© 2023 María José Sánchez Santamaría
© 2023 Asociación Urantia de España
Luz y Vida — Febrero 2023 — Boletín | Luz y Vida — Febrero 2023 — Índice | Reflexiones urantianas: Despertar a una nueva consciencia (primera parte) |
«Hace mucho tiempo, hubo un hombre que decidió mudarse a un nuevo pueblo. Preguntándose si le gustaría su nuevo hogar, fue a consultar al maestro zen del lugar:
—Maestro, ¿crees que me gustaría esta nueva aldea? ¿La gente es agradable?
El maestro zen preguntó:
—¿Cómo era la gente del pueblo de donde vienes?
—Eran desagradables, rabiosos y codiciosos. Unos chismosos y desagradecidos que solo saben vivir sus vidas engañando o maltratando a los demás —dijo el recién llegado.
—Ese es exactamente el tipo de gente que tenemos en este pueblo —dijo el maestro zen.
Otro recién llegado al pueblo visitó al maestro y le hizo la misma pregunta. De nuevo, el maestro zen preguntó:
—¿Cómo era la gente del pueblo de donde vienes?
—Respetuosos y cariñosos, son personas maravillosas y agradecidas que viven en armonía unos con otros —respondió.
—Ese es exactamente el tipo de gente que tenemos en este pueblo —dijo el maestro zen.»
Cómo cambia la realidad según con qué ojos la veamos, ¿verdad?
Y nosotros, lectores de El Libro de Urantia, ¿con qué ojos miramos la realidad? ¿Tenemos la mirada de Dios, su enfoque, su acercamiento a la realidad? ¿Una mirada que hace presente lo que tenemos justo delante, sin evasiones o pantallas?
«Miren tus ojos hacia delante, y que tu mirada se fije en lo que está frente a ti.» Proverbios 4:25
Lo que está frente a ti es un panorama de un planeta que sufre, con una humanidad dolorida, una humanidad muy inconsciente.
El filósofo chileno Gastón Soublette nos dice que hemos convertido una maravillosa creación en un infierno para muchas personas, y hacemos nuestra vida como si fuera algo razonable o normal. Por ejemplo, ¿es normal que no podamos beber el agua de nuestros ríos? ¿Es esto, de verdad, adecuado y aceptable? Confundimos lo normal con lo frecuente. Dos cosas diferentes, pues hay cosas frecuentes que son profundamente anormales y viceversa: hay fenómenos o realidades que son poco frecuentes pero que son normales o adecuadas para la humanidad. Por ejemplo: pensemos en el pequeño número de personas que leen y practican las enseñanzas de El Libro de Urantia, pero que realizan una labor sanadora y adecuada con el resto de seres humanos.
Lo cierto es que vivimos en unos momentos históricos, únicos por la profundidad y extensión de los fenómenos. Vivimos en una sociedad «distópica», lo contrario de una «sociedad utópica». La UTOPÍA sería una humanidad ejemplar, realizada, consciente, feliz, y la DISTOPÍA es lo contrario: una sociedad alienada, que sufre, con injusticias y guerras, y donde no se reverencia la vida.
La palabra distopía es relativamente nueva en el diccionario, no así su contrario utopía, que ya tiene varios siglos, desde que Tomás Moro escribiera el libro homónimo. Distopía es una palabra del siglo XX y de hecho se empezó a utilizar como género literario, pues hacía alusión a relatos de ficción que hablaban de una humanidad dolorida y alienada.
Hay dos obras distópicas fundamentales: Un mundo feliz y 1984. La primera nos habla de una sociedad materialista, entretenida y distraída con tonterías, con un sistema que fomenta las drogas y los juegos. En 1984, Orwell nos habla de un sistema que utiliza la tecnología para el control y monitoreo de las personas, un sistema que propugna la desinformación masiva y donde solo existe una verdad oficial.
La historia parece que ha hecho una curiosa mezcla de ambas distopías: vivimos en una sociedad donde la tecnología se utiliza para nuestro control o seguimiento; nuestra mente está absorbida y entretenida, divertida durante horas con la pantalla y donde la información que enviamos ingenuamente a las redes sociales es utilizada por grandes corporaciones multinacionales («The Social Dilemma» es un documental que lo muestra claramente).
Nuestra mirada, por tanto, puede observar un panorama de un planeta en crisis y caos. Al menos en su primera observación.
Lo cierto es que esta realidad inquietante ya está anunciada. Esta gran crisis planetaria la leemos en El Libro de Urantia:
Hablamos de un sistema global en crisis que no va a perdurar en el tiempo, pues le falta el sustento espiritual:
Un sistema social duradero sin una moral basada en realidades espirituales es tan imposible de mantener como el sistema solar sin gravedad. (LU 195:5.9)
Ningún sistema social ni régimen político que niegue la realidad de Dios puede contribuir de forma constructiva y duradera al progreso de la civilización humana. (LU 195:10.7)
Por otra parte, podréis saber que una edad está madurando si sois sabios y estáis alerta para percibir los signos de los tiempos. Aprended de la higuera: cuando ya sus ramas se ponen tiernas y echa las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando el mundo haya pasado por el largo invierno de la mentalidad materialista y percibáis la llegada de la primavera espiritual de una nueva dispensación, deberíais saber que se acerca el verano de una nueva visitación. LU 176:2.6
Como dijo el escritor Emilio Carrillo en una conferencia reciente: actualmente, esta sociedad ha aportado todo lo que tenía que aportar; el «traje» de esta humanidad se nos está quedando estrecho. ¿No sentís que este sistema de cosas se nos está quedando pequeño? ¿No estáis incómodos? Y es que muchas personas han crecido, madurado, y ya no nos convence la actual sociedad.
También podemos utilizar el símil de la casa: concebir el sistema sociopolítico y económico como una casa en ruinas, pero una ruina estructural, desde los cimientos (no hablamos de un daño de una pared o una ventana). Y si vivimos en esta casa en ruinas, no gastemos energía en reformarla o pelear con ella, pues arreglar un muro o un tejado no aporta nada. Lo que toca es salir de esta casa y hacer otra nueva, forjar una nueva humanidad, otra manera de existir.
¿Conocéis la fábula de la rana y la olla de agua hirviendo?
«Una rana saltó un día a una olla de agua hirviendo. Inmediatamente saltó para salir y escapar de ella. Su instinto le decía que debía salvarse y saltó rápidamente de la olla.»
«Otro día, esa misma olla estaba llena de agua fría. Una rana saltó dentro y nadó tranquila. Estaba feliz en esa piscina improvisada.»
«Lo que la rana no sabía es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que al poco tiempo el agua fría se transformó en templada, pero la rana se fue acostumbrando. Allí seguía, nadando plácidamente. Sin embargo, poco a poco el agua subió de temperatura. Tanto, que llegó a estar tan caliente que la rana murió de calor. Ella, sin embargo, no se había dado cuenta, ya que el calor aumentaba de forma gradual y se iba acostumbrando a él.»
Actualmente, los sobresaltos que nos rodean (que si una guerra en Europa, que si subida de precios…), estos «calentones» que nos ofrece ahora la vida, nos pueden hacer ver lo necesario de saltar, cambiar de una vida superficial, entretenida, material, a algo trascendente. Esta distopía tremenda que nos rodea (enfermedad, hambre, guerras, «noches oscuras» que vivimos ahora), todo es como si estuviéramos viviendo o chapoteando en una olla hirviente. Este malestar nos puede ayudar a saltar, crecer y mejorar en consciencia.
Las incertidumbres de la vida y las vicisitudes de la existencia no contradicen en modo alguno el concepto de la soberanía universal de Dios. La vida de toda criatura evolutiva se ve acosada por ciertas inevitabilidades. Considerad las siguientes:
- ¿Es el valor —la fuerza de carácter— deseable? Entonces el hombre debe criarse en un ambiente en el que sea necesario bregar con las dificultades y reaccionar ante las desilusiones.
- ¿Es el altruismo —el servicio a los semejantes— deseable? Entonces la experiencia de la vida debe asegurar que se encuentren situaciones de desigualdad social.
- ¿Es la esperanza —la grandeza de la confianza— deseable? Entonces la existencia humana debe afrontar constantemente inseguridades e incertidumbres recurrentes.
- ¿Es la fe —la afirmación suprema del pensamiento humano— deseable? Entonces la mente del hombre debe encontrarse en ese problemático aprieto de saber siempre menos de lo que puede creer.
- ¿Es el amor a la verdad y la disposición a ir allá donde conduzca, deseable? Entonces el hombre debe crecer en un mundo en el que esté presente el error y sea siempre posible la falsedad.
- ¿Es el idealismo —el concepto de lo divino que se aproxima— deseable? Entonces el hombre debe luchar en un ambiente de bondad y belleza relativa, en entornos que estimulen la tendencia irreprimible hacia cosas mejores.
- ¿Es la lealtad —la entrega al deber más alto— deseable? Entonces el hombre debe avanzar entre posibilidades de traición y de abandono. El valor de la entrega al deber consiste en el peligro implícito de su incumplimiento.
- ¿Es la falta de egoísmo —el olvido de uno mismo— deseable? Entonces el hombre mortal debe vivir cara a cara con el clamar incesante de un ego ineludible que busca reconocimiento y honor. El hombre no podría elegir activamente la vida divina si no hubiera una vida propia a la que renunciar. El hombre no podría depositar nunca su confianza de salvación en la rectitud si no hubiera un mal potencial que exaltar y un bien que diferenciar por contraste.
- ¿Es el placer —la satisfacción de la felicidad— deseable? Entonces el hombre debe vivir en un mundo en el que la alternativa del dolor y la probabilidad de sufrir sean posibilidades experienciales siempre presentes. (LU 3:5.5-14)
Sabiendo que nada es azaroso, el panorama del mundo distópico que observamos es una portentosa escuela de crecimiento en consciencia, una universidad que podemos aprovechar para abrir la mente y el corazón, para forjar almas más plenas. Al crecer y aspirar a más, podremos mirar la realidad con la perspectiva espiritual adecuada, completa y no desconectada de la trascendencia.
¿Recordáis la frase de Machado: «soy, en el buen sentido de la palabra, bueno»? Pues eso es lo que deberíamos hacer ante el panorama actual que nos rodea: ser buenos. ¿Tan difícil es hacer el bien como decía Machado? Realizar prácticas de vida sencillas y humildes, escuchar con atención, confiar en la vida, sonreír, estudiar, respetar…
En este mundo donde se mueve todo en un huracán de magnitud aceleradamente creciente, lo revolucionario es, sencillamente, ponernos en nuestro centro y que no nos saquen de él. Que no estemos como una veleta, al pairo según las circunstancias, movidos por los demás o la tecnología. Con ello evitamos caer en las redes del miedo, la distancia social, la frialdad tecnológica, etc.
Hay grandes fuerzas creativas que nos rodean y están dentro de nosotros que van a luchar por el bien de la Tierra, que van a conseguir traer el Cielo a la Tierra (como nos decía el Maestro). El parto de esta distopía nos anuncia de forma inexorable el nacimiento de un nuevo mundo y una nueva esperanza. Dios siempre está actuando y está con nosotros.
¿Miraremos la distopía como algo transitorio, como algo que podemos aprovechar para forjar carácter espiritual? ¿Veremos como inevitable la llegada del reino aquí a la Tierra, con nuestra ayuda?
Abramos los ojos y miremos…
Luz y Vida — Febrero 2023 — Boletín | Luz y Vida — Febrero 2023 — Índice | Reflexiones urantianas: Despertar a una nueva consciencia (primera parte) |