© 2020 Olga López
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Abril 2020
En el documento 180, los reveladores nos transmiten las palabras que Jesús pronunció a los apóstoles, una vez que terminaron con aquella memorable última cena. El tiempo apremiaba, Jesús sabía que esa misma noche iba a ser apresado, y eran muchas las cosas que debía decir a sus amados discípulos. Ese no iba a ser un discurso cualquiera, sino uno de sus discursos más esenciales, teniendo en cuenta todo lo que iba a acontecer horas después y en los días siguientes.
De todo lo que el Maestro comenta a sus discípulos en ese discurso final, me gustaría destacar las siguientes enseñanzas:
Así comienza Jesús su discurso final: dando a los apóstoles un nuevo mandamiento, que es una vuelta de tuerca más al mandamiento original:
… Conocéis bien el mandamiento que ordena que os améis los unos a los otros; que améis a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Pero incluso esta dedicación sincera por parte de mis hijos no me satisface plenamente. Quisiera que realizarais unos actos de amor aún más grandes en el reino de la fraternidad de los creyentes. Y por eso os doy este nuevo mandamiento: Que os améis los unos a los otros como yo os he amado. De esta manera, si os amáis así los unos a los otros, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos. LU 180:1.1
¿Qué significa amar como Jesús ama? Recordemos que el Maestro estuvo dispuesto a dar la vida por sus amigos, incluso de la manera más ignominiosa, tal era la magnitud de su amor. El amor de Jesús no solo es incondicional y desinteresado, sino que los posibles sacrificios que puede conllevar no son tales, sino que se hacen de manera gozosa. No en vano dice Jesús: «Incluso soportando un dolor externo, estoy a punto de experimentar la alegría suprema de daros mi afecto a vosotros y a vuestros compañeros mortales». LU 180:1.2
Hay que amar mucho para poder decir algo así, ¿verdad?
Este párrafo resulta muy esclarecedor para mí. Aquí no es Jesús el que habla, sino los seres intermedios:
Si queréis compartir el gozo del Maestro, tenéis que compartir su amor. Y compartir su amor significa que habéis compartido su servicio. Esta experiencia de amor no os libera de las dificultades de este mundo; no crea un mundo nuevo, pero hace con toda seguridad que el viejo mundo resulte nuevo. LU 180:1.5
Para mí, hay dos ideas muy importantes en este párrafo:
Y quiero destacar también el siguiente párrafo, en el que los reveladores añaden lo siguiente:
Retened en la memoria: Lo que Jesús pide es la lealtad, no el sacrificio. La conciencia de hacer un sacrificio implica la ausencia de ese afecto sincero que hubiera convertido ese servicio amoroso en una alegría suprema. La idea del deber significa que tenéis una mentalidad de sirvientes, y a consecuencia de ello no conseguís la grandísima emoción de hacer vuestro servicio como un amigo y por un amigo. El impulso de la amistad trasciende todas las convicciones del deber, y el servicio que un amigo hace por un amigo nunca se puede llamar sacrificio. LU 180:1.6
No somos sirvientes de Dios o de Jesús, nuestro Hijo Creador: somos sus amigos. En otro de sus discursos, Jesús dice: «Cuando prediquéis el evangelio del reino, estaréis enseñando simplemente la amistad con Dios» LU 159:3.9. ¿Verdad que cuando un amigo nos pide un favor o que hagamos algo por él, no lo vemos como un fastidio o una carga sino algo que hacemos por placer? No es un deber, no es un sacrificio. No somos sirvientes de nuestros amigos, ¿verdad? Al contrario, sentimos una satisfacción enorme al poder ayudarlos. Eso es lo que quiere Jesús que hagamos por nuestros hermanos.
A continuación, el Maestro hace esta afirmación:
… «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre el viñador. Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. El Padre sólo me pide que produzcáis muchos frutos. La vid solamente se poda para aumentar la fecundidad de sus sarmientos. Todo sarmiento estéril que sale de mí, el Padre lo cortará. Todo sarmiento que produzca fruto, el Padre lo limpiará para que pueda producir más frutos… LU 180:2.1
El símil de la vid y los sarmientos aparece en un documento anterior, curiosamente cuando los reveladores nos hablan del Mesías cuya llegada los judíos anhelaban, «la época en que «la tierra producirá diez mil veces más frutos, y una vid tendrá mil sarmientos, y cada sarmiento producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un barril de vino» » LU 136:6.7. También se utiliza esta figura en una serie de recapitulaciones que se hacen en el documento 182 sobre Jesús: «Yo soy la verdadera vid; vosotros sois los sarmientos. LU 182:1.22 Y un poco más adelante en la sección 2, da otra explicación de la importancia de esta comparación para los judíos: «Los judíos habían enseñado desde hacía mucho tiempo que el Mesías sería «un tallo que surgiría de la vid» de los antepasados de David, y en conmemoración de esta antigua enseñanza, un gran emblema de la uva unida a su vid decoraba la entrada del templo de Herodes.» LU 180:2.3
Pero veamos qué más nos dice el Maestro usando esta comparación:
… Recordad: Yo soy la verdadera vid, y vosotros los sarmientos vivientes. El que vive en mí, y yo en él, producirá muchos frutos del espíritu y experimentará la alegría suprema de dar esta cosecha espiritual. Si mantenéis esta unión espiritual viviente conmigo, produciréis un fruto abundante. Si permanecéis en mí y mis palabras viven en vosotros, podréis comulgar libremente conmigo, y entonces mi espíritu viviente se infiltrará en vosotros de tal manera que podréis pedir todo lo que mi espíritu quiere, y hacer todo esto con la seguridad de que el Padre nos concederá nuestra petición. El Padre es glorificado en esto: que la vid tenga muchos sarmientos vivientes, y que cada sarmiento produzca muchos frutos… LU 182:1.22
Creo que es importante destacar estas ideas básicas del fragmento anterior:
La imagen de los sarmientos de la vid es muy potente y trasciende épocas, lugares y pueblos, y su mensaje sigue plenamente vigente hoy día, como lo fue el día que Jesús pronunció ese discurso.
Siguiendo con la idea de la vid y los sarmientos, hay una observación muy interesante de los reveladores respecto a que las conclusiones del Maestro sobre la oración se desvirtuaron en el cristianismo posterior, pues dieron a entender que la oración podía obrar una magia suprema en la que Dios nos concedería todo lo que pedimos, cosa que obviamente no sucede, sobre todo cuando las peticiones nacen del egoísmo y de nuestra propia necedad o desconocimiento de cómo funcionan las cosas.
Lo que se nos dice aquí es que la oración «no es un proceso para conseguir lo que uno desea, sino más bien un programa para emprender el camino de Dios, una experiencia para aprender a reconocer y a ejecutar la voluntad del Padre» LU 180:2.4. La verdadera oración hace que nuestra voluntad se alinee con la voluntad de Dios, y entonces sí que se nos concede aquello que pedimos. Y añaden, además: «Esta unión de voluntades se efectúa por medio de Jesús y a través de él, al igual que la vida de la vid circula y atraviesa los sarmientos vivientes» LU 180:2.4.
No orar de esta forma hace que como sarmientos nos sequemos, que deje de fluir la savia que nos mantiene unidos a la vid y de esa forma dejamos de dar los frutos del espíritu. Como sarmientos no podemos hacer otra cosa que dar frutos cuando estamos vivos: es nuestra razón de ser en el universo. Y esos frutos del espíritu son, como se dice en este documento: «que nos amemos los unos a los otros como Jesús nos ha amado» (1946.3) 180:2.5.
Otra de las ideas que el Maestro transmitió a sus apóstoles en este discurso de despedida es que iban a sentir la enemistad del mundo y no debían dejar que eso les desanimara. Les dijo que iban a odiarles pues, igual que él no era de este mundo, ellos tampoco lo eran.
Aquí Jesús habla de un mundo distinto al de aquellos tiempos en los que vivían, un mundo en el que las personas vivían según la idea principal del reino de los cielos: la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. Una idea en aquellos tiempos impensable y, por qué no decirlo, revolucionaria. El Maestro aquí les advierte que van a sufrir persecuciones y tribulaciones por causa del evangelio del reino, pero también les dice que recuerden que él ha sufrido antes que ellos y le han odiado antes que a ellos.
Sobre todo, me parece interesante destacar que Jesús distingue dos tipos de ataques: los que vienen de la ignorancia y los que vienen de la iniquidad. Aquí el Maestro nos dice que a estos últimos se les mostró la verdad y la rechazaron, y por ello «no tienen excusas para su actitud». Aquellos a los que se les ha mostrado el evangelio y lo han rechazado están en una situación de quiebra espiritual mucho mayor que los que se equivocan pues desconocen el mensaje.
Una vez les pinta ese sombrío panorama (aunque más bien habría que decir que era realista), Jesús añade que no va a dejarlos solos y habla del «ayudante espiritual» que irá con ellos enseñándoles el camino y confortándoles.
También les explica que regresará a «esos mundos de luz, esas estaciones en el cielo del Padre» a las que ellos ascenderán algún día (igual que nosotros) LU 180:3.4. Aquí habla, cómo no, de los mundos morontiales, «los lugares que fueron preparados para los hijos mortales de Dios antes de que existiera este mundo». Pero también habla de otras unidades administrativas de la creación: dice también: «finalmente estaréis conmigo en persona cuando hayáis ascendido hasta mí en mi universo, tal como yo estoy a punto de ascender hasta mi Padre en su universo más grande» LU 180:3.5. En aquella época, poco más les podía explicar sobre cómo estaba organizado el universo. Por suerte, ahora tenemos El libro de Urantia y conocemos con mucho más detalle a qué se estaba refiriendo Jesús con estas palabras.
Como tantas otras veces, los discípulos no entendieron lo que Jesús les estaba diciendo respecto a las moradas celestiales. Entonces el Maestro les dijo unas palabras que a mí me parecen realmente poderosas, sea cual sea el idioma en el que se expresen:
«… yo soy el camino, la verdad y la vida.[1] Nadie va hacia el Padre si no es a través de mí. Todos los que encuentran al Padre, primero me encuentran a mí. Si me conocéis, conocéis el camino hacia el Padre. Y me conocéis de hecho, porque habéis vivido conmigo y ahora me veis.» LU 180:3.7
Como fuera que los discípulos seguían sin entender, el Maestro insiste en esa idea para explicar lo que ha querido decir:
«… Declaro de nuevo que aquel que me ha visto, ha visto al Padre[2]. ¿Cómo puedes decir entonces: muéstranos al Padre? ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? ¿No os he enseñado que las palabras que os digo no son mis palabras, sino las palabras del Padre? Hablo por el Padre y no por mí mismo. Estoy en este mundo para hacer la voluntad del Padre, y eso es lo que he hecho. Mi Padre permanece en mí y trabaja a través de mí. Creedme cuando digo que el Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre, o si no, creedme por la vida misma que he vivido — por mi obra.» LU 180:3.9
Creo que nosotros hemos entendido mejor estas enseñanzas que los apóstoles, pero ¿hasta qué punto podríamos nosotros decir lo mismo que el Maestro?
Después de una breve pausa Jesús prosiguió su discurso, centrándose en esta ocasión en la ayuda que iba a enviar a este mundo para cuando él ya no estuviera entre ellos. Esa ayuda no era otra que el Espíritu de la Verdad, que el Maestro definió como «el espíritu de la verdad viviente» LU 180:4.1, el espíritu que les guiaría, confortaría y conduciría a toda la verdad.
De nuevo los apóstoles no acaban de comprender a qué se refiere, por lo que Jesús debe explicarles de qué se trata de la manera más sencilla posible y destaca que es la única manera que Dios Padre y él pueda vivir en el alma de cada uno de ellos. Los reveladores también explican algo más sobre ese ayudante prometido para nosotros, los humanos del siglo XXI, con un detalle y profundidad mayor, en el que describen con gran perspicacia la verdad divina y su carácter dinámico.
… El nuevo instructor es la convicción de la verdad, la conciencia y la seguridad de los verdaderos significados en los niveles espirituales reales. Este nuevo instructor es el espíritu de la verdad viviente y creciente, de la verdad que se expande, se desarrolla y se adapta. LU 180:5.1
Los discípulos no entendieron que Jesús debía irse para que pudiera llegar ese nuevo instructor. Más adelante en el documento, el Maestro explica lo siguiente:
… Es realmente beneficioso para vosotros que me vaya. Si no me voy, el nuevo instructor no podrá venir a vuestro corazón. Debo ser despojado de este cuerpo mortal, y restablecido en mi puesto en el cielo, antes de poder enviar a este instructor espiritual para que viva en vuestra alma y conduzca a vuestro espíritu a la verdad. Cuando mi espíritu llegue para residir en vosotros, iluminará la diferencia entre el pecado y la rectitud, y os permitirá juzgar sabiamente en vuestro corazón acerca de ambas cosas. LU 180:6.2
Recordemos que Jesús era en ese momento Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Realmente tenía que regresar a su forma original para poder enviar su instructor, cosa que no podía hacer si habitaba en un cuerpo mortal. Sabía que había llegado la hora de partir de ese mundo y que era el momento propicio para enviar al Espíritu de la Verdad como su presencia espiritual permanente en el mundo.
Pero los reveladores no nos hablan solo del Espíritu de la Verdad, sino que profundizan también en el concepto mismo de verdad. Pero ¿qué es la verdad? En el diccionario de la RAE, tenemos varias acepciones:
Al leer todas estas acepciones, tenemos la impresión de que se quedan cortas, de que falta algo, y esta sensación aumenta cuando leemos lo que se dice en este documento sobre la verdad, pues va más allá de una correspondencia con los hechos de la vida material o con las proposiciones que construimos en la mente: es una verdad divina.
La verdad divina es una realidad viviente que es percibida por el espíritu. La verdad sólo existe en los niveles espirituales superiores de la comprensión de la divinidad y de la conciencia de la comunión con Dios… LU 180:5.2
Más adelante, los reveladores nos dan unas ideas que ya aparecen en otras partes del libro sobre la verdad y su carácter dinámico, que por desgracia tantas veces en la historia de la humanidad se ha intentado apresar en doctrinas muertas:
… Podéis conocer la verdad, y podéis vivir la verdad; podéis experimentar el crecimiento de la verdad en el alma, y gozar de la libertad que su luz aporta a la mente, pero no podéis aprisionar la verdad en unas fórmulas, códigos, credos o modelos intelectuales de conducta humana. Cuando intentáis formular humanamente la verdad divina, ésta muere rápidamente (…) La verdad estática es una verdad muerta, y sólo la verdad muerta puede ser formulada en una teoría. La verdad viviente es dinámica y sólo puede gozar de una existencia experiencial en la mente humana. LU 180:5.2
¿Pero qué necesitamos para percibir la verdad? Los reveladores nos lo explican a continuación:
La inteligencia nace de una existencia material que está iluminada por la presencia de la mente cósmica. La sabiduría consta de la conciencia del conocimiento, elevada a nuevos niveles de significados, y activada por la presencia de la dotación universal del espíritu ayudante de la sabiduría. La verdad es un valor de la realidad espiritual que sólo lo experimentan los seres dotados de espíritu que ejercen su actividad en los niveles supermateriales de conciencia del universo, y que después de reconocer la verdad, permiten que su espíritu activador viva y reine en sus almas. LU 180:5.3
Vemos aquí que, en primer lugar, nuestra inteligencia, iluminada por la mente cósmica, es capaz de adquirir sabiduría al ser conscientes del conocimiento y usarlo para crear nuevos significados y valores, con la ayuda de diferentes asistentes espirituales que trabajan en perfecta coordinación.
El verdadero hijo que posee perspicacia universal busca el Espíritu viviente de la Verdad en toda palabra sabia. La persona que conoce a Dios eleva constantemente la sabiduría a los niveles de verdad viviente donde se alcanza la divinidad; el alma que no progresa espiritualmente arrastra todo el tiempo a la verdad viviente hacia los niveles muertos de la sabiduría y hacia los dominios de la simple exaltación del conocimiento. LU 180:5.4
El progreso espiritual nos acerca cada vez más a la verdad. Si no hay progreso, volvemos de nuevo al nivel material del simple conocimiento, que simplemente se dedica a recopilar información y que no aporta valor espiritual si no va acompañado de la sabiduría que nos da conocer a Dios. Los reveladores nos dan como ejemplo la famosa regla de oro, una antigua regla de conducta que se enseñó incluso a los andonitas (LU 70:1.2), y era la norma para las relaciones sociales en el Jardín del Edén (LU 74:7.5):
Cuando la regla de oro está despojada de la perspicacia suprahumana del Espíritu de la Verdad, no es nada más que una regla de conducta altamente ética. Cuando la regla de oro se interpreta literalmente, puede convertirse en un instrumento muy ofensivo para vuestros semejantes. Sin un discernimiento espiritual de la regla de oro de la sabiduría, podéis razonar que, puesto que deseáis que todos los hombres os digan con franqueza toda la verdad que tienen en su mente, vosotros deberíais expresarles de manera franca y total todos los pensamientos de vuestra mente. Una interpretación tan poco espiritual de la regla de oro podría ocasionar una infelicidad indecible y unas penas sin fin. LU 180:5.5
¿Cuándo se puede interpretar literalmente la regla de oro? Aparte del ejemplo que nos acaban de dar en el párrafo anterior, imaginémonos por ejemplo cuál sería la interpretación que podría hacer un masoquista o alguien cuyas facultades mentales estuvieran alteradas.
Hay muchas interpretaciones de la regla de oro, que van desde las que son simplemente éticas a plenamente espirituales, pero la que está situada en un nivel superior podría resumirse en amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, aunque sería mejor expresarla con el nuevo mandamiento que entregó Jesús a sus apóstoles: amar a nuestros semejantes como Jesús nos amó a todos.
Este párrafo del documento 140 lo resume muy bien:
Desde el Sermón de la Montaña hasta el discurso de la Última Cena, Jesús enseñó a sus discípulos a manifestar un amor paternal en lugar de un amor fraternal. El amor fraternal consiste en amar al prójimo como a sí mismo, lo que sería una aplicación adecuada de la «regla de oro». Pero el afecto paternal exige que améis a vuestros compañeros mortales como Jesús os ama. LU 140:5.1
¿Y cómo se manifiesta el amor de Jesús? He aquí la respuesta:
… El espíritu del mandato del Maestro consiste en no oponer resistencia a todas las reacciones egoístas hacia el universo, y al mismo tiempo alcanzar de manera dinámica y progresiva los niveles rectos de los verdaderos valores espirituales: la belleza divina, la bondad infinita y la verdad eterna — conocer a Dios y volverse cada vez más como él. LU 180:5.9
Aquí se incluye la práctica de Jesús de no resistirse al mal, que llevó a cabo durante toda su vida, incluso desde pequeño, cuando no era plenamente consciente de su divinidad.
Jesús tuvo grandes dificultades para hacerles comprender [se refiere a los apóstoles] su práctica personal de la no resistencia. Se negaba absolutamente a defenderse, y a los apóstoles les pareció que le hubiera gustado que ellos hubieran seguido la misma política. Les enseñó que no se opusieran al mal, que no combatieran las injusticias o las injurias, pero no les enseñó que toleraran pasivamente la maldad… LU 140:8.4
Pero no se limitó solo a eso, sino que siempre le daba la vuelta a la situación injusta para obtener un bien mayor.
… Incluso llegó a oponerse a la no resistencia negativa o puramente pasiva. Dijo: «Si un enemigo te golpea en una mejilla, no te quedes allí mudo y pasivo, sino que adopta una actitud positiva y ofrécele la otra; es decir, haz activamente todo lo posible por sacar del mal camino a tu hermano equivocado, y llevarlo hacia los mejores senderos de una vida recta.» Jesús pedía a sus seguidores que reaccionaran de una manera positiva y dinámica en todas las situaciones de la vida. El hecho de ofrecer la otra mejilla, o cualquier otro acto semejante, exige iniciativa y requiere una expresión vigorosa, activa y valiente de la personalidad del creyente. LU 159:5.9
Puesto que la verdad es dinámica y viva, el amor y el altruismo también deben readaptarse constantemente y seguir cambiando para progresar «a la luz del entorno del mal presente y de la meta eterna de la perfección del destino divino». LU 180:5.10
El hecho de que la verdad sea viva y dinámica, que no pueda apresarse en dogmas y preceptos, hace que la regla de oro y la enseñanza de la no resistencia tampoco se puedan entender como dogmas y preceptos, sino que «solo se pueden comprender viviéndolas». La experiencia, una vez más, es clave para la comprensión. La teoría no basta: hay que ponerla en práctica para entenderla plenamente.
Esta es la gran diferencia que se marca entre lo que los reveladores llaman la «antigua religión» (la religión evolutiva, creada por los hombres) de la nueva religión (la religión revelada, la que se basa en la experiencia personal con Dios). Los reveladores establecen en este documento una comparación muy esclarecedora entre ambas LU 180:5.12:
Antigua religión (evolutiva) | Nueva religión (revelada) |
---|---|
Enseña la abnegación | Enseña el olvido de sí mismo para realizarse mediante el servicio social unido a la comprensión del universo |
Está motivada por la conciencia del miedo | Está dominada por la convicción de la verdad |
Es leal a un credo, a una tradición y un sistema ceremonial de culto oficial | Los nacidos del espíritu gozan de amabilidad espontánea, generosa y sincera, y sienten compasión auténtica por sus semejantes con independencia de credos, tradiciones y cultos. |
Hecho este paréntesis para explicar qué es la verdad y la importancia de enviar el Espíritu de la Verdad a nuestro mundo, Jesús insiste en preparar psicológicamente a sus apóstoles para lo que va a suceder no solo en los días, sino en los años venideros. Les advierte de que no solo les expulsarán de las sinagogas, sino que intentarán acabar con su vida. Jesús sabe que ellos van a sufrir mucho por su causa y la del evangelio, y dice unas palabras que desde luego dan mucho que pensar sobre los tiempos que vivimos, y en general sobre todos los tiempos que han transcurrido desde que pronunciara esa afirmación:
… Aunque este evangelio del reino nunca deja de traer una gran paz al alma del creyente individual, no traerá la paz a la Tierra hasta que los hombres no estén dispuestos a creer de todo corazón en mis enseñanzas, y a establecer la práctica de hacer la voluntad del Padre como meta principal de su vida mortal. LU 180:6.1
Parece que todavía estamos en una época en la que la paz no está instaurada en el mundo, en la que las enseñanzas de Jesús no dirigen el obrar de una masa crítica de personas. Pero no hay que desanimarse por ello, pues la semilla está ahí y está creciendo en todos los seguidores de Jesús.
Es curioso cómo el Maestro dice en numerosas ocasiones que debe volver al Padre, pero los apóstoles no comprenden el verdadero significado de sus palabras. Siendo como eran conscientes de que era Hijo de Dios, no concebían que ningún ser humano pudiera darle muerte. Los apóstoles estaban tan aferrado a su idea de Jesús como ser divino que no importaba lo explícito que hubiera sido este con ellos respecto a su marcha, simplemente no podían asimilarlo. Aunque esa es una actitud muy humana, por otro lado. ¿Quién puede culparlos, después de haber compartido tantas experiencias asombrosas con Jesús?
Hay una comparación que les da Jesús para aclarar su confusión al respecto, que me parece especialmente ilustradora:
… En verdad, una mujer está angustiada a la hora del parto, pero una vez que ha dado a luz a su hijo, olvida inmediatamente su angustia ante la alegría de saber que un hombre ha nacido en el mundo. De la misma manera, os vais a entristecer por mi partida, pero os veré pronto de nuevo, y entonces vuestra pena se transformará en alegría, y os llegará una nueva revelación de la salvación de Dios que nadie podrá quitaros nunca. Y todos los mundos serán benditos en esta misma revelación de la vida que derrota a la muerte… LU 180:6.7
¿Cuántas veces nos ha sucedido esto, que una gran angustia ha dado lugar a una inmensa alegría? Seguro que lo hemos experimentado muchas veces en nuestra vida. La historia está llena de periodos difíciles que han terminado dando mucho más bien que el mal y el dolor que lo han precedido. Lo vimos en la rebelión de Lucifer, lo vimos en el triunfo que supuso la resurrección de Jesús. Y hay otro triunfo que está esperándonos en el horizonte: el triunfo del evangelio de Jesús en el corazón de todos los seres humanos. Esa es sin duda una alegría duradera que nada ni nadie nos podrá arrebatar.