© 2001 The Brotherhood of Man Library
«Jesús inducía a los hombres a sentirse en el mundo como en su hogar; los liberaba de la esclavitud de los tabúes y les enseñaba que el mundo no es fundamentalmente malo. No anhelaba huir de su vida terrenal; dominó una técnica para hacer aceptablemente la voluntad del Padre mientras vivía en la carne. Alcanzó una vida religiosa idealista en medio de un mundo realista. Jesús no compartía la opinión pesimista de Pablo sobre la humanidad. El Maestro consideraba a los hombres como hijos de Dios y preveía un futuro magnífico y eterno para aquellos que escogieran sobrevivir. No era un escéptico moral; miraba al hombre de manera positiva, no negativa. Veía que la mayoría de los hombres eran más bien débiles que malvados, más bien aturdidos que depravados. Pero cualquiera que fuera su condición, todos eran hijos de Dios y sus hermanos.»
«Enseñó a los hombres a que se atribuyeran un alto valor en el tiempo y en la eternidad. Como Jesús tenía esta alta estima por los hombres, estaba dispuesto a dedicarse al servicio incansable de la humanidad. Este valor infinito que atribuía a lo finito es lo que hacía que la regla de oro fuera un factor vital en su religión. ¿Qué mortal puede dejar de sentirse elevado por la fe extraordinaria que Jesús tiene en él?»
«Jesús no ofreció ninguna regla para el progreso social; su misión era religiosa, y la religión es una experiencia exclusivamente individual. La meta última del logro más avanzado de la sociedad nunca puede esperar trascender la fraternidad de los hombres enseñada por Jesús, basada en el reconocimiento de la paternidad de Dios. El ideal de todo logro social sólo se puede realizar con la llegada de este reino divino.» (LU 196:2.9-11)