© 2000 Ken Glasziou
© 2000 The Urantia Book Fellowship
© 2005 Olga López, por la traducción
La mayoría de lectores de los documentos de Urantia experimentan un sentimiento de regocijo y alivio cuando conocen que incluso aquellos urantianos en los parpadea el más débil destello de fe tendrán la oportunidad de continuar hacia los mundos de las mansiones tras la muerte física. Podemos incluso tener la impresión de que, excepto por un cuerpo y una mente mejores, reanudamos nuestro camino en el primer mundo de las mansiones exactamente donde lo dejamos aquí en Urantia. Pero, ¿qué sobrevive realmente de nuestra vida en Urantia?
La repersonalización está descrita en el documento 112. El reensamblaje de nuestras partes y piezas constituyentes implica, primero, la fabricación de un nuevo cuerpo y mente morontiales, seguido del retorno de nuestro Ajustador del Pensamiento, el custodio de nuestra identidad, y que supervisa el retorno de nuestra personalidad. La siguiente en llegar es nuestra alma, una entidad construida durante la vida mortal por nuestro Ajustador del Pensamiento a través de la conservación de todo aquello de nuestra vida con valor espiritual o esencial para nuestra futura carrera universal. Durante este periodo de transición, el alma está custodiada por un guardián seráfico especial.
Nuestro despertar supone una ligera conmoción. Estaremos tan cambiados, la transformación espiritual será tan grande que si no fuera porque el Ajustador y el guardián del destino administran el equivalente morontial a los primeros auxilios, mucha de la vida mortal nos parecería al principio un vago y neblinoso sueño (LU 112:5.21). Más aún debido a nuestras ideas equivocadas sobre comenzar donde lo dejamos en Urantia.
Lo que sobrevive de nuestros recuerdos mortales y atributos es responsabilidad de nuestro Ajustador del Pensamiento, cuya tarea es la de recordar y recuperar sólo aquellos recuerdos y experiencias que son parte de, y esenciales para, nuestra futura carrera universal. Pero eso ¿qué puede ser?
Se nos dice que «mucho de tu vida pasada y sus recuerdos, que no han tenido ni significado espiritual ni valor morontial, perecerá con tu cerebro material; mucho de la experiencia material desaparecerá como antiguos andamios que, habiéndote ayudado a pasar al nivel morontial, ya no tienen un propósito en el universo» (LU 112:5.22).
Los mundos de las mansiones son los mundos morontiales, siendo «morontia» un término que cubre un vasto dominio intermedio entre lo material y lo espiritual. El paso de lo material a lo espiritual es sencillamente demasiado grande como para atravesarlo directamente.
Los seres materiales como nosotros no podrían nunca enfrentarse a estos cambios que nos llevan a una existencia enteramente espiritual si no fuera por ese regalo directo de Dios que tenemos, un fragmento real de él mismo que conocemos como su «Espíritu residente» o «Ajustador del Pensamiento».
La presencia de este Ajustador divino en la mente humana queda desvelada por tres fenómenos experienciales:
- Nuestra capacidad intelectual de conocer a Dios: conciencia de Dios
- Nuestro impulso espiritual de encontrar a Dios: búsqueda de Dios
- El ansia de nuestra personalidad de ser como Dios: el deseo sincero de hacer la voluntad del Padre (LU 1:2.3-6).
Para entender mejor la siguiente etapa de nuestra carrera universal, necesitamos ser conscientes críticamente de que todo lo que es «personal» en nosotros y que sobrevive en la vida morontial, es procesado por nuestro Ajustador del Pensamiento porque tiene algún tipo de «valor espiritual» potencial.
La razón de esto es que en el mundo espiritual, que es el que sigue a nuestra existencia morontial temporal, las cosas de este mundo, aquellas cosas asociadas con asuntos materiales, simplemente no tienen existencia y por tanto son inútiles. Si evaluamos nuestra experiencia en este planeta y esperamos llevarnos al menos algunos rasgos de ella con nosotros, entonces necesitamos desarrollar un «sentimiento» para esos conceptos intangibles tan frecuentemente referidos como «significados y valores espirituales». Los documentos nos dicen:
«…cuando se intentan aclarar las realidades del mundo del espíritu para las mentes físicas de orden material, aparece el misterio: misterios tan sutiles y tan profundos que sólo el entendimiento de fe del mortal que conoce a Dios puede lograr el milagro filosófico del reconocimiento del Infinito por parte del finito, el discernimiento del Dios eterno por parte de los mortales evolutivos de los mundos materiales del tiempo y el espacio» (LU 1:4.7).
Lo que se aplica a «infinito» y «eterno» también se aplica a «espiritual». Una y otra vez, los documentos se refieren a los significados y valores espirituales sin elaboración adicional.
«Espiritual» es un término que tiene similitudes con conceptos de nuestro lenguaje para los que el significado es «en el ojo del que mira». Para especificar más exactamente que lo que queremos decir es que un determinado objeto es más bello que otro, necesitaremos alguna escala para juzgar su belleza relativa frente a nuestro ideal de belleza perfecta.
Podemos pensar sobre lo «espiritual» de forma similar si establecemos las características y naturaleza de Dios mismo, nuestro ideal de «perfección». Pero al hacerlo así nos enfrentamos inmediatamente con nuestra falta de conocimiento real de la perfección de Dios (excepto en la medida en que la perfección nos ha sido ya revelada).
En consecuencia, tenemos dos fuentes principales: la revelación personal e individual entre cada uno de nosotros y nuestros Ajustadores del Pensamiento, y la revelación de la naturaleza de Dios provista para nosotros en la vida de donación de Jesús de Nazaret. Y debido a las dificultades reales que tenemos de establecer una comunicación fiable con nuestro Ajustador del Pensamiento, la vida revelatoria de Jesús es nuestra fuente principal para comprender «los significados y valores espirituales», en la medida en que pueden ser comprendidos por seres cuya experiencia total está dominada por la asociación con la materia.
Y seguramente funciona sin decir que nada podría ser más importante para nuestro progreso espiritual que una comprensión de lo que implica realmente el progreso espiritual.
Hay dos aproximaciones para comprender lo que significa «espiritual». Puesto que Dios es puro espíritu, todo lo que pertenece al carácter y a la naturaleza de la deidad debe reflejar la espiritualidad de Dios. Esto abarca a toda la deidad, incluyendo la revelación de la naturaleza de Dios dada a los urantianos en la vida de Jesús. Nuestra segunda fuente es la declaración directa en los documentos sobre lo que es la espiritualidad. Las siguientes citas pueden sernos de ayuda:
«Pero el amor de Dios es un afecto paterno inteligente y previsor. El amor divino funciona en asociación unificada con la divina sabiduría y con todas las otras características infinitas de la naturaleza perfecta del Padre Universal. Dios es amor, pero el amor no es Dios. La mayor manifestación del amor divino para con los seres mortales es la dádiva de los Ajustadores del Pensamiento, pero vuestra mayor revelación del amor del Padre se ve en la vida de otorgamiento de su Hijo Micael que vivió en la tierra el ideal de la vida espiritual. Es el Ajustador residente quien individualiza el amor de Dios para cada alma humana.» (LU 2:5.10).
«El Hijo Eterno es el gran ministro de la misericordia a toda la creación. La misericordia es la esencia del carácter espiritual del Hijo. Los mandatos del Hijo Eterno, tal como salen de los circuitos espirituales de la Segunda Fuente y Centro, son afinados en las notas de la misericordia.» (LU 6:3.2).
«El Hijo Eterno es completamente espiritual; el hombre es casi completamente material» (LU 6:6.4)
«El espíritu es la realidad personal básica de los universos, y la personalidad es básica para toda experiencia progresiva con la realidad espiritual. Cada fase de la experiencia de la personalidad en cada nivel sucesivo de progresión universal abunda en pistas para el descubrimiento de fascinantes realidades personales. El verdadero destino del hombre consiste en la creación de metas nuevas y espirituales y luego responder a los atractivos cósmicos de tales metas excelsas de valor no material.» (LU 12:9.1).
«Cuando se aplican las pruebas espirituales de la grandeza los elementos morales no se desatienden, pero la calidad de altruismo revelada en la labor desinteresada para el bienestar de los propios semejantes terrenales, particularmente de los seres merecedores en necesidad y en dolor, ésa es la verdadera medida de la grandeza planetaria. Y la manifestación de la grandeza en un mundo como Urantia es la exhibición del autocontrol. El gran hombre no es el que «conquista una ciudad» o «derrota a una nación», sino más bien «el que domina su propia lengua».» (LU 28:6.20).
«Para el hombre finito la verdad, la belleza, y la bondad abrazan la revelación plena de la realidad de divinidad. A medida que esta comprensión y amor de la Deidad encuentra expresión espiritual en la vida de los mortales que conocen a Dios, se producen los frutos de la divinidad: paz intelectual, progreso social, satisfacción moral, felicidad espiritual, y sabiduría cósmica. Los mortales avanzados en un mundo en la séptima etapa de luz y vida han aprendido que el amor es lo más grande en el universo —y saben que Dios es amor. El amor es el deseo de hacer el bien a los demás.» (LU 56:10.20).
«La espiritualidad se vuelve de inmediato el indicador de la propia cercanía a Dios y la medida de nuestra propia utilidad para con los semejantes. La espiritualidad eleva la habilidad de descubrir la belleza en las cosas, de reconocer la verdad en los significados y la bondad en los valores. El desarrollo espiritual está determinado por la capacidad para eso y es directamente proporcional a la eliminación de las características egoístas del amor.» (LU 100:2.4).
«El objetivo de la autorrealización humana debe ser espiritual, no material. Las únicas realidades por las que vale luchar son divinas, espirituales y eternas.» (LU 100:2.6).
«Una de las características más sorprendentes de la vida religiosa, es esa paz dinámica y sublime, esa paz que trasciende toda comprensión humana, esa calma cósmica que simboliza la ausencia de toda duda y confusión. Tales niveles de estabilidad espiritual son inmunes a la decepción.» (LU 100:6.6).
«El espíritu divino hace contacto con el hombre mortal, no mediante sentimientos o emociones, sino en el dominio del pensamiento más elevado y más espiritualizado. Son vuestros pensamientos los que os conducen hacia Dios. Se puede percibir la naturaleza divina tan sólo con los ojos de la mente. Pero la mente que verdaderamente discierne a Dios, escucha al Ajustador residente, es la mente limpia. «Sin santidad ningún hombre podrá ver a Dios». Toda comunión interna y espiritual de este tipo se denomina discernimiento espiritual. Estas experiencias religiosas son el resultado de la impresión producida sobre la mente del hombre por la actuación combinada del Ajustador y del Espíritu de la Verdad a medida que éstos funcionan sobre y por intermedio de las ideas, ideales, visiones y luchas espirituales de los hijos evolutivos de Dios.» (LU 101:1.3).
El alma del hombre se revela por medio de la fe religiosa, y demuestra la divinidad potencial de su naturaleza emergente por la manera característica en que induce a la personalidad mortal a reaccionar ante ciertas situaciones intelectuales y sociales duras y difíciles. La fe espiritual auténtica (la verdadera conciencia moral) se revela en que:
- Provoca el progreso de la ética y de la moral a pesar de las tendencias animales inherentes y adversas.
- Produce una confianza sublime en la bondad de Dios, en medio incluso de amargas decepciones y de derrotas aplastantes.
- Genera un valor y una confianza profundos a pesar de las adversidades naturales y de las calamidades físicas.
- Muestra una serenidad inexplicable y una tranquilidad continua a pesar de las enfermedades desconcertantes e incluso de los sufrimientos físicos agudos.
- Mantiene a la personalidad en una calma y un equilibrio misteriosos en medio de los malos tratos y de las injusticias más flagrantes.
- Mantiene una confianza divina en la victoria final, a pesar de las crueldades de un destino aparentemente ciego y de la aparente indiferencia total de las fuerzas naturales hacia el bienestar humano.
- Insiste en creer inquebrantablemente en Dios a pesar de todas las demostraciones contrarias de la lógica, y resiste con éxito a todos los demás sofismas intelectuales.
- Continúa mostrando una fe intrépida en la supervivencia del alma, sin tener en cuenta las enseñanzas engañosas de la falsa ciencia ni las ilusiones persuasivas de una filosofía errónea.
- Vive y triunfa a pesar de la sobrecarga abrumadora de las civilizaciones complejas y parciales de los tiempos modernos.
- Contribuye a la supervivencia continua del altruismo a pesar del egoísmo humano, los antagonismos sociales, las avaricias industriales y los desajustes políticos.
- Se adhiere firmemente a una creencia sublime en la unidad universal y en la guía divina, sin tener en cuenta la presencia desconcertante del mal y del pecado.
- Continúa muy acertadamente adorando a Dios a pesar de todo y por encima de todo. Se atreve a declarar: «Aunque Él me mate, seguiré sirviéndole». (LU 101:3.4-16)
«El Supremo es la belleza de la armonía física, la verdad del significado intelectual y la bondad del valor espiritual.» (LU 117:1.1).
La bondad siempre está creciendo hacia nuevos niveles de mayor libertad para autorrealizarse moralmente y alcanzar la personalidad espiritual —el descubrimiento del Ajustador interior y la identificación con él. Una experiencia es buena cuando eleva la apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, realza el discernimiento de la verdad, aumenta la capacidad para amar y servir a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales y unifica los supremos motivos humanos del tiempo con los planes eternos del Ajustador interior. Todo esto conduce directamente a un mayor deseo de hacer la voluntad del Padre, alimentando así la pasión divina de encontrar a Dios y de parecerse más a él. (LU 132:2.5)
La bondad es viviente, relativa, siempre en progreso; es invariablemente una experiencia personal y está perpetuamente correlacionada con el discernimiento de la verdad y de la belleza. La bondad se encuentra en el reconocimiento de los valores positivos de verdad del nivel espiritual, que deben contrastar, en la experiencia humana, con su contrapartida negativa —las sombras del mal potencial. (LU 132:2.7)
Hay unidad en el universo cósmico, si tan sólo pudierais discernir su funcionamiento en su estado actual. El universo real es amistoso para cada hijo del Dios eterno. El verdadero problema es: ¿Cómo puede conseguir la mente finita del hombre una unidad de pensamiento lógica, verdadera y proporcionada? Este estado mental de conocimiento del universo sólo se puede obtener concibiendo la idea de que los hechos cuantitativos y los valores cualitativos tienen una causación común: el Padre Paradisiaco. Una concepción así de la realidad permite una comprensión más amplia de la unidad intencional de los fenómenos del universo; revela incluso una meta espiritual que la personalidad alcanza de manera progresiva. (LU 133:5.8)
Jesús indicó francamente que había venido para establecer unas relaciones personales y eternas con los hombres, que siempre tendrían prioridad sobre todas las demás relaciones humanas. Y recalcó que esta hermandad espiritual íntima debía extenderse a todos los hombres de todas las épocas y de todas las condiciones sociales, en todos los pueblos. La única recompensa que ofrecía a sus hijos era: en este mundo, la alegría espiritual y la comunión divina; y en el mundo siguiente, la vida eterna en el desarrollo de las realidades espirituales divinas del Padre Paradisiaco. (LU 141:7.5)
El destino espiritual depende de la fe, el amor y la devoción a la verdad —el hambre y la sed de rectitud— el deseo entusiasta de encontrar a Dios y parecerse a él. (LU 156:5.7)
Las fuerzas del mundo espiritual no desean coaccionar al hombre; le permiten seguir el camino que él mismo ha elegido. (LU 163:2.8)
Jesús es, en su semejanza humana, la lente espiritual que hace visible para la criatura material a Aquel que es invisible. Es vuestro hermano mayor que, en la carne, os hace conocer a un Ser con atributos infinitos que ni siquiera las huestes celestiales pueden vanagloriarse de comprender plenamente. Pero todo esto debe consistir en la experiencia personal del creyente individual. Dios, que es espíritu, sólo se puede conocer como experiencia espiritual. A los hijos finitos de los mundos materiales, el Hijo divino de los reinos espirituales sólo les puede revelar a Dios como Padre. Podéis conocer al Eterno como Padre, pero podéis adorarlo como el Dios de los universos, el Creador infinito de todo lo que existe. (LU 169:4.13)
«Y los frutos del espíritu divino, producidos en la vida de los mortales nacidos del espíritu y que conocen a Dios, son: servicio amoroso, consagración desinteresada, lealtad valiente, equidad sincera, honradez iluminada, esperanza imperecedera, confianza fiel, ministerio misericordioso, bondad inagotable, tolerancia indulgente y paz duradera» (LU 193:2.2)
«Los instructores de esta nueva religión ahora están provistos de armas espirituales. Deben partir a la conquista del mundo con una indulgencia inagotable, una buena voluntad incomparable y un amor abundante. Están equipados para dominar el mal con el bien, para vencer el odio con el amor, para destruir el miedo con una fe valiente y viviente en la verdad.» (LU 194:3.11)
Toda la vida del Maestro estuvo constantemente condicionada por esta fe viviente, esta experiencia religiosa sublime. Esta actitud espiritual dominaba totalmente sus pensamientos y sentimientos, su creencia y su oración, su enseñanza y su predicación. Esta fe personal de un hijo en la certidumbre y la seguridad de la guía y la protección del Padre celestial confirió a su vida excepcional una profunda dotación de realidad espiritual. (LU 196:0.9)
[El propósito de proveer estas citas es el de ayudar a los lectores a adquirir comprensión sobre lo que se quiere decir debido a las dificultades de definir conceptos como «significados y valores espirituales», siendo éstos los únicos componentes de nuestra existencia mortal que continúan con nosotros en la siguiente etapa de la existencia. Vale la pena remarcar que Jesús tuvo gran dificultad en enseñar a los apóstoles conceptos espirituales, que ellos convertían invariablemente en reglas que debían ser obedecidas.]