© 1997 Ken Glasziou
© 1997 The Brotherhood of Man Library
«Nabon era un judío griego y el más importante de los dirigentes del principal culto de misterio en Roma, el culto mitríaco. Aunque este sumo sacerdote del mitracismo mantuvo muchas conversaciones con el escriba de Damasco, lo que le influyó de manera más permanente fue la discusión que tuvieron una noche sobre la verdad y la fe. Nabon había pensado en convertir a Jesús e incluso le había sugerido que regresara a Palestina como educador mitríaco. No sospechaba que Jesús lo estaba preparando para volverse uno de los primeros convertidos al evangelio del reino. Transcrito en una terminología moderna, he aquí en esencia lo que Jesús le enseñó:»
«La verdad no se puede definir con palabras, sino solamente viviéndola. La verdad es siempre más que el conocimiento. El conocimiento se refiere a las cosas observadas, pero la verdad trasciende estos niveles puramente materiales en el sentido de que se asocia con la sabiduría y engloba unos imponderables tales como la experiencia humana e incluso las realidades espirituales y vivientes. El conocimiento se origina en la ciencia; la sabiduría, en la verdadera filosofía; la verdad, en la experiencia religiosa de la vida espiritual. El conocimiento trata de los hechos; la sabiduría, de las relaciones; la verdad, de los valores de la realidad.»
«El hombre tiende a cristalizar la ciencia, a formular la filosofía y a dogmatizar la verdad, porque tiene pereza mental para adaptarse a las luchas progresivas de la vida, y porque tiene también un miedo terrible a lo desconocido. El hombre normal es lento en introducir cambios en sus hábitos de pensamiento y en sus técnicas de vida.»
«La verdad revelada, la verdad descubierta personalmente, es la delicia suprema del alma humana; es la creación conjunta de la mente material y del espíritu interior. La salvación eterna de este alma que discierne la verdad y que ama la belleza, está asegurada por ese hambre y esa sed de bondad que conducen a este mortal a desarrollar una sola finalidad, la de hacer la voluntad del Padre, encontrar a Dios y volverse como él. Nunca existe conflicto entre el verdadero conocimiento y la verdad. Puede haber conflicto entre el conocimiento y las creencias humanas, las creencias teñidas de prejuicios, deformadas por el miedo y dominadas por el terror de tener que afrontar los nuevos hechos de los descubrimientos materiales o de los progresos espirituales.»
«Pero el hombre nunca puede poseer la verdad sin el ejercicio de la fe. Esto es así porque los pensamientos, la sabiduría, la ética y los ideales del hombre nunca se elevarán por encima de su fe, de su esperanza sublime. Y toda verdadera fe de este tipo está basada en una reflexión profunda, en una autocrítica sincera y en una conciencia moral intransigente. La fe es la inspiración de la imaginación creativa impregnada de espíritu.»
«La fe actúa para liberar las actividades superhumanas de la chispa divina, el germen inmortal que vive dentro de la mente del hombre, y que es el potencial de la supervivencia eterna. Las plantas y los animales sobreviven en el tiempo mediante la técnica de transmitir partículas idénticas de sí mismos de una generación a la siguiente. El alma humana del hombre (la personalidad) sobrevive a la muerte física asociando su identidad con esta chispa interior de divinidad, que es inmortal, y que actúa para perpetuar la personalidad humana en un nivel continuo y más elevado de existencia progresiva en el universo. La semilla oculta del alma humana es un espíritu inmortal. La segunda generación del alma es la primera de una serie de manifestaciones de la personalidad en existencias espirituales y progresivas, que sólo terminan cuando esta entidad divina alcanza la fuente de su existencia, la fuente personal de toda existencia, Dios, el Padre Universal.»
«La vida humana continúa —sobrevive— porque tiene una función en el universo, la tarea de encontrar a Dios. El alma del hombre, activada por la fe, no puede detenerse hasta haber alcanzado esta meta de su destino; y una vez que ha conseguido esta meta divina, ya no puede tener fin porque se ha vuelto como Dios —eterna.» (LU 132:3.1-7)