© 1994 Ken Glasziou
© 1994 The Brotherhood of Man Library
Condensado de «Jesús: una nueva visión» por Marcus J. Borg
Jesús habló con frecuencia del corazón —de buenos corazones y malos corazones, corazones endurecidos y corazones puros. En los tiempos modernos, el corazón es principalmente un órgano para bombear sangre. Pero dentro de la psicología judía antigua, el corazón tenía una connotación bastante diferente.
En tiempos bíblicos, el corazón estaba un nivel por debajo de la mente, las emociones y la voluntad. Era la psique en su nivel más profundo, el manantial más íntimo de la vida individual, la fuente última de todas las energías físicas, intelectuales, emocionales y volitivas.
Esta noción del corazón como un nivel profundo del yo y como el determinante fundamental tanto del ser como del comportamiento fue central en la enseñanza de Jesús. Habló del hombre bueno que saca el bien del tesoro de su corazón, y del hombre malo que saca el mal del mal tesoro de su corazón. Ilustró lo que quería decir usando una metáfora: Ningún árbol bueno da frutos malos, ni un árbol malo da frutos buenos.
Cuando Jesús aplicó esta observación de sentido común al corazón y su comportamiento, fue un cambio radical a la sabiduría convencional. Lo que importa es la clase de corazón que tienes, qué clase de árbol eres. Y no puedes cambiar el tipo de árbol que eres tratando solo con la fruta. Eso sería como tratar de convertir un arbusto espinoso en una higuera colgándole higos.
Las palabras de Jesús no solo afirmaron la centralidad del corazón, sino que también subvirtieron la moral y la sabiduría convencionales que tendían a pasar por alto este nivel más profundo del yo al enfocarse en lo externo, en el fruto. La preocupación por las creencias y conductas sancionadas convencionalmente se identificó con las doctrinas correctas, un código de conducta a seguir, dejando intacto el corazón. Las creencias y el comportamiento pueden seguir siendo religión de segunda mano, religión transmitida por tradición y socialización. El yo puede continuar siendo egoísta incluso mientras cree y hace las cosas apropiadas; de hecho, la moral y la sabiduría convencionales, con sus recompensas y castigos, nos alientan sutil pero poderosamente a ser egoístas.
La tensión entre seguir correctamente la tradición y la importancia del yo interior fue un tema central en la enseñanza de Jesús. Dijo: Este pueblo con los labios honra a Dios, pero su corazón está lejos de Dios. Las cosas que salen de una persona (del corazón) son las que lo contaminan. Limpiaos por dentro y he aquí, todo está limpio.
La lucha entre Jesús y las prácticas de su tiempo no fue una lucha entre una religión nueva (cristianismo) y una religión antigua (judaísmo), sino una lucha entre dos formas de ser religioso que atraviesan tanto al judaísmo como al cristianismo. El conflicto era entre una forma de ser religioso que dependía de la observancia de lo externo y una forma de ser religioso que dependía de la transformación interna. De hecho, este conflicto se encuentra en todas las religiones principales, institucionalizadas y no institucionalizadas.
Así, según Jesús, lo que se necesitaba era una transformación interior del yo en el nivel más profundo. El fruto de un corazón ansioso preocupado por su propio bienestar es amargo. Lo que se necesita es un corazón nuevo, un corazón puro, porque un corazón así produce buenos frutos. Dijo Jesús:
«Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» Mt 5:8.