeo se le pueden encomendar misiones tan delicadas y de tan alta confianza, y David supo elegir a sus hombres, lo que habla de su buen tino y conocimiento de los seres humanos.
Los apóstoles pensaron que los guardias vendrían por Jesús al día siguiente ya que no había actividades, pero David y Juan Marcos comprendieron que los enemigos de Jesús vendrían con Judas esa misma noche.
Es notable y hay que destacar a Juan Marcos pues era un jovencito. Las conversaciones que tuvo con Jesús fueron pletóricas, llenas de amor y sentimientos mutuos. Estoy seguro de que habría podido ser el jefe de inteligencia si hubiese tenido más edad. Por eso con David tuvieron absoluta coincidencia. Su devoción por el Maestro era total.
David había dispuesto un punto de vigilancia para él y otro para Juan Marcos, y antes de irse a su puesto se despidió del Maestro diciendo: «Maestro, he conocido gran felicidad al servir contigo. Mis hermanos son tus apóstoles, pero yo me he regocijado en las cosas menores que se debían hacer, y te echaré de menos con todo mi corazón cuando tú te hayas ido». Entonces dijo Jesús a David: «David, hijo mío, otros han hecho lo que se les indicó que hicieran, pero este servicio tú lo has hecho de tu propio corazón, y conozco tu devoción. Tu también algún día servirás conmigo en el reino eterno».
Ustedes se podrán imaginar la carga de emociones que tienen que haber recorrido la mente y el cuerpo de este ser humano en ese momento, despidiéndose de su Maestro, a quien dedico su vida, a quien comprendió y entendió y creyó en él, más aun que varios de sus más cercanos.
Luego, antes de partir a tomar su puesto de centinela, David le dijo a Jesús: «Sabes Maestro que envíe por tu familia, y tengo noticias por un mensajero de que ellos están esta noche en Jericó. Estarán aquí mañana temprano antes del mediodía, puesto que sería peligroso para ellos recorrer el camino sangriento por la noche». Y Jesús, bajando la mirada hacia David, solo dijo: «Que así sea, David».
Hasta el fin mismo de la crucifixión, Juan Zebedeo permaneció siempre cerca, tal como Jesús se lo había indicado, y él era el que suministraba información a los mensajeros de David, de hora en hora, la cual llevaron ellos a David en el jardín del campamento; luego se transmitió a los apóstoles que estaban escondidos y a la familia de Jesús. Ahí, donde estaba David, llego Judá, el hermano de Jesús, y David les envió con él un mensaje diciéndoles que se fueran a la casa de Lázaro en Betania y que esperaran ahí las noticias que él les haría llegar regularmente. Además les llevo la noticia de que Jesús ya estaba bajo arresto.
Esta era la situación durante la última mitad del jueves por la noche y las primeras horas del viernes por la mañana, y todos supieron momento a momento lo que sucedía, y se mantuvieron en contacto mediante el servicio de mensajería que David siguió operando desde su cuartel general, ahora en el campamento de Getsemaní.
Durante todas estas fatídicas horas del fin ignominioso de la vida de Jesús, y trágicas también para toda la familia de Jesús y sus seguidores, supieron hora a hora de todos los acontecimientos gracias al servicio que había implantado con tanto temple y tanta sagacidad David Zebedeo. Reubicó dentro de Getsemaní el campamento, adelantándose a que de seguro los soldados romanos y los guardianes del templo vendrían por los apóstoles, y así fue. Y fue ahí, en ese lugar, donde volvió a mantener contacto con sus mensajeros, quienes le traían minuto a minuto lo que le sucedía a Jesús, y a su vez él enviaba a otros avisando de estas novedades a sus seguidores. Y tan pronto como Pilatos entregó a Jesús a los soldados para su crucifixión, llegó un mensajero con esta noticia y David inmediatamente envió corredores camino de Betsaida, Pella, Filadelfia, Sidón, Siquem, Hebrón, Damasco y Alejandría. La noticia era que Jesús estaba a punto de ser crucificado por los romanos, a pedido insistente de los potentados de los judíos.
Durante este día trágico, hasta que llegó el mensaje que el maestro había sido colocado en el sepulcro, David envió mensajeros cada media hora con informes para los apóstoles, los griegos y la familia terrenal de Jesús reunida en la casa de Lázaro en Betania. Cuando finalmente la noticia final era que Jesús estaba sepultado, despidió a sus agentes para que celebraran la pascua y para el reposo del sábado, con instrucciones que se presentaran ante él el domingo por la mañana, en secreto, en la casa de Nicodemo, donde pensaba esconderse junto a Andrés y Simón Pedro.
David era un tipo que tenía una mente muy peculiar, nos dicen los reveladores, y fue el único, entiéndase bien, el único de sus seguidores más cercanos que tomó literalmente y como cosa normal la declaración de Jesús de que moriría y resucitaría al tercer día. Le creía. Era de una fidelidad total a Jesús, y sin duda alguna el que más entendió la misión del autootorgamiento. Nunca puso en duda la veracidad de las palabras de Jesús, mientras que a los demás muchas veces les carcomían las dudas. Eran humanos. Se dio cuenta muy pronto que nadie esperaba que Jesús se levantara de la tumba tan rápido, y nada dijo de su creencia, solo lo comentó con sus agentes a quienes convocó, como dije, a casa de Nicodemo el domingo por la mañana. En medio de la tormenta de arena que hubo el día de la crucifixión, a eso de las tres y media de la tarde, David Zebedeo envió a los últimos mensajeros con la noticia de la muerte del Maestro. El último de todos lo envió con la noticia a casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro en Betania, pues se suponía que allí estarían la madre y el resto de la familia de Jesús.
Ahí vino el periodo en que Jesús permaneció en la tumba. Aparte de David, José de Arimatea y seguramente Juan Marcos, muy pocos creían en la resurrección del Maestro desde la tumba al tercer día.
En la casa de Nicodemo se encontraban reunidos con David Zebedeo y José de Arimatea unos doce o quince de los más prominentes discípulos de Jesús en Jerusalén. En la casa de José de Arimatea, a su vez, estaban unas veinte mujeres, todas fieles creyentes.
Era el amanecer del domingo nueve. Las mujeres encontraron la tumba vacía. El Jesús moroncial se apareció, la primera aparición moroncial del Maestro, a un grupo de mujeres. Ellas fueron; María Magdalena, María la madre de los gemelos Alfeo, Salome la madre de los hermanos Zebedeo, Joana la mujer de Chuza y Susana la hija de Ezra de Alejandría.
Los apóstoles se negaron a creer este informe de las mujeres. Todos pensaron que la tumba estaba vacía porque los sacerdotes judíos habrían ordenado llevarse los restos del Maestro. Poco después de las seis de la mañana, la hija de José de Arimatea y las cuatro mujeres que habían visto a Jesús fueron a la casa de Nicodemo y allí les relataron estos acontecimientos a José de Arimatea, Nicodemo, David Zebedeo y los demás hombres reunidos allí. Nicodemo y los demás dudaron de que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos. José y David creyeron en el informe, fueron a inspeccionar la tumba y la encontraron tal y como dijeron las mujeres. Desde la tumba, David y José se fueron a la casa de Elías Marcos, donde se encontraban los apóstoles, y conferenciaron con ellos. Solo Juan Zebedeo estaba dispuesto a creer, aunque vagamente, en la resurrección del Maestro. David no quiso discutir con ellos, y les dijo: «vosotros sois los apóstoles y deberíais comprender estas cosas. Yo no voy a argüir con vosotros; sin embargo ahora vuelvo a la casa de Nicodemo, donde según nuestro acuerdo me encontraré con los mensajeros esta mañana, y cuando se hayan reunido los enviaré en su última misión, como heraldos de la resurrección del Maestro. Yo le oí al Maestro decir que, después de su muerte, se levantaría al tercer día, y le creo». Hablándoles así a los deprimidos y abandonados embajadores del reino, este autonombrado jefe de comunicaciones e inteligencia se despidió de los apóstoles. Camino del aposento superior, dejó caer en el regazo de Mateo Levi la bolsa de Judas, que contenía todos los fondos apostólicos.
Eran aproximadamente las nueve y media de la mañana de este pletórico domingo cuando el último de los veintiséis mensajeros de David llegó a la casa de Nicodemo. David los reunió a todos y les dijo: «hombres y hermanos, todo este tiempo me habéis servido de acuerdo con vuestro juramento ante mí y ante vosotros mismos, y yo los llamo a testimonio de que no he enviado nunca falsa información por medio de vosotros. Estoy a punto de enviaros en vuestra última misión como mensajeros voluntarios del reino, y al hacer así os libero de vuestro juramento y por ello estoy disolviendo este cuerpo de mensajeros. Hombres, yo os declaro que hemos terminado nuestra obra. El Maestro ya no necesita de mensajeros mortales; él se ha levantado de entre los muertos. Él nos dijo antes que lo arrestaran que moriría y que se levantaría el tercer día. Yo he visto el sepulcro: está vacío. He hablado con María Magdalena y otras cuatro mujeres, quienes hablaron con Jesús. Ahora yo disuelvo este grupo, me despido de vosotros y os envío en vuestra tarea respectiva, y el mensaje que llevaréis a los creyentes es: Jesús se ha levantado entre los muertos, la tumba está vacía».
La mayoría de los presentes trataron de disuadir a David que no enviara esa noticia, pero no pudieron influir sobre él. Entonces, trataron de hacerlo con los mensajeros directamente, pero estos no escuchaban expresiones de incertidumbre. Así fue como, poco después de las diez de la mañana, salieron estos veintiséis corredores con la noticia de la verdad del hecho del Jesús resucitado. Así pues, satisficieron su propio juramento y el juramento hecho ante David. Estos hombres confiaban plenamente en David Zebedeo, el jefe de inteligencia, líder indiscutido, con ascendente de mando entre sus subalternos y con un carácter a toda prueba.
A su vez, los apóstoles, el cuerpo espiritual del reino, están en la casa de los Marco, en el segundo piso, y allí manifiestan temor, expresan dudas, mientras que estos laicos, que representan el primer intento de la socialización del evangelio del Maestro de la hermandad del hombre, bajo las ordenes de su líder audaz y eficiente, salen a proclamar al Salvador resucitado. Y emprenden este servicio pletórico aun antes que sus representantes elegidos estén dispuestos a creer en su palabra o a aceptar la prueba de los testigos.
Los veintiséis fueron despachados a la casa de Lázaro en Betania y a todos los centros de creyentes, desde Beerseba en el sur hasta Damasco y Sidón en el norte; y desde Filadelfia en el este hasta Alejandría en el oeste. David se despidió de sus hermanos y fue en busca de su madre a la casa de José y se fue a Betania con Marta y María hasta después que ellas vendieran sus tierras, y las acompañó hasta reunirse con Lázaro, el hermano de ellas, en Filadelfia. Aproximadamente una semana después de ese día, Juan Zebedeo llevo a María, la madre de Jesús, a Betsaida. Santiago, el hermano mayor de Jesús, permaneció con su familia en Jerusalén. Rut, la hermana menor de Jesús, se quedo en Betania con las hermanas de Lázaro. El resto de la familia de Jesús se volvió a Galilea.
David Zebedeo partió de Betania con Marta y María, camino de Filadelfia, en la primera parte de junio, el día siguiente que celebrara su boda con Rut, la hermana menor del Maestro.
David no tuvo que esperar mucho tiempo para reencontrarse con su amado Maestro, ahora en estado moroncial. Cuando se apareció por tercera vez, en la casa de Lázaro y estuvo con su hermano Santiago, dijo David: «ya no solo las emotivas mujeres lo ven; aun hombres de corazón fuerte han empezado a verlo. Espero verlo yo también». No tuvo David que aguardar mucho tiempo, la cuarta aparición fue en la misma casa de Marta y María, poco antes de las dos de la tarde, cuando apareció ante su familia terrenal, unos veinte en total.
David Zebedeo termino sus días en Filadelfia como jefe de finanzas de la iglesia de Abner, en compañía de su mujer, ni más ni menos que la hermana menor de Jesús, la más fiel de toda su familia, la que jamás puso en duda la misión de su padre hermano.
En el amor del Padre.
Horacio Gamboa Verdugo.
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