© 2021 María José Sánchez Santamaría
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«Aquello que sucede en la vida de Cristo sucede siempre y en todas partes.» C. G. Jung
Una vez más, queridos lectores de este boletín, nos encontramos y reflexionamos juntos sobre El Libro de Urantia y sus sorprendentes enseñanzas. Y una vez más, nos acercamos a las fechas navideñas. Unas fiestas multitudinarias, de grandes gastos, ruidos, comidas copiosas, claramente con una energía de expansión, enfocada a los sentidos y a su disfrute.
Si los lectores de El Libro de Urantia queremos hacer una lectura más recogida de estas fechas, independientemente de que sepamos que Jesús de Nazaret no nació en diciembre, podemos profundizar en algunas imágenes del nacimiento, en nuestro planeta, del creador del universo. El hecho más asombroso e inaudito de toda la historia de nuestro planeta.
Para ello, os propongo saltar por encima de la avalancha de las noticias, de la vorágine de la «actualidad», pues esta no tiene grosor: la actualidad es plana, corta, llena de datos, informaciones inconexas que nos embarullan la mente.
Desde Marx conocemos la alienación que se puede producir por parte del sistema capitalista sobre el trabajo de los obreros, pero resulta que ahora está en marcha una nueva forma de alienación, más eficaz que nunca, en la que todos nos sumergimos sin prevención alguna.
La red de Internet y la tecnología de las pantallas fascina y absorbe, y no queda nada o muy poco para lo íntimo; todo se externaliza, sale fuera para exhibirse, y ya no hay retorno. Eso es precisamente la definición de alienación: lo que sale y ya no vuelve. Hablamos de un debilitamiento del espíritu, de la personalidad, de uno mismo. Nos «externalizamos» y convertimos en datos e imágenes, se produce la eclosión de las fuerzas impersonales.
Frente a este dogmatismo de la «actualidad» planteamos que hay vida más allá de la actualidad, de las noticias ofrecidas por la TV o las redes sociales. Mejor dicho: solo hay vida más allá de la actualidad veloz. Hay vida, libertad y pensamiento. Por eso es bueno plantearse ofrecer una pacífica «resistencia» frente a estas fuerzas dominantes y disgregadoras.
Queremos que la actualidad no sea una losa, que su homogeneidad no nos ahogue, sino que existan espacios libres y creativos. Creativos no solo en el sentido de que aparezca algo nuevo, sino también que este proceso comporta una transformación personal, infinita y contagiosa. En definitiva, recuperemos la palabra propia, la reflexión personal, el sosiego y la mano amiga, que nos lleva al bálsamo de nuestro propio centro o núcleo. De crear un espacio así es de lo que se trata con este boletín de la Asociación Urantia de España.
Así que, en estas Navidades que se acercan, esta es la buena noticia que podemos anunciar: una invitación a mirarnos por dentro, y como consecuencia, a cambiar por fuera; una invitación a recuperar nuestro centro, nuestra conexión con el Ajustador del Pensamiento en nuestra mente, pues ello mostrará frutos maravillosos en el exterior.
Estos ayudantes celestiales se dedican a la estupenda tarea de guiaros certeramente hacia adentro y hacia arriba en dirección al refugio celestial de la felicidad. …. Son los operarios vigilantes que pilotean la mente humana consciente de Dios, alejándola de los escollos del mal y al mismo tiempo guiando expertamente el alma evolutiva del hombre hacia las bahías divinas de la perfección en orillas eternas y vastamente distantes. LU 110:1.2
Una vez situados en el escenario adecuado, enfoquémonos brevemente en estas tres diferentes imágenes que podemos ver en El Libro de Urantia sobre la Navidad:
Durante muchas semanas María guardó el secreto en su corazón, reflexionando a solas sobre esta visitación; hasta que estuvo segura de que estaba encinta. Sólo entonces se atrevió a revelar estos acontecimientos inusitados a su marido. Al escuchar José este relato, aunque confiaba plenamente en María, quedó muy preocupado y perdió el sueño durante muchas noches. LU 122:3.2
Un hombre, un judío llamado José, recibe una increíble noticia de su esposa. La noticia es tan impactante que durante días no puede conciliar el sueño y pasa los días preocupado. Podemos empatizar con él perfectamente.
Somos capaces de leer bibliotecas enteras o ver cientos de vídeos de YouTube para responder a nuestros dilemas, recitar mantras día y noche, hacer retiros y ayunos, pero todo eso es en vano. No nos damos cuenta de que para salir de nuestros dilemas bastaría con que pusiéramos amor y atención a lo que tenemos entre manos a cada instante. Eso fue justamente lo que hizo seguramente José: se esmeró en aserrar, cepillar y barnizar madera, pues veía que la mente le dejaba de molestar cuanto más a fondo se empleaba en su trabajo. José tuvo que trabajarse mucho por dentro y por fuera. Y su mente no le servía de nada. Es más: si la dejaba volar, su mente se llenaba de miedos, obsesiones, razonamientos…
Y de repente, fue al despertar de un sueño cuando José tomó su determinación, no gracias a un largo y sesudo proceso de reflexión. Escuchó una voz interior, pues ya estaba preparado para ello. Y por fin aceptó lo extraordinario en su vida cotidiana. Algo que saltaba por encima de las normas y leyes de entonces había ocurrido. La maravilla de Dios actuaba y la aceptaba en su vida, sin aspavientos. Seguía trabajando como carpintero sencillo y como un esposo fiel y cariñoso… pero ya la vida era diferente.
Después de esta experiencia José no volvió a dudar jamás del relato de María sobre la visitación de Gabriel ni de que su futuro hijo estaba destinado a ser un mensajero de Dios para el mundo. LU 122:4.1
Ojalá José y su proceso espiritual nos inspire a llevar nuestra vida con atención, escuchar y observar las maravillas que nos rodean, descubriendo la voz interior.
Cierta tarde al ponerse el sol, antes de que José hubiera regresado al hogar, Gabriel apareció ante María junto a una mesa baja de piedra y, una vez que ella recobró su compostura, díjole: «Vengo a instancias de mi Maestro, a quien tu amarás y nutrirás. A ti María, te traigo gratas nuevas al anunciarte que la concepción dentro de ti es mandato del cielo, y en el momento propicio serás la madre de un hijo; lo llamarás Josué, y él inaugurará el reino del cielo en la tierra y entre los hombres. No menciones esto a nadie excepto a José y a Elizabeth, tu parienta, ante quien también he aparecido, y quien pronto dará a luz un hijo cuyo nombre será Juan, y quien preparará el camino para el mensaje de liberación que tu hijo sabrá proclamar con gran fuerza y profunda convicción a todos los hombres. Y no dudéis de mi palabra María, pues éste es el hogar que se escogió como morada mortal del hijo de destino. Mi bendición te acompaña, el poder de los Altísimos te fortalecerá y el Señor de toda la tierra te cobijará.
Durante muchas semanas María guardó el secreto en su corazón, reflexionando a solas sobre esta visitación; hasta que estuvo segura de que estaba encinta. LU 122:3.1-2
Una mujer, una niña más bien, llamada María, recibe de un ser celestial una increíble noticia. Aunque María era una adolescente que, inesperadamente, había recibido una misión sobrehumana, supo sobreponerse al inmenso miedo que le produjo la visión celestial de Gabriel y tuvo la perspicacia de sopesar esta revelación en silencio, esperando a estar segura de su embarazo para comunicar esta extraordinaria noticia.
No entendía lo que pasaba, pero no se resistió; se alegró de formar parte de algo más grande que ella. Con determinación, defendió que algo maravilloso estaba ocurriendo, que había sido elegida para una gran responsabilidad: amar y nutrir a un ser celestial. Precioso y adecuado orden de las palabras: primero utiliza Gabriel la palabra amar y después nutrir.
Dios también prosigue su trabajo dentro de nosotros. ¿Cómo es posible que nazca algo del vacío que somos? Como María, podemos tratar de amar y nutrir nuestra relación con nuestro Dios interior. ¿Progresa en nuestro interior el avance de la luz, la alegría y el amor, como progresaba el embarazo de María?
Ojalá María, una jovencita, nos inspire estas Navidades para que todos podamos culminar con alegría un alumbramiento que ha costado esfuerzo, pero que nos permita ver a Dios dentro de nosotros.
Durante toda esa noche María estaba inquieta, de manera que ninguno de los dos durmió mucho. Al alba los dolores de parto ya se habían evidenciado, y al mediodía del 21 de agosto del año 7 a. de J.C., con la ayuda tierna de otras viajeras, María dio a luz un niño varón. LU 122:8.1
Jesús de Nazaret había nacido en el mundo, se le envolvió en ropas que María había traído por precaución, y se le puso en el pesebre cercano. LU 122:8.1
Así nació el niño prometido; es decir, de misma manera que todos los niños que antes y desde entonces han llegado al mundo. Y al octavo día de su nacimiento y de acuerdo con la práctica judía, fue circuncidado y se le llamó formalmente Josué (Jesús).
Un niño, un bebé judío llamado Josué, nace en unos establos junto a los pesebres de las bestias. Un niño normal, que nace en un sitio de lo más humilde, no parecía presagiar nada portentoso para su vida. Pero esto nos demuestra una gran verdad: lo divino, aunque nos sorprenda, nace en nosotros rodeado de la materia. Dios no elude lo pequeño y sencillo; el barro y la paja no le son ajenos.
Un niño aparece donde no había nada y, con lo pequeño que es, logra que todo gire en torno a él. Llena la habitación con su voz, colma de sentido el corazón de quienes le crían en un torrente de vida impredecible.
Así es la manifestación del espíritu en nuestras vidas. Así puede ser la expresión del nacimiento de Dios en nuestras vidas estas Navidades.
Todos tenemos dentro una criatura que quiere nacer (un proyecto, una idea, una misión) que requiere, como José, trabajar y escuchar; y también, como María, amar y nutrir esa criatura para que por fin nazca. Confiemos en que no pasará mucho tiempo antes de que veamos la luz. Observemos silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que le veamos a Él, la Palabra.
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros… Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser estaba lleno de su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas jamás la han apagado. (Juan 1:1)
Feliz Nacimiento. Felices Fiestas.