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Jacques Bérès, el cirujano de 71 años testifica sobre la violencia del régimen sirio contra los médicos
“Hay edificios en llamas, agujeros en las paredes de las casas y muchísimos heridos, en su mayoría civiles, hombres, mujeres y niños…”, describe Jacques Bérès por teléfono vía satélite, imperturbable a pesar del bombardeo de Bab Amro a cien metros de a él.
Pero ¿qué hace este médico francés de 71 años bajo los bombardeos sirios, en este distrito de Homs destruido por el ejército de un presidente decidido a aplastar la revuelta nacida hace casi un año?
“_No queríamos enviar a nadie a este infierno y menos a alguien a quien amamos como Jacques. Pero nos acosó, logró convencernos, por eso le firmamos una orden de misión”, confiesa el presidente de la Unión de Asociaciones Musulmanas de Seine-Saint-Denis, M’hammed Henniche. “Jacques no es de los que se dejan disuadir”, confirma Bernard Schalscha, secretario general de la democracia franco-siria y también firmante de la orden de misión.
“Soy un dinosaurio humanitario”, confiesa a su regreso a París el cofundador de Médicos sin Fronteras y luego de Médicos del Mundo. “Llevo cuarenta años viajando a todas las zonas de guerra para salvar civiles y es normal que también vaya a Siria. El régimen mata a hombres, mujeres, niños en este país… Bombardea constantemente este barrio de Bab Amro desde donde me trajeron personas gravemente heridas durante más de dos semanas".
Oficialmente, por el momento ninguna ONG envía ayuda humanitaria a Siria. Demasiado peligroso. No para Jacques. “_Es apasionado. Es su vida”, subraya su esposa. “Y cualesquiera que sean las consecuencias, lo apruebo”, dijo en voz baja, pero segura de sí misma. Esta misión “no fue para mí más angustiosa que otras en las que estuvo: en Bagdad, cuando atacaron los americanos, en Chechenia… O en tiempos de Ceausescu en Rumania: vi por televisión la preparación de un asalto al hospital donde estaba. Fue, creo que ese fue el peor momento”.
“Lo recuerdo bien”, dice el cirujano. Llegamos al hospital y un funcionario nos dijo ‘lo sentimos, tendremos que irnos, anunciamos un ataque en 20 minutos’. ¿Qué hacía todavía allí entonces? No lo creí ni por un minuto. Le dije: ‘Entonces preparémonos para morir juntos’. El ataque no se lanzó. Y el cirujano sigue ahí para divertirse.
“_No corre riesgos innecesarios, pero calma a su esposa y es muy intuitivo con las personas que conoce. En general toma las decisiones correctas y eso es muy tranquilizador. Parece impulsivo, pero en realidad todo se analiza con frialdad”.
Desde su regreso ha testificado. De la radio a la televisión, de las entrevistas a las ruedas de prensa, lleva consigo su barba impecablemente recortada y su cabello blanco inmaculado y despeinado.
“Me tomó 20 años entender por qué la gente me agradecía. Durante mucho tiempo pensé que era por mis habilidades médicas. Pero también nos agradecen cuando devolvemos los muertos a sus familias. En realidad, ya sabes, nos agradecen por estar ahí con ellos. Para testificar. Eso es lo más importante: declarar”, proclama el médico.
Cuente las heridas tratadas y sus causas: heridas de bala, metralla, colapso. Hablando de la falta de todo para sanar: “ya no podemos hacer una larga lista de lo que no tenemos. Hacemos una pequeña lista de lo que tenemos y hacemos con ello”, afirma. «Lo que más falta son las mascarillas anestésicas para niños, porque realmente no podemos prescindir de…»
Habla de los hospitales vacíos de civiles heridos porque allí algunos fueron torturados, amputados por haberse manifestado y también secuestrados. Contando finalmente la historia de una ciudad sacrificada, antes de partir de allí nuevamente. Nada debilitará su determinación: “Sí, tan pronto como una nueva vía de entrada resulte segura, saldré de nuevo. Mi esposa está de acuerdo, así que…"
Artículo publicado el 28 de febrero de 2012
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