© 2005 Olga López
© 2005 Asociación Urantia de España
Siempre he sentido debilidad por los personajes «secundarios» de todas las historias y, tras leer la cuarta parte del Libro, me pareció que Abner de Filadelfia era un personaje secundario muy interesante bajo muchos aspectos. No sólo por el papel que desempeñó a lo largo de la vida pública de Jesús, y que yo desconocía por completo pues no figura en los evangelios. También porque personifica una actitud frente al evangelio de Jesús que, aun siendo mucho más fiel al mensaje inicial que la adoptada por Pablo de Tarso, cayó rápidamente en el olvido. En el enfrentamiento entre Pablo y Abner, la opción de Pablo fue finalmente la que triunfó. El cristianismo que conocemos hoy día es en gran parte obra de ese gran maestro religioso.
Me gustaría hacer una reflexión al respecto, intentando comparar ambas actitudes frente al mensaje de Jesús, la de Abner y la de Pablo. Creo que esta reflexión nos puede ser muy útil, pues la misión de Jesús supuso la cuarta revelación de época, y nosotros, los lectores de El Libro de Urantia, tenemos la responsabilidad de evitar que la quinta revelación se desvirtúe con el paso del tiempo. Tenemos frente a nosotros casi mil años en los que no habrá otra revelación semejante, y tenemos que conseguir que la llama siga viva durante todo este tiempo. No deberíamos caer en el error que cometió el cristianismo en sus comienzos, esto es, dejar que la religión sobre Jesús eclipsara a la religión de Jesús. No debemos caer en la tentación de «santificar» el Libro mismo y dejar que las enseñanzas que contiene pasen a segundo plano, siguiendo la trayectoria de Pablo. Pero también está claro que hemos de ser flexibles y no aislarnos en una defensa «numantina» de la «pureza» de las enseñanzas que contiene el Libro, tal y como hizo Abner con las enseñanzas de Jesús. Como propugnaba Aristóteles, el término más adecuado siempre es el término medio. Intentaremos determinar dónde está este punto a lo largo de estas reflexiones.
Abner fue un personaje que tuvo un papel destacado en la vida pública de Jesús. No era uno de los doce apóstoles, pero siempre estaba ahí prestando apoyo, predicando. Aunque en el documento 134 es donde encontramos la primera mención a Abner, realmente su historia empieza a entrecruzarse con la de Jesús en el documento 135, cuando se nos habla sobre Juan el Bautista. Éste, aunque no acababa de encontrarse a gusto entre los nazarenos de En-Gedi, confraternizó mucho con Abner, su jefe y dirigente (LU 135:2.4). Tras comenzar Juan el Bautista su vida pública, nombró doce apóstoles entre sus principales discípulos a instancias de Abner, que por aquel entonces era el jefe de sus partidarios (LU 144:6.1). En la época en la que Juan el Bautista estaba preso, se celebró una larga conferencia de tres semanas en las que tanto los discípulos de Jesús, dirigidos por Andrés, y los discípulos de Juan, cuyo jefe era Abner, intentaron armonizar el funcionamiento de los dos grupos. A partir de aquellas reuniones Abner se convirtió en un fervoroso creyente de Jesús. Más tarde se le nombró director de un grupo de 70 educadores encargados de predicar el evangelio (LU 144:8.6).
Desde entonces Andrés y Abner actuaron como asociados, y cada apóstol de Jesús tenía como asociado a un apóstol de Juan (LU 146:3.9). Pero no llegaron nunca a fusionarse por completo: eran grupos asociados pero independientes. De hecho se nos dice que, en la segunda Pascua que celebró Jesús con sus apóstoles en Jerusalén, los apóstoles de Juan celebraron esta fiesta con Abner (LU 147:2.3).
Al terminar aquella Pascua, ambos grupos se separaron temporalmente. Los apóstoles de Juan se quedaron en Jerusalén bajo la dirección de Abner, donde iniciaron un trabajo discreto para la expansión del reino, mientras Jesús y sus discípulos volvían a Galilea. No volvieron a reunirse hasta poco antes de que los 70 evangelistas recibieran su misión. Pero cooperaban entre sí y había buen ambiente entre ellos, a pesar de las diferencias de opinión que tenían.
En general, el trabajo de Abner fue permanecer en la retaguardia, haciendo de «refuerzo» a la misión evangelizadora de Jesús y sus apóstoles, fomentando la revelación. En el año 29, Abner y sus asociados establecieron su cuartel general en Hebrón e iban periódicamente a Betsaida, donde estaban asentados Jesús y sus apóstoles, para mantener reuniones con ellos (LU 150:0.1).
Precisamente el hecho de que Abner tuviera un grupo de discípulos independiente del de Jesús (aunque colaborador) permitió que, en aquellos momentos en los que las puertas de las sinagogas estaban cerradas a Jesús y sus apóstoles, algunas de aquellas sinagogas estuvieran abiertas para Abner y sus asociados, con la excusa de que eran seguidores de Juan, no de Jesús (LU 156:6.7).
De Hebrón, Abner trasladó su centro de operaciones a Belén, donde podía estar informado de las actividades del grupo de Jesús (LU 159:6.4). Allí tuvo ocasión también de estar con Jesús durante una temporada (LU 162:0.4). En todo aquel tiempo el trabajo realizado por su grupo en Judea ayudó a consolidar un sentimiento favorable hacia el evangelio del reino, que permitió que los enemigos de Jesús no se atrevieran a manifestar abiertamente su oposición (LU 162:1.6).
Desde el cuartel general de Belén, Abner había enviado a muchos discípulos a Judea, Samaria e incluso a Alejandría (LU 162:9.2). En aquella época Jesús dividía su tiempo entre Betania (donde estaban sus apóstoles) y Belén (donde estaban Abner y otros apóstoles de Juan). Este contacto con los apóstoles de Juan fue muy fructífero, pues se sintieron comprendidos y valorados y aceptaron de todo corazón el reino y todo lo que éste implicaba. Poco después, Abner y sus once compañeros unieron su suerte a la de Jesús y sus apóstoles. Sólo entonces trabajaron como un único grupo hasta el día de la crucifixión.
Abner fue puesto al frente del grupo de los 70 predicadores e instructores del evangelio (LU 163:1.1), a los que envió en parejas a todas las ciudades de Galilea, Samaria y Judea (LU 163:1.6) para que predicaran durante seis semanas. También Abner dirigió al cuerpo de mujeres (LU 163:7.3).
En el año 30 reunió a sus asociados y les dia las instrucciones finales antes de enviarlos a las ciudades y pueblos de Perea (LU 165:1.3), en una misión que duró casi tres meses y supuso el último ministerio del maestro. Justamente el Maestro destacó ante sus discípulos el gran trabajo que desarrollaban Abner y sus asociados en Perea, donde estaban obteniendo muy buenos resultados sin necesidad de recurrir a milagros y prodigios (LU 166:0.1).
Precisamente en Filadelfia, una ciudad de Perea, era donde había un mayor número de seguidores de las enseñanzas del Maestro. En ello influyó sin duda que su sinagoga nunca estuvo sometida al sanedrín de Jerusalén, y estuvo por tanto siempre abierta a las enseñanzas de Jesús. De hecho en aquel entonces Abner enseñaba tres veces al día en la sinagoga de Filadelfia (LU 166:5.1). Fue también en Filadelfia adonde huyó Lázaro huyendo del sanedrín de Jerusalén y donde vivió hasta el final de sus días en estrecha colaboración con Abner (LU 168:5.2). También a Filadelfia se dirigió David Zebedeo, en asociación con Abner y Lázaro (LU 171:1.5).
Abner vio a Jesús por última vez poco antes de la última Pascua. Jesús le aconsejó que siguiera su obra sin prestar atención a lo que iba a suceder en Jerusalén. Éste fue su consejo de despedida: «Hijo mío, sé que serás fiel al reino, y ruego al Padre que te conceda sabiduría para que puedas amar y comprender a tus hermanos.» (LU 171:3.2). Unas palabras muy reveladoras, si atendemos a los acontecimientos que siguieron después, y que trataremos más adelante.
Abner siguió el consejo de no ir a Jerusalén y permaneció en Filadelfia dedicado a su misión. Abner fue uno de los testigos de la décima aparición morontial de Jesús, en donde éste se mostró también a Lázaro y a 150 compañeros más. Fue durante una reunión convocada por Abner en la sinagoga, para tratar sobre la crucifixión de Jesús y su resurrección (LU 191:4.1).
¿Qué sucedió tras la muerte de Jesús? ¿Cuál fue la evolución de las relaciones entre Abner y los otros dirigentes de las comunidades cristianas primitivas?
El problema de Abner fue precisamente el de ejercer cierta intransigencia ante sus compañeros, lo que le llevó a enemistarse con los líderes del cristianismo en ciernes.
La primero sinagoga, luego iglesia, de Filadelfia tenía unas perspectivas prometedoras. Como hemos dicho anteriormente, en aquella ciudad las puertas para predicar el evangelio siempre habían estado abiertas. Había un grupo numeroso de seguidores del evangelio entre judíos, gentiles y gentes de toda condición social e intelectual. La iglesia de Filadelfia fue el cuartel general de los misioneros que se encargaron de difundir el evangelio en las regiones del este (LU 166:5.2). Fue la plaza fuerte de las enseñanzas del Maestro, centro del conocimiento cristiano de la región durante siglos.
Sin embargo, muy pronto surgieron los problemas entre las diferentes comunidades cristianas. Si los judíos de Jerusalén siempre habían tenido problemas con los judíos de Filadelfia, estos problemas se trasladaron también a las comunidades cristianas. Abner se enfrentó con Santiago, hermano de Jesús y jefe de la iglesia de Jerusalén, y esto hizo que la iglesia de Filadelfia y la de Jerusalén estuvieran enfrentadas también. Los reveladores atribuyen a este distanciamiento entre ellos el hecho de que no se mencione a Abner en los hechos del Nuevo Testamento. Ya se sabe, la historia siempre silencia al bando perdedor…
El distanciamiento entre Santiago y Abner se mantuvo durante toda su vida, y continuó incluso después de la destrucción de Jerusalén, tras la que Antioquía pasó a ser la sede delcristianismo según Pablo, y Filadelfia la sede «del reino de los cielos según Abner» (LU 171:1.6).
Pero no fue sólo Santiago el único al que Abner se enfrentó. También riñó con el apóstol Pedro y con Pablo, aunque por motivos diferentes. Con Pablo le separaban divergencias filosóficas y teológicas. Abner no estaba de acuerdo con los intentos de Pablo por rehacer las enseñanzas de Jesús para que se adaptaran mejor a la filosofía helénica y que ocasionaran menos problemas de adaptación entre los judíos. Abner era, en una palabra, más «purista» que Pablo.
Jesús era perfectamente consciente de que Abner tendría problemas con sus compañeros de la futura comunidad cristiana. De lo contrario no le habría dado aquél consejo la última vez que se vieron en vida de Jesús. Y , como ya mencionamos antes, el transcurso de los acontecimientos vino a darle a las palabras de Jesús una carga especial de significado.
Ese «purismo» de Abner, aun siendo encomiable, le llevó hacia el aislamiento. La iglesia de Filadelfia mantuvo la religión de Jesús tal como éste la había enseñado, pero ese impulso no duró mucho más allá de lo que duró su larga vida (murió a los 89 años de edad) y, lo que es peor, estaban solos pues no contaban con el apoyo de la influyente iglesia de Jerusalén. Los misioneros enviados por Abner llevaron su versión del evangelio hasta Mesopotamia y Arabia, pero su mensaje nunca progresó como la versión paulina y quedó diluido e incluso silenciado por el ascenso imparable del islam (LU 195:1.11).
Aquí convendría aludir a un hecho que se menciona en el documento 134, acerca del futuro de la escuela de religión de la ciudad persa de Urmia, promovida por un rico comerciante llamado Cimboitón. Durante su viaje con Ganid y Gonod, Jesús visitó aquella ciudad donde, como en tantos otros sitios, fue preparando el terreno para que su evangelio se propagara con rapidez en los años que siguieron a su muerte. Sin embargo, a diferencia de otros lugares donde llegaron Pablo y otros mensajeros del reino, donde el terreno estaba fértil para sus enseñanzas, a Urmia llegaron educadores enviados por Abner, que resultaron ser muy intransigentes e inflexibles y que no hicieron sino enrarecer el ambiente y aumentar la confusión. La escuela acabó cerrando y finalmente fue destruida durante la celebración de un culto orgiástico a Mitra (LU 134:6.16-17).
Debemos anotar aquí que Abner encontró un aliado en Natanael, que también coincidía en predicar el evangelio original y no un evangelio acerca de Jesús (LU 193:6.4). Natanael estuvo un año con Abner en Filadelfia y luego se marchó más allá de Mesopotamia para predicar el evangelio tal y como lo entendía. Pero también él estaba solo en aquella empresa. Con la perspectiva que nos dan los siglos transcurridos, podemos determinar cuáles fueron sus frutos.
Así, nos encontramos con la paradójica situación de que el grupo que más fielmente llevó a la práctica la religión de Jesús acabó por desvanecerse. Otros fueron los vencedores en esta historia, los que consiguieron perpetuar su visión del evangelio de Jesús hasta nuestros días.
Es momento ahora de hablar sobre Pablo.
Pablo de Tarso es un personaje que no conoció en vida a Jesús y que no participó en su vida pública. Sin embargo son muchas las referencias a su persona en el LU, puesto que el éxito del cristianismo se debe a él en gran parte. Estas referencias son más numerosas en los primeros documentos de la cuarta parte, en los que se nos describe cuál era el panorama religioso de la época de Jesús, y se nos dice por qué el cristianismo se difundió tan exitosamente por occidente.
Pablo era hebreo pero a la vez ciudadano romano y proclamó el evangelio en lengua griega, la «lingua franca» para los ciudadanos del imperio (el equivalente al inglés de hoy día). La mayor parte de sus conversos al cristianismo procedían de los creyentes gentiles (LU 121:2.5). Tomó parte del contenido de la doctrina de los estoicos y el método de los sermones de los cínicos (LU 121:4.3-4). A pesar de la competencia que le hacía el mitraísmo, y a pesar de que Pablo no predicaba exactamente el evangelio de Jesús, ya que hizo numerosas adaptaciones para hacerlas más aceptables a los conversos potenciales, su mensaje era superior y pronto esto se reflejó en el auge del cristianismo y la decadencia del mitraísmo. Pablo utilizó como cimiento la mezcla de filosofía griega y de teología hebrea estructurada por Filón de Alejandría para construir su culto cristiano (LU 121:6.3), eliminando muchas de sus contradicciones. Aunque con ello mejoró mucho el cuerpo doctrinal del cristianismo, en algo no fue capaz de superar a Filón, y fue en su doctrina de la expiación y del pecado original, que fue una creación suya (LU 121:6.5). Podemos considerar asimismo que el evangelio de Lucas fue directamente inspirado por Pablo (LU 121:8.8).
Sabemos que la muerte de Esteban, el primer mártir del cristianismo, provocó en él tales sentimientos que le hicieron abrazar la causa de Esteban y le llevaron a ser el fundador de la religión cristiana (LU 128:3.6).
Casualmente (o no tanto), Jesús fue preparando el terreno a Pablo muchos años antes de que éste recorriera los territorios del imperio romano predicando el evangelio, años antes incluso de que Jesús comenzara su vida pública. Pablo nunca supo que aquél al que se referían sus interlocutores, aquel que les impresionó tan profundamente como para recordarlo al cabo de tanto tiempo (el escriba de Damasco, el fabricante de tiendas de Antioquía, el preceptor judío del hijo de un mercader indio), era el mismo Jesús del que él les hablaba y que no llegó a conocer personalmente. Muchas veces Pablo conoció a personas que habían conocido a Jesús y Ganid, y llegó a residir en las mismas casas donde Jesús y Ganid habían sido acogidos durante su viaje. ¿Cabe mayor «ironía» del destino? ¿Hubiera tenido la misión de Pablo el mismo éxito si sus interlocutores no hubieran conocido a aquél «preceptor judío»? Sinceramente, lo dudo.
El cristianismo se estableció inicialmente en Efeso gracias a los esfuerzos de Pablo (LU 133:6.3), aunque fue en Antioquía donde empezó a denominarse «cristianos» a los seguidores de Jesús. En Antioquía precisamente («causalmente») vivió Jesús durante dos meses, trabajando y aprendiendo; de hecho fue donde permaneció más tiempo de todos los lugares que recorrió en su viaje (LU 134:7.3). Diez años después, Pablo predicó allí y oyó hablar de las doctrinas del «escriba de Damasco» sin sospechar que habían oído al mismo Jesús.
Pablo trabajó en contacto estrecho con Pedro, jefe de los apóstoles tras la muerte de Jesús. A pesar de su diferencia de carácter y de formación, trabajaron juntos en armonía (LU 139:2.11), justamente lo contrario de lo que sucedió con Abner.
El gran acierto de Pablo fue reunir los mejores conceptos de otras religiones y doctrinas e incorporarlos a la doctrina cristiana; esto hizo que otros pueblos como los de Oriente Próximo y los griegos occidentales aceptaran de buen grado y rápidamente el cristianismo. Pablo creó la iglesia institucionalizada que se convirtió en el sustituto del reino de los cielos que Jesús había venido a proclamar (LU 170:5.7). A pesar de que el concepto ideal de Jesús fracasó en parte, Pablo construyó una de las sociedades humanas más progresivas que jamás han existido en Urantia (LU 170:5.16). Aun no habiendo sido fiel al mensaje, el concepto de Jesús está todavía vivo en las sociedades avanzadas del mundo.
Aunque fue Pedro el primero que cometió el error de poner el acento en los hechos excepcionales relacionados con Jesús, en lugar de en su mensaje, Pablo siguió esa línea de predicación y la reforzó (LU 194:0.3).
Pablo era consciente de que su religión no podía prosperar si se dejaba impregnar por alguna cultura nacional o asociarse con prácticas ya establecidas (LU 194:3.9); por ello entró en conflicto con aquellos que querían imponer a los nuevos cristianos las exigencias del judaísmo. Sin embargo, no se desligó todo lo que debería de las inercias sociales de su tiempo. A pesar de que Jesús tuvo un grupo de mujeres discípulas y que durante los primeros tiempos de la iglesia cristiana había diaconisas (instructoras y ministras), Pablo no llegó a reconocer plenamente la igualdad de las mujeres entre los ministros de la iglesia, situación que desgraciadamente se ha mantenido hasta nuestros días.
En el documento 195 se nos habla más extensamente sobre el inicio del cristianismo y los factores que ayudaron a su propagación. Está claro que la figura de Pablo fue decisiva para el cristianismo: no sólo era un gran organizador, sino que también estaba dispuesto a hacer compromisos con sagacidad y astucia (LU 195:1.4); era un gran negociador. El cristianismo, basado casi exclusivamente en la experiencia religiosa personal de Pablo, se difundió primero entre los griegos, y por mediación de éstos entre los romanos.
Por desgracia el cristianismo de Pablo puso en muy segundo plano al Jesús humano, al Jesús luchador y valiente, al Jesús que tenía fe en nuestra pobre condición humana. En cualquier caso, ésa fue la imagen de Jesús que acabó imponiéndose en nuestros días, aunque sin eclipsar completamente al Jesús humano.
Del mismo modo que Jesús de Nazaret es un ejemplo de vida, podemos extraer muchas enseñanzas útiles de los personajes que aparecen en su vida y que determinaron el éxito de su misión donadora.
Jesús vino a este mundo no sólo a cumplir con su séptima donación sino a mostrarnos verdades muy sencillas: la paternidad de Dios y la fraternidad de los hombres. Nos mostró cómo era posible vivir siguiendo activamente la voluntad del Padre. Durante los años que estuvo en Urantia dio ejemplo con su vida e incluso con su muerte. Cuando ésta se produjo, le correspondía a sus discípulos y seguidores perpetuar el mensaje y propagarlo por todo el mundo.
De entre estos seguidores, algunos de ellos mantuvieron el mensaje fielmente, y otros hicieron concesiones para que el mensaje fuera aceptado más fácilmente. Aquellos que mantuvieron una mayor fidelidad al mensaje no consiguieron que éste perdurara, mientras que los que hicieron concesiones y adaptaciones hicieron que el mensaje perdurara en el tiempo, aunque desvirtuado.
¿Por qué no perduró el mensaje más fiel al original? Porque sus portadores se aislaron del resto de la comunidad cristiana, se mantuvieron firmes en una posición intransigente. Aquí vemos claramente lo negativo que es mantenerse aislados y alejados de aquellos con los que hay que ir de la mano.
¿Cuál hubiera sido la solución ideal? Parece claro que hubiera sido mantener el mensaje de Jesús haciendo concesiones que permitieran llegar al mayor número posible de personas sin desvirtuar por ello el mensaje. Esta es la solución ideal pero (hay que reconocerlo) difícil de llevar a la práctica. Siempre es fácil conjeturar que, si Abner no se hubiera enfrentado a Santiago, a Pedro y a Pablo y les hubiera tratado de llevar a su terreno por métodos más diplomáticos, otro hubiera sido el rumbo de la cristiandad. Pero también es cierto que la mayoría de los apóstoles pronto se vieron cegados por el hecho «milagroso» de la resurrección de Jesús, y centraron en su condición divina su mensaje, al igual que hizo Pablo. Hubiera sido realmente difícil hacerles cambiar el rumbo, pero quizá hubiera sido posible mantener una mayor parte del mensaje si se hubiera ejercido más la tolerancia y la comprensión entre Abner por un lado, y Pedro, Santiago y Pablo por otro.
En su ensayo «Publicidad», Jeffrey Wattles aludía a que la expansión del cristianismo por occidente había sido el plan B de la cuarta revelación de época (la de Jesús), al fallar el plan A de ganarse a los sacerdotes judíos. Está claro que Pablo no hubiera tenido tanto éxito entre los ciudadanos del imperio romano si no hubiera helenizado el evangelio de Jesús, si no lo hubiera adaptado para hacerlo más asequible a la cultura griega. Algo a lo que Abner se negaba rotundamente, acusando a Pablo de «hábil corruptor».
Con la perspectiva que da el tiempo, ¿alguien podría decir que el plan B fracasó? Yo diría que no del todo, a pesar de todo lo pasado y de los desmanes cometidos por la iglesia. No olvidemos que los reveladores nos dicen que parte del mensaje de Jesús sigue latente en el cristianismo.
Ahora tenemos ante nosotros una nueva revelación, que ha echado a andar hace apenas cincuenta años. Una revelación sin rostros visibles que contiene un mensaje ampliado y destinado a iluminar a la humanidad durante mil años. El camino, por tanto, es largo, y muchos los riesgos que se pueden correr. El más importante, el de que el mensaje se vaya desvirtuando y acabe incluso por desaparecer.
¿Cuál será nuestra actitud como lectores comprometidos con la revelación? ¿Seremos fieles pero intransigentes como Abner, o posibilistas y negociadores como Pablo? Sabemos que tanto una postura como la otra traen riesgos: el riesgo de aislarnos y encerrarnos en la pureza de nuestra revelación, o el riesgo de abrirnos al resto de la sociedad y hacer concesiones que distorsionen el mensaje. En ambos casos podemos repetir errores pasados. Pero se supone que conocer la historia debe servir para no repetirla. Se supone que no han pasado dos mil años en balde.
Andar haciendo equilibrios es difícil y complicado, pero es la única forma de mantener la llama de la revelación siempre viva e inalterable. De nosotros depende conseguir ese término medio tan anhelado, que rompa de una vez nuestra tendencia a venerar el recipiente y olvidarnos del contenido.