© 2009 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
La última cena de Jesús con sus apóstoles es uno de esos acontecimientos que ha sido tan largamente debatido que se ha acabado por dotarle de una importancia e interés que no se corresponden con lo que realmente ocurrió en ella.
El sencillo mensaje de Jesús, que «somos hijos de Dios, seres libres, dotados de creatividad para expresar nuestro sentir religioso», fue enredado y complicado con batallas dialécticas sobre ceremonias, ritos y hechos milagrosos, alejándose del contenido del mensaje central.
Pero, ¿por qué tanto debate? ¿Qué hay de vital importancia en las palabras de Jesús en esta última cena?
Los cuatro evangelios afirman que la última cena de Jesús se celebró en el contexto de la pascua judía, el festival o celebración anual que tenía lugar y sigue hoy teniendo lugar entre los judíos.
Esta pascua podía celebrarse en el lugar habitual de residencia, pero lo común y lo que se hacía siempre que resultaba posible era celebrarla en Jerusalén. A la ciudad se llegaba una semana antes de las celebraciones, con objeto de purificarse, lo cual significaba hacer una serie de rituales en el templo.
La cena de pascua solía prepararse con un día al menos de antelación. Se requerían una serie de preparativos que no podían exponerse a ser dejados para última hora. Estos preparativos incluían encontrar un lugar donde celebrar el banquete pascual, comprar el cordero o el cabrito, hacer unos rituales de purificación y celebrar la cena.
En tiempos de Jesús Jerusalén era un ciudad encerrada entre muros mucho más pequeña de lo que hoy podríamos imaginar. Como las multitudes invadían la ciudad, era poco más que imposible encontrar alojamiento en la urbe en estos días tan atestados de gentes venidas de todas partes del mundo.
Los evangelios cuentan que los apóstoles preguntaron a Jesús por la cuestión de los preparativos de esta cena de pascua, y él les indicó un lugar donde ellos lo prepararon todo como él les había pedido.
Al ser la última cena una cena de pascua, lo lógico es pensar que se celebró el mismo día de la fiesta. Sin embargo, no fue así.
La fiesta de la pascua judía, en realidad, incluía 8 días desde el 14 al 21 de nisán (siendo nisán el primer mes del calendario judío, que correspondía con nuestros marzo a abril, pues no hay exacta correspondencia entre los dos calendarios):
Los evangelios nos comentan, además, que aquel año de la muerte de Jesús fue doblemente festivo, porque el 15 de nisán recaía en un sábado, que era también un día solemne para los judíos, por lo que fue un año en el que se sucedieron seguidas las dos fiestas, la del 14 de nisán (la pascua propiamente), y la del 15 de nisán (primer día de la massot, que ese año coincidió en sábado).
Sin embargo, los evangelios no son coincidentes a la hora de determinar la fecha de la última cena:
¿Quién está en lo cierto?
A primera vista hemos de decir que es Juan quien está en lo correcto. Si no, no se explica cómo los enemigos de Jesús pudieron prenderle y ajusticiarle el día siguiente al de la cena. Si Mateo, Marcos, y Lucas estaban en lo cierto, Jesús celebró la última cena y lo ajusticiaron el 14 de nisán, lo cual es imposible. A partir del atardecer del día 13, que marcaba el inicio del día 14, según la ley judía, estaba prohibida toda actividad. Los magistrados judíos no habrían podido celebrar su juicio contra Jesús, ni tampoco exigir la muerte de Jesús ante Pilato, ni asistir a las crucifixiones. Las festividades judías eran un día sagrado en el que estaba prohibido todo tipo de trabajo.
Luego evidentemente los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se equivocaron.
Pero, si tomamos como cierta la cronología de Juan surge un problema: ¿celebraron Jesús y sus apóstoles la cena de pascua un día antes del día en que estaba obligado a hacerse? Juan dice que celebraron la cena el día de la preparación de la pascua (véase Jn 13:1). ¿Cómo se explica esto?
Algunos estudiosos han planteado diversas hipótesis para tratar de explicar la aparente contradicción de Juan. Martín Descalzo, en su libro «Vida y misterio de Jesús de Nazaret», resumió algunas de estas explicaciones:
A ninguno de los estudiosos del problema se les ha pasado por la cabeza una solución más obvia. Todos hacen girar sus explicaciones en torno a algo ajeno a Jesús: los esenios, los judíos de su época, la escasez de espacio en Jerusalén… ¿Pero por qué ninguno quiere ver una posible explicación en Jesús mismo?
Jesús celebra una cena pascual atípica y no permitida, que por supuesto debería haber causado extrañeza en sus apóstoles (a no ser que ya estuvieran acostumbrados a estas situaciones extraordinarias por parte de Jesús). Además:
Por tanto, hay que concluir que es Jesús mismo quien viola expresamente la costumbre y la tradición de la cena de la pascua. Celebra una cena de pascua fuera de la fecha obligada, cosa nada habitual en aquellos días, y lo hace porque las circunstancias de su vida se lo apremian y porque Jesús defendía la liberalidad en los rituales frente a la rigidez sacerdotal de su época.
Jesús pudo haber celebrado una cena cualquiera con sus amigos, si es que su único objetivo hubiera sido el de darles su adiós. Pero él quiere a propósito celebrar una cena pascual. Quiere desarrollar en el contexto de esta cena una serie de cosas importantes para los apóstoles. No quiere que sea una cena cualquiera. Y por eso no le importa alterar la tradicional fecha de la cena pascual para celebrarla el día en que sabía que aún iba a tener tiempo de hacerlo.
Esta es la cuestión: Jesús era liberal y flexible con los rituales y las prácticas religiosas de su época. Esta liberalidad de Jesús es un hecho que se muestra constantemente en los evangelios: Jesús es recriminado por el sector más ritualista de su época, los fariseos, porque no realizaba los habituales y acostumbrados lavatorios de las copas y platos, ni se lavaba ritualmente las manos antes de comer (Lc 11:38); también le echan en cara que no enseña a hacer ayuno a sus discípulos, como hacía Juan el Bautista (Mc 2:18); pone por delante el amor y la misericordia al prójimo, antes que la celebración de sacrificios para pedir el perdón de Dios (Mt 9:13); sus propios discípulos no entienden muchas veces sus palabras de que «no es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale del corazón» (Mt 15:11).
Por ello, no debería extrañarnos que Jesús hubiera llegado a la liberalidad de celebrar un ritual judío tan solemne como la pascua en un día más adecuado a sus intenciones. Una lectura atenta del evangelio nos muestra a un Jesús respetuoso con las prácticas religiosas siempre que éstas no llegaran al colmo de la rigidez y de la falta de sentido. Y aquí tenemos una prueba más de este hecho, al elegir como día para la celebración de esta singular cena, una fecha diferente a la acostumbrada.
La cena pascual evocaba para los judíos el recuerdo de la salida de Egipto y de cómo les ayudó Dios a escapar de los egipcios. Recordaba aquellos días en que Moisés fue su guía en esa aventura de la huida de Egipto. Rememoraba la liberación del pueblo judío de las cadenas de la esclavitud a la que se vieron sometidos. Para estos judíos la cena pascual significaba la liberación de la opresión de los pueblos vecinos. Los judíos eran un pueblo muy orgulloso. Muchas veces habían caído bajo la dominación extranjera, y en tiempos de Jesús esta dominación provenía de Roma. Pero otras tantas veces, sus pequeñas victorias les había hecho renacer a la esperanza de que ellos eran un pueblo escogido por Dios, puesto a la cabeza de los pueblos, y esta liberación de Egipto magnificaba aquellas proezas que realizaron sus antepasados en épocas tan distantes. Era como un festival sobre la libertad.
El ceremonial de la cena (Séder) seguía esta costumbre:
Toda la cena estaba cargada de simbolismos y significados:
El significado de la cena de pascua, por tanto, era el de recordar un día especial en el que se había manifestado Dios: la salida de Egipto y su liberación, que había quedado grabado de forma indeleble en la memoria de los judíos.
¿Quiso Jesús instaurar un nuevo tipo de ceremonia, la «eucaristía», en esta última cena? ¿Estableció un nuevo ritual por el cual sustituir a la tradicional cena de pascua judía, eliminando el cordero, y con la posibilidad de repertirlo cuando se quisiera? ¿O fue todo una invención posterior de los primeros cristianos?
Jesús celebró una cena pascual con total normalidad. En esta cena no se comió el cordero, pero sí la salsa con verduras, y hubo pan ácimo en abundancia. Sin embargo, cuando se iba a beber la tercera copa, la de la bendición, Jesús pronunció unas palabras diferentes que nunca han sido bien comprendidas.
Jesús tomó la copa, la bendijo, pronunció unas palabras de explicación acerca del significado de la copa, y luego todos bebieron de esa copa. Luego Jesús hizo lo mismo con una hogaza de pan ácimo, troceándola, dando una explicación sobre su significado, y comiendo todos del pan.
Sin embargo, la idea que tienen actualmente muchos cristianos de las palabras que dijo Jesús, y del significado que tuvieron, es errónea.
Los textos de los evangelios y una carta de Pablo nos relatan una especie de fórmula ritual, como si Jesús quisiera establecer un nuevo rito de pascua. Sin embargo, no nos cuentan que Jesús fijase la frecuencia, o que sancionase unos modos y maneras (como que se celebrara en un lugar sagrado, o que hubiera una persona que condujese las operaciones). Sinceramente, cuesta creer que con esas sencillas palabras de Jesús, todos los apóstoles entendieran que su Maestro les estaba pidiendo que realizaran un nuevo tipo de ritual en el futuro, y que todos tuvieran claro cuáles iban a ser los modos y maneras de celebrarlo.
Resulta mucho más lógico pensar que aquellas palabras de Jesús, mucho tiempo después de la última cena, fueron recordadas y malinterpretadas, conviertiéndose en un nuevo ritual que distinguiera a aquella nueva formación religiosa que se originó a raíz del mensaje de Jesús, el cristianismo. Y para elaborar su ritual, tuvieron incluso el descaro de tomar prestado un ritual existente, el de la celebración mitraísta del «hermanamiento».
Gran parte del origen y explicación de todo esto hay que buscarlo en el apóstol Pablo, que infundió ideas mitraistas al mensaje de Jesús. Pablo vivió en Tarso, ciudad de la actual Turquía, y en la época juvenil de Pablo, la ciudad de Tarso tenía una religión principal: el mitraísmo. El estudio y el análisis de esta religión, explica, con asombroso detalle, porqué los cristianos dan a la eucaristía el significado que hoy tiene, influido por ideas mitraistas.
Marcos 14:22-24 | Mateo 26:26-28 | Lucas 22:19-20 | Pablo 1 Cor 11:23-25 |
---|---|---|---|
Mientras comían tomó pan y bendiciéndolo lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, éste es mi cuerpo. Tomando el cáliz después de dar gracias se lo entregó y bebieron de él todos y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza que es derramada por muchos. |
Mientras comían Jesús tomó pan lo bendijo lo partió, y dándoselo a los discípulos dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Y tomando el cáliz y dando gracias se lo dio diciendo: Bebed de él todos que esta es mi sangre de la nueva alianza que será derramada por muchos para remisión de los pecados. |
Tomando pan dio gracias lo partió, y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Así mismo el cáliz después de haber cenado diciendo: Este es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre que es derramada por vosotros. |
El Señor Jesús en la noche que fue entregado tomó pan y después de dar gracias lo partió, y dijo: Esto es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en memoria mía. Y así mismo después de cenar tomó el cáliz diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre. |
En un grafito conservado en un Mitraeum del Aventino (ca. 200. d.C.) se pueden leer las palabras que pronunciaba un sacerdote mitraista durante una ceremonia en honor del dios Mitra: «Salvaste a los hombres con el derramamiento de sangre eterna». Las leyendas sobre Mitra, además, están cargadas de actos sacrificiales donde Mitra mata a un toro cuya sangre permite que sean creadas cientos de nuevas vidas. De hecho, incluso la ceremonia más importante del mitraísmo era un banquete donde los creyentes (mistas) tomaban pan y vino. Teniendo en cuenta que el mitraísmo era una religión de origen persa que estaba ampliamente extendida cuando empezó Jesús a predicar, resulta obvio pensar que el original mensaje de Jesús fue grandemente influido después de su muerte por estas ideas persas. (Véase LU 98:6.4-5, LU 98:7.7, LU 121:5.8, LU 195:0.9)
Estas ideas no estaban en la predicación de Jesús. Eran ideas no judías. Recordemos que Pablo era judío por descendencia, pero vivió en territorio griego toda su juventud, y encima era por nacimiento ciudadano romano. Su ideología estaba sin duda mucho más influida por conceptos no judíos (LU 98:7.9). Y fue de estos conceptos de los que sacó la teoría errónea, que todavía los cristianos de hoy perpetúan, de la expiación del pecado y del simbolismo de la eucaristía: que Jesús murió para saldar una antigua deuda con Dios por la cual la vida eterna estaba vedada a la humanidad, y que mediante esta expiación de los pecados humanos sufrida en el propio Jesús, se abrió una nueva época para la humanidad por la cual podíamos aspirar a una vida más allá de la muerte.
Pablo, en su buena intención de ganar muchos conversos gentiles, buscó incorporar a su predicación elementos de los rituales paganos de la época, mezclados con los elementos que heredó de las enseñanzas sobre Jesús. Y esto es lo que originó el concepto actual de la eucaristía.
La idea de que Jesús estaba instaurando un nuevo tipo de alianza, una nueva pascua, para conseguir la remisión total y definitiva de los pecados a través de la expiación que lograría con su muerte, se asoció con el vino y con el pan ácimo.
Estos alimentos pasaron a significar la sangre y la carne de Jesús, que iba a ser entregada y ajusticiada con sufrimiento. Este sufrimiento se entendió como necesario para expiar la culpa racial de la humanidad debido a la falta de los primeros padres, Adán y Eva.
Sin embargo, si sólo tuviéramos cuatro textos evangélicos sobre la eucartía, no cabría una duda posible. Pero la verdad es que nos hemos olvidado de que hay otro texto. ¿Qué es lo que dice el evangelio de Juan? En él encontramos la clave sobre las auténticas palabras de Jesús.
El evangelio de Juan es el único que no dice nada acerca de las palabras de Jesús en la última cena sobre la eucaristía. Y no hay cosa más extraña. ¿Cómo es posible que un acontecimiento de tal magnitud y de tal trascendencia como es la eucaristía pasase totalmente inadvertido para Juan? Sabemos incluso que este evangelio es el último que se escribió. Por tanto, el autor del evangelio ya debía conocer los otros textos y relatos de la eucaristía. ¿Por qué no añadió su versión? ¿Es que acaso no estaba de acuerdo con la versión oficial de los otros textos?
A pesar del aparente silencio, Juan es el evangelista que más cosas cuenta de la última cena. Tanto es así que el contenido de la narración de Juan sobre la última cena es unas diez veces más extensa que el de los otros evangelios.
Gracias a Juan conocemos que Jesús, en la última cena, pronunció un larguísimo discurso, que podríamos llamar el discurso de despedida, extendiéndose profusamente y dando todo tipo de detalles. Incluso, el narrador se permitió analizar algunas de las palabras y contenidos de lo que dijo Jesús, dando explicaciones adicionales.
Pero, si Jesús da este discurso tan largo en la última cena, ¿por qué nada cuenta acerca de las palabras de Jesús al instituir la eucaristía? ¿No está de acuerdo con los otros tres evangelistas? ¿No cree que Jesús instituyese nada? ¿Está queriendo decir con su silencio que ninguna de aquellas palabras de los otros evangelios fueron en realidad pronunciadas?
Jesús celebra una última cena para despedirse de sus amigos, y el discurso que les dirige tiene un claro tono de despedida. Jesús les anuncia que él se va a marchar, pero que en su lugar, un extraño sustituto iba a tomar su lugar. Juan se refiere a él con diferentes nombres: el «Nuevo Maestro», el «Espíritu de la Verdad», pero los apóstoles no entienden lo que les cuenta. Jesús les avisa de que cuando él se vaya se sentirán afligidos, pero luego, al cabo de unos días, se llenarían de alegría por los acontecimientos que iban a llegar.
Y estos acontecimientos son los que Jesús, realmente, quería que sus apóstoles recordaran. El auténtico sentido de las palabras de Jesús fue el de solemnizar el momento de la llegada de este Espíritu, y el de instaurar un nuevo recuerdo, pero basado en su persona y en su vida.
Y la prueba de que este fue el auténtico significado de sus palabras la ofrece el evangelio de Juan en otros pasajes.
En muchos pasajes del evangelio de Juan encontramos palabras con una semejanza de contenido asombrosa a las de la eucaristía de la última cena recogidas por los otros evangelistas. Curiosamente, estos pasajes que recoje Juan no aparecen en los otros evangelistas.
Según el relato, Jesús, después de pasar la pascua en Jerusalén, marcha con sus discípulos a Galilea y cogen el camino de Samaría. Al pasar cerca de un pueblo llamado Sicar, donde había un pozo muy famoso, el pozo de Jacob, Jesús se para a descansar, mientras los apóstoles se acercan al pueblo a comprar provisiones. En esto llega una mujer samaritana a coger agua del pozo, y Jesús, que estaba sediento del viaje y no tenía con qué sacar agua, le pide que le ayude. Este es el extracto de la conversación de Jesús y la mujer:
La samaritana dijo a Jesús:
—¿Cómo es que tú, siendo judío, te atreves a pedirme agua a mí, que soy samaritana? (Es de advertir que los judíos y los samaritanos no se trataban).
Jesús le respondió:
—Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda que tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva.
Contestó la mujer:
—Señor, si ni siquiera tienes con qué sacar el agua, y el pozo es hondo, ¿cómo puedes darme agua viva? Nuestro padre Jacob nos dejó este pozo del que bebió él mismo, sus hijos y sus ganados. ¿Acaso te consideras mayor que él?
Jesús replicó:
—Todo el que bebe de este agua, volverá a tener sed; en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surgirá la vida eterna.
Entonces la mujer exclamó:
—Señor, dame ese agua; así ya no tendré más sed y no tendré que venir hasta aquí para sacarla.
Jn 4:9-15
Jesús habla en este pasaje de una enigmática «agua viva». Enigmática porque la samaritana no entiende bien a Jesús y cree que le habla del agua del pozo. No es así. Y Jesús vuelve a explicar sus palabras, diciéndole que no se trata de un agua de beber, sino de un agua de otra naturaleza, un agua que quien la beba vivirá para siempre.
Evidentemente, Jesús, como hace muchas veces, utiliza las comparaciones para tratar de transmitir una enseñanza superior. Asimila al concepto de la bebida, que es el sostén del hombre, por la necesidad que todos tenemos del agua, el concepto del sostén superior del hombre, que es «como una bebida viva», que da una vida más allá de ésta. Pero, ¿de qué bebida habla? ¿A qué asimila el concepto de esta bebida? ¿Qué es lo que busca simbolizar en el «agua viva»?
Jesús, después de llegar a Galilea desde Samaría, hace un nuevo viaje a Jerusalén por otra fiesta, y luego regresa a Galilea. En el lago hace uno de sus milagros más espectaculares: da de comer a cinco mil personas. Intentan proclamarlo rey por este milagro, pero Jesús, viendo sus intenciones, se retira y los evita. Atraviesa el lago y al día siguiente, la gente le encuentra en Cafarnaúm. Jesús les reprocha el hecho de que sus intenciones al buscarle no son sinceras. Este es el extracto:
Jesús les contestó:
—Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Esforzaos, no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna. Este alimento os lo dará el Hijo del Hombre, porque Dios, el Padre, lo ha acreditado con su sello.
Entonces ellos le preguntaron:
—¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?
Jesús respondió:
—Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado.
Ellos replicaron:
—¿Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la escritura: les dió a comer pan del cielo.
Jesús les respondió:
—Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo.
Entonces le dijeron:
—Señor, danos siempre de ese pan.
Jesús les contestó:
—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero vosotros, como ya os he dicho, no creéis, a pesar de haber visto. Todos los que me da el Padre vendrán a mí, y yo no rechazaré nunca al que venga a mí. Porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y su voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día. Mi Padre quiere que todos los que vean al Hijo y crean en él, tengan vida eterna, y yo los resucitaré en el último día.
Los judíos comenzaron a murmurar de él, porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Decían:
—Este es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?
Jesús replicó:
—No sigáis murmurando. Nadie puede aceptarme, si el Padre, que me envió, no se lo concede; y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, me acepta a mí. Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. Os aseguro que el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestras padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.
Jesús añadió:
—Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.
Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban:
—¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Jesús les dijo:
—Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también, el que me coma vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron; pero el que coma de este pan, vivirá para siempre.
Todo esto lo expuso Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.
Muchos de sus discípulos, al oír a Jesús, dijeron:
—Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?
Jesús, sabiendo que sus discípulos criticaban su enseñanza, les preguntó:
—¿Os resulta difícil aceptar esto? ¿Qué ocurriría si vieseis al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero algunos de vosotros no creen.
Jn 6:26-64
Jesús predica una enseñanza novedosa. Tan novedosa que provoca la indignación de sus oyentes, que eran judíos. Jesús proclama ser, a través de su vida mortal, el auténtico pan y bebida celestiales para el sostenimiento de quienes desean alcanzar la vida eterna. A diferencia del «pan del cielo» en el que creían los judíos de su época, el maná, y que según ellos capacitaba a sus antepasados para ser creídos, Jesús se erige a sí mismo como el auténtico pan del cielo. Quizá la frase más aclaratoria de todo este texto está en Jn 6:35. Leemos:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.»
Es decir, el pan del cielo consiste en la actitud de quien busca a Jesús y se encamina hacia él, y el agua de la vida es la fe en Jesús y en su mensaje.
Juan lo dice claro: «el que viene a mí» y «el que cree en mí». El alimento y la bebida de las que Jesús habla no son materiales. Les da un simbolismo material, asemejándolos al pan y al agua (o al vino como en la última cena), porque desea inspirar en sus oyentes a la comprensión del significado profundo de sus palabras. Pero lo que en realidad está diciendo Jesús es que la actitud de búsqueda del camino recto (el que lleva a Jesús) y la fe sincera de quien pone en práctica sus enseñanzas son el auténtico alimento espiritual que lleva a la humanidad a la salvación de la vida eterna. Jesús habla de algo móvil, no estático, habla de buscarle y de creer en él.
Cuando Jesús habla de «comer su vida en la carne» y de «beber su vida en la sangre», no se refiere, evidentemente, a tomar una comida y una bebida materiales. Se refiere a seguir a Jesús y a creer en sus enseñanzas. Su carne es la vida que él vive para ejemplo e inspiración de quienes quieren seguirle, y su sangre es también esa misma vida de predicación hecha para que quienes crean en sus enseñanzas se sientan plenos y rebosantes de vida. De aquí que Jesús diga:
«El que come mi vida en la carne y bebe mi vida en la sangre vive en mí y yo en él».
Jesús habla de participar de su vida humana, en la carne y sangre. Su vida fue el ejemplo divino viviente para que quienes desean conocer el camino del cielo tengan en Jesús una guía. Su vida es la inspiración del hombre y la mujer que anhelan a Dios. La vida humana de Jesús es ese camino viviente que nos transporta hacia la vida eterna. Y este es el significado de «vivir su vida», como si comiéramos y bebiéramos de ella, al igual que para vivir necesitamos del alimento y de la bebida.
Jesús ha regresado a Galilea, y procura no volver a Jerusalén porque buscan matarle. Sin embargo, con gran valentía, hace caso omiso del peligro y se presenta en Jerusalén para la fiesta judía de las tiendas o los tabernáculos. Allí Jesús pronuncia varios discursos en el templo. El extracto es de uno de ellos:
El último día, el más importante de la fiesta, Jesús, puesto en pie ante la muchedumbre, afirmó solemnemente:
—Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la escritura: de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva.
Decía esto refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en él. Y es que aún no había Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.
Jn 7:37-39
La frase: «Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba» no ofrece lugar a dudas. Habla del agua de la vida, del vino de la eucaristía. Y Juan hace la aclaración de que Jesús se refiere al Espíritu que recibirían los creyentes que creyeran en él.
Por tanto, como ya hemos dicho, el agua de la vida es la fe en Jesús y en su mensaje. Quienes creen en él y ponen en práctica sus enseñanzas, reciben un alimento celestial, que es el alimento del espíritu. Los ríos de agua viva que brotarán son los que produce ese alimento espiritual. Y ese alimento espiritual es el «Espíritu de la Verdad», que alimenta interiormente a quienes creen en Jesús y llevan a su vida sus enseñanzas.
El auténtico significado de la eucaristía en la última cena es el del recuerdo del día en que el nuevo maestro iba a morar en sus corazones, el día en que Jesús, como un espíritu vivo, iba a habitar dentro del corazón del hombre para enseñarle el camino de la bondad y de la rectitud.
El «pan de la vida» y el «agua de la vida» son para Jesús un símbolo alegre y positivo de los alimentos espirituales que deben inundar el corazón de los creyentes: «seguir a Jesús» y «creer en él». Estos alimentos harán que broten manantiales de vitalidad del interior del hombre gracias a que Jesús promete enviar una ayuda espiritual al corazón del hombre, que es el «Espíritu de la Verdad», y de este modo el auténtico creyente en Jesús se encuentra unido a Él porque Él se instala en su corazón y porque el creyente sigue a ese maestro que lleva dentro.
Pocos se paran a pensar detenidamente en lo que Jesús hizo esa noche: ¡cambió los rituales antiguos! Pero Jesús no estaba inaugurando una nueva forma de celebrar la antigua pascua. Su intención no era la de cohartar la libertad humana y obligar a un nuevo tipo de celebración. Jesús estaba, sencillamente, dando una lección de libertad y utilizando un ritual antiguo como medio para una enseñanza mayor y para establecer un nuevo tipo de conmemoración.
Jesús era un hombre libre para celebrar a su gusto y deseo los rituales de su época. ¡Era libre! Y quiso transmitir esa liberalidad a sus discípulos. Quiso liberarles de las ataduras de un ceremonialismo basado en recuerdos anticuados y en ideas inútiles de expiación.
Durante toda su vida ignoró los corderos pascuales y el sacrificio de animales. Destruyó para siempre la obligatoriedad de las abluciones y de los lavatorios. Eliminó la ridigez enquistada de las normas sabáticas sin sentido, y se enfrentó abiertamente a la idea de que los ceremoniales fueran tan importantes o más que las buenas obras.
Resulta profundamente triste y vergonzoso lo que han hecho los supuestos seguidores de Jesús de las distintas épocas y en lo que se ha convertido su acto liberal de aquella cena. Jesús quiso liberar a sus discípulos de la esclavitud de las ceremonias sin sentido y del formalismo y la rigidez en el modo de celebrar los acontecimientos religiosos. Y hoy en día, casi dos mil años después de esta lejana cena, los cristianos de hoy perpetúan el mismo error que Jesús quiso corregir: la falta de liberalidad en las formas rituales. ¿Por qué tanta rigidez en las formas si lo importante son los contenidos? ¿Por qué la iglesia cristiana se ha empeñado tanto en fijar y establecer los modos y las maneras de celebrar la eucaristía? ¿Acaso no es el ceremonial eclesiástico un acto fijo y establecido? ¿No hay libros para sacerdotes donde se consignan todas las pautas que se deben seguir en estas celebraciones?
¡Hemos ido hacia atrás! No existía tal rigidez en las formas religiosas ni en la época de Jesús, a pesar de tanto cuanto hemos leído sobre la rigidez de los fariseos de aquellos días. Los auténticos fariseos de hoy se esconden tras esas vestiduras sagradas que ofician todos los días festivos en los templos. Ahí es donde se esconden los peores fariseos que ha conocido la historia. Porque no les ha bastado ni el hecho de que Jesús viniese al mundo. Porque predican las mismas cosas que luego no se encargan de hacer. Predican que Jesús, liberalmente, cambió el ritual de su época, y ellos no permiten que se altere ni un gesto o símbolo de sus ceremonias.
Resulta verdaderamente penoso observar que no hemos sido aún capaces, después de todo el esfuerzo que Él hizo, de liberarnos de las ataduras de unas ceremonias rígidas, practicadas sin reflexión, mecánicamente, por costumbre, por tradición y por comodidad.
No hemos avanzado tanto desde su visita, y si Él volviera a la tierra hoy en día, también cambiaría el actual ceremonial eucarístico, y le daría otra forma distinta. Porque para Jesús no hay nada como la libertad de expresar cada cual, a su modo y a su manera, la experiencia religiosa.
Evidentemente que se equivocaron los evangelistas sinópticos en su relato de la eucaristía. No concuerdan con el significado que Juan expresa en su evangelio y parecen ignorar pasajes claves de la vida de Jesús donde habló sobre cuestiones similares.
¿Por qué se equivocaron? ¿Acaso no recogen las predicaciones de Jesús de viva voz? ¿Acaso hicieron una mala interpretación de sus palabras?
Todos los evangelistas que mencionan las palabras de Jesús en la eucaristía se basan en la predicación de Pablo y no de Jesús. Marcos sigue la predicación de Pedro, pero éste a su vez, está influido por Pablo; Mateo no hace sino seguir fielmente a Marcos, y se mete en el mismo error que él. Lucas, discípulo directo de Pablo, da la mismísima versión, al pie de la letra, que una predicación de Pablo escrita en la carta a los corintios. Luego el culpable de toda esta teoría acerca de la expiación de los pecados por la muerte de Jesús, y del significado del pan y del vino, está exclusivamente en el apóstol Pablo.
Fue Pablo quien intentó establecer normativas dentro de una organización que cada vez más crecía y crecía sin el control directo de los apóstoles. Para ganar autoridad hizo llamarse a sí mismo el «apóstol de los gentiles», y se dispuso a organizar y dar pautas de conducta a todas las comunidades de creyentes que empezaban a establecerse por Turquía, Grecia y Roma.
La humanidad siempre ha caído en la misma situación y nunca ha sabido solucionarla. El problema se llama «deseo de uniformidad», aunque en realidad somos nosotros quienes creamos el problema. A los seres humanos nos encanta establecer normas y fijar costumbres. Las primeras comunidades cristianas se enfrentaron a este problema. Cada comunidad empezó a celebrar una cena de conmemoración diferente. Y como siempre, apareció alguien que se arrogó una supuesta autoridad para decir «cuál sería el mejor modo de celebrar». Primero se definieron normas menores sobre cuestiones nimias, pero después se empezó a hacer costumbre el recitar ciertas palabras, el leer ciertos textos, y finalmente, la cena dejó de ser cena y se convirtió sólo en un rito, en un conjunto de formas y maneras establecidas. Para completar la traición al acto liberal de Jesús, cuando el cristianismo empezaba a ser una «moda», alguien fijó por escrito el ritual y se le llamó «misa». Al final, el resultado fue algo que no se parece ni de lejos a una reproducción de lo que sucedió aquella noche del jueves.
Jesús hablaba siempre en términos espirituales. Su enseñanza no era una enseñanza para un tiempo o para una generación. Era para todas las épocas de todos los tiempos. Sus palabras aún hoy guardan un sabor intacto y perenne. Jesús, en la última cena, quería que sus apóstoles entendieran una cosa muy importante: Que él nunca nos abandona. Está, instalado en el corazón de todo ser humano, «de todo ser humano», de cualquier creencia, raza o nación, para iluminar la Verdad y la Rectitud. Y esta realidad del Espíritu de Jesús en el corazón humano es como un alimento que hace crecer a quien se conduce por él hacia la vida eterna. La última cena no se celebró en un edificio majestuoso. No fue en ningún templo, ni en ningún local sacralizado. No hubo vestiduras santas, ni fue oficiado por nadie. Jesús estaba como uno más entre ellos. Les llama «sus amigos», y les invita a que no busquen ser servidos, sino servir. No hay oro ni piedras preciosas en la última cena. Hay una comida entre amigos, celebrada en una casa corriente, en el contexto de una cena. Hay unos elementos simbólicos, que expresan una realidad mayor, que es la presencia divina de Jesús y del Padre en el corazón de todo hombre creyente. Hay una liberalidad en el modo de hacer las cosas. Se trata de una reunión para hablar sobre el espíritu. Cada cual interviene cuando quiere, pregunta, habla, escucha. No hay ceremonialismo en el acto de Jesús. No dice que haya que utilizar pan y vino, sino que el pan y el vino, como cualquier otro alimento, o cualquier otra cosa, eran un símbolo del verdadero alimento espiritual.
¿Hasta cúando seguiremos como ahora?
¿Qué quería Jesús que aprendiéramos? Quería que olvidásemos las formas, las maneras, los ritos, las ceremonias, las tradiciones, las costumbres, las festividades…
Quería que hiciéramos las cosas como mejor nos gustara hacerlas. No quería encasillar ni encajonar las ideas. ¡Tan sólo eran símbolos! Quería que cada cual, libremente, en una celebración entre amigos, tomase unos alimentos, o cualquier otra cosa, y significando con ellos el alimento espiritual, se dispusiese de una comida para recordarle. Muy pocos hoy en día hacen esto. Empeñados en fijar las cosas, en cuanto algunos grupos religiosos toman la iniciativa de desviarse de la rigidez ortodoxa, también ellos caen en la misma rigidez y cometen el mismo error del ceremonialismo.
Jesús quería LIBERTAD, LIBERTAD PARA EXPRESAR AL MODO INDIVIDUAL Y PERSONAL LA EXPERIENCIA DEL HOMBRE DEL ENCUENTRO CON SU PADRE DEL CIELO. Individual porque la experiencia religiosa es para Jesús una cuestión de cada hombre y mujer. Y porque para Él, cada cual tiene que buscar su expresión a través de la búsqueda incansable. No existe un significado mayor que otro. Lo más grande que podemos hacer con los ritos es saber estar abierto a todos ellos. Porque no hay ninguno del que no puedan aprovecharse los demás.
Difícilmente la iglesia cristiana de hoy admitirá estas conclusiones. Pero algún día llegará en que hombres y mujeres decididos se lanzarán a la aventura de ser capaces de hacer ritos no establecidos, con significados sacados de la experiencia íntima y personal. Algún día se reunirán fieles amigos en casas, o en locales, o en los mismos templos, y con libertad, celebrarán, sin imponer un modelo establecido, una cena para recordar, hablando entre ellos, al más grande de los hombres que ha existido sobre la faz de la tierra.