© 2011 Michel Hubaut
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“El amor todo lo cree.” Debemos cultivar más bien la confianza que la desconfianza, así como Dios está más atento a nuestro futuro que a nuestro pasado.
“El amor todo lo espera.” Pablo está convencido de que hay pocos hombres fundamentalmente perversos, pero que hay muchos hombres infelices, heridos, que necesitan ser amados para volver a creer en sí mismos, para progresar y revelar posibilidades insospechadas de sí mismos.
“El amor todo lo soporta.” Se niega a dejarse vencer por las fuerzas del mal y desea “triunfar sobre el mal con el bien” (Rm 12,21).
Está claro que el “amor” que Pablo describe así va más allá del simple sentimiento humano, sino que es lo que la tradición cristiana llama “amor teológico” (ágape), es decir, amor purificado y animado por las Energías del Espíritu.
Pablo no duda en poner esto al mismo nivel, e incluso por encima de la fe y la esperanza, las otras dos “virtudes teologales”. Este “amor ágape” va más allá de la simple solidaridad o la compasión natural, sino que es aquello que brota del corazón mismo del Dios Trino de quien la gracia nos hace partícipes. El fundamento de este amor evangélico es precisamente Dios mismo, su Espíritu actuando en el corazón del hombre. Jesús es el modelo más perfecto.
No entristezcáis al Espíritu Santo, con quien Dios os ha marcado como con un sello para el día de la liberación. La amargura, la irritación, la ira, los gritos, los insultos, todo esto debe desaparecer de vosotros, como toda clase de maldad. Sed buenos unos con otros; Perdónense unos a otros, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.
Sí, buscad imitar a Dios, ya que sois hijos a quienes él ama; vivir en el amor, como Cristo nos amó y se entregó a Dios por nosotros (Efesios 4, 30-32 al [5,1-2]%%1% %).
Cristo sigue siendo para Pablo la referencia viva, aquel que encarnó y llevó a su perfección el amor que los cristianos están llamados a vivir a su vez.
Todas las relaciones interpersonales, en la vida de pareja y de comunidad, están iluminadas por los sentimientos y gestos de Cristo.
También os suplico por todos los que haya de llamado apremiante en Cristo, de persuasión en el Amor, de comunión en el Espíritu, de ternura compasiva, poned la colmo de mi alegría por la concordancia de vuestros sentimientos: tened el mismo amor, el mismo corazón, buscad la unidad; No hagáis nada por rivalidad, nada por vanagloria, sino con humildad considerad a los demás superiores a vosotros. Que cada uno no busque sólo su propio interés, sino también considere el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús: él, que es de condición divina, no retuvo celosamente el rango que le igualaba a Dios. Pero él se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose como los hombres (Fil 2,1-8).
No busque cada uno lo que le agrada, sino busque agradar al prójimo con miras a su propio bien para edificar. Porque Cristo no buscó lo que le agradaba (Rm 15,13).
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó por ella, para santificarla (Efesios 5,25-26).
Pablo sólo extiende y aplica la enseñanza de Cristo que resumía la “carta de la vida cristiana” del Sermón de la Montaña, diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48) o otra vez como yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros (Juan 13, 31-34). »
Además, para Pablo, siendo nuestro amor por los demás un reflejo del amor de Dios y de Cristo por nosotros, no duda en utilizar las mismas palabras para describir las características del amor de Cristo y el de los cristianos (bondad , desinterés, misericordia, compasión, fidelidad). En efecto, el cristiano no imita las actitudes o los sentimientos de Cristo como se imita exteriormente al prójimo, sino que se deja habitar, modelado por el Espíritu que le hace conformarse interiormente a Cristo. Bautizados en Cristo, nos convertimos en uno con Él (Ga 3,27-28).
Es esta ósmosis íntima entre el cristiano y Cristo, la que nos permite entrar en relación con Dios y decirle como el mismo Cristo: “Abba-Padre”. El Padre nos ama en el Espíritu con el mismo amor con el que ama a su Hijo Jesús. Y Cristo, en el Espíritu, nos ama con el mismo amor con que ama a su Padre.
Y es con este mismo amor en el Espíritu con el que amamos a todos los hombres, a nuestros hermanos, como los ama el Padre. Según la hermosa fórmula de Pablo, de ahora en adelante no hay ni judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno que vive en Jesucristo_ (Ga 3,28).
Este amor teológico hace desaparecer todas las fronteras sociales, biológicas y raciales. Estamos aquí, en la lógica de la revelación de Cristo, en el centro de la teología paulina que establece la dignidad de todo ser humano y toda la “moral cristiana”.
Entendemos por qué, según Pablo, el “amor ágape” que experimentan los cristianos es el mejor “culto espiritual” que pueden rendir a Dios. No hay oposición entre el amor de Dios y el amor de los hombres. Todo lo que realizamos para el bien del hombre, para permitirle realizar su verdadero destino como hijos de Dios, trae gloria a Dios.
Según “Tras las huellas de San Pablo”, guía histórica y espiritual, Desclée De Brouwer
Michel Hubaut