© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
En algunas partes de mi novela sobre Jesús[1] éste aparece nombrado como «Salvin». Este nombre en realidad está tomado de El Libro de Urantia, donde descubrimos toda una suerte de nuevas exposiciones sobre la personalidad divina de Jesús.
La vieja y eterna discusión sobre la divinidad de Jesús es un tema recurrente a lo largo de los siglos. Las primitivas comunidades cristianas pronto empezaron a adorar a Jesús como a un dios, o más aún, como a Dios mismo. Esto acabó derivando en la idea de la Santa Trinidad, una idea compleja según la cual, Dios, siendo un único ser, tenía tres personalidades o manifestaciones, una el Padre, otra el Hijo, y otra el Espíritu Santo. Como resulta obvio, a Jesús se le identificó con el Hijo, la segunda personalidad.
Esta idea, que se popularizó mucho después de la muerte de Jesús, acabó por consolidarse como la explicación cristiana de la divinidad de Jesús, aunque recibió innumerables críticas y provocó enconados enfrentamientos teológicos.
El 20 de mayo de 325, en Nicea, el emperador Constantino convocó un concilio de obispos para tratar entre otros asuntos de atajar la influencia de las doctrinas de un sacerdote alejandrino llamado Arrio, que cuestionaba la divinidad de Jesús.
La idea de la Santa Trinidad tal y como fue planteada por la primitiva cristiandad propugnaba que la divinidad sólo existe en tres personalidades. Fuera de estas tres personas, no existe la divinidad.
El Libro de Urantia lanza una nueva consideración: la divinidad es una cualidad compartida por muchos seres en el universo creado, no sólo por tres personas (LU 0:0.1, LU 0:1.2, LU 0:1.18). Esta nueva visión establece grados dentro de la divinidad, que también podemos asimilar con «grados de la perfección».
Según El Libro de Urantia Jesús es un ser con capacidades de divinidad (LU 4:4.4, LU 37:0.1). Él es un dios a todos los efectos. Pero no Dios en el sentido absoluto. Como la primitiva cristiandad, El Libro de Urantia establece sólo a tres personas como los absolutos de la divinidad, seres que comprenden toda la perfección posible de la Deidad. Pero a diferencia de la antigua cristiandad, Jesús no aparece como el segundo absoluto de la Trinidad (LU 33:1.2), sino como un tipo de ser extraordinario y desconocido denominado Miguel o Hijo Creador (LU 21:0.3, LU 32:0.3). Incluso para designar su «grado de perfección» El Libro de Urantia tiene que recurrir a la invención de un vocablo que no existe en nuestras lenguas: absonito (LU 0:1.12), es decir, ni absoluto ni finito.
Los Migueles son dioses en el sentido estricto, existen miles y miles de ellos (LU 21:1.4), y son capaces de crear formaciones físicas en el universo y de dotar de vida a los planetas. Desde esta perspectiva, los seres Migueles como Jesús nos deben resultar naturalmente como la totalidad de la divinidad. Pero según El Libro de Urantia, en un nivel cósmico mayor, ellos son sólo los representantes de las tres personas absolutas de la Deidad.
En El Libro de Urantia se llama a la formación física creada por Jesús con el nombre de Nebadon (LU 0:0.5, LU 1:2.9). Y su centro, en el que está la morada celestial de Jesús, se llama Salvington (LU 15:7.7). Este último nombre da la sensación de ser una adaptación al inglés de una palabra en otro idioma que significara «la ciudad de Salvin» («Salvin town»). La palabra Salvin parece escogida porque recuerda a «salvation» que en inglés significa «salvación».
Si tenemos en cuenta que el auténtico nombre arameo de Jesús, que se vocaliza como Yeshua, significaba «Yavé salva» o «La salvación», resulta más claro porqué he utilizado «Salvin» como nombre celestial de Jesús a lo largo de mi novela. La idea de fondo es que probablemente el auténtico nombre celestial de Jesús, de pronunciación ignota, signifique también en el idioma celestial «La Salvación». Por eso aparece la capital de la creación de Jesús nombrada como «la ciudad de la salvación» en El Libro de Urantia, y por eso (aquí puede haber una explicación) eligió Jesús para sí un nombre humano que significaba lo mismo que su nombre celestial (encargando a Gabriel durante el anuncio a María que solicitara ese nombre para él).
Este nombre no aparece en El Libro de Urantia, y es una simple invención mía basada en otros nombres, como ya se ha explicado. Por tanto, debe tomarse como algo curioso, pero nada más. De hecho, El Libro de Urantia no parece querer dar un nombre al Jesús divino, limitándose a decir que Jesús es el Miguel (es decir, de la orden de Hijos Creadores) con número 611.121, o simplemente, el Miguel de Nebadon (LU 33:1.1). El uso de Salvin en lugar de Miguel surge de considerar la idea de que los seres creadores como Jesús deben de tener más personalidad como para disponer de un nombre propio y no un simple número.
Miguel (o Michael en inglés) es también un nombre judío que significa «El que es como Dios» o «¿Quién sino Dios?». En la mitología angélica judía aparecía con frecuencia como uno de los grandes ángeles o arcángeles, junto a Gabriel, Rafael y Fanuel. En la literatura precristiana, como en el Apocalipsis, aparece con una transcendental importancia: es quien tiene la gran contienda con la bestia que personifica al Diablo (Ap 12:7).
Según muestro en mi novela existe una posible explicación al novedoso interés que suscitó la figura del arcángel Miguel en la primitiva cristiandad. Pero eso debe ser motivo de otro documento.
Esta novela, «Jesús de Nazaret», es una biografía sobre el Maestro basada en El Libro de Urantia que está en preparación por el autor. ↩︎