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El día en que | Le Lien Urantien — Número 61 — Invierno 2012 | Maxien Quiz n°11 Respuestas 8 a 18 (actualizado) |
¡Qué locura intentar definir la conciencia! ¿Y cómo podemos hablar de “conciencia plena” si no hablamos primero de conciencia simple?
Usamos este término conciencia muy a menudo. Él es tan familiar para nosotros. “_¡No eres consciente de tus actos!”, “¡Sé un poco consciente de lo que estás haciendo!”, “No era consciente de su estado” son frases que pronunciamos casi mecánicamente. En el tribunal, los jurados están llamados a expresar “su alma y su conciencia” y todos conocemos el papel de los objetores de conciencia… En el fondo, tenemos la sensación de que entendemos bien esta noción de conciencia. Pero ¿realmente estamos de acuerdo en su significado, que es mucho más sutil de lo que parece?
La conciencia es un proceso continuo e inestable. Se modifica constantemente mediante el procesamiento de información interna y externa, que es continuamente reevaluada por el estado anterior. Estado previo que se reajusta a nuevos estímulos «Siempre es lo mismo siendo diferente»: esto podría definir nuestra conciencia de ser, que define nuestra identidad. El núcleo de uno mismo se construye según el principio del denominador común: es la entidad irreductible, lo que significa que lo que uno es sólo puede ser uno mismo. Todo lo que será experimentado, sentido, percibido, se hará combinando nuevas experiencias alrededor y desde este núcleo. Es algo a la vez perceptible y esquivo: “siento que soy yo”, pero ¿cómo puedo definir esta percepción que tengo de mí mismo? La certeza de ser uno mismo sólo puede ser validada por uno mismo. Nadie puede decir: “Sé que eres tú”. Ni siquiera como canta JeanLouis Aubert: “Eso, eso, eres realmente tú”. Se siente, se siente como si fueras tú. » Esto sólo expresa lo que el otro percibe… de nosotros. Y lo percibe a través de lo que es… En fin, yo soy yo, tú eres tú, ¡todos en casa! Saber que estamos viviendo lo que estamos viviendo…
Esto abre otra vía de comprensión. La idea de que la conciencia sería esta capacidad de conocer la realidad de la propia experiencia y de saber que uno la conoce. Un conocimiento reflexivo en definitiva. El que nos permitiría tener un acceso claro a lo que está pasando: aquí y ahora. Fuera y dentro de nosotros mismos. Con esta capacidad, reservada a los humanos, de tener esta perspectiva mental que nos permite observar que somos conscientes. Una especie de metaconocimiento: conocimiento del conocimiento. Si estoy triste o feliz y soy consciente de mi estado emocional, entonces tengo el conocimiento, la conciencia de mi estado.
En su libro Todo lo que no interesaba a Freud, el ensayista y médico Philippe Presie afirma que la conciencia llega a los niños alrededor de los cinco años. Evoca la idea poética de un “salto de conciencia” cuando el niño integra la noción de muerte, como posibilidad para los demás y para sí mismo. Ésta sería, pues, la primera toma de conciencia de su propia existencia. Y antes de los 5 años estaría plenamente consciente y por tanto sin conciencia. Me explico: el niño pequeño vive plenamente cada experiencia. Sin observarse vivirlo ni tener un diálogo interno sobre la propia experiencia.
El famoso pediatra inglés Winnicott habla de “simplemente ser”. Un matiz de traducción importante para introducir la dinámica de lo que está sucediendo. No es un estado estático. Además, a menudo, durante los protocolos de meditación, se invoca esta imagen del niño pequeño que “es”. Muy simple. Y nuestra intención en la meditación se convierte en la de redescubrir este estado perdido de simplemente ser, de plena conciencia de ser.
##Conciencia, la experiencia óptima de uno mismo
Otra posibilidad, otro ángulo de aproximación. La conciencia puede entenderse como ese momento privilegiado, buscado, intenso, en el que sentimos profundamente que estamos, que existimos. La noción de “experiencia óptima”, introducida por Mihaly Csikszentmihalyi, pone de relieve esta extrema concentración en el sentimiento. Un sentimiento que excluye todas las demás percepciones. Centrada en la autopercepción, la autoconciencia alcanza su máximo: necesariamente efímera pero como una experiencia que nos invita a renovar esta sensación única de sentirnos intensamente existentes, de sentirnos intensamente presentes, ante uno mismo y ante el entorno. Sin dejar de ser plenamente conscientes del estado en el que nos encontramos. Con la densa alegría de este estado. Una alegría en uno mismo a la que luego estamos plenamente conectados.
La conciencia se puede entender en varios niveles. Intuitivamente lo sabemos. Así como sabemos que la conciencia puede tomar muchas formas. La conciencia difusa y confusa es este estado intermedio entre la vigilia y el sueño. O el estado en el que nos encontramos si nos despertamos de repente o si nos despiertan de un ensueño. Este estado en el que perdemos los contornos espaciotemporales de la realidad sin dejar de permanecer conectados a ella. Este estado está en el origen de las dificultades para conciliar el sueño que sufren quienes temen perder el control, abandonarse a un estado de conciencia modificado sobre el que ya no tendrán control. Porque el sueño o, más precisamente, los sueños son momentos reales de estados de conciencia modificados. Una conciencia que ya no tiene en cuenta la contingencia de nuestra realidad ordinaria y que crea un mundo y una experiencia extraordinarios. En el verdadero sentido de la palabra. Un estado de conciencia modificado que es también el que se busca con la ingesta de diversas sustancias: alcohol, drogas, medicamentos, sustancias químicas diversas, etc.
Cuántos se entregan a estas experiencias que rápidamente se convierten en adicciones nocivas a experimentar estados de conciencia que los alejan de la realidad actual, que les hacen vivir momentos sin límites y sin fronteras, más allá del cuerpo, más allá de las palabras, más allá de la realidad. En una exacerbación de emociones, sensaciones, vivencias corporales. En momentos que crean la ilusión de que todo es posible o que somos todopoderosos. Deja que la realidad se desvanezca. Deja que los dolores disminuyan. Que el sufrimiento disminuya. Que las dudas, las incertidumbres, los miedos encuentren su resultado. Quimeras, por supuesto, pero ciertamente experiencias de vida intensas. Experiencias a las que parece imposible tener acceso sin estos señuelos cerebrales. Se suele mencionar, cuando hablamos de meditación, que el objetivo sería precisamente alcanzar estos estados modificados de conciencia. Sin duda, esto fue cierto para el movimiento de la meditación trascendental, pero no es el caso de la meditación contemporánea. Podemos experimentar momentos sorprendentes en la meditación. De esos momentos en los que perdemos la noción del tiempo lineal, la noción del espacio, donde sentimos que vivimos en sincronía con los demás y con el mundo. Pero sigue siendo una experiencia entre otras y, sobre todo, no una experiencia buscada. Éste no es el objeto de la meditación.
Me parece mucho más interesante abordar la idea de hiperconciencia que el principio de modificación del estado de conciencia. La hiperconciencia es ante todo una realidad biológica. El cerebro tiene una red neuronal paralela, que se yuxtapone a la red básica. Un doble circuito. El primero es este circuito de neuronas interconectadas en nuestro cerebro que, dependiendo de sus funciones y de la naturaleza de la tarea a realizar, se activarán para darnos los medios para actuar y reaccionar. Las conexiones se establecen según un patrón conocido, al menos en parte, y siguen trayectorias predecibles. La hiperconciencia opera según otras leyes. Su sistema es integrativo y simultáneo. Como si, instantáneamente, todo el cerebro “se iluminara” y produjera un destello. Una hiperconectividad cerebral, en definitiva, pero que utiliza circuitos únicos. Y que se abre a una inmensa lucidez, sobre uno mismo y sobre el mundo. Como un concentrado de hiperpercepción de uno mismo, que produce una hiperconciencia del universo reflejada en uno mismo. El universo entero en el centro de uno mismo. ¿No es esto lo que Freud o Jung querían expresar con el sentimiento oceánico o el sentimiento del gran todo?
La hiperconciencia se basa en primer lugar en la hiperestesia, es decir, en la capacidad de exacerbar nuestros cinco sentidos en nuestra captura del mundo: ver más allá de lo que se puede ver, oír más de lo que se percibe, sentir más fuerte que lo que se experimenta. Una “hiperconexión” sensorial con el mundo. Es esta noción la que designo con el término hiperconciencia cuando hablo de la intersección entre inteligencia aguda e hiperreactividad emocional. La hiperconciencia colorea nuestra forma de estar en el mundo, de percibirlo, de sentirlo. Y vivir uno mismo. Con esta percepción tan intensa que puede llegar a ser dolorosa, pero que da esta increíble conciencia de estar vivo, presente, plenamente comprometido con la vida.
La hiperconciencia, a través de una concentración intensiva en las percepciones de los cinco sentidos, te permite permanecer en contacto contigo mismo para movilizar tu energía y tus recursos internos, sin dejarte abrumar por las emociones, sin dejarte arrastrar por el torbellino de pensamientos, allí mismo. Un momento puro de meditación de atención plena. Donde todo está claro. Claro. Obvio.
La intuición, esta comprensión inmediata y deslumbrante, es producto de la hiperconciencia. Esta conciencia más allá de la conciencia ordinaria permitirá que todo un sistema neuronal subterráneo comience a darnos una respuesta, la comprensión repentina, la solución inesperada. Pero que no se puede explicar porque los caminos recorridos no pueden activarse en el campo de la conciencia. La intuición no toma los caminos ordinarios. Su camino no tiene señales conocidas, al menos por la conciencia. Porque no se trata de conocimientos “mágicos”, que vendrían de otra parte. Es un funcionamiento del cerebro que reúne, en un precipitado químico instantáneo, una serie de datos, conocimientos, habilidades, cuya velocidad de reunión no puede ser accesible a los canales más lentos de la conciencia ordinaria. Y ahí reside la ambigüedad del proceso intuitivo: a menudo justo, preciso, original, no consigue justificarse ni argumentar. Y muchas veces pierde su credibilidad.
Por eso, a menudo, la intuición es silenciada. Nuestro mundo es así. Sin pruebas no hay verdad posible. ¡Qué pérdida! El día en que el hombre pueda aceptar que lo que escapa a la conciencia no es sólo la inconsciencia sino que también puede ser una hiperconciencia poderosa y eficaz, toda una parte de nuestra vida será accesible.
La hiperconciencia agudiza nuestra percepción, nuestra comprensión, en un campo más amplio y conectado. En la hiperconciencia, la conciencia ya no es analítica sino inmersa. La meditación nos acompaña en este viaje donde la conciencia, finalmente plena, ilumina todo un campo de conciencia hasta ahora sumido en la oscuridad. Despertar la conciencia significa acercarse a la hiperconciencia que da acceso a una verdad enterrada. Una verdad sobre ti, para ti, para la humanidad. Un nivel de conciencia definitivamente más alto. Lo cual, como ve, es muy diferente de un estado alterado de conciencia. También podríamos llamarlo metaconciencia.
¿El cerebro crea conciencia? Me gusta plantear esta cuestión con tintes muy filosóficos y que al mismo tiempo confronta a la ciencia con sus límites. Una pregunta que recuerda a la del huevo y la gallina. ¿Podemos, de hecho, reducir la conciencia únicamente a nuestra actividad neuronal? ¿Puede la conciencia ser el producto predecible de la química cerebral? ¿O un circuito eléctrico especialmente elaborado?
Tendré cuidado de no responder a esta pregunta. Filósofos y científicos de todo tipo y de todos los universos lo han estado debatiendo durante siglos. Lo que me interesa es la noción de emergencia: la conciencia como emergencia del funcionamiento del cuerpo, la mente y la emoción combinados, y que va más allá de los límites de nuestras funciones corporales, cualesquiera que sean. Esta conciencia que nos da esta sutil sensación de ser nosotros mismos. A veces una sensación fugaz pero muy real, que no da cabida a explicaciones racionales. Incluso si esta autoconciencia no pudiera existir sin el cuerpo.
La conciencia escapa del cerebro, escapa de quienes quieren reducirlo a su funcionamiento, escapa de las redes de la ciencia, por sofisticada que sea. ¡Y eso es mucho mejor!
¿Nos acerca entonces la conciencia a la concepción del alma, entidad indefinible de la que, sin embargo, todos tenemos una intuición: «alma» para designar lo que se escapa, lo que no pertenece ni al cuerpo ni a la mente, ni quizás tampoco? incluso al espíritu. O incluso al “Alma” como el Yo con la M mayúscula de los psicoanalistas. eje vertical, nos conecta con el cielo y la tierra en el sentido de lo más concreto, desde lo más material hasta lo más sutil, hasta lo más esquivo. ¿Puede la conciencia pura ser el alma de hoy?
Extracto de Cómo la meditación cambió mi vida, de Odile Jacob
Jeanne Siaud-Facchin
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