© 2015 Suzanne Kelly
© 2015 Asociación Internacional Urantia (IUA)
Un amigo mío musulmán me argumentó una vez que no existe en la Biblia ninguna enseñanza clara sobre la Trinidad, y eso me ha hecho investigarlo. Cree que la tradición islámica le ha enseñado que no existe eso de la Trinidad, pues la traducción concreta del Corán que él estudia así se lo enseña.
He leído detenidamente la misma traducción y me doy cuenta de que su creencia se basa más en el traductor que en el propio Corán. Sea como fuere, no tiene importancia porque, según mi experiencia, la mayor parte de la población del islam tampoco llega a captar la idea de la Trinidad por esa misma razón.
Estudiar la historia del islam revela que su celo monoteísta hacia el único Dios Alá eclipsó las enseñanzas trinitarias de los misioneros cristianos del siglo sexto que, a pesar de sus esfuerzos por erradicar estas doctrinas, que se percibían como amenazas para su ideología, crearon en último término el efecto contrario hacia la idea de tres en uno.
No obstante este conflicto, el rechazo inicial al trinitarismo no debería ser en absoluto una sorpresa, teniendo en cuenta la metamorfosis del concepto de Dios, que pasó por los paradigmas hermenéuticos del politeísmo y el henoteísmo, y que terminó en un monoteísmo amalgamado.
En el afectuoso reto que mi amigo me planteó, se me recordó que incluso los hebreos del Antiguo Testamento fueron en un tiempo politeístas y que, tras haber pasado por las refriegas del henoteísmo, se convirtieron en celosos monoteístas, al contrario que los beduinos de la península de Arabia. Con el paso del tiempo, las idas y venidas de cada generación sucesiva del pueblo hebreo fue fortaleciendo este monoteísmo y legando a la siguiente este mismo celo.
Por eso, durante el otorgamiento de Jesucristo, la mente de los judíos levantinos «no podía conciliar el concepto trinitario con la creencia monoteísta en el Señor Único, el Dios de Israel» [LU 104:5.5] con las enseñanzas que él les revelaba. La esencia de estas enseñanzas a las que me refiero era universal en su fundamento, como por ejemplo las enseñanzas del reino y del concepto de la paternidad de Dios y la hermandad del hombre. Esta última enseñanza en concreto explica los siempre presentes prejuicios del monoteísmo de hoy en día, el mismo tipo de prejuicio que tuvieron ya los apóstoles en los tiempos de Jesús. Aunque se disfrute de la ventaja de poder estudiar El libro de Urantia, no es difícil llegar a la conclusión de que el Señor hizo todo lo que pudo para que se comprendieran. Educados como estaban en su concepto dominante de Yahvé, los apóstoles se quedaban a menudo perplejos ante las palabras del maestro y volvían a sus posiciones filosóficas de las traducciones cuando no entendían debidamente algo.
El cristianismo embrionario heredó la misma inclinación, que los escritos del Nuevo Testamento, salidos principalmente de la pluma de Pablo, fortalecieron inevitablemente. Cuando los evangelistas jesusonianos penetraron en el desierto llevando la historia del Cristo resucitado como segunda persona de una trinidad, un concepto que de acuerdo con El libro de Urantia ««erró de hecho, [pero] era prácticamente verdadero con respecto a las relaciones espirituales» [LU 104:1.13] acentuaron sin saberlo el concepto en evolución de Dios entre los protoislámicos. La gente del desierto vivía en la víspera de un gran momento de avance religioso en lo referente a su comprensión de la deidad. La comunidad beduina estaba en la parte final del prolongado proceso de trasformar todas sus deidades politeístas en una sola entidad (teórica) unificada, una experiencia que los hebreos ya habían atravesado lentamente.
En una sociedad religiosa primitiva …el politeísmo es una unificación relativa del concepto en evolución de la Deidad; el politeísmo es monoteísmo en vías de formación_…_ [LU 5:4.2], y es desde esta perspectiva general como se explica por qué mi amigo argumenta que no hay presencia de la Trinidad en la Biblia. La pugna romántica de amor entre el hombre y Dios que se escribe en los Testamentos es una historia de esponsales monoteístas, no de cooperación trinitaria. La narración sobre una trinidad está relativamente ausente de las Escrituras, aunque no estoy de acuerdo en que esa presencia de la Trinidad se revela mediante los elementos invisibles que hicieron posible el monoteísmo. Sin embargo, los hebreos sí mantenían al menos un vago concepto de la Trinidad, y aunque este concepto nunca se desarrolló en su teología, empezó a solidificarse en cuanto desantropomorfizaron su monoteísmo, algo que los beduinos árabes nunca tuvieron oportunidad de experimentar.
Algunos teólogos islámicos enseñan que fue la teología judía, unida a las enseñanzas cristianas que llegaron más tarde, lo que hizo al islam radicalmente monoteísta. Tiendo a no estar de acuerdo; aunque es verdad que las enseñanzas judeocristianas influyeron en no pequeña medida en el carácter del islam en su nacimiento, no es muy exacto decir que esa influencia fue la causa del radicalismo islámico. Además, poner la responsabilidad del extremismo musulmán en los judíos o los cristianos es ir demasiado lejos. Mi investigación lleva más bien a creer que Mahoma fundó la fe musulmana como una protesta filosófica contra todas las demandas sociales de aquel tiempo que, si recordamos la historia del siglo sexto, provenían de múltiples fuentes. Puede que sea verdad que los métodos judíos y cristianos de proselitismo eran un poco severos, aunque los requisitos sociales colaterales del zoroastrismo y del mitraísmo eran igual de estrictos. En segundo lugar, la constancia y la coherencia de las tendencias politeístas de su propia gente intensificaron la motivación de Mahoma.
Y aquí está el quid de la cuestión. Los grupos religiosos extranjeros, como el cristianismo o el mitraísmo, en sí mismos y por sí mismos, tuvieron una influencia menos que moderada en el surgimiento del monoteísmo radical islámico. El impacto de la pereza religiosa de los beduinos fue asimismo insignificante. Visto hoy en retrospectiva, fue la condición global lo que hizo madurar abrumadoramente su nacimiento, una condición que traumatizó el proceso de transición de un politeísmo que se desvanecía (el protoislam) a un monoteísmo sublime (el islam embrionario). Ese habría sido al menos el avance normal de las cosas si las religiones establecidas del momento hubieran cultivado los nuevos movimientos espirituales, como el islam, en vez de intentado encajarlos en ellas (de imponerse a ellos).
Si se le da suficiente tiempo, el monoteísmo se desarrollará por sí mismo, bien porque lo dejamos relativamente tranquilo o bien «como protesta filosófica contra la incoherencia del politeísmo» [LU 104:2.1], como se demuestra en la experiencia de las gentes del Antiguo Testamento. Lo que se extrae de sus experiencias es que su travesía hermenéutica del politeísmo al monoteísmo fue un desarrollo conceptual gradual, que los renaceres patrióticos de los devotos de Yahvé, «el Dios único de valor final y supremo… el Señor Dios de Israel.» [LU 96:0.1]
Sin embargo, pasar de generación en generación la antorcha del monoteísmo no fue en absoluto una transición tranquila. El progreso del concepto hebraico se estorbaba constantemente, y retrocedía así en algunos momentos debido a las repercusiones inevitables de lo cultural y lo tribal. Una de estas repercusiones fue la idea de un Dios celoso. Puede que, en verdad, Moisés hubiera enseñado algo así, pero «Ningún profeta o instructor religioso, desde Maquiventa hasta el tiempo de Jesús, alcanzó el alto concepto de Dios que proclamó Isaías segundo durante estos días del cautiverio» [LU 97:7.5] ni acentuó el hecho de que Dios es todopoderoso, un padre amoroso, un Dios de todos los pueblos.
Se puede observar que, cuando dos culturas empiezan a mezclarse, sea por imaginaciones políticas o por religiosas, la menos evolucionada no puede asimilar mucho de la más evolucionada, incluso si esta presenta su conocimiento de forma adecuada para aquella. En consecuencia, la profundidad con que el receptor asimila se puede medir por «…aquello que es razonablemente coherente y compatible con su estatus evolutivo en curso, más su habilidad para adaptarse» [LU 92:2.4] Basta esto para decir que la cultura protoislámica entró en una gloriosa era monoteísta por estar preparada para hacerlo, pero debido a la cantidad inusual de factores que contribuyeron a ello, incluida la ausencia de todo tipo de fomento espiritual por parte de las religiones más maduras, su nuevo concepto del Dios único fue propenso a sufrir las fragilidades de una fe nueva. Si al concepto islámico de Alá se le hubiera dado suficiente tiempo para que se desarrollara en el corazón de los mahometanos, la predicación de que Jesucristo era la segunda persona de la Deidad no habría supuesto una amenaza tan directa a la fe musulmana. El rechazo de La Meca no fue al Señor en sí mismo, sino más bien porque en la infantil mente islámica eso iba contra la idea de un Dios único, que era, de hecho, un Dios celoso.
Dado que el monoteísmo surge de una protesta contra la incoherencia del politeísmo, hay una repercusión inevitable de su desarrollo evolutivo normal, el trinitarismo, que se desarrolla de igual modo a partir de «la imposibilidad de concebir la unidad de una Deidad solitaria desantropomorfizada cuya relevancia carece de relación con el universo.» [LU 104:2.2] Sin embargo, el trinitarismo no tuvo nunca ninguna posibilidad en los tiempos de Mahoma por las razones ya tratadas. Además, los mahometanos no pudieron asentar su nuevo concepto monoteísta, que se manifestaba en tres canales de naturaleza eterna, y colocarlo en contraposición a distinguir tres dioses como si fueran uno. «Es siempre difícil para un monoteísmo emergente tolerar el trinitarismo cuando este se enfrenta con el politeísmo.» [LU 104:1.9] El Libro de Urantia sugiere que la idea de la Trinidad arraiga mejor cuando hay una firme tradición monoteísta unida a algún grado de elasticidad doctrinal, como la que se ve en el nacimiento del cristianismo, y en él mismo, dentro de los ámbitos hebraicos del judaísmo. Para estar seguros, recordemos brevemente la evolución del concepto de dios entre los hebreos.
Como ha llegado a conocerse, el hombre ha adorado a la deidad a través de una variedad de organizaciones panteístas de medios naturales como las piedras, las montañas, las plantas y los árboles; esta adoración evolucionó hacia los animales, los elementos y los cielos, y se consumó en el hombre. A partir de las rocas que usaba Jacob como almohada, el volcán del Sinaí y los árboles de la apostasía de Israel, se fomentó en la cultura hebrea el impulso de adoración a un Dios monoteísta hasta que nació el concepto de Dios como padre. A lo largo de todo este tiempo, el monoteísmo se fue solidificando lentamente en la mente hebrea y, a través de eras consecutivas, sus ideas menores de la deidad se fueron subordinando henoteísticamente a un concepto mayor. Los hebreos, empezando en la familia de Abraham, «creyeron durante mucho tiempo en la existencia de otros dioses distintos de Yahvé, pero sostuvieron cada vez en mayor grado que estas deidades ajenas eran de menor rango que Yahvé.» [LU 96:1.14]
Fue totalmente inevitable que, a medida que la cultura de los hebreos avanzaba, la evolución de su estilo de vida y sus puntos de vista religiosos «…exigieran un cambio más o menos completo del carácter de la concepción que tenían de la naturaleza de su Dios, Yahvé.» [LU 96:6.2]. Además, a medida que comprendieron el monoteísmo más plenamente, se hizo necesario una concepción superior para explicar todas las actividades de la deidad que caían fuera del ámbito de lo que entendían (lo de relevancia no relacionada con el universo). La idea de la Trinidad tomó forma de esa manera en la teología hebrea. Supongo que todo este andamiaje evolutivo repercutió directamente es esta misma Trinidad que, como ya se ha mencionado, existía desde mucho antes de que el hombre tuviera ninguna coherencia en su adoración.
Sin embargo, lo que impidió que el concepto del trinitarismo se extendiera fue una circunstancia desafortunada de dentro del reino de Israel. No fue, de hecho, hasta el cautiverio en Babilonia cuando el trinitarismo se incorporó real y significativamente a la teología hebrea. Eso se debió a que se indujo a los judíos a ampliar sus conceptos monoteístas. No es una casualidad trágica que el exilio judío ensanchara la mente judía de formas tanto buenas como no tan buenas. Por decirlo concisamente, los judíos creían que, a fin de que su nación sobreviviera finalmente, si «…sus ideologías habían de prevalecer» [LU 97:9.27] tenían que poner su atención en el concienzudo esfuerzo de adoctrinar al mundo de los gentiles sobre el «Dios de Dioses».
De esa forma, el monoteísmo hebreo alcanzó un nivel de elasticidad en el que, si había de movilizar a todas las naciones y ganar prosélitos en ellas, no podía seguir manteniendo una integridad teológica que denotaba la idea de deidad nacional. Como era necesario que el concepto de Yahvé se expansionase, los judíos cambiaron a su concepto de Elohim que, hasta aquel momento, aún no se había enseñado plenamente y menos aún entendido. Se sugiere en la teología cristiana que el postulado de Elohim, una manifestación triple de Yahvé que perduraba en la conciencia hebrea desde los tiempos de Abrahán, o sus enseñanzas, habían sido otorgadas por Melquisedec o a través de Melquisedec, y que tenían su origen en el tiempo de Adán. Como estudiantes de El libro de Urantia, sabemos que un concepto trinitario del monoteísmo se reveló por primera vez en la era de Dalamatia y que se reintrodujo durante la administración de Adán.
En cualquier caso, la idea de cooperación en una Deidad triple es un nivel de comprensión intelectual y espiritual que no se obtiene del todo a través de métodos evolutivos como el henoteísmo. Aunque puede que Dios sea UNO, y esta verdad estaba clara en la mente de Adán, no siempre ha estado tan clara en la mente no divisible del resto de nosotros. La indivisibilidad sigue siendo una joya en bruto que necesita ser pulida.
Pero con todo, los judíos estaban decididos a unificar las características diferenciadoras que eran indicio del esfuerzo por expandir su monoteísmo, y se deben alabar estos esfuerzos. Pues, en su intento desesperado por sobrevivir, apenas comprendieron que estaban volviendo sin saberlo al concepto de Adán de un antropomorfismo exaltado; es decir, un hijo de Dios preparó el podio para que el mismo Hijo enseñara la universalidad de la deidad monoteísta, o padre creador. De ahí que Elohim fuera el intento judío de teologizar las características sublimes de Yahvé, y dado el nivel de civilización cultural de aquel tiempo, que estaba encadenado, hicieron un trabajo excelente. A cada uno lo suyo.
Sin embargo, debido a que los judíos, al regresar del cautiverio, quedaron demasiado sujetos a las prerrogativas de los sacerdotes, Elohim siguió presente a lo largo de toda la etapa de helenización. Durante más de 300 años, la doctrina de la Trinidad quedó archivada en la mente hebrea. Pero el monoteísmo avanzó y el mundo quedo preparado para pasar al siguiente nivel. Provistos de El libro de Urantia, el estudio del monoteísmo hebreo en el Antiguo Testamento es quizá el mejor ejemplo de concepto en evolución de Dios del mundo. Su transición filosófica del politeísmo al monoteísmo representa, como un todo, el requisito necesario para la revelación adicional, global, de Dios. El ejemplo hebreo ilustra el «…eslabón evolutivo entre las religiones de evolución y las religiones de revelación;» [LU 92:6.17] que es crucial para entender en el siglo XXI la causa de que las grandes religiones del mundo estén al borde del precipicio de este eslabón.
Para los judíos de los días de Jesús, Elohim denotaba Dios de Dioses, mientras que Yahvé era el Dios de Israel. Sería útil tener en mente que, hablando en general, ambos son uno y el mismo Dios. Solo en la teología se diferencia gramaticalmente. Ahora bien, toda mi experiencia religiosa me enseña que el Señor, entonces y ahora, basaba todo su ministerio en el inquilino Elohim, aun cuando el Nuevo Testamento no especifica que el maestro instruyera sistemáticamente a los apóstoles sobre la Trinidad. Para dilucidar mi hipótesis, permítanme señalar que, de acuerdo con El libro de Urantia, Jesús habló a menudo de Elohim cuando no citaba directamente la Torá (las Escrituras), lo que indicaba su esfuerzo para ampliar el concepto judío de Yahvé desde un padre racial deificado (de Israel) hasta la idea un Dios padre de todas las razas de los hombres. Esto fue una elaboración judía no desarrollada que tuvo su génesis unos cuatro siglos antes. Sin embargo, hubo algunas implicaciones imprevistas de este ideal en la mente judía que habrían cambiado sin duda para siempre el curso de su historia.
Aun cuando Jesús exaltó el Yahvé de Israel a la condición de Dios Padre del mundo, se demostró que era muchísimo más para los judíos, aun cuando los conceptos ya se habían abierto camino en las Escrituras. El prejuicio mencionado antes quedó realmente claro en este punto. En aquel momento, el ego nacional judío se concentró demasiado en una lucha de determinación, «…aunque bajo protectorado romano, gozaba de un grado considerable de autogobierno,…» [LU 121:2.7] pero eso fue algo más o menos religioso, no político.
El concepto de Señor de Elohim no fue de su gusto, pues preveían que Yahvé iba a ser el Dios de todas las naciones, aunque deseaban que siguiera siendo judío políticamente. Esta ideología estaba respaldada por su teología. El hecho es que el maestro, siendo él mismo judío, aunque no se ajustaba al pensamiento político judío, promulgaba un concepto global de Yahvé que parecía descartar la suposición que podía excluir el papel fundamental que se deducía de la interpretación de profeta Isaías que decía «heredan naciones». Así, los judíos se veían a sí mismo teniendo que compartir a Yahvé en igualdad de condiciones con esas mismas naciones y, por supuesto, sus ritualismos y legalismos. Dicho de otra manera, en la inercia tradicionalista no tendría cabida esta concesión.
En el periodo que siguió a la crucifixión, cuando el cristianismo empezó a abrirse camino en el corazón de los hombres, los heraldos del reino se llevaron consigo las semillas que permitían entender la Trinidad, que consistía en Dios, Su Palabra y Su sabiduría. Al enseñar una variante, el apóstol Pablo lo expresó como «…el Padre, el Hijo y el Espíritu.» [LU 104:2.4] Fuera cual fuera el paradigma que usaran estos primeros cristianos, una cosa es absolutamente clara: la categórica declaración perpetua de su unidad con el Padre, la Trinidad que el Señor manifestaba era que «…el Padre lo envió al mundo a revelar sus naturalezas combinadas y a dar a conocer su trabajo conjunto.» [LU 169:4.2] Y en esto reside la claridad que contraponer a las razones de mi amigo. La quintaesencia del concepto de la Trinidad se revela a lo largo de la Biblia en las vidas vividas en Dios como hijos y a través del Hijo.
Como hijo, aprendo acerca de Dios de Jesús, observando la divinidad de su vida. Añado a esta observación el estudio de sus enseñanzas; enseñanzas de mi vida personal y enseñanzas recibidas de El libro de Urantia, que disemino. A partir de estos ejemplos, puedo captar el concepto más alto de Dios del que soy capaz, un concepto que representa la medida de mi capacidad de percibir la realidad de la infinita Trinidad paradisíaca. Aunque no puedo esperar comprender totalmente dicha realidad, puedo, sin embargo, captar una minúscula visión fugaz en su focalización en la personalidad del maestro de mi alma, Jesucristo. Ergo, el concepto de Trinidad proporciona efectivamente la expresión plena y la revelación perfecta de la naturaleza eterna de la deidad.