© 2017 Mairam Durand
© 2017 Asociación Urantia Internacional (IUA)
Asistir a una feria siempre es interesante; primero, libros –muchos libros– de todo tipo, desde comics, de cocina, deportes, cuentos, novelas; de ciencia, historia, y sobre las costumbres de cada país invitado; y por supuesto del nuestro, el Perú.
Este año 2017, la Feria Internacional del Libro (FIL) superó la asistencia en un 23% a la del año pasado y, si bien anteriormente iban más jóvenes y adultos, este año llegaron muchos niños y adolescentes acompañados por sus padres; eso no quiere decir que haya aumentado la lectura, lo interesante es que caminaban familias «juntos» por cada stand que estaba lleno de libros representativos a las empresas, editoriales y países.
Debo precisar que esta experiencia de participar en este tipo de feria ha sido extraordinaria, no solo por haber compartido omo hermanos y hermanas sino por los hechos que me sucedieron. Hay uno en particular que no puedo dejar de participárselos, y que justifica haber estado al lado con los amigos de Urantia Bogotá durante varios días.
Si bien el objetivo no fue vender libros –aunque se vendió hasta el último de ellos– sino difundir las enseñanzas de El libro de Urantia, es en la praxis donde comprendemos que en cada lugar hay un ser en busca de respuesta, buscadores de la verdad y quién mejor que los niños y los jóvenes, al estar sedientos de saber, observándolo todo, para generar interrogantes.
Una mañana esperando que la afluencia de personas ingresara por los pasillos de la feria, se acercó al stand un niño de 7 años llamado Manuel y quien venía agarrando de la mano a su hermanita de 5 años; se me acercaron y me hizo la siguiente pregunta: «¿me puede decir donde está Dios?». Mi primera reacción fue de sorpresa, pues normalmente las personas empiezan preguntando qué es El libro de Urantia, o qué es Urantia… Este hermoso ser de solo 7 años no iba con rodeos… «¿dónde está Dios?». Solo atiné a poner mi mano en su corazón y le dije: Aquí. ¡No hubo sorpresa en su mirada, ni duda!, entendió claramente y prosiguió con las preguntas… «¿cómo hago para hablar con Él?, ¿me escucha?, ¿dónde vive?» Y rápidamente la hermanita al lado suyo miró hacia la lámina del universo y señaló con su dedito apuntando hacia Havona, diciendo: «¿ahí, verdad?» …Yo simplemente estaba maravillada por la simpleza de las interrogantes y la rapidez de la comprensión; conversamos luego sobre qué significaba quererse como hermanos, porque esto es lo que se nos enseña al leer El libro de Urantia.
En suma, considero que mi experiencia en la FIL, como parte del grupo atendiendo en el stand de Urantia, fue más que una simple excursión; fue un viaje de aventuras que me ayudaron a comprender que no hay barreras y que todo se mueve para entender cada vez más dónde estamos y que solo importa el hoy para poder disfrutarlo y valorarlo.
Mi agradecimiento a todos los que compartimos estos días y gracias al Padre por permitirnos vivir esta experiencia inolvidable.