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Origen de la reflexión: Vosotros sois hijos de la promesa espiritual, hijos de fe; vosotros habéis aceptado el estado de filiación. Creéis en la realidad de vuestra filiación, y por tanto vuestra filiación con Dios se torna enteramente real. LU 40:6.4
Todos los que nos «asomamos» a la posibilidad de la existencia de Dios, que no me extrañaría que fuéramos todos los seres humanos, lo hacemos con mucha incertidumbre, con cautela y temor al principio y buscamos en las religiones, y en nuestra propia vida, en todo lo que podemos observar y comprender, elementos de juicio que nos lleven a poder decir de una manera categórica que Dios existe, y lo que todos ansiamos durante una etapa o puede que durante toda nuestra vida es que alguien o algo nos demuestre su existencia, de manera que no nos quepa ninguna duda.
Está claro que, para la especie humana, lo que proviene de la herramienta «razón» le proporciona cierta comodidad y cierta tranquilidad. Por el contrario, lo que proviene de la herramienta «fe» le produce incomodidad, recelo y duda constante…
Quizá el hecho anterior haya que asumirlo como algo inherente a nuestra «situación cósmica», es decir, al hecho inevitable que procedemos de un antecesor evolutivo que era un «animal» irracional, y cuando pensamos en la evolución parece que sólo tenemos en cuenta los aspectos físicos, consideramos la evolución como progreso biológico, y puede que nos sorprenda la posibilidad de que físicamente o biológicamente el camino evolutivo vaya a un ritmo, y tengamos que tener en cuenta que hay otro factor que evoluciona: la espiritualidad; y resulte que el ritmo evolutivo espiritual sea diferente.
La evolución biológica de cada individuo viene muy condicionada por su carga genética, y el ritmo de modificaciones es más bien lento. Sin embargo la evolución espiritual, aunque pueda estar parcialmente condicionada por nuestro cuerpo, puede ser muy rápida, de manera que en la corta vida de un individuo puede darse el ciclo evolutivo en su totalidad, recordemos para ello la experiencia en la carne de Jesús.
Es evidente: la evolución biológica depende de la transmisión genética y ésta, al menos de momento, es automática y en cierto modo independiente de nuestra voluntad. Sin embargo la evolución espiritual sí que depende fundamentalmente de nuestra voluntad.
En nuestra evolución espiritual podemos destacar unos hitos a lograr:
Por estas fases pasamos, tanto de manera individual como conjuntamente como especie. Y está claro también que el progreso en esas etapas es muy dispar individuo a individuo; desde luego como especie estamos lejos de alcanzar el cuarto hito.
Especie | Individuo | Logro espiritual personal (hito) |
Herramienta disponible |
---|---|---|---|
Antecesores del hombre | Unos 3 años | Conciencia del yo que prima sobre todos y todo | Instinto natural |
Hombre primitivo hasta nuestros días | Desde la infancia hasta la edad adulta | Conciencia del Yo, ajuste de su situación por los valores. | Instinto natural + Capacidad de razonar + Capacidad de amar. |
Lo anterior + Conciencia de la deidad |
Lo anterior + Fe | ||
Lo anterior + Conciencia de Dios como Padre |
Lo anterior + Fe |
La razón es muy anterior a la fe, por lo que no es de extrañar que confiemos más en ella (aunque somos conscientes de que muchas veces está equivocada) que en la fe, de la que curiosamente no tenemos experiencia de que falle, porque lo que a veces necesita revisión es nuestra creencia, no la fe.
Por lo que con respecto a Dios pasamos toda una vida, y como mucho creo que llegaremos al convencimiento, de su existencia, pero es un convencimiento personal, que podremos mostrar a los demás pero nunca demostrar a nadie.
Al margen de creencias y de espiritualidad, si nos preguntamos qué es lo que más apreciamos como personas, creo que lo que nos sitúa por encima de los demás seres es precisamente el disponer del libre albedrío, que yo lo entiendo como la capacidad soberana del individuo para decidir sobre su estatus presente o futuro. Así, nuestra mayor satisfacción y sentimiento de realización personal pasa por el hecho de sentir que las decisiones más trascendentes en nuestra vida las tomamos libre y conscientemente.
¿Qué es lo más trascendente para nosotros?
Cada individuo ha de dar respuesta por sí mismo a esta pregunta. Nuestro libre albedrío es incondicional, incluso nos permite decidir sobre esa cuestión.
Durante las primeras etapas de nuestra vida nos vamos tornando conscientes cada vez más de que somos seres que poseemos capacidad de elección. Al margen de que las opciones sean más o menos variadas, a veces sólo podemos optar entre dos posibilidades. Otras veces las opciones son más numerosas, pero aunque a primera vista nos parece que si hay más opciones tenemos más libre albedrío, que tenemos más donde elegir, bien es cierto que esas situaciones a menudo no nos ayudan sino a dudar aún más, a tener más incertidumbres; pero creo que queda claro que, con que haya dos opciones, es más que suficiente para ejercer el derecho al libre albedrío.
Los acontecimientos en nuestra vida van siendo recurrentes y lo que nos van enseñando es que normalmente, más que pensar en que la elección que realizamos no fue la más oportuna, hemos de notar el hecho de que la elección trae consecuencias, de manera que mucho de lo que nos ocurrirá en el futuro se debe a elecciones propias del pasado, y la vida se ocupa de hacernos conscientes de ello de una manera muy repetitiva.
Nuestra inteligencia nos proporciona herramientas (la razón) para poder «calcular» las consecuencias de nuestros actos.
Mirando a nuestro alrededor nos quejamos o, cuando menos, nos sorprendemos de que con frecuencia haya personas que logran una vida envidiable por sus logros económicos, sociales, culturales, o en cualquiera de las facetas de la vida en la que nos fijemos y, sin embargo, parecen prescindir absolutamente de cualquier consideración de tipo espiritual.
Es decir, la conclusión que sí parece demostrada es que podemos vivir (hay personas que lo hacen) una vida plena y feliz, al menos hasta el límite de sus propias exigencias, al margen de que, para ellos, Dios exista o no.
Su conclusión es clara: puesto que no lo necesitan , como nadie puede demostrarme su existencia, no debe de existir…o al menos «yo» no lo necesito.
Precisamente que esto sea posible es el no va más, la demostración de que el Padre Universal nos ha dotado realmente de libre albedrío, frente a la cuestión más importante y relevante para nuestro futuro, que no es otra que la decisión de sobrevivir.
No nacemos Hijos de Dios. Somos nosotros los que, particularmente por la Fe, decidimos aceptar la filiación con Dios, y desde ese momento esa filiación se torna real. Será esa filiación, que depende sólo de cada uno de nosotros, la que en el futuro permitirá la supervivencia de nuestro alma evolutiva mortal.
Y en su justicia divina y respeto por el libre albedrío de cada criatura, el Padre no vincula los logros en la vida material en la carne a la supervivencia de la criatura, sino que permite que sean cosas absolutamente independientes, por lo que me ratifico en que la existencia de las circunstancias que a veces nos resultan sorprendentemente incómodas de aceptar o de comprender, no es sino una prueba más de que el Padre Universal no coarta la elección más importante del ser humano, y es la de aceptar la filiación con Dios.
Podemos optar por dos posibilidades: o es conclusión inequívoca de la razón, o bien ha de proceder de la revelación y quedar completamente demostrada.
Problemas que se plantean si fuera demostrable: para evitar agravios comparativos, la evidencia debería ser tal que para los primeros seres humanos debería ser igual de evidente que para nosotros.
Si está demostrada la existencia de Dios, al libre albedrío de la criatura material mortal sólo le queda la opción de aceptar o no su plan, puesto que no podemos dudar de su existencia, hemos de establecer las relaciones con la Deidad de alguna manera o bien recibir de la Deidad las normas que regularán esas relaciones y poco tardaríamos en dejar entrever que quizá no tantos lo admitirían si hubiéramos sido libres para hacerlo.
Somos producto de la evolución, la perfección del plan de imperfección consiste en que, pudiendo haber partido del preconocimiento de Dios, lo hacemos desde el desconocimiento, y sólo una leve insinuación está presente en nosotros. Es tan leve que podemos libremente optar por ignorarla, y vivir una vida completa con éxitos sociales, culturales, etc.
La perfección de la idea de la evolución del Padre Universal hace inherente el hecho de que su existencia sea indemostrable para garantizar el máximo libre albedrío de las criaturas mortales. Por otro lado precisamente esta indemostrabilidad no deja de ser una evidencia más de su existencia.
La decisión de «contar con Él» no viene impuesta por la demostración inequívoca de su existencia. A efectos prácticos sólo existe para la criatura que quiere que exista, y con la intensidad que esa criatura decida.