© 2010 Olga López
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Servicio desinteresado | Luz y Vida — Núm. 23 — Diciembre 2010 — Índice | EcoAltea: nuestra primera feria |
Fragmento de «Diálogos con Sofía», de Olga López
—¿De qué vas a hablarme hoy, Sofía? —preguntó Miguel mientras caminaban por el paseo marítimo, bordeando la playa. Aquella tarde soplaba una brisa agradable. Septiembre estaba comenzando su andadura y el calor no era ya tan riguroso.
—Hoy voy a hablarte del dios que aprende —respondió Sofía rápidamente, como si trajera preparada la lección.
—¿El dios que aprende? —repitió Miguel— Yo creía que Dios lo sabía todo, que no necesitaba aprender nada.
—Si algún día decides profundizar más en todo esto, entenderás que el término «Dios» es una burda simplificación de una realidad mucho más compleja —respondió la mujer, sonriente— El dios que aprende no es el que conocemos hasta ahora como «Dios». Para aclarar los términos y evitar confusiones, piensa en «Dios» como en el Padre. Junto con el Hijo y el Espíritu, está instalado en el nivel absoluto. Allí el tiempo y el espacio no existen. Pues bien, el dios que aprende está situado en el nivel finito, dentro del marco del espacio y el tiempo. Tuvo un origen en el tiempo, aunque no tenga final.
—Como nosotros…—comentó el joven.
Como nosotros —confirmó Sofía. Y prosiguió — El dios que aprende fue creado por la Trinidad en un momento determinado, hace mucho tiempo. Pero, a diferencia de las personas que componen la Trinidad, no está completo: crece, evoluciona. De algún modo es como un feto dentro del vientre de su madre.
—Así que sigue incompleto.
—Eso es
—¿Y quién o qué lo hace crecer?
—Dicho de forma sencilla: todos
Miguel se detuvo y se quedó mirando a Sofía, inquisitivo. En esos momentos parecía que el tiempo se había detenido a su alrededor que el resto de personas que caminaban junto a ellos eran simplemente parte de un decorado.
—¿Quieres decir que yo estoy ayudando a
—Eso mismo. Y yo, y aquel hombre que está sentado allí, y esa pareja que caminan por la orilla —señaló Sofía apuntando con la barbilla a todas aquellas personas.
—Pero… ¿cómo?
—Con tus experiencias, querido Miguel. El dios que aprende hace suyas tus experiencias, aprende de ellas. Es como un inmenso saco de experiencias de todos los seres que pueblan los superuniversos. Está haciendo algo que no pueden hacer los dioses absolutos, que es aprender. El dios que aprende es un puente más tendido por el Creador hacia sus criaturas.
— ¿Y para qué querrían los dioses crear un dios que aprende?—preguntó el joven.
—¿Para qué querrían los dioses crear a otras criaturas? —preguntó Sofía a su vez — Supongo que es una manera de «zafarse» de las cadenas de la infinidad, a la vez que un acto de amor. El Padre crea unas criaturas imperfectas con el potencial de perfeccionarse, y este potencial se va desarrollando paulatinamente a medida que la criatura asciende, a medida que aprende a reconocer a sus creadores y les permite que la acompañen en su camino ascendente. Los potenciales se van haciendo reales, y las experiencias acumuladas durante el camino no se pierden para las criaturas ni para los creadores.
—Bueno, es obvio que para las criaturas las experiencias no se pierden…
—No tan obvio, querido Miguel. Te recuerdo que existe la posibilidad real de que una criatura abrace el mal y deje de existir.
—Es cierto. ¿Qué sucede en ese caso con las experiencias? ¿También pasan al saco del dios que aprende?
—Sí. Las experiencias no se pierden. De hecho nada se pierde en el cosmos. Pero ten en cuenta una cosa, Miguel. Cada criatura está dotada con una personalidad única. No hay dos iguales en todo el universo de universos. Por lo tanto, las experiencias que vive cada persona también son únicas. Todos tenemos nuestro sello distintivo, nuestra marca de exclusividad; tenemos unas capacidades y unos potenciales únicos, que pueden dar lugar a experiencias y realidades que también son únicas. ¿Qué pasa cuando alguien abraza el mal y deja de ser porque se vuelve irreal? Que, aunque sus experiencias —sus realidades— pasen automáticamente al dios que aprende, sus potenciales quedarán sin manifestarse por siempre jamás. Nadie en todo el cosmos los hará realidad de la misma forma que la persona que ha dejado de ser. Somos los portadores de unos valores y unos significados únicos.
—¿Significa eso que el dios que aprende jamás llegará a estar completo del todo? —preguntó el joven.
—No. Tarde o temprano alguien desarrollará los potenciales que quedaron pendientes de manifestarse. Pero indudablemente su evolución se habrá visto retrasada. ¿Te das cuenta, Miguel? Por muy insignificantes que podamos parecer ante nuestros propios ojos, estamos contribuyendo al crecimiento de un dios. Somos indispensables en su desarrollo. Nos necesita.
Miguel siguió caminando cabizbajo y pensativo. La idea de un dios incompleto que aprende de las experiencias de las criaturas era completamente nueva para él, pero empezaba a vislumbrar, una vez más, que todo encajaba en el rompecabezas de la creación del que Sofía le había ido entregando algunas piezas clave.
— ¿Sabes una cosa? Justamente una de las etapas más importantes de nuestro camino hacia el Paraíso consiste en reconocer la presencia del dios que aprende.
—¿Quieres decir que le veremos como te estoy viendo ahora?
—Así es.
— ¿Y también veremos a las personas de la Trinidad?
—También, aunque eso se produce más adelante en nuestro camino. No podemos reconocer la presencia de las Deidades si no hemos percibido antes al dios que aprende.
—Claro que, cuando podamos percibirle, no estará completo…—aventuró el joven.
—Posiblemente.
—Por cierto, ¿cuándo estará completo?
Sofía suspiró, mirando hacia el horizonte. Miguel la imitó. Mirar hacia el mar siempre le hacía pensar en la infinitud.
—Cuando se completen los superuniversos —respondió la mujer— Así que me temo que falta todavía mucho tiempo. ¡Quién sabe dónde estaremos nosotros para entonces!
—¿Cómo se completan los superuniversos? — preguntó el joven. Era terrible, una pregunta siempre llevaba a otra.
—Como ya te dije, los superuniversos pertenecen a la creación imperfecta e incompleta. Como tales se están perfeccionando física, mental y espiritualmente. La creación física no está acabada. El sistema de mundos al que pertenece la Tierra, por ejemplo, está lejos de haber llegado a los mil mundos habitados (según tengo entendido, ni siquiera ha llegado a los setecientos) Nuestro universo local tampoco está terminado. Así que puedes imaginarte que el resto de la creación también está más o menos igual. Pero no sólo hay evolución física. Del mismo modo que los seres humanos evolucionamos a escala individual, también evolucionan las civilizaciones que esos seres humanos conforman en cada uno de los planetas habitados. Esa evolución cuenta, y mucho, en el crecimiento del dios que aprende.
— O sea, que las civilizaciones también se perfeccionan.
— Así es. Llegará un momento en el que la utopía será una realidad en nuestro mundo. Bonito, ¿verdad?
—Bonito y esperanzador.
—Cierto. La utopía no es un sueño irrealizable sino que será una realidad tarde o temprano. Imagínate que la utopía se va extendiendo por toda la creación. Primero en los mundos, luego en sistemas enteros, y así hasta extenderse por las unidades más grandes: constelaciones, universos locales y superuniversos. ¡Llegará un día en el que cada rincón del superuniverso habrá alcanzado la perfección! Pues justo ese día del lejanísimo futuro, el dios que aprende dirá «aquí estoy yo». ¿Y sabes dónde residirá a partir de entonces?
—¿En el Paraíso? —aventuró Miguel, pensando que compartiría residencia con las Deidades absolutas.
—No, mucho más cerca: en la sede de nuestro superuniverso.
—¿Y eso?
—Bueno, te dije que nuestro superuniverso es justamente una representación conjunta del Padre, el Hijo y el Espíritu. Y el dios que aprende es una creación de la Trinidad. Supongo que, siendo un dios finito, es el sitio finito más adecuado donde residir.
—¿Y qué pasará después?
Sofía suspiró profundamente. Por un momento sólo se escucharon las olas del mar rompiendo suavemente contra la orilla.
—Un acto de la creación ha terminado, y es el momento de que empiece otro: la gran aventura del espacio exterior. Ahí fuera hay una creación en construcción, con mundos por crear y criaturas por nacer. En el momento en que el dios que aprende termine de completarse, habrá, por un lado, un universo perfecto por naturaleza —el único perfecto hoy día —y por otro un universo perfecto por evolución. Todo estará listo para que vayan llegando a nuestros superuniversos acabados y perfeccionados los habitantes del espacio exterior, en su camino hacia una perfección de índole distinta.
—El Gran Jefe nunca se repite —comentó Miguel irónicamente.
—¿No es maravilloso? —Sofía miró hacia poniente, donde el sol estaba ya empezando a declinarDel mismo modo que no hay dos puestas del sol iguales, ni dos personas iguales, tampoco se repiten los actos de la gran obra de teatro que es la Creación. Siempre habrá algo nuevo y estimulante con lo que nos tendremos que enfrentar. Aprenderemos de los habitantes del espacio exterior en la misma medida que ellos aprenderán de nosotros, del mismo modo que cuando atravesemos el universo perfecto y confraternicemos con sus habitantes.
—¿Y después? — preguntó Miguel.
—De momento todo son conjeturas… Pero es posible que el Gran Jefe, como le acabas de llamar, ensaye una nueva variación: un cosmos infinito. Claro que esto es como no decir nada. Si soy incapaz de imaginarme cómo será el espacio exterior, sus habitantes y los tipos de experiencia que tendrán, ¡mucho menos de concebir cómo será una creación infinita!
Siguieron caminando en silencio. El sol acababa de ocultarse justo detrás de un jirón de nube, lo que permitía que se pudieran observar sus rayos descendiendo oblicuamente hacia el horizonte. Miguel recordó que, cuando era pequeño y veía el mismo fenómeno, le decía a su madre: «Mira, mamá, una puesta de sol de Dios». No pudo evitar sonreír ante aquel recuerdo, ni sentirse maravillado por las pequeñas bellezas que se asomaban a nuestros ojos todos los días. ¡Bellezas que nunca se repetían! Sofía tenía razón: si las pequeñas cosas no se repiten, las grandes tampoco.
Miguel suspiró hondamente, disfrutando plenamente de aquel momento y de aquella tarde de paseo junto al mar.
—¿Cómo se puede ser pesimista, después de saber todo esto?—preguntó finalmente.
—La mejor receta contra el pesimismo es aumentar la perspectiva. ¡Y nosotros esta tarde hemos llegado a la perspectiva cósmica! —exclamó la mujer.
Los dos rieron y, sin decir nada más, dieron media vuelta y emprendieron el camino de regreso.
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