© 1994 Ken Glasziou
© 1994 The Urantia Book Fellowship
© 2005 Olga López, por la traducción
¿Era la crucifixión realmente necesaria? Eso depende de la teología de cada uno. Para aquellos que suscriben la doctrina de la expiación del pecado original, ciertamente sí. La necesidad psicológica y profunda de expiación puede tener sus raíces en las costumbres de «restitución» de las sociedades primitivas, donde el castigo ritual por equivocaciones reales o imaginarias era obligatorio para la familia o tribu de la víctima (una muerte por otra, ojo por ojo, etc.) El pago de alguna forma de compensación como medio de evadir el daño físico requerido por el sistema de «restitución» es un desarrollo evolutivo natural que podría haber llevado también al concepto de expiación para apaciguar la ira de los dioses.
Sin tener en cuenta su verdadero origen, el concepto de la expiación llega hasta aquellos tiempos pretéritos en los que el miedo a los dioses daba lugar al esfuerzo por apacigar su ira mediante el sacrificio supremo: la ofrenda de una vida humana. En algunas culturas esta víctima del sacrificio era requerida también como símbolo de pureza, como por ejemplo una virgen bella y joven. De esa forma surgió el concepto del sacrificio supremo, del que la muerte del auténtico Hijo de Dios supone la expiación completa y final de las fechorías de toda la humanidad. Esto parece una consecuencia casi inevitable en la actitud de una comunidad humana desvalida y atrasada, con una capacidad espiritual muy limitada como consecuencia de la rebelión de Lucifer. Oculto entre los más oscuros rincones de nuestro inconsciente, éste podría ser el único sacrificio aceptable que podría liberarnos de una carga excesiva de culpa. No hay nada menos que pueda servir para ese propósito.
Los lectores de El Libro de Urantia que están afligidos por la doctrina horrible de la liberación del pecado mediante la sangre de Cristo deben acostumbrarse a la idea de que sus víctimas no pueden ser liberadas simplemente denunciando esa doctrina. Hasta los psiquiatras más habiles reconocen que este trastorno, asociado invariablemente a sentimientos exagerados de culpa, es curable únicamente en un porcentaje muy pequeño de los afectados. Es improbable que Jesús hubiera intentado un ataque directo a este concepto (ver LU 132:0.3). Es más probable que hubiera realizado una aproximación positiva, como la de inculcar en la mente de sus víctimas que el amor de Dios como Padre siempre trasciende su corrección como Juez. Jesús hizo algo similar con su parábola cuando preguntó si los padres humanos darían a sus hijos piedras cuando les pidieran pan, o serpientes cuando les pidieran peces (Mt 7:9-10). A su debido tiempo, aquí o en los mundos de las mansiones, las mentes de aquellos afligidos por este terrible error sobre la verdadera naturaleza de Dios necesitarán ser liberados de su efecto opresivo para el progreso espiritual. Para algunos la cura requerirá más recursos de los que hay disponibles en Urantia.
Los partidarios de la doctrina de la expiación que no estén tan profundamente ni emocionalmente perjudicados pueden ser receptivos a la discusión lógica. Con ellos puede ser posible sembrar semillas que finalmente darán fruto. Por ejemplo, podría pedírseles que consideraran si Dios podría haber olvidado los pecados de los hombres en el caso de que Jesús hubiera sido rescatado de la cruz.
La Biblia nos dice que el oficial romano que supervisó la crucifixión quedó tan impresionado con Jesús que finalmente declaró que «este hombre realmente era el Hijo de Dios» (Mt 27:54). Si el oficial hubiera discernido este hecho en una etapa anterior, una consecuencia hipotética hubiera sido que él y sus hombres hubieran sacado a un Jesús todavía vivo de la cruz y se lo hubieran llevado atravesando el Jordán fuera de Judea.
El sentido de justicia legal entre los romanos era tan acusado que, posiblemente, los soldados romanos podrían haberse escapado con una acción tan audaz. Puesto que esto es algo totalmente hipotético, podemos permitirnos la libertad de imaginar cualquier consecuencia que elijamos. Así que, para nuestro razonamiento, supongamos que Jesús fue reanimado y que más tarde pudo emprender una larga y exitosa misión de predicación del evangelio a través de todo el Imperio Romano. El resultado podría haber sido la conversión de millones de personas al evangelio del reino. Jesús podría entonces haber muerto de muerte natural, de la que también podría haberse seguido su resurrección y las posteriores apariciones morontiales a sus seguidores.
¿Podría una consecuencia así, tan evidentemente deseable, haber retirado el perdón de Dios por el pecado heredado de Adán? ¿O habría necesitado Dios exigir a Jesús que llevara a la muerte a alguien más? ¿Qué clase de Dios haría esto último? Algo en estas líneas puede desafiar lo menos fundamental de los fundamentalistas para que abran sus mentes a conceptos alternativos.
Hay muchas maneras lógicas de desafiar la doctrina de la expiación. Personalmente soy muy pesimista sobre tener mucho éxito con aquellas generaciones que han sido educadas en esa doctrina y que la han aceptado. Jesús nos dijo que no desafiáramos las doctrinas erróneas, sino que permitiéramos que la verdad desplace al error. Ciertamente podemos hacer esto exponiendo la verdadera naturaleza de Dios tal y como está revelada en El Libro de Urantia. Sin embargo, puede ser mucho más gratificante concentrarse en las generaciones futuras que trabajar con el presente.
Cuando a los niños se les da una visión de la verdadera naturaleza de Dios y el comportamiento esperado relativo a esa naturaleza, la doctrina de la expiación se vuelve irrelevante.
Es interesante resaltar que el concepto de que Jesús murió para aplacar la ira de Dios y expiar nuestros pecados heredados no aparece en el evangelio, en el dramático sermón de Pedro posterior a Pentecostés. En él, Pedro anunció al mundo la verdadera identidad de Jesús como el Mesías, su resurrección de la tumba, y el significado de su vida y su muerte (Hch 2:14-42). La llamada de Pedro a alejarse del pecado y ser bautizado es virtualmente idéntica a la llamada al arrepentimiento y el bautismo para la remisión de los pecados de Juan el Bautista, excepto en que incluye la recepción del regalo del Espíritu Santo.
El concepto de la expiación está también ausente del siguiente discurso de Pedro en el pórtico de Salomón (Hch 3:11-26). El arrepentimiento es el único requisito para recibir el perdón de Dios. Incluso más tarde, cuando se dirige al Sumo Sacerdote y a los líderes judíos (Hch 4:8-12), Pedro dice que la salvación se encuentra por medio de Jesús, pero no menciona la expiación del pecado original. Así que ¿cuándo se hizo predominante esta doctrina?
Aunque está mencionado en los evangelios y en las epístolas del Nuevo Testamento, es dudoso que la doctrina de la expiación fuera de gran importancia para las primeras comunidades cristianas. A finales del siglo II, Ireneo, obispo de Lyon, ejerció una influencia considerable en la formulación de la doctrina de la iglesia.
Ireneo sostuvo que Adán y Eva eran hijos bienintencionados de Dios en el Jardín de Edén, que su pecado no fue una rebeldía deplorable sino un error de juicio que suscitó la compasión de Dios debido a su debilidad y vulnerabilidad. Ireneo concibió al hombre como una criatura imperfecta e inmadura que tenía que experimentar el desarrollo moral y finalmente ser llevado a la perfección concebida para él por Dios. Enseñó que el sufrimiento padecido por Jesús en la cruz no fue, como tal, deseado por Dios, sino que fue el resultado de la maldad, del egoísmo y del fracaso moral de los humanos. Al padecer este espantoso hecho, Jesús no estaba aplacando a un Dios iracundo sino que era su agente al vencer el mal con el bien.
La cruz sí se alza como la prueba de la forma más elevada de servicio desinteresado, la devoción suprema de la plena donación de una vida recta al servicio de un ministerio incondicional, incluso en la muerte, la muerte en la cruz. La sola visión de este gran símbolo de la vida de donación de Jesús nos inspira realmente a todos a querer hacer lo mismo. (LU 188:5.9)
El concepto de Ireneo del significado de la vida y las enseñanzas de Jesús, sostenido ampliamente por la iglesia de los comienzos, era destacadamente similar a las enseñanzas de El Libro de Urantia. Sin embargo éste no prevaleció frente a la teología brillante de Agustín de Hipona (354-430 d.C.), que le encajó a la Iglesia Católica la doctrina de que el pecado de Adán y Eva recayó automáticamente sobre toda su descendencia. La doctrina agustiniana también afirma que todo el mundo nace en estado de culpa y condenación, por lo que merece ser enviado a la condenación eterna en el infierno. Las enseñanzas básicas de Agustín se transmitieron a través de Tomás de Aquino, y más tarde transferidas al protestantismo por reformadores como Martín Lutero y Calvino. En los últimos años se ha dado un resurgir de las enseñanzas de Ireneo.
De acuerdo con El Libro de Urantia, cuando Jesús tomó la decisión de entrar en Jerusalén por última vez, era consciente de que podía experimentar la muerte sacrificial. Dijo:
«Desde los tiempos antiguos los profetas han perecido en Jerusalén, y es apropiado que el Hijo del Hombre vaya a la ciudad de la casa del Padre para ser sacrificado como precio del fanatismo humano, y como consecuencia de los prejuicios religiosos y de la ceguera espiritual.» LU 171:4.7 Poco después de pronunciar estas palabras, se volvió hacia sus discípulos y dijo: «Sin embargo, vayamos a Jerusalén para asistir a la Pascua y hacer lo que nos corresponda para llevar a cabo la voluntad del Padre que está en los cielos.» LU 171:4.7
El Libro de Urantia nos aporta un relato desgarrador y dramático de Jesús solo en Getsemaní. Nos habla de que sufrió una gran angustia y penas indecibles, que la transpiración se deslizaba por su rostro en gruesas gotas. Entonces, cuando finalmente se convenció de que el Padre pretendía que los acontecimientos naturales siguieran su curso, Jesús determinó no emplear su poder soberano para salvarse a sí mismo. El Libro dice que el Padre celestial deseaba que el Hijo donador acabara su carrera terrestre de forma natural, de la misma forma que todos los mortales deben acabar sus vidas, sin ayuda ni facilidades dadas por alguna dispensación especial. LU 183:1.2
¿Por qué fue necesaria la cruz? ¿Cuáles eran las alternativas? Vayamos al Libro para buscar las respuestas:
En millones de mundos habitados, decenas de billones de criaturas evolutivas que podían haber tenido la tentación de renunciar a la lucha moral y de abandonar el buen combate de la fe, han mirado una vez más a Jesús en la cruz, y luego han continuado avanzando hacia adelante, inspirados por el espectáculo de un Dios que entrega su vida encarnada por devoción al servicio desinteresado de los hombres. LU 188:5.5
Sabemos que la muerte en la cruz no sirvió para reconciliar al hombre con Dios, sino para estimular en el hombre la comprensión del amor eterno del Padre y de la misericordia sin fin de su Hijo, y para difundir estas verdades universales a un universo entero… LU 188:5.13
La cruz hace un llamamiento supremo a lo mejor que hay en el hombre, porque nos revela a aquél que estuvo dispuesto a entregar su vida al servicio de sus semejantes. Nadie puede tener un amor más grande que éste: el de estar dispuesto a dar su vida por sus amigos —y Jesús tenía tal amor, que estaba dispuesto a dar su vida por sus enemigos, un amor más grande que cualquier otro que se hubiera conocido hasta ese momento en la Tierra. LU 188:5.7
Estas razones me bastan. No había otro curso posible de acción. Rezo para poder tener la valentía para hacerlo de la misma forma si alguna vez se me presenta el caso. Pero agradezco a Dios que sea altamente improbable.
Artículo en Innerface International: https://urantia-book.org/archive/newsletters/innerface/vol1_2/page7.html
Traducción de Olga López: https://aue.urantia-association.org/wp-content/uploads/sites/6/2018/03/Crucifixion.pdf