© 2019 Olga López
© 2019 Asociación Urantia de España
Presentación para el XVIII Encuentro de lectores de El libro de Urantia en España Benalmádena (Málaga), del 25 al 28 de abril de 2019
Una vida interior rica pasa por espiritualizarnos, por alejarnos de las tendencias materiales y animales de la mente. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que acercándonos a la fuente de todo lo que es espíritu? Aunque como en tantas cosas en la vida, es más fácil decirlo que hacerlo.
¿Cómo nos elevamos espiritualmente, nosotros los mortales de carne y hueso? ¿Cómo pasamos de ser animales racionales a ser todo lo perfectos que podemos ser en el nivel finito de la realidad? A diferencia de los nativos de Havona, no nacimos perfectos, luego tenemos que aprender a serlo. ¿Y cómo aprendemos?
Las famosas inevitabilidades de la sección 5 del documento 3 (Los atributos de Dios) nos dan la clave a esta pregunta. Necesitamos aprender por contraste: la valentía, el altruismo, la esperanza, la fe, el amor a la verdad, el idealismo, la lealtad, el desinterés, el placer… para experimentar todas estas cosas debemos vivir en un mundo donde sea posible enfrentarse a situaciones en las que brillen por su ausencia. Como carecemos de ese don innato de los nativos de Havona para detectar la verdad, la belleza y la bondad instantáneamente sin margen de error, tenemos que aprender lo que son comparando con lo opuesto a lo que son. En la parte de la creación en la que vivimos, no hay otra manera de aprender que experimentando en un escenario donde el mal potencial puede convertirse en real en cualquier momento.
Personalmente, esta ha sido para mí la respuesta definitiva a la eterna pregunta que muchas personas se han planteado a lo largo de la historia de la humanidad, y que todavía se siguen planteando hoy día: si Dios existe, ¿por qué permite las injusticias? ¿Por qué le pasan cosas malas a gente buena?
Hay una frase de la sección antes mencionada que me parece clave en este asunto: «Si existiera un mundo evolutivo sin errores (sin la posibilidad de juicios imprudentes) sería un mundo sin inteligencia libre». La respuesta, por tanto, está en nuestro libre albedrío: como seres personales dotados de libre albedrío, somos libres para acertar y para equivocarnos. Y ejerciendo esa libertad para hacer la voluntad del Padre es como nos acercamos un poco más a Dios.
El Padre Universal tiene un propósito para nosotros, un plan formulado desde la eternidad. Él quiere que seamos perfectos como él es perfecto. Para que sirvieran de modelo y satisfacer su naturaleza divina, el Padre creó la creación perfecta de Havona, que será para nosotros la escuela donde podremos ver la perfección inherente personificada que no podemos experimentar por nuestra propia naturaleza de seres perfeccionables.
Los planes del Padre de perfección de la creación imperfecta avanzan gracias a la providencia, que los seres humanos hemos malinterpretado constantemente. La providencia está siempre alineada con el progreso humano y ayuda a que todos progresemos para cumplir el mandato divino de ser perfectos. Aunque muchas veces no lo parezca, todo lo que sucede está progresando para el bien. Quizá no lo veamos porque solo estamos considerando una parte del conjunto o porque estamos pensando en un marco temporal demasiado reducido, pero lo cierto es que la tendencia de los tiempos es la de progresar.
En esta parte de la creación, la palabra clave es progreso. No podemos quedarnos como estamos, porque estancarse equivale a morir, a dejar de existir. Estamos en perpetuo cambio y movimiento. Recordemos la parábola de los talentos: no podemos enterrar nuestro talento para entregar lo mismo que se nos dio cuando sea la hora de rendir cuentas, pues lo que el Padre espera de nosotros es que nos vayamos perfeccionando por el camino, que nuestros talentos rindan, que seamos mejor de lo que fuimos a cada momento.
«Las fuerzas y las personalidades que el Padre puede utilizar para respetar su propósito y sostener a sus criaturas no tienen límites» (LU 4:1.4). Dios sostiene toda la creación física y a todos los seres espirituales. Aunque muchas veces presenciemos inestabilidad, podemos ver estabilidad si nos centramos en la imagen del conjunto. A diferencia de lo que piensan muchas personas que no creen en Él, Dios está presente en su creación y está atento a sus criaturas. Dios no dio cuerda al universo como si fuera un reloj y luego se apartó. Si Dios se retirara de su Creación nos dirigiríamos hacia una hecatombe universal instantánea. Dios es la fuente de la realidad y por ello negar su existencia persistentemente acabaría por volvernos irreales.
Es cierto que a nosotros, desde nuestra perspectiva limitada, nos puede costar ver la armonía subyacente a la Creación, y ahí es donde hay que echar mano de la fe-confianza que nos da el convencimiento de que todo trabaja para el bien, aunque no lo comprendamos en ese momento. Además, en el universo siempre hay lugar para lo inesperado, incluso para las personalidades más elevadas de la jerarquía celestial. Recordemos que los Absolutos a veces actúan de maneras que los mismos reveladores no comprenden plenamente. El universo nos enseña por tanto a esperar lo inesperado, que nunca es arbitrario ni caprichoso sino que obedece a un buen propósito. Además, en nuestro «trocito» de universo, debemos tener en cuenta que hay un Dios del nivel finito evolucionando con nosotros, el Ser Supremo, que es el causante de muchas reacciones aparentemente fortuitas de acontecimientos.
En definitiva, la providencia está de nuestro lado y siempre trabaja para el progreso del todo, aunque a veces parezca ir en contra de la parte. La mezcla aparentemente confusa de fenómenos físicos, mentales, morales y espirituales trabaja infaliblemente «para la gloria de Dios y para el bien de los hombres y de los ángeles».
Como seres humanos de carne y hueso, estamos dotados de una mente que tiene la capacidad de conocer a Dios y que precisamente por esa capacidad tiene la posibilidad de generar una realidad que va más allá del nivel material de la existencia: el alma. Junto con el Ajustador del Pensamiento, la mente crea una realidad moroncial que se convertirá en nuestro yo cuando dejemos el cuerpo que ahora nos sirve de «traje».
Muchas veces tendemos a pensar que la vida moroncial comienza en los mundos mansión, pero en realidad comienza aquí. Nuestra alma pertenece a ese plano intermedio situado entre el plano físico y el espiritual, de modo que es aquí en nuestro mundo material donde esa alma nace y se desarrolla y por tanto comienza nuestra vida moroncial.
Nuestra alma va desarrollándose con nuestras decisiones y con las enseñanzas que proporcionan nuestras experiencias. No debemos menospreciar la capacidad de la mente que nos ha sido otorgada para ascender desde lo puramente material y alcanzar significados y valores más elevados. Como enseñan ciertas serafines en los mundos mansión, «si vuestra propia mente no os sirve bien, podéis cambiarla por la mente de Jesús de Nazaret, que siempre os sirve bien». Jesús de Nazaret es nuestro ejemplo de ser humano plenamente desarrollado tanto en el nivel físico como en los niveles mental y espiritual.
Parte de la vida interior que nos acerca hasta Dios consiste en integrar los significados y unificar los valores. Esa es precisamente la función de la filosofía humana en este mundo, y no hace falta ser filósofo para ejercerla. Tan importante como percibir los detalles es ver el conjunto y el papel que desempeñan sus componentes. En este mundo nos hace falta practicar el arte de «la reunión y la coordinación inteligentes de los datos relacionados». Un ejemplo de esto sería el estudio de la historia humana. No en vano se ha dicho que el que no conoce la historia está condenado a repetirla. Y parafraseando a Mark Twain, puede que la historia no se repita, pero sí que rima.
La búsqueda de la verdad y los hechos es tan importante que no solo se lleva a cabo aquí sino en los mundos que nos esperan más allá. En el documento 48 se nos dice: «Incluso ahora deberíais aprender a regar el jardín de vuestro corazón así como a buscar las áridas arenas del conocimiento. Las formas no tienen valor cuando las lecciones se han aprendido. No se puede obtener un polluelo sin un cascarón, y ningún cascarón vale nada después de que ha salido el polluelo». En muchas ocasiones, en nuestro proceso de crecimiento, nos apoyaremos en conjuntos de conocimientos que nos servirán para avanzar pero a los que no deberemos aferrarnos pues ya aprendimos lo necesario de ellos. Los reveladores añaden, además, en este mismo documento: «Cuando los niños tienen sus ideales, no los suprimáis, dejadlos crecer. Y mientras aprendéis a pensar como hombres, también deberíais aprender a rezar como niños».
La construcción de nuestra alma pasa por muchos andamios que ayudan a que crezca sana. Pero una vez cumplen su función, los andamios deben quitarse para que la estructura pueda seguir creciendo y si es preciso añadir otros nuevos y más grandes. Si nos empeñamos en dejar los andamios iniciales, estamos ahogando el alma y dejamos de vivir en la verdad, que por definición está viva y es dinámica.
En el documento 48 nos dicen que «El fetiche de la verdad convertida en un hecho, de la verdad fosilizada, la cadena de hierro de la llamada verdad invariable, os mantiene ciegamente en un círculo cerrado de hechos muertos. Uno puede llevar técnicamente razón en cuanto a los hechos, y estar eternamente equivocado en cuanto a la verdad». LU 48:6.33
¿Y cómo debemos llevar a cabo este aprendizaje vital? Con fidelidad y seriedad pero al mismo tiempo con alegría, aceptando los desafíos sin queja y enfrentándonos con las dificultades y las incertidumbres sin temor. Puede haber caídas, pero no sin levantarse a continuación. Y si tenemos éxito en nuestras empresas, es importante mantenernos con un aplomo equilibrado para evitar darnos una importancia excesiva que nos lleve a sentir un orgullo excesivo. Nada hay que agote más nuestras energías que el engreimiento.
¿Cuántas veces hemos experimentado que los desengaños más grandes han acabado siendo nuestras mayores bendiciones? Como bien dicen los reveladores, «Cuando se planta una semilla, a veces se necesita que muera, que mueran vuestras esperanzas más apreciadas, antes de que pueda renacer para producir los frutos de una vida nueva y de nuevas oportunidades» LU 48:6.36. Como se dice comúnmente, cuando se está en el hoyo más profundo el único camino posible es hacia arriba. Una de las maneras de no llevarse desengaños es rebajar nuestras expectativas respecto a los demás. Ellos tienen un camino y su libre albedrío, y no tienen por qué hacer lo que nosotros queremos que hagan. No, lo realmente importante es hacer lo que creemos que tenemos que hacer, trabajar en nuestro progreso espiritual aquí y ahora sin exaltar nuestro ego en exceso, pues eso y no el trabajo es lo que agota nuestras energías. Y sobre todo es fundamental no caer en la monotonía y buscar la variedad, pues es la que nos relaja y nos da energías para continuar.
Para progresar hacia Dios tenemos una ayuda que trabaja las 24 horas y que no falla jamás: nuestro Ajustador del Pensamiento. Nada como un fragmento de Dios para tirar de nosotros hacia Él. Los Ajustadores son los que nos ayudan a espiritualizarnos siempre que nosotros les dejemos, pues no harán nada en contra de nuestra voluntad. En ellos está el potencial de eternidad que tenemos como seres humanos, pues la mente humana es perecedera y no sobrevive a la muerte física. La creación conjunta de la mente y el Ajustador, el alma, sí que es potencialmente inmortal, gracias justamente al Ajustador. Él es el que crea una nueva mente para nuestra carrera futura, la aventura eterna.
Pero no debemos pensar que los Ajustadores van a hacer nuestra vida más fácil. ¡Antes al contrario! Como he dicho al principio, aprendemos por contraste (recordad las inevitabilidades), así que ellos se van a encargar de hacer nuestra vida «razonablemente difícil y dura» para estimular nuestras decisiones. Pero eso sí, a cambio obtendremos «una sublime paz mental y una magnífica tranquilidad de espíritu».
Uno de los lastres a nuestro progreso espiritual es el miedo. Justamente cuando tomamos decisiones valientes es cuando ofrecemos un punto de apoyo al Ajustador para iluminarnos y empujar de nosotros un poco más hacia el Padre.
Es habitual que nuestras actitudes mentales inestables y en constante cambio nos lleven a sabotear el trabajo del Ajustador. Nuestra naturaleza animal también juega en su contra, así como las ideas preconcebidas, los dogmas inalterables y los prejuicios. Por ello, si queremos realmente avanzar hacia Dios, hemos de facilitar el trabajo de nuestra chispa divina compaginando las exigencias de la vida material con el trabajo destinado a asegurar nuestra carrera futura. La lucha evolutiva es agotadora, pero no debe hacernos perder de vista la carrera de fondo que es nuestro camino ascendente hacia el Paraíso.
Por mucho que los seres humanos seamos diferentes en cuanto a dotación genética, situación social y otras circunstancias materiales, todos estamos igualmente dotados para alcanzar al Padre. Como mucho la velocidad puede variar, pero la meta es accesible para todo ser humano pues todos tenemos libre albedrío y la posibilidad de desarrollar un alma moroncial inmortal.
Pero ¿qué pasa cuando se da libre albedrío a seres imperfectos? Pues que existe la posibilidad de que haya error, mal, pecado e iniquidad. Pero si nos dejamos llevar por la guía amorosa del Ajustador, si dejamos que nuestra chispa divina pilote el barco de nuestra mente, él se encargará de alejarnos del mal y de sortear con donaire los escollos que aparecen mientras navegamos por el mar turbulento de la vida terrenal, nos educará para impulsarnos a avanzar por los caminos de la perfección progresiva y custodiará los valores sublimes de nuestro carácter.
Aunque el Ajustador se preocupa más por nuestra carrera futura, eso no significa que no se interese por nuestro bienestar temporal y nuestros logros reales en este mundo, pues le interesa todo lo que luego tenga un valor de supervivencia y suponga el progreso de nuestra alma.
Si bien el Ajustador no está alojado en nuestro cerebro sino en nuestra mente, hemos de cuidar nuestro cuerpo de los venenos físicos pues estos «retrasan considerablemente los esfuerzos del Ajustador por elevar la mente material». Y no solo los venenos físicos, también los venenos mentales (el miedo, la cólera, la envidia, los celos, la desconfianza y la intolerancia) obstaculizan enormemente el progreso espiritual de nuestra alma.
En la aventura que nos lleva al Paraíso y hacia Dios, la tónica general es siempre la incertidumbre en la seguridad. Por un lado tenemos incertidumbre en el tiempo y en la mente, respecto a cómo se desarrollarán los acontecimientos (pues vivimos en el tiempo y seguiremos en él hasta que lleguemos a las orillas del Paraíso), pero también tendremos seguridad en espíritu y en la eternidad y confianza en el amor infinito de Dios nuestro Padre. El Ajustador es un aliado muy valioso en los momentos de incertidumbre, pues es el que nos presenta «las imágenes del verdadero motivo, de la meta final y del objetivo eterno» de todas nuestras luchas en este mundo.
Si a los Ajustadores ya les resulta difícil tratar con los seres humanos debido a la gran distancia espiritual que les separa de nosotros, esa dificultad se ve incrementada con la mezcla existente en las razas humanas, pues la biología influye mucho en nuestra capacidad de recepción de la guía divina. Pero tenemos un aliado tan valioso que es capaz de hacernos superar todas estas limitaciones y de elevarnos así hacia mayores alturas espirituales para acercarnos un poco más al Padre.
Para terminar, me gustaría recordar la historia que un evángel susurró a un pastorcillo, y que aparece en el documento 48, pues expresa toda la confianza que los seres humanos deberían tener en el Padre y en las ayudas que tan generosamente nos ofrece:
«Los Dioses son mis guardianes; no me desviaré;
Juntos me conducen por los hermosos senderos y el glorioso descanso de la vida eterna. En esta Divina Presencia no tendré necesidad de alimento ni sed de agua.
Aunque descienda al valle de la incertidumbre o ascienda a los mundos de la duda,
Aunque camine en soledad o con mis semejantes,
Aunque triunfe en los coros de la luz o titubee en los lugares solitarios de las esferas, Tu buen espíritu me ayudará y tu ángel glorioso me confortará.
Aunque descienda a los abismos de las tinieblas y de la misma muerte, No dudaré de ti ni te temeré,
Porque sé que en la plenitud de los tiempos y en la gloria de tu nombre
Me levantarás para sentarme contigo en las almenas de las alturas.» LU 48:6.9-19