© 2004 Olga López
© 2004 Asociación Urantia de España
El LU dedica su última parte, la cuarta, a relatar con gran detalle la vida de Jesús de Nazaret. En los primeros documentos de esta parte lo que más llama la atención es la perfección del plan de donación de Miguel de Nebadón, hasta qué punto eran idóneas todas las circunstancias que rodearon su venida a este planeta: la personalidad de sus padres, el pueblo en el que nació…tantas y tantas circunstancias que contribuyeron a que Jesús tuviera una sólida formación cultural y humana, ya desde la infancia. Era un niño normal, sí, pero con una potencialidad de aprender inmensa.
No parece una distinción, un motivo de orgullo precisamente, que en el resto de Nebadon denominen a nuestro planeta como «el mundo de la cruz». Pero fuimos muy afortunados en que Miguel de Nebadon escogiera nuestro mundo para su séptima y última donación. Otros mundos reciben la visita de otro tipo de hijos paradisiacos, como los Hijos Magisteriales. Nosotros tuvimos el gran honor de «acoger» (lo entrecomillo porque finalmente tuvo una muerte violenta) a todo un Hijo Creador de un universo local, que además prometió volver a este mundo. Una vuelta que no será igual que la primera, según se deduce de la lectura del Libro. Si no recuerdo mal, en el Libro se dice que Miguel de Nebadon volverá para ser visto con los ojos «del espíritu».
No debe sorprendernos que la concepción de Jesús fuera totalmente natural. Y eso que puede resultar chocante para aquellos que hemos sido educados en la religión católica, para la que la Inmaculada Concepción es uno de sus dogmas. Sin embargo, considero un deber moral que todo buscador de la Verdad (con mayúsculas) se despoje de todo dogma e idea preconcebida, para asimilar en su totalidad los contenidos de El Libro de Urantia.
Por otra parte, nada tiene de malo que la concepción de Jesús fuera completamente normal, idéntica a la concepción natural de toda vida humana. Es más, me parece más hermoso que Jesús sea hijo de José y María, para mí no le hace menos divino, antes al contrario.
Del mismo modo, resulta completamente lógico y comprensible que tuviera hermanos y hermanas. ¿Acaso en aquella época no era una bendición para un matrimonio el tener una prole numerosa? ¿Por qué el hogar de José y María iba a ser una excepción, teniendo un único hijo?
Es comprensible que muchos creyentes católicos se muestren escandalizados ante tales afirmaciones, pero les diría que no deben creer nada que les venga impuesto, sino aquello que su razón y su corazón les lleve a creer.
Está claro que Jesús tuvo conciencia de su auténtica personalidad mucho antes de su bautismo en el Jordán. Es muy clarificador el documento en el que habla de los 40 días en el desierto, cuando Jesús toma una serie de decisiones cruciales para su donación. Entre ellas, la de no utilizar su poder de Hijo Creador y vivir en nuestro planeta simplemente como Hijo del Hombre.
Sin embargo, ya se le advirtió que habría ciertos fenómenos inevitables e independientes del tiempo, dada precisamente su condición de Hijo Creador, fenómenos que fueron considerados como milagros. Lo ocurrido en las bodas de Caná es un ejemplo: al apelar María a la misericordia de Jesús, éste no pudo evitar que lo que se deseaba se hiciera realidad. Y así ocurrió un hecho considerado milagroso.
A medida que avanzamos en la lectura, comprobamos que sucedieron muchos hechos como éste, principalmente curaciones de enfermos. Sin embargo, estas curaciones se producían teniendo siempre en cuenta que no fueran en contra de la voluntad del Padre Universal. Voluntad que Jesús conocía en todo momento, pues tenía la facultad de comunicarse con su Ajustador Personalizado.
Un poderoso motivo para que Miguel de Nebadon realizara su séptima donación en Urantia, y no en otro planeta del universo local, era que éste precisamente había sido el mundo más afectado por la rebelión de Lucifer, y por ello llevaba mucho tiempo en las tinieblas espirituales. En el documento 120 se nos dice que esta donación supuso el final «técnico» de la rebelión en nuestro planeta.
Del documento 120, hay un párrafo que quisiera resaltar, en 120:3.6, y que contiene uno de los consejos que da Emanuel a Miguel antes de su donación en Urantia:
«5. Si lo consideras conveniente, podrás identificarte con movimientos religiosos y espirituales como puedan encontrarse en Urantia, pero evita a toda manera el establecimiento formal de un culto organizado, de una religión cristalizada o de una agrupación ética segregada de seres mortales. Tu vida y tus energías están destinadas a ser patrimonio común de todas las religiones y de todos los pueblos». LU 120:3.6
Es cierto que Jesús no fundó ninguna Iglesia ni ningún grupo institucionalizado, pero por lo que ya sabemos sus seguidores cayeron en el error de crear una religión «a propósito de» Jesús de Nazaret. No importó que Jesús no dejara ningún documento escrito de su puño y letra, ni la inexistencia de imágenes que hubieran llevado inmediatamente a la idolatría de su persona. Por cierto, esto, la total ausencia de documentos y obras propias, es el argumento que muchos esgrimen para negar su existencia histórica.
¿Significa esto que su misión de donación fracasó? No, por supuesto. Simplemente hay que verlo desde una perspectiva más amplia. Aun cuando la vida de Jesús, hoy por hoy, no esté considerada por muchos en este planeta como parte del patrimonio común de todas las religiones, aun cuando se ha desvirtuado enormemente el mensaje que trajo en su venida a Urantia, el aparente fracaso es en realidad un paso necesario para que, a su debido momento, resurja su verdadero mensaje en todo su esplendor y, a la vez, en toda su sencillez: «Haced la voluntad del Padre». Tan sencillo, pero a la vez tan difícil de poner en práctica.
El documento 121 trata de realizar un retrato de la época histórica en la que Miguel de Nebadon vivió su existencia como mortal urantiano. Se destaca que su época supuso una situación histórica idónea para que su mensaje se propagara por todo el mundo civilizado: un mundo políticamente cohesionado gracias al Imperio Romano, culturalmente interconectado gracias a la cultura helena, y en un territorio con una religión monoteísta y altamente moral como la judía.
Además, Palestina era tierra de paso, cruce de caminos entre Oriente y Occidente, lo que la hacía idónea como escenario de la vida terrenal de Miguel de Nebadon. Que además pasara la primera etapa de su vida en Nazaret, dentro de la región de Galilea, tampoco era casual: Galilea era en aquellos tiempos más liberal que Judea en cuanto a las rigideces de la religión y tradición judaicas.
Este documento sirve para comprender las bases sobre las que se cimentó el cristianismo, tal y como fue desarrollado por Pablo de Tarso: la influencia de las religiones de misterio, la cultura griega y la moralidad judía.
Ya al final del documento, se habla sobre el origen y la autoría de los 4 evangelios, redactados todos muchos años después de la muerte de Jesús de Nazaret, ante la negativa de éste a dejar testimonios escritos durante su vida en Urantia.
Resulta difícil de comprender esta negativa, y más teniendo en cuenta los riesgos de que su mensaje se viera tergiversado con el paso del tiempo por personas que no llegaron a conocerlo personalmente. Sin embargo debemos concluir que debe existir una buena razón para ello.
De la lectura de este documento, llama la atención el comprobar hasta qué punto se había preparado el escenario, cómo se ajustaban a la donación las circunstancias bajo las que se desarrolló la infancia de Jesús:
Un hecho que se menciona en este documento, y que es muy significativo, es el que se menciona en LU 123:4.5: la caída de Jesús por unas escaleras, que los seres intermedios que estaban a cargo de Jesús niño no pudieron evitar. Se dice a propósito de este accidente:
«Los accidentes materiales, acontecimientos comunes de naturaleza física, no son sucesos en los cuales las personalidades celestiales interfieran arbitrariamente. Bajo condiciones ordinarias sólo los seres intermedios pueden intervenir en las condiciones materiales para salvaguardar a las personas de los hombres y las mujeres del destino, y aun en situaciones especiales estos seres pueden actuar así sólo obedeciendo a los mandatos específicos de sus superiores». LU 123:4.7
¿Debemos entender con esto que este accidente no se evitó, porque no iba a suponer un daño irreparable en el cuerpo físico de Jesús de Nazaret?
También es digno de resaltar el hecho que se narra al final del documento: la visita de Nacor, maestro de la academia rabínica de Jerusalén, a la casa de José y María, que propuso llevarse consigo a Jesús para su formación en el centro de la cultura judía, más acorde con la ortodoxia hebrea que la liberal Galilea. Destaca aquí la diferencia de criterio entre José y María: José intuía que su hijo no estaba destinado a ser el Mesías político que María veía en él, sino que se convertiría más bien en maestro espiritual. Frente a las discrepancias de sus progenitores, el Jesús niño ya tenía claro que debía considerar ese asunto «con su Padre que está en el cielo», y hacer la voluntad de éste, que no era otra que la de permanecer en Nazaret con su familia, al menos de momento.
La primera visita a Jerusalén de Jesús tuvo un gran impacto en la vida del joven. Su paso de la infancia a la adolescencia le supuso enfrentarse a unas tradiciones rígidas, mecánicas, incluso sangrientas.
El joven Jesús se rebelaba contra la idea de un Dios vengativo, sediento de sangre y de sacrificios que aplacaran su ira. Ya desde niño, Jesús veía a Dios como un Padre misericordioso, que amaba infinitamente a sus hijos, y así se lo hizo saber a su padre terrenal (125:0.6):
«Padre, no puede ser verdad – no es posible que el Padre celestial considere de este modo a sus hijos descarriados en la tierra. No es posible que el Padre celestial ame menos a sus hijos de lo que tú me amas a mí. Yo bien sé que tú nunca darías rienda suelta a tu cólera, derramando tu ira sobre mi cabeza, sean cuales fueran las necedades que yo pudiera cometer. Si tú, mi padre terrenal, posees ese reflejo humano de lo Divino, cuánto más lleno de bondad y rebosante de misericordia debería ser el Padre celestial. Me niego a creer que mi Padre que está en los cielos me ame menos que mi padre que está en la tierra». LU 125:0.6
También se entristeció Jesús al ver cómo el templo de Jerusalén era el escenario de un mercado irrespetuoso y de una actitud irreverente, totalmente contraria al espíritu de recogimiento y devoción que deberían hallarse allí. Del mismo modo, estaba en desacuerdo con la discriminación a la que se sometía en el templo a las mujeres.
Todas esas situaciones incomprensibles para él fueron planteadas ante los sabios del templo, en una actitud carente de arrogancia, deseando simplemente conocer la verdad. Una actitud que le acompañó también a lo largo de su vida pública.
Ya por aquel entonces Jesús tenía claro que debía ocuparse «de los asuntos de su Padre», aunque no supiera claramente cuál era su verdadera identidad. También era consciente de que todavía no había llegado su hora, de modo que, hasta que ese momento no llegó, «supo balancear su dedicación al deber con sus obligaciones para con su familia y la sociedad» (LU 125:6.13).
Este documento narra una parte inédita de la vida de Jesús de Nazaret. De su lectura destacaría algunos hechos especialmente conmovedores. En primer lugar, está el hecho de que Jesús mantuvo contactos con todo tipo de gente que vivía en los territorios del Imperio Romano, gente que nada conocían de aquel ser excepcional, pero cuyo encuentro fue determinante, tanto en sus vidas como en la difusión del Evangelio. Resulta paradójico que esas personas abrazaran el Evangelio años después, sin saber que se habían encontrado personalmente con Jesús.
En segundo lugar, destacaría uno de los muchos encuentros que se incluyen en este documento, que considero tiene un significado especial, pues me recordó mucho a mi situación personal en un momento determinado de mi vida: el del «joven que tenía miedo». ¡Cuántas veces me sentí como ese joven, del que el LU dice que «no pudiendo encontrar consuelo y coraje en la relación con sus semejantes, este joven había buscado la soledad de las colinas; había crecido con un sentimiento de desamparo e inferioridad».
¡Qué afortunado fue aquel joven, y qué reconfortantes fueron las palabras de Jesús, que le devolvieron su confianza y la alegría de vivir! Otros hemos tenido que pasar por años y años de experiencias para salir del aislamiento personal, del atolladero en el que nosotros mismos nos habíamos metido.
Tras la lectura de este documento parece inevitable llegar a la conclusión de que todas las religiones que existían en los tiempos de Jesús tenían enseñanzas positivas, tenían su parte de verdad respecto a la naturaleza del Padre Universal. ¿Por qué, entonces, nos hemos empeñado en enfrentar nuestras creencias religiosas, haciendo que la intolerancia desencadene tantos conflictos a lo largo de la historia, y de los cuáles no sólo no nos hemos librado, sino que surgen continuamente y con gran violencia?
¡Si viéramos lo que nos une, en lugar de lo que nos separa…!
En este documento se habla del callado trabajo que hizo Jesús en la capital del Imperio Romano, preparando el terreno para los que irían después allí a anunciar la venida del reino (Pedro y Pablo). Como en el documento 130, resulta paradójico que muchos de los que conversaron entonces con Jesús no pensaran que era la misma persona sobre la que se había fundado una nueva religión.
Dos son los temas que destacaría de este documento:
Cuando Jesús habla del séptimo tipo de riqueza, la «riqueza accidental», parece claro que, lo que en realidad llamamos «suerte» o «fortuna» no nos da derecho a disfrutar egoístamente de este dinero, sino que hemos de utilizarlo también para ayudar a los demás. LU 132:5.21: «Las riquezas accidentales deben ser consideradas en cierto modo como un fideicomiso que ha de administrarse para beneficio del propio grupo económico o social».
Éste párrafo es uno de mis favoritos de este documento. En él Jesús le dice a Ganid a propósito de un niño que había perdido a su madre:
«Sabes, Ganid, que la mayoría de los seres humanos son como ese niño perdido. Lloran de temor y sufren de pena la mayor parte del tiempo, sin ver que en verdad no están sino a corta distancia de la seguridad y del salvamento, así como este niño estaba en realidad muy cerca de su casa. Los que conocen el camino de la verdad y disfrutan la seguridad de conocer a Dios deberían considerar que es un privilegio para ellos y no un deber, ofrecer orientación a sus semejantes en sus esfuerzos por encontrar las satisfacciones de la vida. ¿Acaso no fue para nosotros una satisfacción sublime ayudar a este niño a volver donde su madre? Del mismo modo, los que conducen a los hombres a Dios experimentan la satisfacción suprema del servicio humano». LU 132:6.1
¿De qué sirve la sabiduría que podamos desarrollar, si luego no la ofrecemos a los demás? ¿De qué sirven nuestros tesoros espirituales, si se quedan encerrados en las profundidades de nuestro corazón? No se trata de «echar perlas a los cerdos», sino de ayudar a todos aquellos que, aun sin ser conscientes de ello, están sedientos de verdad.
Llama la atención el empeño de Jesús de no dejar testimonios físicos de su paso por este planeta. Se supone que para evitar que esos objetos fueran venerados, aunque el cristianismo no se ha librado de cierta idolatría en forma de reliquias, imágenes, etc. No hubo escritos de los apóstoles en vida de Jesús, que narraran los hechos de su vida en el momento en que éstos se produjeron. Los Evangelios fueron escritos en su mayor parte por personas que no conocieron a Jesús, de modo que están incompletos y muestran incluso contradicciones, por ejemplo al narrar los hechos que siguieron a la resurrección de Jesús.
En cuanto al distanciamiento de Jesús respecto a su familia durante el período de predicación, está claro que su madre y hermanos (salvo Rut, la pequeña, que siempre le comprendió) estaban desconcertados respecto a él, tenían la idea de que iba a ser el Mesías libertador de Israel, y sus actos contradecían una y otra vez esta imagen. Sólo tras la muerte de Jesús comprendieron por fin que su misión era de índole bien distinta.
Da la impresión de que estaba escrito que entre su familia y él se levantara un muro de incomprensión, como si eso formara parte del aprendizaje de Miguel de Nebadon en Urantia.
Aquellos que tuvieron la suerte de conocer a Jesús fueron realmente muy afortunados. A los que nos ha tocado vivir este «aquí y ahora» nos queda, eso sí, su mensaje.