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Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. [Filipenses 4:7]
Oh, concede a tu pueblo Israel una gran paz perpetua, pues tú eres el Rey y el Señor de toda paz… Bendito seas, Yahvé, que bendices con la paz a tu pueblo Israel. [LU 150:8.7]
La paz sea contigo. Y con tu espíritu.
¿Quién de nosotros se ha tomado una pausa para reflexionar sobre el familiar saludo y respuesta de «La paz sea contigo. Y con tu espíritu»? Este trabajo se basa en experiencias y entendimientos personales, en testimonios de quienes colaboraron en su redacción y en un examen de la literatura religiosa del Lejano Oriente (particularmente los escritos del hinduismo, el taoísmo y el budismo), para hacer exactamente eso: tomarnos una pausa y reflexionar sobre la paz dinámica y viva. Esta reflexión se basa explícitamente en las enseñanzas de El libro de Urantia y en el ejemplo proporcionado por la vida de Jesús tal como se relata en la cuarta parte.
Tenemos dos objetivos. El primero es determinar en qué medida los agentes humanos y superhumanos contribuyeron a esta paz tan deseada, a pesar de las inesperadas consecuencias derivadas de las vicisitudes de nuestra historia planetaria. Y el segundo, comprender cómo nuestra experiencia con las enseñanzas de El libro de Urantia revela los innumerables problemas del mundo moderno, la relación de esos problemas con la falta de paz dinámica y viva, y las aportaciones prácticas que esta revelación puede ofrecer para que se resuelvan.
Nuestra observación inmediata a partir de esta reflexión identifica un malestar profundamente arraigado que caracteriza los tiempos modernos. Este malestar, al que nos referimos como «estrés», tiene múltiples fuentes, a menudo insospechadas. Es el resultado de conflictos externos y perturbaciones internas que impregnan cada vez más nuestras vidas personales y la sociedad en general. La globalización y el entrelazamiento de las instituciones económicas, culturales, políticas, religiosas y sociales hacen de este malestar uno de los peligros más extendidos a los que nos enfrentamos.
Este peligro es el resultado de la disminución de nuestro sentido de los valores, una disminución que hace que la vida misma parezca no tener sentido. Se evidencia por actos cada vez más aterradores de comportamiento antisocial como el suicidio colectivo, el asesinato en masa y la trivialización de la vida. Esta situación sin precedentes requiere soluciones sin precedentes.
Las preguntas son: ¿cómo dar sentido a la vida? ¿Qué puede traer la paz para conseguirlo? ¿Y cuál debería ser la naturaleza de esta paz?
En pocas palabras, opino que los hombres y mujeres que no están en paz consigo mismos debido a este estrés tienden a gravitar hacia los que perciben que están más en paz. Instintivamente saben que esas personas los comprenderán y obtendrán consejos relajantes y libres de juicio. Bajo esas circunstancias la experiencia se convierte en el dato maestro para adquirir paz.
Si bien la paz es tanto el estado natural como la característica definitoria del Espíritu, solo a través de la revelación (autorevelación o revelación de época) y de la experiencia espiritual personal llegamos a comprender su propósito y alcance.
La paz en su forma externa y social es un proceso dinámico que está marcado por las influencias de los Hijos divinos, ya que se integra en la dinámica de las religiones evolutivas. Del mismo modo que los hombres y las mujeres estresados buscan el consejo de los que parecen estar más en paz, el plan de Dios proporciona una tutoría experimentada que nos ayuda a afrontar los desafíos que surgen cuando nos alejamos de la seguridad divina que solo la paz viva y dinámica puede conferir.
La paz individual y colectiva en la tierra no solo está impulsada por el esfuerzo humano sino también por el ministerio de personalidades suprahumanas. Estas personalidades fomentan que se aprecie cada vez más profundamente la vida y la paz dinámica a medida que se desarrollan las eras planetarias.
Por desgracia, las personas tienden con demasiada frecuencia a lidiar con las perplejidades de la vida sin incluir al Espíritu en sus esfuerzos. Es lamentable porque parece que la paz es la naturaleza y el atributo definitorio del Espíritu.
Aunque la paz del Señor no se ha convertido todavía en el estado natural de nuestra vida social, a medida que cada era planetaria se desarrolla bajo el ministerio de los Hijos del otorgamiento planetario nos alejamos paso a paso de las edades primitivas de la humanidad (caracterizadas por el miedo y la ignorancia, y sus consecuencias) hacia ese momento en el que todos podamos disfrutar de la paz espiritual en la tierra.
La paz no es el estado natural de los reinos materiales. Los mundos llevan a cabo por primera vez «la paz en la Tierra y la buena voluntad entre los hombres» gracias al ministerio de las almas seráficas de la paz. [LU 39:5.5]
Esto implica que las «Almas de la Paz» siguen durante varias eras de estabilización a medida que la evolución de la humanidad se alinea con el plan divino.
La guerra es el estado y la herencia naturales del hombre en evolución; la paz es la vara social que mide el progreso de la civilización. [LU 70:1.1]
Las eras planetarias están coordinadas en el espacio, integradas en el tiempo y unificadas por el Espíritu en la eternidad. Se manifiestan en aportaciones sucesivas individuales y colectivas hasta la manifestación gradual de la eternidad en el tiempo, hasta el eterno ahora.
Planificado por el Espíritu e implementado por los diferentes Hijos de otorgamiento planetario, el descubrimiento individual progresivo de la paz es el resultado de esta evolución. Para el individuo su resultado final es la fusión con el Ajustador interior y el progreso hacia las eras de luz y vida.
Es imposible sondear el estado actual del mundo y considerar soluciones duraderas para la paz sin tener en cuenta la historia del planeta y los mecanismos divinos de la creación.
Es típico que cada otorgamiento planetario de un Hijo divino traiga consigo los componentes básicos que contribuyen al establecimiento individual y colectivo de esta paz. Entre otras cosas, la era del Príncipe Planetario debería permitir a la humanidad dominar las fuerzas de la naturaleza, sentar las bases del conocimiento científico y establecer una paz que brinde la seguridad material a todas las personas sin distinción de lugar. ¿Pero recibió nuestro planeta, que es excepcional, el beneficio de este otorgamiento?
Los reveladores nos informan de que, a principios del siglo XX, esos beneficios, que no se habían establecido en la mente del hombre primitivo, se están redescubriendo unos 300.000 años después [LU 66:5.18]. El hombre primitivo simplemente no poseía el conocimiento requerido para establecer la seguridad material necesaria para que nuestro planeta se beneficiara de la paz que la era del Príncipe Planetario suele otorgar a los mundos evolutivos. Este retraso prolongó el reinado del miedo y la ignorancia al que el ministerio del Príncipe Planetario suele poner fin. Las desastrosas consecuencias de la rebelión de Lucifer y el trabajo experimental de los Portadores de Vida agravaron las complicaciones y los obstáculos que contribuyeron a este fracaso.
La misión principal del otorgamiento adánico fue mejorar el potencial evolutivo de la humanidad. Esta misión tenía la intención de unificar biológicamente a las razas humanas y acabar borrando todo rastro de racismo. Esta mejora habría hecho que la naturaleza humana fuera más sensible a las influencias moronciales y espirituales.
Debido a la falta, el otorgamiento adánico fracasó en su misión y dio como resultado que hubiera un déficit de sangre violeta necesaria para mejorar la salud, un retraso en el resultado espiritual de las razas a través de una mayor sensibilidad a la moroncia y complicaciones graves en los aspectos culturales y políticos que afectan a nuestras vidas hoy día. Estos fracasos complicaron aún más el establecimiento de la paz.
Los problemas filosóficos y los errores espirituales que surgieron de la rebelión de Lucifer agravaron los problemas sociales relacionados con los fracasos del Príncipe Planetario y del otorgamiento adánico.
La declaración de Lucifer de que la personalidad del Padre Universal no existe y es un mito inventado por los Hijos paradisíacos [LU 53:3], ha dejado huellas muy profundas y sigue siendo tangible incluso ahora en el siglo XXI. Entre otras cosas esta proclamación dio como resultado que disminuyera la fe viva (especialmente la adoración y la oración) y que se perpetuaran los miedos ancestrales que niegan eficientemente la meta final del destino. ¿Cómo podemos adorar a un Padre que no existe? ¿Cómo podemos orar al hijo de un Padre ficticio? Todo lo que queda es una ciencia y una religión desconectadas en gran parte de sus raíces vivificantes.
La proclamación de la «igualdad de la mente» y la «hermandad de la inteligencia», por no mencionar la contradicción de la designación de Caligastia a Lucifer como «Dios de la Libertad», se sumó a la disminución del espíritu y trabajó para separar a la humanidad de cualquier otra cosa que no fuera una dimensión meramente intelectual desprovista de cualquier perspectiva de logro espiritual. Las influencias de Lucifer nos han atrapado en tautologías infructuosas que, a pesar de los notables esfuerzos de los profetas y otros educadores espirituales, llevaron a la ausencia de conciencia espiritual y dieron un gran golpe a nuestra cosmovisión. Sin embargo, como veremos con más detalle, estos problemas filosóficos y errores espirituales no borraron el concepto de la paternidad de Dios o la hermandad del hombre de la consciencia humana.
Calificar el «plan de adoración» de estratagema para servir a las ambiciones de los Hijos paradisíacos abrió la puerta a varias alternativas perversas a la adoración, que comprenden diversas formas de ocultismo, esoterismo, espiritualismo, canalización y otras prácticas de culto que atraen a almas perdidas y sedientas de salvación. Si la humanidad tuviera los medios para investigar el misterio del plan divino no existiría el deseo de perseguir estas formas degradadas de misterios de culto.
Consideremos el impacto de la tercera, cuarta y quinta revelación de época, que combinamos por las siguientes razones:
Josué ben José, el bebé judío, fue concebido y nació en el mundo exactamente igual que todos los demás bebés antes y después que él, salvo que este bebé en particular era la encarnación de Miguel de Nebadon, un Hijo divino Paradisiaco y el creador de todo este universo local_._ [LU 119:7.5]
El Ajustador del Pensamiento que guió la mente de Maquiventa sirvió también a Josué ben José y ahora está personalizado como Jefe de los Ajustadores personalizados de Nebadón.
El título de «Príncipe Planetario» conferido a Miguel de Nebadón tras su séptimo otorgamiento fue delegado a Maquiventa que, junto con los veinticuatro consejeros, sirve ahora a Miguel en el consejo de Príncipes Planetarios de Satania.
Además, ahora valoramos más plenamente la contribución al plan para el establecimiento de la paz divina que resultó de la petición hecha por una comisión de doce intermedios planetarios en los tribunales del superuniverso. Su petición dio como resultado la quinta revelación de época, cuarta parte incluida: La vida y las enseñanzas de Jesús.
Las conclusiones que hemos obtenido hasta ahora nos ayudan a comprender cómo y por qué los hombres han perdido el verdadero significado de la paz espiritual a pesar de la inspiración de los profetas registrada en los textos religiosos a lo largo del tiempo y la autorrevelación que emerge a través de la reflexión meditada. A partir de aquí, este ensayo intenta coordinar la idea humana que ha sobrevivido de la paz con la verdad divina de la expresión del Espíritu en la humanidad.
Es digno de destacar que la idea de la paz que ha sobrevivido lo ha hecho gracias a los grandes esfuerzos de personas que, inspiradas por Dios, avanzaron e instalaron la seguridad material necesaria para la paz espiritual.
El salmo 46 es un versículo popular que nunca falla en traer consuelo a estos tiempos estresantes. Su mensaje inspira nuestros esfuerzos para hacer realidad la paz del Señor, la expresión divina del amor.
Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar;
Aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah.
Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo.
Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana.
Bramaron las naciones, titubearon los reinos; Dio él su voz, se derritió la tierra.
JEHOVÁ de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. Selah.
Venid, ved las obras de JEHOVÁ, que ha puesto asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego.
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.
La expresión «Estad quietos y conoced que yo soy Dios» está resaltada porque es uno de los versículos de la Biblia más conocidos y queridos. Este versículo es en realidad más una llamada de atención para estar asombrado que una suave llamada para descansar. Comprender su mensaje nos permite acercarnos y comprender las obras inspiradas en Asia que se analizan más adelante en este ensayo.
Podríamos trazar un paralelismo entre este salmo y el siguiente extracto de El libro de Urantia:
Una de las características más asombrosas de la vida religiosa es esa paz dinámica y sublime, esa paz que sobrepasa toda comprensión humana, esa serenidad cósmica que revela la ausencia de toda duda y de toda agitación. Esos niveles de estabilidad espiritual son inmunes a la decepción. Tales personas religiosas se parecen al apóstol Pablo, que decía: «Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderes, ni las cosas presentes, ni las cosas por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa podrá separarnos del amor de Dios.» [LU 100:6.6]
Podemos medir el carácter poderoso de esta paz incluso frente a las mayores decepciones imaginables. Nuestra búsqueda de esta paz solo es posible si reconocemos a Dios en nosotros mismos.
Este salmo y El libro de Urantia observan que la paz dinámica y viva surge en este mundo problemático cuando el alma intenta primero encontrar la paz para que todo lo demás encaje en su lugar, más que esperar encontrar la paz después de que todo encaje en su lugar.
Cuantos más nos convertimos en personas de paz, más pacífica se vuelve la sociedad. Un hombre de paz no es solo un hombre en paz sino también un hombre que da paz allá donde se necesite con su sola presencia. Una persona así brilla como el sol que ilumina los objetos solo con su presencia. Si la paz es proporcional al número de personas que están en paz consigo mismas, cada persona que se esfuerza por lograr la paz personal se convierte en una luz brillante para transformar a otra.
Somos pacificadores naturales a través de la cooperación con nuestro Ajustador. La vida y las enseñanzas de Jesús dan ejemplo de que este impulso para restaurar la armonía allá donde falta nos convierte en pacificadores y contribuye a nuestro crecimiento espiritual. Jesús nos ha mostrado la verdad del amor inquebrantable de Dios al superar los obstáculos de la vida y manifestar la voluntad de Dios.
Nuestra mente y nuestro ser material son adaptaciones temporales y espaciales del Espíritu. A través del don de la divina personalidad para nosotros, guiado por el segundo don del Ajustador del Pensamiento, Dios participa en la construcción de la paz a través de nuestras acciones. Esta construcción de la paz se completa una vez que nuestro Ajustador del Pensamiento se personaliza a través de la fusión con la personalidad a la que guía. Esta fusión solo puede ocurrir cuando nuestra naturaleza humana se alinea completamente con lo divino que hay en nuestro interior. La paz que solo Dios puede conferir se convierte en el medio y el resultado de esta fusión.
Debido a que los otorgamientos planetarios de un Hijo Divino y de un Adán no pudieron proporcionar los componentes básicos necesarios para la construcción oportuna del «plan divino» de Dios, debemos confiar en otras influencias para compensar esos fallos y ayudar a que se instale la paz en la tierra. ¿Cuáles son esas influencias? El Espíritu de la Verdad, la actividad del Supremo y el ministerio de nuestro muy capaz Ajustador del Pensamiento.
Esas influencias del Padre, el Hijo y el Espíritu pueden llevar a que se instale una paz viva y dinámica, siempre que tomemos la decisión voluntaria de que se haga la voluntad de nuestro Padre a través de la adoración, la oración y el servicio.
Podríamos decir que la mentalidad asiática se basa en la noción de sincronía entre lo material y lo divino, lo que podría explicar las diferencias en la filosofía asiática en comparación con la cosmovisión occidental, que está más orientada a las causas.
Por lo general, las tradiciones religiosas del Lejano Oriente abordan un requisito profundo para (re) conectarse con el sentido más profundo de nuestro ser interior, de modo que nuestra búsqueda de la paz pueda ayudarnos a encontrar el «nirvana». Los grandes maestros que han dominado esta tradición exhortan a sus seguidores a meditar y actualizar así las potencialidades que se hallan en lo más profundo de su ser. Pero este enfoque interno los hace huérfanos si partimos de la comprensión completa de un Padre personalizado que está en lo profundo de nuestro ser y en toda la creación al mismo tiempo. Es la percepción de esta presencia divina la que nos impulsa en nuestra búsqueda sublime.
La principal razón para centrarse en el interior y omitir todo lo demás proviene de la filosofía hindú y de que los brahmanes rechazaron el evangelio de Salem que Maquiventa Melquisedec intentó introducir [LU 94:1.5]. El libro de Urantia nos dice que este rechazo estuvo motivado por la obsesión indoaria de preservar los privilegios de la casta de los brahmanes y su sentido de identidad racial [LU 94:2.1].
Este «omitir todo lo demás» les privó de comprender la idea de una deidad personalizada. La poderosa filosofía que produjo tuvo un efecto similar en las filosofías orientales posteriores. En consecuencia, tanto el hinduismo como el budismo carecen de una comprensión simple y clara de la personalidad del Padre Universal que presentaron los misioneros de Salem y confirmó Miguel de Nebadón en su séptimo ministerio de otorgamiento.
… El concepto del Buda Absoluto es a veces casi personal, a veces totalmente impersonal — e incluso una fuerza creadora infinita. Aunque estos conceptos son útiles para la filosofía, no son vitales para el desarrollo religioso. Incluso un Yahvé antropomórfico tiene un valor religioso mucho mayor que el Absoluto infinitamente lejano del budismo o del brahmanismo. [LU 94:11.12, Emphasis added.]
Aunque carecen del reconocimiento de una deidad personalizada, y a pesar de las vicisitudes de la historia, estas filosofías basadas en Asia todavía llegaron a una comprensión profunda del Ser. Sin embargo, al no reconocer que este Ser surge de una deidad personalizada, el Padre, no han logrado comprender del todo la realidad del Ser.
Si bien su comprensión incompleta resalta conceptos y nociones muy importantes en su relación con el autoconocimiento (conócete a ti mismo), también puede llevar a conclusiones erróneas. Las conclusiones que generalmente surgen de estos esfuerzos meditados sugieren que la muerte del ego conduce al nirvana (la consciencia de la presencia en el eterno ahora) y a la disolución del yo en una forma de consciencia impersonal. Esta noción de consciencia impersonal (en otras palabras: consciencia no personalizada) puede ser problemática.
El problema surge de la lógica estricta de estas filosofías, una lógica que omite cualquier consideración de un Padre personalizado. Huérfanas de esta manera, estas filosofías no pueden profundizar en la naturaleza completa del ser, y aunque pueden conducir a un estado de paz comparable tienden a empujar al individuo a un aislamiento prolongado.
Los cortos períodos de retiro del escenario activo de la vida pueden no ser gravemente peligrosos, pero el aislamiento prolongado de la personalidad es sumamente indeseable. [LU 100:5.8]
Este aislamiento, que se considera necesario para dominar al yo compulsivo, puede terminar disociando al discípulo, lo que hace difícil conciliar el estado confuso actual de la sociedad con la paz sublime que el seguidor puede lograr a través del aislamiento personal. Simplemente no hay un puente que conecte la brecha cada vez mayor entre los dos. Los seguidores de estas filosofías suelen elegir pasar sus vidas como ermitaños, quizás venerados por la sociedad en general, pero no necesariamente al servicio de la humanidad. Podrían correr el riesgo de responder involuntariamente al grito de autoafirmación con su llamada a una precedencia de la mente que los separe del reconocimiento y la participación compartida y consciente con el espíritu del Padre.
La meditación que se concentra en la respiración, en un pensamiento o en una observación fija contrarresta nuestra predilección por el pensamiento convulsivo. Sin embargo, aquello a lo que nos referimos burlonamente como «mirarnos el ombligo» no puede ni debe ser un fin en sí mismo, no puede producir ni reemplazar la meditación en adoración ni la comunión con el Espíritu interior que motiva la búsqueda de los que son intuitivamente conscientes de la presencia personalizada de lo divino en su interior.
Maquiventa exhortó a sus discípulos a llevar el mensaje del evangelio de Salem lo más lejos posible. A pesar de que se alteró durante los siglos siguientes, sus discípulos llevaron este mensaje a todo el mundo conocido.
Excepto en el Lejano Oriente, donde la reacción del brahmanismo como escudo contra las enseñanzas de Salem resultó ser perjudicial para su mensaje, las enseñanzas de Melquisedec se convirtieron en el principal vínculo unificador de las tradiciones religiosas humanas antes de la encarnación de Miguel de Nebadón como Josué ben José.
Las siguientes iniciativas que Jesús llevó a cabo habrían ayudado sin duda a extender el evangelio del reino al Lejano Oriente:
Después de los ministerios respectivos de Maquiventa y Miguel de Nebadón y de sus aportaciones a la filosofía de los pueblos de Tierra Santa, Dios Supremo toma estos esfuerzos y llama a todos los Hijos de Dios a que continúen este ministerio, pues En todo el extenso universo, nunca se pierde nada que tenga un valor de supervivencia [LU 109:3.2].
Es interesante que los reveladores nos digan que lamentan enormemente que las enseñanzas de Abner, que eran en muchos aspectos más fieles al mensaje de Jesús, no prosperaran en las tradiciones posteriores del cristianismo occidental.
La verdadera paz nos libra de los sufrimientos del pasado y nos libera de las ansiedades del futuro, incorpora la experiencia ganada con las lecciones del pasado a la visión de un futuro mejor que restaura nuestras razones para vivir. Esta realidad solo puede ser consagrada en el presente, en el eterno ahora, siempre que:
La encarnación de Miguel de Nebadón como Josué ben José proporciona el ejemplo perfecto de paz dinámica y viva. Este ejemplo es especialmente necesario porque, como consecuencia de las faltas de las rebeliones y los otorgamientos, fuimos privados de los componentes básicos que contribuyen al desarrollo de esta paz. No hemos alcanzado el estado esperado según lo previsto por los «Hijos divinos» que está presente en otros lugares de la edad actual del universo porque no hemos recibido satisfactoriamente estos componentes básicos. Sin ellos nuestro mejor recurso se encuentra en la presión espiritual desde arriba, que se beneficia de un Padre al que nunca le faltan recursos.
El derramamiento del Espíritu de la Verdad en Pentecostés, que siguió al séptimo otorgamiento de nuestro Hijo Creador, proporciona la levadura esencial y marca el momento en que dejan de compartimentarse los destinos individuales y su integración perfecta en los planes de Dios Supremo para el servicio eterno. El derramamiento del Espíritu de la Verdad, combinado con la guía de nuestro experimentado Ajustador, nos ayuda a superar las desventajas, las insuficiencias y los obstáculos heredados de eras pasadas, y nos lleva en última instancia a una nueva era en la evolución de la historia de nuestro planeta.
Recordemos las enseñanzas de El libro de Urantia, que incluyen lo siguiente:
En el estudio de la individualidad, sería útil recordar:
Recordemos también que estamos bendecidos con algo más que una simple consciencia animal, estamos dotados con una consciencia atenta de lo divino: la consciencia de Dios en el primer nivel, la búsqueda de Dios en el segundo, y en el tercer nivel, la voluntad de parecernos a Dios.
Para los que son particularmente sensibles a ello, esta consciencia de Dios busca expresarse más allá del núcleo interior de nuestro ser con una sensación real de urgencia. Sin embargo, cuando se limita a la mente por falta de aptitud, se comprende poco y suele dar lugar al humanismo e incluso al ateísmo.
No obstante, el Espíritu de la Verdad está siempre ahí para asegurar que el hijo pródigo regresa a casa una vez superadas las ilusiones de la mente que nos separan de la realidad del ser.
He aquí algunos puntos finales sobre los que reflexionar:
Pax vobiscum.