© 2009 Luis Coll
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Desde los tiempos más remotos, muchas personas se han formulado esta pregunta, tanto creyentes como incrédulos.
Cuando vemos este mundo con todas sus imperfecciones, sus guerras, hambres, calamidades y demás nos preguntamos:
Ante todo hemos de tener en cuenta que, si Dios hubiese querido hacer este mundo perfecto, lo habría hecho desde el principio sin tantos rollos y complicaciones.
En la antigüedad se formuló la doctrina de que Dios se había equivocado y se había arrepentido de haber creado al hombre, y como el hombre se había vuelto malo y pecador tuvo que destruirlo con un diluvio universal. ¡Como si Dios desde su esfera de Infinidad y Perfección fuese un ser humano que tuviese que arrepentirse de sus actos!
Una doctrina bastante extraña y distorsionada del verdadero carácter amante de Dios.
Después se empezó a formular una doctrina muy extraña y contradictoria. Como Adán y Eva habían fallado en su plan para elevar a la humanidad, a partir de entonces todos nacíamos pecadores. A partir de ese fallo de Adán y Eva surgió esa famosa doctrina del pecado original, o sea que a partir de entonces cada pobre niño inocente, hombre o mujer que nacía en este mundo, ya llevaba ese terrible estigma de culpa y pecado del fallo de Adán y Eva. Una doctrina también muy extraña y contradictoria del infinito amor del Padre en el cielo.
Y así nacieron muchos conceptos y doctrinas equivocadas acerca de Dios y su propósito divino para el hombre, y su plan universal para mejorar este mundo. Algunas personas, incluso creyentes sinceros, se han preguntado alguna vez:
Vamos a analizar la situación y a darle un toque de humor para no ponernos tan serios y solemnes.
Algunas personas han dicho que, si Dios existe, por qué no se manifiesta con su atronadora vOz desde el cielo y dice a todo mundo "iieh, miradme, aquí estoy, mirad qué poderoso y guapo que soy!!
¡Pero Dios!! Eso de pedirnos que creamos en ti a ciegas y con la pura, dura y cruda FE sin verte es muy complicado. Tenías que haber pensado que algunas personas se volverían ateas.
Y después, para darte a conocer y revelarte, enviaste a tus enviados y mensajeros sin ninguna credencial, sin ningún título oficial del cielo, y casi nadie les hacía caso. Aunque algunos eran intelectuales, muchos eran hijos de la naturaleza, poco ortodoxos y convencionales, y las pasaron canutas para darte a conocer.
Tipos tan raros como Samuel, un hombre decidido y enérgico andando por ahí con su grupo de rebeldes destruyendo los sagrados altares de Baal. Y después ese hombre estrafalario y pintoresco como era Elías, vestido con pieles de cabra y comiendo langostas y frutos silvestres ahí en el desierto. ¡Ese tipo tenía pocas posibilidades de éxito!
«anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados y maltratados de los cuales el mundo no era digno, errando por los desiertos, por las cuevas y por las cavernas de la tierra»(Hebreos 11:37,38)
Menos mal que no todos fueron así y algunos gozaron de mejor reputación.
Algunos, como en la historia de Jonás, cuando vieron el gran trabajo que se les venía encima salieron echando chispas y te dijeron: ¡Dios ahí te quedas! ¡Pero Dios!! Les podías haber dado alguna señal del cielo para que la gente les hiciera caso. Pero tuvieron que echarle coraje al asunto y predicar a «un Dios invisible». Menos mal que tenías alguna recompensa para ellos en la otra vida.
«Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial, por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una Ciudad». (Hebreos 11:16)
Después vino Moisés, un hombre sabio y prudente, que había sido instruido en la cultura y sabiduría de Egipto, y estuvo pacientemente en el desierto durante 40 años instruyendo a ese grupo tan variado y políglota de beduinos y gente medio salvaje (que más tarde fue llamado el pueblo de Israel), y tuvo que darles algunas leyes bastante estrictas y severas para mantener el orden. De Moisés se dijo: «Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra» (Num.12:3) Al final casi se lían a tortas con él.
En esa ilustre galería de enviados y mensajeros hombres y mujeres del pasado figuran Enoch, Elías, Eliseo, Samuel, Moisés, Rut, Ester, Noemí, Isaías, Malaquías y otros más que no fueron registrados en los libros de historia. Algunos fueron mejor comprendidos y otros fueron rechazados. Todos ellos trataron de la mejor manera que sabían y podían de revelar «al Dios invisible», «el Dios eterno».
Después de siglos de confusión y malas interpretaciones, de ver que no hacían caso a sus mensajeros, el amoroso Padre en el cielo dijo: voy a mandarles a mi amado Hijo para que les haga una revelación mas ampliada de cómo soy Yo realmente.
Aquí algunos también dirán: ipero Dios! ¿Cómo se te ocurrió hacer vivir a tu Hijo en ese pueblo de mala muerte y mala reputación como era Nazaret? Tenías que haber permitido que tu Hijo naciese en un palacio rodeado de riquezas y honores. 'Seguro que le hubieran hecho más caso! Pero eso de enviar a tu Hijo sin ningún título oficial del cementerio teológico - perdón, del Sanedrín- ¿Cómo pensabas que le harían caso?
Jesús, ¿cómo pensabas que te iban aceptar esos potentados religiosos? Y después decepcionar tanto a tu pobre madre María, que tan bien había cuidado de ti ¡Tenías que haber convertido siempre el agua en vino, hacer muchos milagros y haberte convertido en el Rey de los judíos! ¡Hubieses tenido siempre a tu madre con los brazos al cuello llenándote de besos!
Mira Jesús… hombre… hombre… Es que tus métodos para dar a conocer a tu Padre en el cielo eran muy poco ortodoxos y convencionales. Tenías que haberte rodeado de riquezas y honores y haber complacido siempre a las multitudes. ¡Todo el mundo habría venido a besarte las manos!
¿Y cómo se te ocurrió elegir como mensajeros tuyos a ese grupo de caracteres tan dispares y variado de personajes? Desde el impetuoso Pedro, que cada vez que abría la boca metía la pata; ese hombre de mente tan científica como Tomás, que siempre dudada de todo lo que hacías; ese odiado recaudador de impuestos como era Mateo. Natanael, un humorista filosófico. Simón Celotes, un fogoso patriota político que quería echar a los romanos por medio de la espada. ¿Qué hacía en tu grupo de hombres pacíficos? Ese personaje tan raro y desconfiado como era Judas, y los hermanos Alfeo, unos trabajadores de poca monta que nadie sabía siquiera que existían.
Mira, Jesús: ¡salir al mundo con un grupo tan variado y dispar de personajes para revelar a tu Padre que está en los cielos era una empresa destinada al fracaso!
Y tú, que eras un hombre tan dulce y pacifico, ¿cómo es que te cabreaste, cogiste un látigo y echaste a los mercaderes del templo? Tenías que pensar que eso podía arruinar su lucrativo negocio. ¡Esos mercaderes se pusieron de muy mal humor!
¿Y cómo se te ocurrió elegir como discípula tuya a esa mujer de tan mala reputación como era María Magdalena (que por cierto llegó a amarte muchísimo)? ¡Y eso de hacerte amigo de las mujeres, las prostitutas y los parias de la sociedad! ¡Tenías que haber pensado que esos fariseos tan inmaculados, tan santos y beatos a los que no podías ni tocar con un palo de 2 metros, se cabrearían contigo!
Y luego esa doctrina tan extraña, en la que dabas a entender que tenían que comer tu cuerpo y tu sangre. iJesús, eso ya sonaba a canibalismo!! ¡Y después decir que podías derribar el templo y construirlo en 3 días! ¡Hasta tus apóstoles pensaron que habías perdido la chaveta, y a los escribas y fariseos en Jerusalén se les crisparon los nervios!
Y cuando hiciste el milagro de los panes y los peces, y las masas querían hacerte rey, ¡tenías que haber continuado así! La gente habría dicho: ¡ese tío es un crack! ¡Ahora ya no vamos a tener que trabajar más para ganarnos la vida!
Y al final, el colmo de los colmos „iEso ya fue demasiado!! Dejar que tus enemigos te clavaran en la estaca allá arriba… ¡Tenías que haber usado tu gran poder, hacer bajar fuego del cielo y haber chamuscado a unos cuantos! Solo estaban a tu lado en esas horas tan difíciles Juan, María Magdalena y unas cuantas mujeres que te amaban de verdad.
Tus enemigos estaban la mar de contentos. Por fin se habían librado de la pesadilla de aquel hombre de Nazaret. Lo que ignoraban es que cuando resucitaste empezó para ellos la verdadera pesadilla. Tus apóstoles y seguidores estaban por ahí escondidos y muertos de miedo y Pedro, el impetuoso y valiente Pedro que te había negado tres veces, en esos momentos era el hombre más abatido, desanimado y triste que había en la tierra. Mira, Jesús. Después de analizar toda esa situación, cuando moriste allá arriba en la cruz itu gran empresa de revelar a tu Padre en el cielo se había ido al garete!
Pero Jesús, a ver… ¡un momento!! Déjame pensar un poco… ¿Te equivocaste? ¿Habías fracasado? ¿Se equivocó Dios?
¿Se equivocó Dios? ¿O todo esto es necesario para hacer de nosotros lo que deberíamos ser?
Dios no comete errores. Dios escribe recto con renglones torcidos y Él saca sus mayores victorias de aparentes derrotas.
Sus caminos y formas de obrar, normalmente y casi siempre son contrarios a la lógica y a la expectativa natural de lo que nosotros pensamos.
Jesús —el Hijo Creador— se sometió a la voluntad del Padre hasta el final y heredó todo un universo. El apóstol Pablo escribió acerca de Jesús:
«Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre.» (Filipenses 2:9)… «…en quien están escondidos todos los tesoros de la sabidutía y el conocimiento». (Colosenses 2:3)
Alguien una vez dijo: si yo fuera Dios haría las cosas diferentes. Haría este mundo mejor, no permitiría que hubiese guerras, hambres, calamidades y todo eso. Pero después vino alguien mucho más sabio y dijo: si yo fuese Dios dejaría este mundo tal como está.
Si Dios hubiese dicho a todo el mundo: ¡señores, tenéis que obedecer mis leyes y mandamientos a la fuerza!, entonces Dios sería el peor dictador del universo.
El gran reto y la gran invitación universal que Dios lanzó a los seres de su Creación fue:
«Sed vosotros perfectos así como Yo soy perfecto».
Los más altos sentimientos de lealtad, de amor, de paz y de progreso, muchas veces han salido de las peores contradicciones de la vida.
Si te encuentras con el éxito y el fracaso y tratas por igual a estos dos impostores, ¡entonces serás un hombre, hijo mío! (Rudyard Kipling)
Las dificultades pueden desafiar la mediocridad y derrotar al temeroso pero sirven de estímulo para los verdaderos hijos de los Altísimos (LU 48:7.7)