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Editorial del Journal – febrero 2016 | Journal — Febrero 2016 — Índice | Reflexiones para los instructores y creyentes de la quinta revelación |
Existe una creencia, muy extendida en muchos movimientos religiosos, que afirma que las tribulaciones que experimentamos en el transcurso de nuestra vida terrenal han sido enviadas por Dios para ponernos a prueba y ayudarnos a progresar espiritualmente. La humanidad siempre ha atribuido a personalidades celestiales la explicación de los hechos extraordinarios de la vida, especialmente de los que no tenemos control ni explicación. A menudo escuchaba a mi abuela decir que cuando alguien muere es porque Dios le necesita al otro lado. Pero planteémonos una pregunta sencilla: ¿enviaría nuestro padre celestial una enfermedad a uno de sus hijos para hacerle ganar compasión, o pondría a un poderoso en bancarrota para hacerle comprender lo que es la humildad? Imaginen, por ejemplo, que un padre terrenal quema los dedos de su hijo para hacerle comprender que no debe jugar con fuego. Ningún ser inteligente haría tal cosa, y creo que lo mismo pasa con Dios. El padre celestial no enviaría nunca calamidades para probar y hacer grande su creación. ¡Dios no es un tirano!
Son nuestras decisiones individuales y colectivas, junto con los accidentes del tiempo, los que implican las consecuencias por las cuales tenemos que luchar. Las decisiones personales son las que más controlamos. Por ejemplo, podemos decidir no hacer ejercicio físico regularmente, pero esto aumenta el riesgo de envejecer con dificultades. Las decisiones colectivas constituyen las orientaciones que nos consentimos como sociedad y que influyen en el destino de cada individuo. En general, tenemos menos control sobre estas decisiones. Por ejemplo, la laxitud con que nuestros gobiernos tratan a la industria del petróleo ocasiona trastornos mundiales. Podemos votar arbitrariamente a los partidos políticos que favorecen ese proceder pero, cuando esas personas son elegidas por mayoría, el planeta como un todo sufre las consecuencias. Y finalmente están los accidentes del tiempo, sobre los que no tenemos ningún control. Mi madre sufría de degeneración macular. Al envejecer, perdió la visión de un ojo. Ella no era responsable personalmente de su situación. Nació con ojos defectuosos; es un factor genético.
…«El Padre que está en los cielos no aflige voluntariamente a los hijos de los hombres. El hombre sufre, en primer lugar, por los accidentes del tiempo y las imperfecciones de la desdicha de una existencia física desprovista de madurez. En segundo lugar, sufre las consecuencias inexorables del pecado — de la transgresión de las leyes de la vida y de la luz. Y finalmente, el hombre recoge la cosecha de su propia persistencia inicua en la rebelión contra la justa soberanía del cielo sobre la Tierra. Pero las miserias del hombre no son un azote personal del juicio divino…» [LU 148:6.11]
No es intención del Padre atormentar a su creación por la razón que sea. La cita anterior nos enseña un poco sobre el origen de nuestras tribulaciones terrenales. Las consecuencias de nuestras elecciones son producto de tres causas diferentes:
Las pruebas de nuestra vida son consecuencias directas de la transgresión de las leyes divinas. Todos conocemos la famosa frase de «Los actos son nuestros; las consecuencias, de Dios.» Y para que el universo pueda funcionar eficazmente debemos establecer las normas a las que los individuos deben someterse. Si no fuera así, habría anarquía y caos. Estas normas permiten conocer los derechos y los límites de la libertad de cada miembro del grupo, su función y la autoridad que pueden emplear, etc. Cuando transgredimos estas normas, voluntariamente o por falta de experiencia, recibimos el retroceso adscrito a ellas. La gestión de las leyes que gobiernan el universo de universos está en manos de la Trinidad del Paraíso.
Toda ley tiene su origen en la Fuente-Centro Primera; él es la ley. La administración de la ley espiritual es inherente a la Fuente-Centro Segunda. La revelación de la ley, la promulgación y la interpretación de los decretos divinos, es la ocupación de la Fuente-Centro Tercera. La aplicación de la ley, la justicia, es incumbencia de la Trinidad del Paraíso y es llevada a cabo por ciertos Hijos de la Trinidad. [LU 16:6.1]
En la mitología grecorromana, la justicia está personificada por Metis, una mujer con una balanza y los ojos vendados como símbolo de imparcialidad. Esta imagen dice mucho sobre la naturaleza de la justicia. Desde luego, presenta los hechos a la luz sin considerar lo individual. No busca comprender los motivos de las partes implicadas; este papel se atribuye más bien a la misericordia. La justicia supervisa las reglas que aplicar; asegura la armonía del todo regulando al individuo. Siempre la gestionan grupos de personalidades.
La justicia es inherente a la soberanía universal de la Trinidad del Paraíso, pero la bondad, la misericordia y la verdad son el ministerio universal de las personalidades divinas, cuya unión en la Deidad constituye la Trinidad. La justicia no es la actitud del Padre, del Hijo o del Espíritu. La justicia es la actitud trinitaria de estas personalidades de amor, misericordia y ministerio. Ninguna de las Deidades del Paraíso promueve la administración de la justicia. La justicia no es nunca una actitud personal; siempre es una función plural. [LU 10:6.2]
Aunque la justicia es precisa y eficiente, siempre queda atemperada por la misericordia divina. En su relación personal con cada una de sus criaturas, Dios como padre no juzga a sus hijos. Tras la muerte, nuestro Ajustador no decreta nuestra supervivencia; esta queda en manos de los tres Hijos Estacionarios: un Censor Universal, un Perfeccionador de la Sabiduría y un Consejero Divino; este trío judicial opera a nivel de la constelación y es el juicio perfecto de la Trinidad del Paraíso. Si bien la justicia es una función administrativa gestionada por grupos de personalidades, la misericordia es siempre una actitud individual y personal.
«…El ministerio de la misericordia es siempre un trabajo individual, pero el castigo de la justicia es una función de los grupos administrativos de la sociedad, del gobierno o del universo. Como individuo estoy obligado a mostrar misericordia…» [LU 133:1.2]
El Padre celestial es misericordioso porque conoce personal e íntimamente el camino de cada uno de sus hijos. Este conocimiento le permite juzgar, con toda equidad, lo que sucede dentro de su universo. Esta misma misericordia se expresa en la actitud de los Ajustadores del Pensamiento, pues ellos cargan con las consecuencias de nuestros errores y, hasta el punto que aceptamos reflexionar sobre nuestra experiencia, nos enseñan la manera correcta y el mejor camino. En términos más realistas, ponemos nuestros pies en el plato y el Ajustador utiliza estos incidentes para desarrollar nuestro carácter y nuestra personalidad; pero en cualquier caso el Padre no envía pruebas a su progenie. En realidad no tiene necesidad de hacerlo, pues somos plenamente capaces de meternos en situaciones difíciles sin ayuda de nadie. ¿Realmente necesitamos creer que Dios nos manda desafíos adicionales para superar los errores que ya cometemos?
Los Ajustadores hacen un uso sabio y positivo de estas experiencias de la vida que a veces nos parecen recurrentes. ¿Pero no es esa una de las expresiones más encantadoras de la inteligencia divina, un hábito de Dios que transforma los errores de sus hijos en oportunidades para aprender y crecer? Pensemos en la rebelión que tuvo lugar en nuestra constelación. Nuestro Padre celestial, con sagacidad, utiliza actualmente el resultado (aislamiento del planeta, ausencia del gobierno del Príncipe Planetario y la sede cultural del Adán y Eva planetarios) en relación con los pecadores rebeldes implicados en esta aparente catástrofe, mientras prepara y forma a criaturas con fe inquebrantable, seres que actuarán en condiciones donde se requiera una confianza sublime en la divina providencia para tener éxito. Nuestro Padre celestial tiene el poder de transformar el mal en algo mucho más grande, noble y bello. A su imagen, también podemos hacer lo mismo. Elegir aprender de los momentos difíciles nos permite crecer y a la vez nos da la sensación de que controlamos nuestra vida. No tenemos que cargar con las consecuencias de nuestros errores; podemos aprender a usarlas.
Enseñar que las catástrofes, las enfermedades y cualquier tribulación que nos encontremos en la vida las ha enviado el Padre celestial con la intención de forjar nuestro carácter es hacerlo responsable de todo lo que nos pasa. Así, proyectamos una falsa imagen del carácter amoroso de nuestro Padre celestial. Dios ciertamente usa nuestros errores de juicio para ayudarnos a crecer, pero nunca ni por cualquier razón envía pruebas a sus hijos. Nuestra imperfección e inmadurez son lo suficientemente grandes como para aportarnos todos los tiempos difíciles que hemos de afrontar durante nuestra existencia. Sin embargo, podemos aprender a usar nuestros errores como trampolines múltiples hacia niveles más altos de sabiduría.
«…La tendencia de atribuir a Dios la responsabilidad de todo lo que el hombre ignorante no logra comprender ha prevalecido demasiado a menudo. El Padre no es personalmente responsable de todo lo que no podáis comprender. No dudes del amor del Padre simplemente porque te aflija alguna ley justa y sabia decretada por él, porque has transgredido inocente o deliberadamente ese mandato divino.» [LU 148:5.4]
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