© 2011 Mo Siegel
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De Mo Siegel, presidente de la Fundación Urantia, Boulder (Colorado, EEUU)
El reloj marcaba las 11 de la noche, y aún así mi cerebro y mis ojos me decían «no te duermas». Tenía que ir a trabajar muy temprano a la mañana siguiente, así que la mejor manera de dormir era leer o ver el canal de ciencia. Así que fui a la TV para ver un programa de una hora en el canal de ciencia, que explicaba la historia y el destino de las galaxias.
Allí, en 3D y alta definición, se mostraban las fotos brillantemente coloreadas del telescopio Hubble: nubes estelares rojas, nebulosas en remolino de color azul y verde, y un inmenso despliegue de galaxias que representan un universo enormemente extenso, que nuestros ancestros soñadores no pudieron siquiera imaginar.
Durante 45 minutos estuve tumbado en la cama viendo la televisión, fascinado por la belleza y la promesa de los cielos. Entonces apareció una foto panorámica en infrarrojo de la Vía Láctea, mostrando un grueso cúmulo de innumerables estrellas. En el centro de la galaxia había una zona brillante de luz que podría explicarse como la luminosidad emanada por soles muy próximos a los mundos sede de Orvonton, nuestro superuniverso. A medida que lo veía me sentía asombrado por la grandeza del Divino Creador.
Después, cayó el zapato del desastre. El narrador del programa describía la destrucción «segura e inevitable» de la galaxia de la Vía Láctea, cuando colisione un día con la galaxia de Andrómeda. Explicaba que la vida en esta parte del universo llegaría a su ardiente fin.
En ese momento, apagué la televisión y pensé en el supercontrol de los Siete Espíritus Maestros, que son, de una manera demasiado simplificada pero fácilmente conceptualizada, la personificación de los siete superuniversos. ¡Es imposible que los Espíritus Maestros permitan que se dé esa deprimente destrucción! Entonces imaginé los 100.000 Espíritus Maternos Creativos de nuestro superuniverso, protegiendo amorosa y activamente los mundos dentro de sus límites. Sonreí por dentro al saber, a partir de la información extraída de El libro de Urantia, que la galaxia de la Vía Láctea y todos sus habitantes están seguros y a salvo. Lo que los astrónomos no han considerado es la verdad de que el universo está gobernado amorosamente por el Padre Paradisiaco y las casi infinitas huestes celestiales. «En Dios nos movemos, vivimos y tenemos nuestro ser». En lugar de una colisión entre dos galaxias, que destruiría la vida en la Vía Láctea, nos dirigimos a un tiempo lejano en el que el Ser Supremo se manifestará completamente, y la unificación, no la destrucción, será el destino de esta edad universal. Con estas certezas en mente, apagué las luces y me quedé dormido.
Vivimos en una era de maravillas, y nada es más maravilloso que las enseñanzas esclarecedoras de El libro de Urantia. En 2015 el nuevo y superpoderoso telescopio Webb sustituirá al Hubble. ¿Qué maravillas revelará el telescopio Webb que deslumbren nuestra imaginación? ¿Y cómo comprenderemos esas maravillas? Me atrevo a decir que la comprensión está en las páginas de El libro de Urantia. La visión espiritual que los reveladores describen disipa nuestro miedo a lo desconocido y lo sustituye por la fe en un universo amistoso e intencionado, cuyo centro es Dios.
Tenemos la gran suerte de ser los pioneros de la quinta revelación de época. ¡Doy gracias a Dios por El libro de Urantia!
LA UNIFICACIÓN, NO LA DESTRUCCIÓN, SERÁ EL DESTINO DE ESTA ERA DEL UNIVERSO.
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