© 1997 Jean-Claude Romeuf
© 1997 Association Francophone des Lecteurs du Livre d'Urantia
El Espíritu de la Verdad: ¿polo unificador de las religiones? | Le Lien Urantien — Número 5 — Otoño 1997 |
Quienes experimentan una irresistible atracción por el misterio pueden entusiasmarse con el milagro permanente y cotidiano del don de la personalidad.
Este don del Padre es en sí mismo incomprensible, pero es posible observar sus efectos y prever sus objetivos. Puede que no entendamos el magnetismo, pero conocemos sus aplicaciones.
De entrada, nuestra primera observación es que la personalidad convierte a la persona a quien se la confiere en hijo único del Padre Universal. En todo el inmenso universo que nos rodea, tenemos derecho a decir: “No hay dos seres como yo”.
De esta afirmación, que puede parecer pretenciosa, se deriva la segunda observación que permite reconocer como único hermano a todo ser distinto de uno mismo que es al mismo tiempo diferente y similar en ciertos aspectos identificables. Es de la personalidad que, de una paternidad común, nacerá la Fraternidad Universal.
El don de la personalidad es también la condición necesaria y obligatoria para la llegada de los ajustadores del pensamiento. Esta segunda dotación del Padre Universal permitirá que cada ser dotado de personalidad obtenga el estatus de potencial ciudadano permanente del universo de universos. Estas dos realidades paternas pretenden estar estrechamente vinculadas, diferenciándose al comienzo de la vida hasta confundirse y ya no poder disociarse en el momento de la fusión.
Ser ciudadano temporal o permanente del universo de universos no excluye la necesidad de un medio de reconocimiento. Las relaciones con el entorno que nos rodea o con personalidades distintas a uno mismo requieren un método de comunicación. Este papel lo cumplirá la ficha identificativa de la personalidad: identidad.
La identidad estará activa en niveles que esquemáticamente podemos dividir en tres, aunque están íntimamente ligados a pesar de nuestra desafortunada costumbre de diferenciarlos por completo.
A lo largo del crecimiento espiritual, el alma se convertirá cada vez más en el espejo que refleja la identidad real y divina de la personalidad. En otras palabras, cuanto más nos acerquemos al Paraíso, más sincero será el reflejo de nuestro Ser: seremos cada vez más reconocidos como somos en la divinidad.
Por lo tanto, personalidad e identidad están estrechamente vinculadas y, en ocasiones, se tiende a confundirlas. Sin embargo, forman una entidad inseparable: la Persona.
Pero no podemos decir eso:
Persona = personalidad + identidad
Es más exacto decir que la personalidad corresponde al carácter invariante de la persona. No cambia en presencia del cambio: dentro de mil millones de años seré yo. Es coordinadora y unificadora.
Por el contrario, la identidad resalta el carácter variable y evolutivo de la persona. En un día, dentro de diez años, mi cuerpo habrá envejecido, mi carácter emocional habrá cambiado, mis conocimientos serán mayores, la relación con mi ajustador habrá mejorado (al menos eso espero), mi alma habrá crecido. En resumen, mi identidad habrá cambiado, pero seguiré teniendo la misma personalidad.
Hasta que se fusione con la personalidad, el ajustador puede considerarse una parte integral de la identidad sujeta a cambios. Luego, tras la fusión, el ajustador y el hombre se vuelven uno hasta tal punto que parece imposible diferenciar lo humano de lo divino. En este momento, la personalidad ya no corre el riesgo de sufrir un fracaso importante: su supervivencia está asegurada.
Sin embargo, el alma que entonces corresponde a la totalidad identificable de la persona seguirá creciendo y ascendiendo a los niveles superuniversal, havoniano y paradisíaco.
La imagen que proyectará de sí misma estará cada vez más en armonía con la imagen de su propia grandeza, es decir con el nivel de divinidad que habrá adquirido a través de la experiencia y la lealtad.
Ahora mismo, en Urantia, nuestra identidad nos sirve de máscara.
Detrás de una actitud, de un comportamiento, podemos ocultar lo que somos o hacer creer en lo que no somos. Podemos hacernos más bellos, mejores: el beso de Judas está todavía en nuestros labios.
A medida que uno sigue las instrucciones del ajustador, volviéndose cada vez más sincero y eligiendo el camino de la belleza, la verdad y la bondad, se abastece de divinidad. Es la única luz que algún día se verá en nuestros ojos porque la divinidad ilumina la personalidad.
La Divinidad es el futuro de la personalidad. Sin él, no hay crecimiento posible. La Divinidad es el espejo reflectante en el que se enciende la grandeza de la personalidad. La identidad debe ser reemplazada por la divinidad.
Jean-Claude Romeuf
El Espíritu de la Verdad: ¿polo unificador de las religiones? | Le Lien Urantien — Número 5 — Otoño 1997 |