© 1959 William S. Sadler
© 1961 Fundación Urantia
A. AÑO: 26 d.C.
B. LUGAR: Caná de Galilea
C. MOMENTO: Poco después de la elección de los seis primeros apóstoles, la familia de Jesús y los apóstoles fueron invitados a una boda en Caná. María viajó a Caná como la reina madre caminando por las nubes. Había unos mil invitados.
D. REFERENCIAS: LU 137:4.7 Jn 2:1-11)
E. EL MILAGRO:
«Gradualmente Jesús se fue dando cuenta de lo que había sucedido. De entre todas las personas que estaban presentes en la fiesta matrimonial de Caná, Jesús era el que más sorprendido estaba. Otros habían esperado que él obrara un prodigio, pero eso era precisamente lo que se había propuesto no hacer. Y recordó entonces el Hijo del Hombre la admonición de su Ajustador del Pensamiento Personalizado en las montañas. Recordó que el Ajustador le había advertido acerca de la incapacidad de todo poder o personalidad de privarlo de su prerrogativa creadora de ser independiente del tiempo. En esta ocasión, los transformadores del poder, los seres intermedios, y todas las demás personalidades requeridas estaban reunidas junto al agua y a los otros elementos necesarios, y en presencia del deseo expreso del Soberano Creador del Universo, no había forma de evitar la aparición instantánea del vino. Este acontecimiento se confirmaba doblemente pues el Ajustador Personalizado había significado que la ejecución del deseo del Hijo no representaba en modo alguno una contravención de la voluntad del Padre.
«Pero éste no fue en ningún sentido un milagro. No se había modificado, abrogado, ni trascendido ninguna ley de la naturaleza. No sucedió nada sino la abrogación del tiempo en asociación con la acumulación celestial de los elementos químicos que se requieren para la elaboración del vino. En Caná, en esta ocasión, los agentes del Creador hicieron vino tal como lo hacen mediante procesos naturales ordinarios, excepto que lo hicieron independientemente del tiempo y con la intervención de las agencias sobrehumanas en cuanto a acumular en el espacio los ingredientes químicos necesarios.
«Además, era evidente que la realización de este llamado milagro no era contraria a la voluntad del Padre del Paraíso, pues de otra manera no hubiera ocurrido, ya que Jesús se había sometido en todas las cosas a la voluntad del Padre.
«Cuando los criados llevaron este nuevo vino y se lo ofrecieron al padrino, el «maestro de ceremonias», y cuando lo hubo probado, se dirigió al novio, diciéndole: «Es costumbre servir el buen vino primero y, cuando los huéspedes han bien bebido, ofrecer el fruto inferior de la vid; pero tú has guardado el mejor vino para la culminación de la fiesta.»
«María y los discípulos de Jesús mucho se regocijaron ante el supuesto milagro, que pensaban Jesús había llevado a cabo intencionalmente, pero Jesús se retiró a un rincón solitario del jardín y se puso a meditaciones serias durante breves momentos. Finalmente decidió que el episodio estaba más allá de su control personal bajo las circunstancias en que se produjo y, no siendo adverso a la voluntad de su Padre, era inevitable. Cuando apareció nuevamente entre los invitados, todos lo contemplaron con temor; todos creían en él como el Mesías. Pero Jesús estaba dolorosamente perplejo, sabiendo que creían en él sólo debido al suceso extraño que inadvertidamente habían presenciado. De nuevo se retiró Jesús a la azotea de la casa para meditar sobre los sucesos que acababan de pasar.
«Ya comprendía Jesús plenamente que debería mantenerse continuamente en guardia para que sus sentimientos de simpatía y lástima no produjesen una repetición de episodios de esta naturaleza. Sin embargo, muchos eventos semejantes ocurrieron antes de que el Hijo del Hombre se despidiera definitivamente de su vida mortal en la carne.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm
C. MOMENTO: Un sábado por la tarde, Jesús predicó un sermón sobre la “experiencia personal”. Al final de su discurso, un hombre joven de la congregación tuvo un violento ataque epiléptico.
D. REFERENCIAS: LU 145:2.12 Mc 1:21-28; Lc 4:31-37)
E. EL MILAGRO:
«En el momento en que Jesús terminaba de hablar, un joven oyente que mucho se había turbado por sus palabras, cayó en un violento ataque epiléptico acompañado de fuertes gritos. Al fin del ataque, cuando estaba volviendo en sí, habló en un estado de ensueño, diciendo: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús de Nazaret? Tú eres el santo enviado por Dios; ¿has venido para destruirnos?» Jesús mandó a la multitud que callara y, tomando al joven de la mano, dijo: «Recúperate»; y éste inmediatamente despertó.
«Este joven no estaba poseído por un espíritu impuro o un demonio; era simplemente víctima de la epilepsia. Pero se le había enseñado lo que poseía un espíritu maligno, que ésa era la causa de su aflicción. Él así lo creía y así actuaba en todo lo que pensaba o decía sobre su enfermedad. Todos creían que estos fenómenos se debían directamente a la presencia de espíritus impuros. Por consiguiente, creyeron que Jesús había arrojado un demonio desde el ser este hombre. Pero en realidad Jesús no curó la epilepsia del joven en esa ocasión. No fue hasta más tarde, después de la puesta del sol, que este joven fue sanado. Mucho después del día de Pentecostés, el apóstol Juan, quien fue el último en escribir sobre las obras de Jesús, evitó toda referencia a estos así llamados actos de «echar a los demonios», y así lo hizo porque ya no ocurrieron estos casos de posesión por el demonio después de Pentecostés.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm
C. MOMENTO: Fue más tarde de ese mismo sábado en el que se curó supuestamente el joven epiléptico. La suegra de Pedro estaba enferma de malaria y se dijo que Jesús la había curado. La cura real ocurrió esa misma noche, junto con el joven epiléptico y muchos otros.
D. REFERENCIAS: LU 145:2.15 Mt 8:14; Mc 1:29-31; Lc 4:38,39)
E. EL MILAGRO: Muchas veces, el cambio natural a mejor en una enfermedad se interpretó como un milagro. Este caso se incluye entre los milagros porque ella se curó realmente de la malaria la noche de ese mismo día.
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm—el patio delantero de la casa de Zebedeo en Betsaida
C. MOMENTO: Además de la gran reputación de Jesús como sanador, durante esa tarde se habían extendido ampliamente los rumores de la cura del joven epiléptico y de la suegra de pedro, de modo que al caer el sol comenzaron a aparecer grandes cantidades de enfermos y afligidos en el patio delantero de la casa donde residía Jesús.
D. REFERENCIAS: LU 145:3.6 Mt 8:16,17; Mc 1:29-34; Lc 4:40,41)
E. EL MILAGRO:
«Cuando el Maestro salió de la puerta de entrada de la casa de Zebedeo, sus ojos se encontraron con una gran masa de humanidad enferma y afligida. Contempló casi mil seres humanos enfermos y sufrientes; por lo menos, ésa era la multitud congregada delante de él. No todos los presentes estaban afligidos; algunos traían a sus seres queridos para que se sanaran.
«El espectáculo de estos mortales afligidos, hombres, mujeres y niños sumidos en el sufrimiento, debido en gran parte a los errores y malas obras de sus propios Hijos confiados, de la administración del universo, conmovió profundamente el corazón humano de Jesús y puso a prueba la misericordia divina de este benévolo Hijo Creador. Pero Jesús bien sabía que no era posible construir un movimiento espiritual duradero sobre los cimientos de milagros puramente materiales. Se había abstenido constantemente de exhibir sus prerrogativas de creador de acuerdo con su política fijada. Desde el episodio de Caná no había habido ningún acontecimiento sobrenatural ni milagroso durante su enseñanza; sin embargo, esta multitud afligida conmovió profundamente su corazón compasivo y apeló fuertemente a su compasivo cariño.
«Una voz en el frente del patio exclamó: «Maestro, di la palabra, devuélvenos la salud, cúranos de nuestras enfermedades y salva nuestras almas». Ni bien fueron pronunciadas estas palabras, cuando un vasto séquito de serafines, controladores físicos, Portadores de Vida y seres intermedios, siempre presente junto a este Creador encarnado de un universo, se preparó para actuar con poder creativo en el caso de que diera una señal su Soberano. Fue éste uno de esos momentos de la carrera terrestre de Jesús en los que la sabiduría divina y la compasión humana se entrelazaron de tal modo en el juicio del Hijo del Hombre, que éste buscó refugio en apelar a la voluntad de su Padre.
«Cuando Pedro imploró al Maestro que escuchara el llanto de desamparo de la multitud, Jesús, bajando la mirada sobre esa masa de aflicción, contestó: «He venido al mundo para revelar al Padre y establecer su reino. Para este propósito he vivido mi vida hasta este momento. Si, por lo tanto, fuera voluntad de Aquel que me envió y no estuviera en desacuerdo con mi dedicación a la proclamación del evangelio del reino del cielo, desearía ver a mis hijos sanados— y…» pero las palabras siguientes de Jesús se perdieron en el tumulto.
«Jesús había pasado la responsabilidad de esta decisión de curación al fallo de su Padre. Evidentemente la voluntad del Padre no puso objeción alguna, porque ni bien pronunció el Maestro estas palabras, el séquito de personalidades celestiales que servía bajo el mando del Ajustador de Pensamiento Personalizado de Jesús entró en poderosa actividad. El vasto séquito descendió en el medio de esta multitud abigarrada de mortales afligidos, y en un instante de tiempo 683 hombres, mujeres y niños fueron sanados, perfectamente curados de todas sus enfermedades físicas y de otros trastornos materiales. Un espectáculo semejante no se había visto en la tierra nunca antes de este día, ni tampoco después. Y para todos nosotros que estuvimos presentes, el contemplar esta oleada creadora de curaciones fue en verdad un espectáculo estremecedor.
«Pero entre todos los seres sorprendidos por esta explosión repentina e inesperada de curaciones sobrenaturales, Jesús era el que más sorprendido estaba. En un momento, cuando su interés y compasión humanos convergían en el espectáculo de sufrimiento y aflicción desplegado ante sus ojos, descuidó en su mente humana las advertencias admonitorias de su Ajustador Personalizado sobre la imposibilidad de limitar el elemento temporal de las prerrogativas creadoras de un Hijo Creador bajo ciertas condiciones y en ciertas circunstancias. Jesús deseaba ver sanados a estos mortales sufrientes, siempre y cuando ello no violara la voluntad de su Padre. El Ajustador Personalizado de Jesús falló instantáneamente que dicho acto de energía creadora en ese momento no transgrediría la voluntad del Padre del Paraíso, y por esa decisión —en vista de la expresión del deseo de sanar que la había precedido— el acto creador se hizo realidad. Lo que un Hijo Creador desea y lo que es voluntad del Padre, SE HACE REALIDAD. Durante el resto de la vida de Jesús en la tierra no volvió a darse ningún otro episodio de curaciones físicas en masa.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Irón—un pueblo minero de Galilea
C. MOMENTO: Durante la misión en Irón, Jesús pasó un tiempo considerable en las minas. Al regresar de las minas, se encontró con un leproso en un callejón y oyó su ruego para que le sanara.
D. REFERENCIAS: LU 146:4.3 Mt 8:1-4; Mc 1:40-45; Lc 5:12-15)
E. EL MILAGRO:
«Al finalizar la tarde del tercer día en Irón, camino de regreso de las minas, pasó Jesús por casualidad por una angosta calle lateral en dirección a su hospedaje. Se acercaba a la escuálida choza de cierto leproso, cuando éste, conociendo la fama sanadora de Jesús, se atrevió a acercársele cuando pasaba por su puerta diciendo mientras se arrodillaba ante él: «Señor, si tan sólo quisieras, podrías hacerme limpio. Escuché el mensaje de tus instructores y querría entrar al reino si pudieras hacerme limpio». Así habló el leproso, porque entre los judíos, los leprosos no podían concurrir a la sinagoga ni participar de otra manera en la adoración pública. Este hombre creía realmente que no se le aceptaría en el reino venidero a menos que curara su lepra. Y cuando Jesús vio su aflicción y oyó sus palabras de fe perseverante, se conmovió su corazón humano, y la mente divina se llenó de compasión. Mientras Jesús lo contemplaba, el hombre cayó de bruces y adoró. Entonces tendió el Maestro la mano y, tocándolo, dijo: «Lo quiero —quedas limpio». Y el enfermo sanó de inmediato; la lepra no más le afligía.
«Jesús lo ayudó a incorporarse, luego le advirtió: «No hables con nadie de esta curación más bien vete y ocúpate tranquilamente de atender tus asuntos, preséntate ante el sacerdote y ofrece los sacrificios mandados por Moisés en testimonio de tu limpieza». Pero este hombre no cumplió con las instrucciones de Jesús. Corrió en cambio por las calles de la aldea proclamando que Jesús le había curado la lepra, y puesto que todos lo conocían, pudieron ver claramente que estaba limpio de su enfermedad. No fue adonde los sacerdotes como Jesús le había exhortado. Tanto se corrió la voz de esta nueva curación por el relato de este hombre, que el Maestro estuvo tan asediado por los enfermos que se vio forzado a levantarse temprano la mañana siguiente y partir de la aldea. Aunque no volvió Jesús a esa ciudad, permaneció en las afueras por dos días, cerca de las minas, enseñando el evangelio del reino a los mineros creyentes.
«Esta limpieza del leproso fue el primero de los así llamados milagros que Jesús hubiera realizado intencional y deliberadamente hasta ese momento. Era un caso auténtico de lepra.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Caná—durante su segunda visita. El hijo afligido estaba en Cafarnaúm.
C. MOMENTO: Tito suplicó a Jesús que fuera y curara a su hijo—Jesús le dijo: «Tu hijo vivirá.»
D. REFERENCIAS: LU 146:5.2 Jn 4:46-54)
E. EL MILAGRO:
«Cuando este noble ubicó a Jesús en Caná, le suplicó que se apresurara camino a Capernaum para curar a su hijo afligido. Mientras los apóstoles lo rodeaban anhelantes de esperanza, Jesús, contemplando al padre del muchacho enfermo, dijo: «¿Cuánta paciencia debo teneros? El poder de Dios está en vuestro medio, pero si vosotros no veis signos de milagros ni contempláis maravillas os negáis a creer». Pero el noble hombre le encareció a Jesús: «Señor mío, yo sí creo, pero ven adonde mi hijo que se está muriendo, porque cuando le dejé ya estaba a punto de perecer». Y después de inclinar Jesús la cabeza por un momento en meditación silenciosa, repentinamente habló: «Vuelve a tu hogar; tu hijo vivirá». Tito creyó las palabras de Jesús y de prisa se encaminó de vuelta a Capernaum. Mientras caminaba sus siervos salieron a su encuentro diciendo: «Regocíjate, pues tu hijo está mejor —vive». Tito les preguntó a qué hora había empezado la mejoría del muchacho, y cuando los siervos respondieron, «ayer alrededor de la hora séptima bajó la fiebre», el padre recordó pues que alrededor de esa hora le había dicho Jesús: «Tu hijo vivirá». De allí en adelante Tito creyó de todo corazón, y su familia entera también creyó. Este hijo llegó a ser un poderoso ministro del reino y más tarde inmoló su vida con los que sufrían en Roma. Aunque todos los familiares de Tito, sus amigos y aun los apóstoles consideraron este episodio un milagro, no lo fue. Por lo menos no fue un milagro de curación de una enfermedad física. Fue simplemente un caso de preconocimiento de los procesos de la ley natural, el tipo de conocimiento previo al cual Jesús recurrió frecuentemente después de su bautismo.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: En el camino de Caná a Naín
C. MOMENTO: El encuentro con una procesión funeraria que salía de Naín hacia el cementerio, que llevaba al hijo supuestamente muerto - el único hijo - de una viuda.
D. REFERENCIAS: LU 146:6.2 Lc 7:11-17)
E. EL MILAGRO: «Cuando Jesús se alejó de Caná en dirección a Naín, lo siguió una gran multitud de creyentes y curiosos. Estaban decididos a presenciar milagros y maravillas, y no estaban dispuestos a ser desilusionados. Al acercarse Jesús y sus apóstoles a las puertas de la ciudad, se toparon con una procesión fúnebre que se dirigía al cementerio cercano, y que llevaba al hijo único de una madre viuda de Naín. Esta mujer era muy respetada, y la mitad de la gente de la aldea seguía la procesión fúnebre de este muchacho supuestamente muerto. Cuando la procesión fúnebre llegó adonde Jesús y sus seguidores, la viuda y sus amigos reconocieron al Maestro y le suplicaron que volviera el hijo a la vida. A tal punto había llegado su expectativa de milagros que creían que Jesús podía curar cualquier enfermedad humana y, ¿por qué no podría semejante sanador levantar a los muertos? Así pues importunado, Jesús se adelantó y, levantando la tapa del ataúd, examinó al muchacho. Descubrió así que el joven no estaba verdaderamente muerto, y percibió la tragedia que su presencia podía evitar. Por eso se dirigió a la madre, y le dijo: «No llores. Tu hijo no está muerto. Está dormido, volverá a tus brazos». Y tomando al joven de la mano le dijo: «Despiértate y levántate». Y el joven supuestamente muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús los envió de vuelta a sus hogares.
«En vano intentó Jesús sosegar a la multitud, en vano intentó explicarles que el muchacho no estaba muerto, que él no le había devuelto la vida; no hubo caso. La multitud que le seguía, y toda la aldea de Naín, había llegado al máximo nivel de frenesí emocional. Muchos estaban dominados por el temor, otros por el pánico, mientras otros caían de rodillas para rezar y llorar por sus pecados. Fue imposible dispersar a la clamorosa multitud hasta mucho después de la caída de la noche. Naturalmente, a pesar de que Jesús les había dicho que el muchacho no estaba muerto, todos insistían que se había producido un milagro, que aun había levantado a un muerto. Aunque Jesús les dijo que el muchacho había caído simplemente en un sueño profundo, explicaron que esa era la forma de expresarse de Jesús y llamaron la atención sobre el hecho de que él siempre trataba de ocultar sus milagros con gran modestia.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm
C. MOMENTO: Cuando se preparaban para ir a Jerusalén para la Pascua, Mangus, un capitán de la guardia romana, suplicó a los rectores de la sinagoga que intercedieran ante Jesús por su siervo afligido.
D. REFERENCIAS: LU 147:1.1 Mt 8:5-13 Lc 7:1-10)
E. EL MILAGRO:
«El día anterior a la partida del grupo apostólico para la fiesta de la Pascua en Jerusalén, Mangus, un centurión o capitán de la guardia romana estacionado en Capernaum, fue a ver a los rectores de la sinagoga, dijo: «Mi ordenanza fiel está enfermo y a punto de morir. ¿Podéis vosotros ir a ver a Jesús en mi nombre e implorarle que cure a mi siervo?» El capitán romano decidió proceder de este modo, porque pensaba que los líderes judíos tendrían más influencia sobre Jesús. Así pues, los ancianos fueron a ver a Jesús y su vocero dijo: «Maestro, te imploramos que vayas a Capernaum y salves al siervo favorito del centurión romano, quien es digno de tu atención porque ama nuestra nación y aun nos ha construido la sinagoga en la que has hablado tantas veces»
«Y cuando Jesús les oyó, dijo: «Iré con vosotros». Así pues fue con ellos a la casa del centurión, y antes de entrar ellos al patio, el soldado romano envió afuera a sus amigos para que saludaran a Jesús, instruyéndoles que dijeran: «Señor, no te molestes en entrar a mi casa, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Tampoco me consideré yo digno de ir a verte; por eso envié a los ancianos de tu pueblo. Pero sé que puedes decir la palabra desde donde estás y mi siervo sanará. En efecto, yo mismo tengo jefes que me ordenan, y yo ordeno a mis soldados, y le digo a éste que vaya y él va; le digo a este otro que venga y él viene y a mis siervos que hagan esto y aquello, y lo hacen»
«Y cuando Jesús oyó estas palabras, se volvió y dijo a sus apóstoles y a los que estaban con ellos: «Me maravilla la fe de este gentil. De cierto, de cierto os digo, no he encontrado una fe tan grande, no, no en Israel». Jesús dio la espalda a la casa, y dijo: «Vayámonos de aquí». Y los amigos del centurión entraron a la casa y le dijeron a Mangus lo que Jesús había dicho. Desde ese momento el siervo comenzó a sanar y finalmente recobró por completo su salud y utilidad normal.
«Pero nunca supimos exactamente qué pasó en aquella ocasión. Éste es simplemente el relato, y no fue revelado a los que acompañaban a Jesús si los seres invisibles operaron la curación del siervo del centurión o no. Sólo conocemos el hecho de la recuperación completa del siervo.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Jerusalén
C. MOMENTO: Juan estaba impaciente; quería que pasara algo, así que llevó a Jesús al estanque de Betesda con la esperanza de que Jesús obrara algún milagro.
D REFERENCIAS: LU 147:3.1 (Jn 5)
E. EL MILAGRO:
«Durante la tarde del segundo sábado en Jerusalén, mientras el Maestro y los apóstoles estaban a punto de participar en los servicios del templo, Juan le dijo a Jesús: «Ven conmigo, quiero mostrarte algo». Juan condujo a Jesús, saliendo por una de las puertas de Jerusalén, hasta un estanque de agua llamado Betesda. Alrededor de este estanque había una estructura de cinco pórticos bajo la cual se encontraba un grupo grande de enfermos, en busca de curación. Había allí un manantial caliente, cuyas aguas rojizas burbujeaban a intervalos irregulares debido a las acumulaciones de gases en las cavernas rocosas debajo del estanque. Se creía que este fenómeno periódico de las aguas calientes se debía a una influencia sobrenatural, y era creencia popular que el primero que entrara al agua después del burbujeo se sanaría de su enfermedad.
«Los apóstoles estaban un tanto inquietos por las restricciones impuestas por Jesús, y Juan, el más joven de los doce, encontraba particularmente difícil aceptar estas restricciones. Había traído a Jesús al estanque pensando que el espectáculo de los afligidos allí reunidos tanto conmovería la compasión del Maestro que lo llevaría a efectuar un milagro de curación, asombrando así a todo Jerusalén que de este modo terminaría por creer en el evangelio del reino. Dijo Juan a Jesús: «Maestro, mira a todos estos seres que sufren; ¿es que no hay nada que podamos hacer por ellos?» Y Jesús replicó: «Juan, ¿por qué me tientas a que me desvíe del camino que he elegido? ¿Por qué quieres reemplazar la proclamación del evangelio de la verdad eterna por las obras milagrosas y la curación de los enfermos? Hijo mío, no puedo hacer lo que deseas, pero, reúne a estos enfermos y afligidos para que les diga algunas palabras de aliento y consuelo eterno»
«Al hablar a los allí reunidos, Jesús dijo: «Muchos entre vosotros estáis aquí, enfermos y afligidos, por vuestros muchos años de mal vivir. Algunos entre vosotros sufrís de los accidentes del tiempo, otros, por los errores de vuestros antepasados, y otros aun lucháis con las dificultades que se derivan de las condiciones imperfectas de vuestra existencia temporal. Pero mi Padre trabaja, y yo trabajaré, para mejorar vuestra condición en la tierra, más especialmente para aseguraros la vida eterna. Ninguno de nosotros puede cambiar en mucho las dificultades de la vida, a menos que descubramos que ésa es la voluntad del Padre en el cielo. Después de todo, todos debemos hacer la voluntad del Eterno. Si pudierais todos vosotros ser curados de lo que os aflige físicamente, indudablemente os admiraríais, pero es aun más admirable que seáis limpiados de toda enfermedad espiritual y que os encontréis curados de todas las dolencias morales. Todos vosotros sois hijos de Dios; sois los hijos del Padre celestial. Tal vez penséis que os afligen las cadenas del tiempo, pero el Dios de la eternidad os ama. Y cuando llegue la hora del juicio, no temáis, encontraréis no sólo justicia, sino abundancia de misericordia. De cierto, de cierto os digo: el que escuche el evangelio del reino y crea en esta enseñanza de la filiación de Dios, tendrá vida eterna; ya estos creyentes pasan del juicio y la muerte a la luz y a la vida. Ya se acerca la hora en la que aun los que están en las tumbas escucharán la voz de la resurrección.»
«Muchos de los oyentes creyeron en el evangelio del reino. Algunos entre los afligidos tanto se inspiraron y revivificaron espiritualmente que anduvieron proclamando que también se habían sanado de sus enfermedades físicas.
«Un hombre que había sufrido por años depresiones y enfermedades graves de su mente atribulada, se regocijó al escuchar las palabras de Jesús y, levantando su lecho, salió caminando a su casa, aunque era el día sábado. Este pobre hombre esperó todos esos años que viniera alguien a ayudarlo; su sensación de inutilidad era tal que no se le había ocurrido ni una vez ayudarse a sí mismo, cosa que debería haber hecho desde el principio para curarse —levantar su lecho y salir caminando.
«Entonces le dijo Jesús a Juan: «Partamos antes de que lleguen los altos sacerdotes y los escribas y se ofendan porque hablamos palabras de vida a estos seres afligidos». Y volvieron al templo para reunirse con sus compañeros, y luego todos ellos partieron para pasar la noche en Betania. Pero Juan nunca relató a los otros apóstoles esta visita que él y Jesús hicieron al estanque de Betesda ese sábado en la tarde.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm
C. MOMENTO: Después de que Jesús diera un sermón en la sinagoga, los fariseos espías, entre un grupo de almas afligidas que buscaban curarse, seleccionaron a un hombre con una mano seca y le pidieron que se acercara a Jesús y le preguntara si pensaba que era adecuado ser curado un sábado.
D. REFERENCIAS: LU 148:7.2 Mt 12:9-14; Mc 3:1-6; Lc 6:6-11)
E. EL MILAGRO:
«Mientras Jesús hablaba con la gente, el jefe de los espías fariseos indujo a un hombre que tenía una mano seca, a que se le acercara y le preguntara si era legal ser curado el día del sábado o si debía buscar curación otro día. Cuando Jesús vio al hombre, escuchó sus palabras, y percibió que había sido enviado por los fariseos, dijo: «Ven, acércate, y te haré una pregunta. Si tuvieras una oveja y ésta se cayera en un foso el sábado, ¿irías tú al foso, socorrerías a la oveja, la rescatarías? ¿Está permitido hacer tal cosa el día del sábado?» Y el hombre le respondió: «Sí, Maestro, está permitido hacer el bien de esta manera el sábado». Entonces dijo Jesús, dirigiéndose a todos ellos: «Sé por qué habéis puesto a este hombre ante mí. Queréis encontrar en mí causa de ofensa haciéndome caer en la tentación de mostrar misericordia el sábado. En silencio todos estáis de acuerdo de que está permitido sacar a una oveja desafortunada de un foso, aun el sábado, y yo os llamo a testimonio de que está permitido exhibir comprensión y amor el sábado no sólo a los animales sino también a los hombres. ¡Cuánto más valioso es un hombre que una oveja! Os proclamo que está permitido hacer el bien a los hombres el sábado». Mientras todos ellos estaban de pie en silencio ante él, Jesús, dirigiéndose al hombre de la mano seca, le dijo: «Ponte de pie aquí a mi lado para que todos te puedan ver. Y ahora, para que supieses que es la voluntad de mi Padre que hagas el bien el sábado, si tienes fe en sanarte, yo te mando que extiendas la mano».
«Al extender el hombre su mano seca, fue sanada. La gente estaba a punto de atacar a los fariseos, pero Jesús les ordenó que se calmaran, diciendo: «Acabo de deciros que está permitido hacer el bien el sábado, para salvar una vida, pero no os he dicho que hagáis daño y que os dejéis llevar por el deseo de matar». Los fariseos encolerizados se alejaron, y a pesar de que era sábado, se apresuraron en dirección a Tiberias y fueron a consultar a Herodes, haciendo todo lo posible por suscitar su prejuicio, con el objeto de que los herodianos se aliaran con ellos en contra de Jesús. Pero Herodes se negó a tomar medidas contra Jesús, aconsejándoles que llevaran sus quejas a Jerusalén.
«Éste es el primer caso de un milagro producido por Jesús en reacción a un desafío de sus enemigos. El Maestro realizó este así llamado milagro, no como demostración de su capacidad para curar, sino como protesta eficaz contra el hacer del descanso religioso del sábado una verdadera esclavitud de restricciones sin significado para la humanidad. Este hombre volvió a trabajar como albañil, y demostró ser uno de los en que la curación produjo una vida de gratitud y rectitud.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: El hogar de Zebedeo en Betsaida
C. MOMENTO: La casa estaba rodeada de una multitud de personas; los seis espías fariseos de Jerusalén estaban sentados en primera fila. Mientras Jesús está hablando, bajan a este hombre a través del tejado ante su presencia.
D. REFERENCIAS: LU 148:9.1 Mt 9:2-8; Mc 2:1-12; Lc 5:17-26)
E. EL MILAGRO:
«El viernes por la tarde del 1 de octubre, cuando Jesús estaba celebrando su última reunión con los apóstoles, evangelistas y otros líderes del campamento en desbande, y con los seis fariseos de Jerusalén sentados en la primera fila de esta asamblea en la espaciosa y agrandada habitación delantera de la casa de Zebedeo, ocurrió uno de los episodios más extraños y singulares de toda la vida de Jesús en la tierra. El Maestro estaba en ese momento hablando de pie en esta gran habitación, que había sido construida para permitir estas reuniones durante la temporada de lluvia. La casa estaba completamente rodeada por una vasta multitud que tendía el oído para escuchar algunas palabras del discurso de Jesús.
«Mientras la casa estaba de esta manera llena de gente y completamente rodeada de oyentes ansiosos, fue traído de Capernaum en una pequeña litera por sus amigos, un hombre paralítico desde hacía mucho tiempo. Este paralítico había escuchado que Jesús estaba a punto de irse de Betsaida, y habiendo hablado con Aarón el albañil, que tan recientemente había sido curado, resolvió que le llevaran a la presencia de Jesús, para que pudiera obtener curación. Sus amigos trataron de entrar a la casa de Zebedeo tanto por la puerta de adelante como por la de atrás, pero había demasiada gente. Pero el paralítico no quiso resignarse; pidió a sus amigos que buscaran las escaleras y así subieron al techo de la habitación en la cual Jesús estaba hablando, y después de aflojar las tejas, audazmente bajaron al enfermo con su litera mediante sogas hasta que el afligido se encontró en el piso directamente delante del Maestro. Cuando Jesús vio lo que esta gente había hecho, dejó de hablar, mientras que los que estaban con él en la habitación se maravillaron con la perseverancia de este enfermo y de sus amigos. Dijo el paralítico: «Maestro, no quiero molestarte en tus enseñanzas, pero estoy decidido a sanar. Yo no soy como los que recibieron tu curación e inmediatamente se olvidaron de tus enseñanzas. Yo deseo curarme para poder servir en el reino del cielo». A pesar de que la aflicción de este hombre había sido producida por su propia vida malgastada, Jesús, viendo su fe, le dijo al paralítico: «Hijo, no temas; tus pecados están perdonados. Tu fe te salvará».
«Cuando los fariseos de Jerusalén, juntamente con otros escribas y abogados que estaban sentados con ellos, escucharon esta declaración de Jesús, empezaron a decir entre ellos: «¿Cómo se atreve este hombre a hablar de esta manera? ¿Acaso no entiende que estas palabras son blasfemia? ¿Quién puede perdonar un pecado, sino Dios?» Jesús, habiendo percibido en su espíritu que así pensaban ellos y comentaban entre ellos, les habló diciéndoles: «¿Por qué razonáis así en vuestro corazón? ¿Quiénes sois vosotros que os atrevéis a juzgarme? ¿Qué diferencia hay si yo digo a este paralítico, tus pecados están perdonados, o, levántate, levanta tu litera y anda? Pero, para que vosotros que presenciáis todo esto podáis finalmente saber que el Hijo del Hombre tiene autoridad y poder en la tierra para perdonar los pecados, diré a este hombre afligido: Levántate, levanta tu litera, y vete a tu casa». Y cuando Jesús hubo hablado así, el paralítico se levantó, y mientras la multitud se abría para dejarle paso, salió delante de todos ellos. Y los que vieron estas cosas estaban asombrados. Pedro despidió la asamblea, mientras muchos oraban y glorificaban a Dios, confesando que no habían visto nunca antes tan extraños acontecimientos.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: En relación con la segunda gira de predicación.
C. MOMENTO: Insertado en este momento para ofrecer explicación a numerosos casos inusuales de curación que aparecían de vez en cuando en relación con el ministerio de Jesús.
D. REFERENCIAS: LU 149:1.2 Lc 6:17-19)
E. EL MILAGRO:
«Aproximadamente en la época de esta misión comenzaron a aparecer —y continuaron apareciendo a lo largo del resto de la vida de Jesús en la tierra— una serie de fenómenos peculiares e inexplicables de curación. En el curso de esta gira de tres meses más de cien hombres, mujeres y niños de Judea, Idumea, Galilea, Siria, Tiro y Sidón, y del otro lado del Jordán fueron beneficiados por esta curación inconsciente de Jesús y, al volver a sus hogares, contribuyeron a la expansión de la fama de Jesús. Esto lo hicieron a pesar de que Jesús cada vez que observaba uno de estos casos de curación espontánea, pedía a los beneficiarios que «no le dijeran nada a nadie».
«No se nos reveló jamás exactamente qué ocurría en estos casos de curación espontánea o inconsciente. El Maestro nunca explicó a sus apóstoles cómo se efectuaban estas curaciones, excepto que en varias ocasiones simplemente dijo: «Percibo que el poder ha emanado de mí». En una ocasión observó, al tocar a un niño enfermo: «Percibo que la vida emanó de mí».
«En ausencia de una declaración directa del Maestro sobre la naturaleza de estos casos de curación espontánea, sería presunción por nuestra parte tratar de explicar cómo se realizaban estas curaciones, pero es lícito que registremos nuestra opinión sobre estos fenómenos de curación. Creemos que muchos de estos milagros aparentes de curación que se produjeron en el curso del ministerio de Jesús en la tierra, fueron el resultado de la coexistencia de las siguientes tres influencias, poderosas, potentes y asociadas:
«1. La presencia, en el corazón del ser humano, de una fe fuerte, dominadora y viva que buscaba con perseverancia la curación, juntamente con el deseo sincero de esa curación por sus beneficios espirituales más bien que para la restauración del bienestar puramente físico.
«2. La existencia, concomitantemente con dicha fe humana, de la gran compasión y comprensión del Hijo Creador de Dios encarnado, dominado por la misericordia, quien realmente poseía en su persona poderes creadores de curación y prerrogativas casi ilimitados e incondicionadas por el tiempo.
«3. Además de la fe de la criatura y la vida del Creador, también debemos notar que este Dios-hombre era la expresión personificada de la voluntad del Padre. Si, en el contacto de la necesidad humana con el poder divino capaz de satisfacer esa necesidad el Padre no deseaba lo contrario, los dos se volvían uno solo, y la curación ocurría inconscientemente para el Jesús humano, pero era inmediatamente reconocida por la naturaleza divina de Jesús. La explicación pues de muchos de estos casos de curación ha de buscarse en una gran ley que conocemos desde hace mucho tiempo, es decir: lo que el Hijo Creador desea y es voluntad del Padre eterno, SE REALIZA.
«Es pues nuestra opinión que, ante la presencia personal de Jesús, ciertas formas de profunda fe humana literal y verdaderamente eran irresistibles a que se manifestara el poder curativo de ciertas fuerzas y personalidades creadoras del universo en ese momento íntimamente asociadas con el Hijo del Hombre. Se comprueba pues como hecho que Jesús frecuentemente permitía que los hombres, en su presencia, se curaran a sí mismos por medio de la poderosa fe personal de ellos.
«Muchos otros buscaban la curación por motivos totalmente egoístas. Una viuda rica de Tiro vino con su séquito, para procurar la cura de sus enfermedades, que eran muchas; y siguió a Jesús por Galilea, ofreciéndole más y más dinero, como si el poder de Dios fuera algo que se vende al mejor postor. Pero ella no llegó nunca a interesarse en el evangelio del reino; tan sólo buscaba la curación de sus sufrimientos físicos.»
NOTA: Vean también el caso de Verónica—en relación con el caso de la hija de Jairo. Milagro número 15.
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: El mar de Galilea
C. MOMENTO: Fue en un viaje por barco de Betsaida a Queresa. Cruzaban el lago para descansar. Se encontraron con una tormenta repentina que ofreció la ocasión para que se diera este episodio.
D. REFERENCIAS: LU 151:5.5 Mt 8:23-27; Mc 4:35-41; Lc 8:23-25)
E. EL MILAGRO:
«Al salir Jesús en medio de la lluvia, primero miró a Pedro, luego escudriñó en las tinieblas a los que remaban con esfuerzo, y nuevamente volviendo la mirada a Simón Pedro quien, en su agitación, no había retornado aún a su remo, dijo: «¿Por qué tenéis tanto miedo todos vosotros? ¿Adonde está vuestra fe? Paz, callaos». Apenas si acababa Jesús de pronunciar este reproche a Pedro y a los demás apóstoles, apenas si había alcanzado a ordenar a Pedro que se calmara, que aquietara su alma atribulada, cuando la atmósfera tormentosa, habiendo alcanzado su equilibrio, se calmó de pronto. Las olas airadas casi inmediatamente se serenaron, los oscuros nubarrones, habiéndose derretido en una corta lluvia, se desvanecieron, y brillaron las estrellas en el cielo. Según podemos juzgar esto ocurrió por pura coincidencia; pero los apóstoles, particularmente Simón Pedro, nunca dejaron de considerar como un milagro de la naturaleza este episodio. Era especialmente fácil para los hombres de aquella época creer en milagros de la naturaleza, puesto que creían firmemente que la naturaleza toda era un fenómeno directamente controlado por las fuerzas espirituales y los seres sobrenaturales.
«Jesús explicó claramente a los doce que sus palabras se habían dirigido al espíritu atribulado de ellos y a su mente sacudida por el terror, que no había mandado a los elementos que lo obedecieran, pero fue en vano. Los seguidores del Maestro siempre persistieron en interpretar a su manera todas estas coincidencias. Desde ese día en adelante insistieron en pensar que el Maestro poseía un poder absoluto sobre los elementos naturales. Pedro no se cansó nunca de proclamar cómo «aun los vientos y las olas obedecen a él».
«Era tarde en la noche cuando Jesús y sus asociados alcanzaron la orilla, y puesto que era una bella y calmada noche, todos ellos descansaron en las barcas, sin bajar a la playa hasta poco después del amanecer del día siguiente. Cuando se reunieron, unos cuarenta en total, Jesús dijo: «Vayamos a las colinas más allá y permanezcamos allí unos pocos días mientras discurrimos en los problemas del reino del Padre».»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: Queresa—costa este del lago de Galilea
C. MOMENTO: Jesús y los apóstoles habían atravesado el lago para asegurarse un descanso muy necesario. Inmediatamente se encontraron con Amós, un creyente a medias que reconoció a Jesús y buscó su ayuda para librarse de una supuesta posesión demoniaca.
D. REFERENCIAS: LU 151:6.3 Mt 8:28-34; Mc 5:1-20; Lc 8:26-39)
E. EL MILAGRO:
«Este hombre, cuyo nombre era Amós, estaba afligido por una forma periódica de locura. Había períodos considerablemente largos durante los cuales buscaba abrigo y se conducía relativamente bien entre sus semejantes. Durante uno de estos intervalos de lucidez, había ido a Betsaida, donde había escuchado la predicación de Jesús y de los apóstoles, y en ese momento se había vuelto medio creyente en el evangelio del reino. Pero poco después una etapa tormentosa de su enfermedad reapareció, y huyó a las tumbas, donde gemía, gritaba a voz en cuello y se conducía de un modo que aterrorizaba a todos los que al azar pasaban por allí.
«Cuando Amós reconoció a Jesús, cayó a sus pies y exclamó: «Yo te conozco, Jesús, pero estoy poseído por muchos diablos, y te imploro que no me atormentes». Este hombre creía verdaderamente que su aflicción mental periódica era debida al hecho de que, en esos momentos, lo penetraban espíritus malignos o impuros que dominaban su mente y cuerpo. Pero su afección era más que nada de carácter emocional —su cerebro no estaba gravemente enfermo.
«Jesús, bajando la mirada al hombre agazapado como un animal a sus pies, se inclinó y, tomándolo de la mano, hizo que se pusiera de pie y le dijo: «Amós, tú no estás poseído por diablo ninguno; ya has oído la buena nueva de que eres hijo de Dios. Te ordeno que salgas de este ataque». Cuando Amós escuchó a Jesús hablar estas palabras ocurrió tal transformación de su intelecto que inmediatamente se restableció su mente sana y el control normal de sus emociones. Ya para entonces se había congregado una muchedumbre considerable proveniente de la aldea cercana, y esta gente, además de un grupo de pastores de cerdos que venían de la meseta más arriba, se sorprendieron al ver al lunático sentado junto a Jesús y a sus seguidores en posesión de su mente sana y conversando libremente con ellos.
«Mientras los pastores de cerdos se precipitaron a la aldea para comunicar la nueva de que el lunático había sido domado, los perros atacaron una pequeña manada de unos treinta cerdos que habían quedado sin atención, y los empujaron hasta el precipicio de modo tal que la mayoría cayó al mar. Y este acontecimiento incidental en relación con la presencia de Jesús y la curación supuestamente milagrosa del lunático, dio origen a la leyenda de que Jesús había curado a Amós echando de su ser a una legión de diablos, y que esos diablos se habían metido en una manada de cerdos, obligándolos a caer de cabeza por un precipicio hasta su muerte en el lago. Antes de que terminara ese día, este episodio fue trasmitido a los cuatro vientos por los pastores de cerdos, y la aldea entera lo creyó. Amós ciertamente creía en esta historia pues bien había visto él a los cerdos caer de cabeza desbarrancándose por el precipicio momentos después de recobrar él la lucidez, y siempre creyó que los cerdos se habían llevado a los mismos espíritus malos que durante tanto tiempo lo habían atormentado y afligido. Mucho tuvo esto que ver con el hecho de que su curación fue permanente. Es igualmente cierto que todos los apóstoles de Jesús (salvo Tomás) creyeron que el episodio de los cerdos estaba directamente relacionado con la curación de Amós.
«Cuando estaban a punto de partir, Amós imploró a Jesús que le permitiese volver con ellos, pero el Maestro no consintió. Dijole Jesús a Amós: «No olvides que eres hijo de Dios. Vuélvete con tu pueblo y muéstrales qué grandes cosas ha hecho Dios por ti». Amós anduvo contando a diestra y siniestra que Jesús había echado a una legión de diablos de su alma atribulada, y que estos malos espíritus se habían metido en una manada de cerdos, arrastrándolos a una destrucción repentina. Y no paró hasta no haber ido a todas las ciudades de la Decápolis declarando qué grandes cosas Jesús había hecho por él.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm
C. MOMENTO: Tras el regreso a Cafarnaúm después de la experiencia en Queresa con Amós y los cerdos, Jesús fue abordado por Jairo, un dirigente de la sinagoga, que le imploró que curara a su hija. De camino a casa de Jairo se produjo el episodio de la mujer que tocó a Jesús entre la multitud y se curó de su larga aflicción de hemorragias.
D. REFERENCIAS: LU 152:0.1 Mt 9:18-26; Mc 5:21-43; Lc 8:40-56)
E. EL MILAGRO:
«LA HISTORIA de la curación de Amós, el lunático de Queresa, ya había llegado a Betsaida y Capernaum, de manera de que una gran multitud aguardaba a Jesús cuando su barca llegó a la playa ese martes por la mañana. En esta multitud se encontraban los nuevos observadores enviados por el sanedrín de Jerusalén que venían a Capernaum con el objeto de reunir pruebas para el arresto y enjuiciamiento del Maestro. Mientras Jesús hablaba con los que se habían reunido para saludarle, Jairo, uno de los rectores de la sinagoga, se adelantó entre la multitud y, cayendo a sus pies, le tomó de la mano implorándole que fuera de inmediato con él, diciendo: «Maestro, mi única hijita yace en mi casa, a punto de morir. Te ruego que vengas conmigo y la cures». Cuando Jesús escuchó la petición de este padre, dijo: «Iré contigo».
«Mientras Jesús iba con Jairo, y la gran multitud que había oído el ruego de ese padre los seguía para ver qué pasaría. Poco antes de llegar a la casa del rector, mientras caminaban de prisa por una calle estrecha y la muchedumbre lo empujaba, Jesús se detuvo de pronto, exclamando: «Alguien me ha tocado». Cuando los que estaban junto a él negaron haberlo tocado, Pedro habló: «Maestro, bien puedes ver que el gentío nos atropella hasta casi aplastarnos, y sin embargo tú dices ‘alguien me ha tocado’. ¿Qué quieres decir?» Entonces dijo Jesús: «Pregunté quién me tocó, porque percibí emanar de mí la energía de vida». Al mirar Jesús a su alrededor, su mirada cayó sobre una mujer allí próxima, quien, adelantándose, se arrodilló a sus pies y dijo: «Hace años que me aflige una hemorragia flagelante. Muchas cosas he sufrido de muchos médicos; gasté toda mi fortuna, pero nadie ha podido curarme. Entonces escuché hablar de ti, y pensé que si tan sólo pudiera tocar el ruedo de tu manto, con toda seguridad me curaría. Así pues me abrí paso entre el gentío que te sigue hasta llegar junto a ti, Maestro, y toqué el ruedo de tu manto, y fui curada; he sido curada de mi aflicción».
«Cuando Jesús escuchó esto, tomó a la mujer de la mano y, levantándola, dijo: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz». Era su fe y no su toque lo que la había curado. Este caso es una buena ilustración de muchas curas aparentemente milagrosas que acompañaron la carrera terrenal de Jesús, pero que no mandó conscientemente que pasaran en sentido alguno. El paso del tiempo demostró que esta mujer estaba realmente curada de su enfermedad. Su fe era el tipo de fe que se asía directamente del poder creador contenido en la persona del Maestro. Con la fe que ella tenía, tan sólo bastaba con que se acercase a la persona del Maestro. No hacía falta de ninguna manera tocar su manto; ésa era tan sólo la parte supersticiosa de su creencia. Jesús llamó a esta mujer, Verónica de Cesarea de Filipo, ante su presencia para corregir dos errores que podrían haberse alojado en su mente, o en la mente de los que habían presenciado esta cura: no quería que Verónica se fuera pensando que su temor de pedir, manifestado en el intento de robar la cura, había surtido efecto, ni que su idea supersticiosa de tocar el manto de Jesús para curarse tuviera algo que ver con su curación. Deseaba que todos supieran que era su fe pura y viviente la que había forjado la cura.
«Jairo estaba por supuesto terriblemente impaciente por la demora en llegar a su casa; por eso se apresuraron a buen paso. Aun antes de entrar ellos en el patio del rector, uno de los siervos salió diciendo: «No molestes al Maestro; tu hija está muerta». Jesús pareció no oír las palabras del siervo, porque, llevándose a Pedro, Santiago y Juan, se volvió diciendo al padre desconsolado: «No temas; tan sólo, cree». Al entrar a la casa, ya estaban allí los flautistas junto a las plañideras y los parientes llorando y lamentándose, formando un tumulto indecoroso. Después de echar del cuarto a todas las plañideras, entró Jesús con el padre, la madre y sus tres apóstoles. Les había dicho a las plañideras que la niña no estaba muerta, pero se rieron de él con desprecio. Ahora pues, Jesús se volvió a la madre, diciéndole: «Tu hija no está muerta; sólo está dormida». Y cuando se hubo tranquilizado la casa, Jesús, acercándose al lecho de la niña, la tomó de la mano y dijo: «Hija, escúchame: ¡despiértate y levántate!» Cuando la niña escuchó esas palabras, inmediatamente se levantó y caminó por el cuarto. Una vez que la niña se hubo recuperado del aturdimiento, Jesús indicó que le trajeran algo de comer porque no había tomado alimento por mucho tiempo.
«Como había en Capernaum mucha turbulencia en contra de Jesús, reunió a la familia y les explicó que la niña había caído en un coma después de una fiebre persistente, y que él no la había rescatado de la muerte sino que la había despertado. Asimismo explicó todo esto a sus apóstoles, pero fue en vano; todos ellos creyeron que había rescatado a la niña de los muertos. Lo que dijera Jesús para explicar muchos de estos milagros aparentes surtía poco efecto sobre sus seguidores. Los milagros los fascinaban, y no perdían la oportunidad de atribuirle otro portento a Jesús. Jesús y los apóstoles retornaron a Betsaida después de que él exhortara específicamente a todos ellos de que nada dijeran a ningún hombre sobre este acontecimiento.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: Un parque al sur de Betsaida-Julias
C. MOMENTO: Jesús, que ansiaba un tiempo de descanso, se dirigió a un parque junto al lago, pero la gente lo siguió. En ese momento se encontraron con cinco mil personas hambrientas. Jesús decidió no dejarles ir sin comer.
D. REFERENCIAS: LU 152:2.6 Mt 14:13-23; Mc 6:30-46; Lc 9:10-17; Jn 6:1-15)
E EL MILAGRO:
«Ésta era pues la situación a eso de las cinco de la tarde del miércoles, cuando Jesús pidió a Jacobo Alfeo que llamara a Andrés y Felipe. Dijo Jesús: «¿Qué vamos a hacer con la multitud? Ya hace tres días que están con nosotros, y muchos entre ellos tienen hambre. No tienen comida». Felipe y Andrés se intercambiaron una mirada, y entonces Felipe contestó: «Maestro, deberías despedir a esta gente para que vayan a las aldeas cercanas y se compren alimentos». Andrés, que temía se materializara la confabulación para coronar rey a Jesús, inmediatamente se puso de parte de Felipe, diciendo: «Sí, Maestro, pienso que lo mejor sería que disuelvas la asamblea para que esta gente se vaya por su camino y consiga comida, mientras tú reposas una temporada». A esta altura se habían acercado al grupo otros de los doce. Entonces dijo Jesús: «Pero no deseo despedirlos hambrientos; ¿acaso no podéis alimentarlos?» Esto fue demasiado para Felipe, que inmediatamente contestó: «Maestro, en este lugar de campo, ¿adonde hemos de comprar pan para esta multitud en este sitio descampado? Doscientos denarios no bastarían para el almuerzo».
«Antes de que los apóstoles tuvieran la oportunidad de expresarse, Jesús se volvió a Andrés y Felipe, diciendo: «No quiero despedir a esta gente. Están aquí, como ovejas sin pastor. Me gustaría alimentarlos. ¿Qué tenemos de comer?» Mientras Felipe conversaba con Mateo y Judas, Andrés llamó al mancebo Marcos para determinar cuánto quedaba de sus provisiones. Volvió a Jesús, diciendo: «El muchacho tan sólo tiene cinco panes de cebada y dos pescados secos» —y Pedro inmediatamente agregó: «Aún no hemos comido esta noche».
«Por un momento estuvo Jesús en silencio. Había en sus ojos una expresión lejana. Los apóstoles nada dijeron. Jesús se volvió repentinamente hacia Andrés y dijo: «Tráeme los panes y los peces». Y cuando Andrés hubo traído la canasta a Jesús, el Maestro dijo: «Ordenad a la gente que se siente en el césped en grupos de cien y que nombren un jefe para cada grupo, mientras vosotros traéis aquí a todos los evangelistas».
«Jesús tomó los panes en las manos, y después de haber dado las gracias, partió el pan y se lo dio a los apóstoles, quienes se lo pasaron a sus asociados, y quienes a su vez se lo llevaron a la multitud. De la misma manera partió Jesús y distribuyó los peces. Y esta multitud comió y fue saciada. Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a los discípulos: «Recoged los trozos que quedan para que nada se pierda». Cuando hubieron ellos terminado de juntar los pedazos, tenían doce canastas llenas. Los que comieron de este extraordinario festín fueron unos cinco mil hombres, mujeres y niños.
«Éste fue el primero y único milagro de la naturaleza que realizó Jesús por premeditación consciente. Es verdad que sus discípulos estaban dispuestos a llamar milagros muchas cosas que no lo eran, pero ésta fue una ministración genuinamente sobrenatural. Se nos enseñó, que en este caso, Micael multiplicó los elementos de la comida, tal como siempre lo hace, excepto que eliminó el factor tiempo y el canal vital visible.
«De los cinco mil que habían sido milagrosamente alimentados y que, con el estómago lleno y el corazón vacío, habían querido proclamarlo rey, sólo unos quinientos persistieron en seguirlo. Pero antes de que éstos recibieran noticia de que él estaba de vuelta en Betsaida, Jesús pidió a Andrés que congregara a los doce apóstoles y a sus asociados, incluyendo las mujeres, diciendo: «Deseo hablarles». Y cuando todos estuvieron atentos, Jesús dijo::
«‘¿Hasta cuándo tendré que teneros paciencia? Es que sois todos débiles de comprensión espiritual y deficientes en fe viviente? Todos estos meses os he enseñado las verdades del reino, sin embargo os dejáis dominar por motivos materiales y no por consideraciones espirituales. ¿Es que no habéis leído siquiera en las Escrituras, allí donde Moisés exhorta a los hijos descreídos de Israel, diciendo: ‘No temáis, estad firmes y ved la salvación del Señor’? Dijo el cantor: ‘Confiad en el Señor’. ‘Sé paciente, aguarda al Señor, ten ánimo. Él fortalecerá tu corazón’. ‘Echa sobre el Señor tu carga, y él te sustentará. Confiad en él en todo tiempo y derramad delante de él vuestro corazón, porque Dios es vuestro refugio’. ‘El que habita en el lugar secreto del Altísimo, morará bajo la sombra del Todopoderoso’. ‘Mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes humanos’.»
«‘¿No veis acaso que el producir milagros y el hacer prodigios materiales no ganan almas para el reino espiritual? Nosotros saciamos a la multitud, pero eso no los condujo a tener hambre por el pan de la vida ni sed por las aguas de la rectitud espiritual. Cuando su hambre fue saciada, no buscaron entrar en el reino del cielo, sino más bien quisieron proclamar rey al Hijo del Hombre, a la manera de los reyes de este mundo, sólo porque quieren seguir comiendo pan sin tener que ganárselo con el sudor de la frente. Y todo esto, en lo que muchos entre vosotros participasteis en mayor o menor grado, nada hace por revelar el Padre celestial o por adelantar su reino en la tierra. ¿Acaso no tenemos suficientes enemigos entre los líderes religiosos del país sin necesidad de enemistarnos también con los potentados civiles por nuestras acciones? Oro porque mi Padre unja vuestros ojos para que podáis ver y abra vuestros oídos para que podáis oír, para que lleguéis a tener fe plena en el evangelio que os he enseñado».»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: La sinagoga de Cafarnaúm
C. MOMENTO: Este fue el final de la crisis de Cafarnaúm. Jesús había predicado un sermón memorable y durante un periodo prolongado de debates y preguntas después de la reunión, un fariseo trajo a un joven demente como desafío. Jesús tuvo compasión por el muchacho y expulsó al espíritu maligno.
D. REFERENCIAS: LU 153:4.1 Mt 12:22-28; Lc 11:14-18)
E. EL MILAGRO:
«Durante esta reunión después de los servicios, en el medio de las discusiones, uno de los fariseos de Jerusalén condujo ante Jesús a un joven perturbado, poseído por un espíritu rebelde y turbulento. Después de conducir a este mancebo demente ante Jesús, dijo: «¿Qué puedes hacer tú por semejante aflicción? ¿Puedes echar afuera a los diablos?» Cuando el Maestro contempló al joven, fue conmovido por la compasión y, señalando al muchacho que se le acercara, lo tomó de la mano y dijo: «Tú sabes quién soy yo; sal de él; ¡y yo ordeno a uno de tus semejantes leales que se asegure de que no vuelvas!» Inmediatamente el joven se sintió normal y recobró su mente sana. Éste es el primer caso en el que Jesús realmente echó a un «espíritu malvado» fuera de un ser humano. Todos los casos previos sólo habían sido supuestamente poseídos por el diablo; pero éste era un caso genuino de posesión demoníaca, tal como de cuando en cuando ocurría en aquellos días y hasta el día de Pentecostés, cuando el espíritu del Maestro fue derramado sobre toda la carne, haciendo por siempre imposible que estos pocos rebeldes celestiales se aprovecharan de ciertos tipos inestables de seres humanos.
«Al mostrar el pueblo admiración, uno de los fariseos se puso de pie y acusó a Jesús de que podía hacer estas cosas porque estaba aliado con los diablos; que admitía en el lenguaje mismo que empleó para echar fuera a este diablo, que se conocían; y siguió diciendo que los instructores y dirigentes religiosos en Jerusalén habían decidido que Jesús realizaba todos sus así llamados milagros por el poder de Beelzebú, el príncipe de los diablos. Dijo el fariseo: «No os asociéis con este hombre; es socio de Satanás».
«Entonces dijo Jesús: «¿Cómo puede Satanás echar afuera a Satanás? Un reino dividido contra sí mismo no puede permanecer; si una casa está dividida contra sí misma, pronto cae en la desolación. ¿Puede resistir el sitio una ciudad desunida? Si Satanás echa a Satanás, está dividido contra sí mismo; ¿de qué manera pues puede perdurar su reino? Pero deberíais saber que nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y despojarlo de sus bienes, si antes no lo vence y lo ata. Así pues, si yo por el poder de Beelzebú echo afuera a los demonios, ¿por qué poder los echan vuestros hijos? Por eso ellos serán vuestros jueces. Pero si yo, por el espíritu de Dios, echo fuera a los diablos, entonces el reino de Dios ha de veras venido sobre vosotros. Si no estuvierais cegados por el prejuicio y confundidos por el temor y el orgullo, fácilmente percibiríais que el que es más grande que los diablos está en vuestro medio. Me obligáis a declarar que el que no está conmigo, está contra mí, que el que no cosecha conmigo lo dispersa todo a los cuatro vientos. ¡Dejadme pronunciar una advertencia solemne, a vosotros que presumís, con los ojos abiertos y con malicia premeditada, atribuir a sabiendas la obra de Dios a las acciones de los diablos! De cierto, de cierto os digo que todos vuestros pecados serán perdonados, aun todas vuestras blasfemias, pero la blasfemia deliberada y maligna contra Dios no os será perdonada. Puesto que estos obreros persistentes de la iniquidad nunca buscarán ni recibirán perdón, son culpables del pecado de rechazar eternamente el perdón divino.
«‘Muchos entre vosotros habéis llegado este día a la bifurcación de los caminos; habéis llegado al comienzo de la elección inevitable entre la voluntad del Padre y los caminos autoelegidos de las tinieblas. Así como vosotros elegís ahora, así seréis con el tiempo. Debéis hacer bueno el árbol y bueno su fruto, o de lo contrario el árbol será corrupto y corrupto su fruto. Yo declaro que en el reino eterno de mi Padre, el árbol se conoce por sus frutos. Pero algunos entre vosotros que sois como víboras, ¿cómo podéis, habiendo ya elegido el mal, dar buenos frutos? Después de todo, por vuestra boca habla la abundancia del mal en vuestro corazón».
«Entonces otro fariseo se puso de pie, diciendo: «Maestro, querríamos que nos dieses un signo predeterminado conque todos estemos de acuerdo que estableces tu autoridad y derecho de enseñar. ¿Estás de acuerdo con este arreglo?» Y cuando Jesús escuchó esto, dijo: «Esta generación incrédula y buscadora de signos desea un portento, pero ningún signo se os dará excepto el que ya tenéis, y el que veréis cuando el Hijo del Hombre parta de entre vosotros».»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: Alrededores de Sidón, en casa de un creyente adinerado.
C. MOMENTO: Norana era una creyente siria que tenía una hija enferma. Al saber de la presencia de Jesús, fue buscando ayuda para su hija. Después de que los apóstoles no lograran disuadirla, Jesús se presentó y honró su fe.
D. REFERENCIAS: LU 156:1.1 Mt 15:21-28; Mc 7:24-30)
E. EL MILAGRO:
«Cerca de la casa de Karuska, donde se alojaba el Maestro, vivía una mujer siria que mucho había oído sobre Jesús como gran curador y maestro, y este sábado por la tarde vino con su hijita. La niña, de unos doce años de edad, estaba afligida por un doloroso trastorno nervioso que se caracterizaba por convulsiones y otras manifestaciones penosas.
«Jesús había encargado a sus asociados que a nadie dijeran nada de su presencia en la casa de Karuska explicando que deseaba descansar. Aunque ellos obedecieron las instrucciones de su Maestro, la criada de Karuska fue a la casa de esta mujer siria, Norana, para informarle que Jesús se hallaba alojado en la casa de su ama y urgió a esta madre ansiosa que trajera a su hija afligida para que la curara. Esta madre, por supuesto, creía que su hija estaba poseída por un demonio, un espíritu impuro.
«Cuando Norana llegó con su hija, los gemelos Alfeo explicaron mediante un intérprete que el Maestro estaba descansando y no podía ser molestado; por lo cual Norana replicó que ella y la niña permanecerían allí hasta que el Maestro terminara su descanso. Pedro también trató de razonar con ella y de persuadirla que se volviese a su casa. Explicó que Jesús estaba cansado de tanta enseñanza y curación, y que había venido a Fenicia para pasar un período de tranquilidad y descanso. Pero fue inútil. Norana no quería irse. Ante las exhortaciones de Pedro, ella tan sólo replicó: «No me iré hasta tanto no haya visto a vuestro Maestro. Yo sé que él puede echar al demonio que posee a mi niña, y no me iré hasta que el curador haya visto a mi hija».
«Entonces Tomás trató de despedir a la mujer, pero tampoco tuvo éxito. Ella le dijo a él: «Tengo fe de que vuestro Maestro puede echar a este demonio que atormenta a mi hija. Me he enterado de sus obras poderosas en Galilea, y creo en él. ¿Qué es lo que os ha pasado a vosotros, sus discípulos, que despedís a los que vienen en busca de la ayuda de vuestro Maestro?» Y cuando así ella habló, Tomás se retiró.
«Vino luego Simón el Zelote para argüir con Norana. Dijo Simón: «Mujer, eres una gentil que habla griego. No es justo que esperes que el Maestro tome el pan reservado a los hijos de la casa favorita y se lo eche a los perros». Pero Norana no se ofendió por las palabras de Simón. Tan sólo replicó: «Sí, maestro, comprendo tus palabras. Yo no soy sino un perro a los ojos de los judíos, pero en cuanto a vuestro Maestro, soy un perro creyente. Estoy decidida a que él vea a mi hija porque estoy persuadida de que, si tan sólo la mira, la curará. Y aun tú, buen hombre, no te atreverías a quitarle a los perros el privilegio de comer las migajas de pan que suelen caer de la mesa de los niños».
«Precisamente en ese momento, la niñita sufrió una violenta convulsión delante de todos ellos, y la madre gritó: «He aquí, bien podéis ver que mi niña está poseída por un mal espíritu. Si nuestra necesidad no os conmueve, sí conmoverá a vuestro Maestro, quien según me han dicho, ama a todos los hombres y aun se atreve a curar a los gentiles cuando estos creen. Vosotros no sois dignos de ser sus discípulos. No me iré hasta que mi hija no esté curada».
«Jesús, que había escuchado toda esta conversación por una ventana abierta, salió pues con gran sorpresa de ellos y dijo: «Oh mujer, grande es tu fe, tan grande que no puedo negarte lo que tú deseas; vete en paz. Tu hija ya ha sido curada». Y la niñita estuvo bien desde ese momento. Cuando Norana y la niña se despidieron, Jesús les advirtió que a nadie relataran este suceso; y aunque sus asociados sí cumplieron con esta solicitud, la madre y la niña no cesaron de proclamar el hecho de la curación de la pequeña a lo largo y a lo ancho de la región y aun en Sidón, tanto que Jesús halló conveniente mudarse de residencia pocos días más tarde.
«Al día siguiente, al enseñar Jesús a sus apóstoles, comentando sobre la curación de la hija de la mujer siria, dijo: «Así ha sido desde un principio; podéis ver vosotros mismos cómo los gentiles son capaces de alimentar una fe salvadora en las enseñanzas del evangelio del reino del cielo. De cierto, de cierto os digo que los gentiles van tomar posesión del reino del Padre si los hijos de Abraham no están dispuestos a mostrar la fe necesaria para entrar en él».»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: En la base del monte Hermón
C. MOMENTO: Nueve apóstoles estaban esperando a que Jesús y los otros tres bajaran del monte de la transfiguración. Los apóstoles que esperaban se habían puesto a curar apresuradamente a un muchacho epiléptico y se encontraron con el fracaso. Jesús llega y realiza la curación.
C. REFERENCIAS: LU 158:4.1 Mt 17:14-20; Mc 9:14-29; Lc 9:37-43)
D. EL MILAGRO:
«Fue poco después de la hora del desayuno, este martes por la mañana, cuando Jesús y sus compañeros llegaron al campamento apostólico. A medida que se acercaban, vieron una multitud apreciable reunida alrededor de los apóstoles y pronto empezaron a oír las palabras en alta voz de una discusión y disputa de este grupo de unas cincuenta personas que comprendía nueve apóstoles y segmentos equivalentes de escribas de Jerusalén y discípulos creyentes que habían seguido a Jesús y a sus asociados en su viaje desde Magadán.
«Aunque la multitud estaba discutiendo numerosos temas, la controversia principal se refería a cierto ciudadano de Tiberias que había llegado el día anterior en busca de Jesús. Este hombre, Santiago de Safad, tenía un hijo de unos catorce años, hijo único, gravemente afligido de epilepsia. Además de esta enfermedad nerviosa, este muchacho era poseído por uno de esos seres intermedios vagabundos, traviesos y rebeldes, que por entonces existían sin control en la tierra, de modo que el joven estaba al mismo tiempo epiléptico y poseído por un demonio.
«Durante casi dos semanas este padre ansioso, un oficial menor de Herodes Anti-pas, había vagado por los límites occidentales de los dominios de Felipe buscando a Jesús, para pedirle que curara a su hijo afligido. Y no alcanzó al grupo apostólico hasta alrededor del mediodía de este día, mientras Jesús estaba en la montaña con los tres apóstoles.
«Andrés se adelantó para saludar a este padre y a su hijo, diciendo: «¿A quién buscáis?» Dijo Santiago: «Buen hombre, busco a vuestro Maestro. Busco curación para mi hijo afligido. Deseo que Jesús eche a este diablo que posee a mi niño». Acto seguido, el padre procedió a relatar a los apóstoles cómo estaba de afligido su hijo, que muchas veces estuvo a punto de perder la vida como resultado de estos ataques malignos.
«Mientras los apóstoles escuchaban, Simón el Zelote y Judas Iscariote se acercaron al padre, diciendo: «Nosotros podemos curarlo; no necesitas esperar el regreso del Maestro. Somos los embajadores del reino; estos hechos ya no los mantenemos en secreto. Jesús es el Libertador, y nos han sido entregadas las llaves del reino». Andrés y Tomás se apartaron, consultándose. Natanael y los demás contemplaban la escena, pasmados; todos ellos estaban horrorizados por la súbita audacia, por no llamarle presunción, de Simón y Judas. Entonces dijo el padre: «Si os ha sido dado el poder de hacer estas obras, os ruego que digáis las palabras que liberen a mi hijo de esta esclavitud». Entonces Simón se adelantó y, colocando la mano sobre la cabeza del niño, lo miró fijo a los ojos y ordenó: «Sal de él, espíritu impuro; en nombre de Jesús, obedéceme». Pero el muchacho cayó en un ataque aún más violento, mientras los escribas se mofaban burlonamente de los apóstoles, y los creyentes desilusionados sufrían las burlas de estos críticos hostiles…
«Cuando Jesús oyó este relato, tocó al padre arrodillado y le ordenó que se levantara mientras miraba uno tras otro a los apóstoles que estaban cerca. Luego dijo Jesús a todos los que estaban de pie ante él: «Oh generación incrédula y per-versa, ¿hasta cuándo tendré que teneros paciencia? ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Cuándo aprenderéis que las obras de la fe no surgen si se las manda con descreimiento y duda?» Luego, señalando al padre consternado, Jesús dijo: «Trae pues a tu hijo». Y cuando Santiago hubo traído al muchacho ante Jesús, él preguntó: «¿Cuánto hace que este niño está así afligido?» El padre respondió: «Desde que era muy pequeño». Mientras hablaban, el joven sufrió un violento ataque y cayó ante ellos, rechinando los dientes y echando espuma por la boca. Después de una sucesión de convulsiones violentas, estaba tendido como si estuviera muerto, a los pies de ellos. Nuevamente se arrodilló el padre a los pies de Jesús, mientras imploraba al Maestro, diciendo: «Si puedes curarlo, te suplico que tengas compasión de nosotros y nos liberes de esta aflicción». Cuando Jesús escuchó estas palabras, bajó la mirada al rostro ansioso del padre, diciendo: «No dudes del poder amante de mi Padre, sino tan sólo de la sinceridad y alcance de tu fe. Para el que cree de veras, todo es posible». Entonces Santiago de Safad habló esas palabras inolvidables, mezcla de fe y duda: «Señor, yo creo. Te oro que me ayudes en mi incredulidad».’
«Cuando Jesús escuchó estas palabras, se adelantó y, tomando al niño de la mano, dijo: «Esto haré de acuerdo con la voluntad de mi Padre y en honor de la fe viviente. Hijo mío, ¡levántate! Vete, espíritu desobediente, y no vuelvas a él». Colocando luego la mano del niño en la de su padre, Jesús dijo: «Idos por vuestro camino. El Padre ha otorgado el deseo de vuestra alma». Todos los que estaban presentes, aun los enemigos de Jesús, se asombraron de lo que veían.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 29 d.C.
B. LUGAR: Jerusalén
C. MOMENTO: Jesús asistía a la fiesta de los tabernáculos. En este sábado por la mañana, Jesús curó a un ciego cerca del templo con el propósito de atraer la atención de los dirigentes judíos hacia su misión.
D. REFERENCIAS: LU 164:3.1 (Juan 9)
E. EL MILAGRO:
«A la mañana siguiente, los tres fueron a la casa de Marta en Betania, para tomar el desayuno, y luego se dirigieron inmediatamente a Jerusalén. Esta mañana de sábado, al acercarse Jesús y sus doce apóstoles al templo, se toparon con un pordiosero bien conocido, un hombre que había nacido ciego, sentado en su lugar de siempre. Aunque estos mendigos no solicitaban ni recibían limosna el día sábado, se les permitía que se sentaran en sus lugares de siempre. Jesús se detuvo para contemplar al mendigo. Al mirar a este hombre que había nacido ciego, se le ocurrió cómo traer nuevamente su misión en la tierra a la atención del sanedrín y de los demás líderes judíos e instructores religiosos.
«Mientras el Maestro estaba de pie frente al ciego, sumido en sus reflexiones, Natanael, pensando en la posible causa de la ceguera de este hombre, preguntó: «Maestro, ¿quién pecó, este hombre o sus padres, para que naciera ciego?»
«Los rabinos enseñaban que todos los casos de ceguera de nacimiento se debían al pecado. No sólo serían los niños concebidos y nacidos en el pecado, sino que un niño podía nacer ciego como castigo por un pecado específico cometido por su padre. Aun enseñaban que el niño mismo podría pecar antes de nacer al mundo. También enseñaban que estos defectos podían ser causados por un pecado u otro vicio por parte de la madre mientras lo llevaba en el seno.
«Existía en todas estas regiones, un remanente de la creencia en la reencarnación. Los antiguos instructores judíos, juntamente con Platón, Filón y muchos de los esenios, toleraban la teoría de que el hombre puede cosechar en una encarnación lo que siembra en una existencia previa; del mismo modo se creía que estaban expiando en una vida los pecados cometidos en vidas precedentes. El Maestro encontraba dificultad en convencer a los hombres de que su alma no había tenido existencia previa.
«Sin embargo, aunque esto no parezca lógico, aunque la ceguera se consideraba resultado del pecado, los judíos opinaban al mismo tiempo que era altamente meritorio dar limosna a los mendigos ciegos. Era costumbre de estos ciegos cantar constantemente a los que pasaban: «Oh corazones tiernos, haced mérito ayudando al ciego».
«Jesús comenzó con Natanael y Tomás la discusión de este caso, no sólo porque ya había decidido utilizar a este ciego para traer nuevamente en ese día su misión a la atención prominente de los dirigentes judíos, sino también porque siempre alentaba a sus apóstoles a que buscaran las verdaderas causas de todos los fenómenos, tanto naturales como espirituales. Muchas veces les había advertido que evitaran la tendencia común de asignar causas espirituales a los acontecimientos físicos comunes.
«Jesús decidió utilizar a este pordiosero en sus planes para la obra de ese día, pero antes de hacer nada por el ciego, cuyo nombre era Josías, contestó la pregunta de Natanael. Dijo el Maestro: «Ni este hombre pecó, ni sus padres lo hicieron para que se manifiesten en él las obras de Dios. Su ceguera fue producida por el curso natural de los acontecimientos, pero ahora debemos hacer la obra de Aquél que me envió, antes de que se acabe el día, porque vendrá con toda seguridad aquella noche en que será imposible hacer la obra que estamos a punto de realizar. Cuando estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo, pero dentro de muy poco tiempo ya no estaré con vosotros».
«Cuando Jesús acabó de hablar, les dijo a Natanael y Tomás: «Vamos a crear la vista para este ciego en este día sábado, de modo que los escribas y los fariseos tengan amplia oportunidad de acusar al Hijo del Hombre». Luego, inclinándose, escupió en la tierra y mezcló la arcilla con la saliva, y, hablando de todo esto para que el ciego pudiera oír, se acercó a Josías y puso la arcilla sobre sus ojos sin vista, diciendo: «Hijo mío, vete, lávate esta arcilla en el estanque de Siloé, e inmediatamente recibirás la vista». Y cuando Josías se hubo lavado en el estanque de Siloé, volvió junto a sus amigos y parientes, viendo.
«Como había sido siempre un pordiosero, no sabía hacer otra cosa; por consiguiente, en cuanto pasó el primer entusiasmo de la creación de su vista, volvió a sentarse en el mismo sitio en que solía pedir limosna. Sus amigos, sus vecinos y todos los que lo conocían, al observar que veía, dijeron: «¿No es éste Josías el mendigo ciego?» Algunos contestaron que sí, pero otros dijeron: «No, se le parece, pero este hombre ve». Pero cuando le preguntaron a él mismo, respondió: «Yo soy».
«Cuando le preguntaron cómo había ocurrido que tenía vista, les respondió: «Pasó por aquí un hombre llamado Jesús, se puso a hablar de mí con sus amigos, e hizo arcilla con su saliva, me ungió los ojos, y mandó que me los lavara en el estanque de Siloé. Así lo hice, e inmediatamente pude ver. Eso ocurrió hace tan sólo pocas horas. Aún no conozco el significado de muchas de las cosas que veo». Cuando la gente que empezaba a congregarse a su alrededor le preguntó dónde podrían encontrar al extraño hombre que lo había curado, Josías sólo pudo responder que no lo sabía.
«Éste es uno de los más extraños de todos los milagros del Maestro. Este ciego no pidió que lo curaran. No sabía que el Jesús que lo había mandado a que se lavara los ojos en Siloé, y que le había prometido que vería, era el profeta de Galilea que predicó en Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos. Tenía poca fe de que obtendría la visión, pero la gente de aquel entonces tenía gran fe en la eficacia de la saliva de un gran hombre o de un santo varón; y de la conversación de Jesús con Natanael y Tomás, Josías había concluido que su posible benefactor era un gran hombre, un instructor sabio o un santo profeta; por eso, hizo lo que Jesús le había ordenado.
«Jesús usó la arcilla y la saliva y le ordenó que se lavara en el estanque simbólico de Siloé por tres motivos:
«1. Este episodio no fue una respuesta milagrosa a la fe de un individuo. Fue éste un portento que Jesús decidió realizar para fines propios, pero lo hizo de una manera que permitiera que este hombre derivara beneficios duraderos.
«2. Como el ciego no había pedido la curación, ni tenía una fe profunda, Jesús sugirió estas acciones materiales con el propósito de alentarlo. Él sí creía en la superstición de la eficacia de la saliva, y sabía que el estanque de Siloé era un lugar semisagrado. Pero no hubiera ido ahí de no haber sido necesario lavar la arcilla de la unción. Había en esta transacción la cantidad suficiente de ingrediente ceremonial que induciría al ciego a actuar.
«3. Pero Jesús tenía un tercer motivo para recurrir a estos medios materiales en relación con esta transacción singular: éste fue un milagro forjado obedeciendo tan sólo su propia elección, y por este medio, deseaba enseñar a sus seguidores de ese día y de todas las edades subsiguientes que no se deben despreciar ni olvidar los elementos materiales en la curación de los enfermos. Quería enseñarles que dejaran de pensar que el único método para la curación de las enfermedades humanas eran los milagros.«
«Jesús otorgó la vista a este hombre mediante un milagro, esta mañana de sábado en Jerusalén, cerca del templo, con el propósito principal de desafiar abiertamente con esta acción al sanedrín y a todos los instructores judíos y líderes religiosos. Fue ésta su manera de proclamar una ruptura abierta con los fariseos. Siempre fue positivo en todas sus acciones. Con el propósito de traer estos asuntos ante la atención del sanedrín, había llevado Jesús a sus dos apóstoles junto a este pordiosero, temprano por la tarde de este día sábado, y así provocó deliberadamente aquellas conversaciones que obligaron a los fariseos a prestar atención a este milagro.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 30 d.C.
B. LUGAR: Cerca de Amatus
C. MOMENTO: Nueve de los leprosos eran judíos, el otro era samaritano. Simón el Zelote, al ver al samaritano, quería que Jesús pasara de largo, pero el Maestro decidió dar la salud a estos diez hombres y al mismo tiempo enseñar una lección a sus apóstoles.
D. REFERENCIAS: LU 166:2.1 Lc 17:11-19)
E. EL MILAGRO:
«Al día siguiente Jesús fue con los doce a Amatus, cerca de la frontera de Samaria, y al acercarse a la ciudad, se encontraron con un grupo de diez leprosos que temporalmente vivían cerca de ese lugar. Nueve de este grupo eran judíos y uno era samaritano. Ordinariamente, estos judíos hubieran evitado toda asociación o contacto con este samaritano, pero su enfermedad común era más que suficiente para sobreponerse a todo prejuicio religioso. Mucho habían oído de Jesús y de sus primeros milagros de curación, y puesto que los setenta tenían la costumbre, cuando el Maestro estaba en gira con los doce, de anunciar la hora en que se esperaba la llegada de Jesús, los diez leprosos se habían enterado de que se le esperaba en esta zona por este tiempo; por esto, estaban apostados en las afueras de la ciudad donde esperaban atraer su atención y pedirle la curación. Cuando los leprosos vieron que Jesús se les iba acercando, como no se atrevían a aproximarse a él permanecieron a la distancia, implorándole en voz alta: «Maestro, ten compasión de nosotros; límpianos de nuestra aflicción. Cúranos así como has curado a otros».
«Jesús acababa de explicar a los doce por qué los gentiles de Perea, juntamente con los judíos menos ortodoxos, estaban más dispuestos a creer en el evangelio predicado por los setenta que los judíos de Judea, más ortodoxos y más atados a la tradición. Les había llamado la atención sobre el hecho de que su mensaje fue recibido más rápidamente por los galileos y aun por los samaritanos, pero los doce apóstoles aún no estaban dispuestos a albergar sentimientos tiernos hacia los samaritanos por tanto tiempo despreciados.
«Por lo tanto, cuando Simón el Zelote observó a un samaritano entre los leprosos, trató de inducir al Maestro a que pasara de largo hacia la ciudad sin siquiera parar para saludarlos. Dijo Jesús a Simón: «Pero, ¿qué pasa si el samaritano ama a Dios tanto como los judíos? ¿Acaso debemos sentarnos en juicio de nuestros semejantes? ¿Quién puede decirlo? Si curamos a estos diez hombres, tal vez el samaritano resulte ser más agradecido aun que los judíos. ¿Es que estás tan seguro de tus opiniones, Simón?» Simón replicó de inmediato: «Si los curas, pronto te darás cuenta». Y Jesús contestó: «Así será pues, Simón, y pronto conocerás la verdad sobre la gratitud de los hombres y la misericordia amante de Dios».
«Jesús, acercándose a los leprosos, dijo: «Si queréis ser curados, id y mostraos a los sacerdotes como lo requiere la ley de Moisés». Y en la ida fueron curados. Pero, cuando el samaritano vio que estaba curado, se volvió y, buscando a Jesús, comenzó a glorificar a Dios en voz alta. Y cuando hubo encontrado al Maestro, cayó de rodillas a sus pies y dio gracias por su curación. Los otros nueve, los judíos, también habían descubierto su curación, y aunque estaban agradecidos por ello, siguieron por su camino para mostrarse a los sacerdotes.
«Mientras el samaritano permanecía arrodillado a los pies de Jesús, el Maestro, mirando a los doce y especialmente a Simón el Zelote, dijo: «¿Acaso no se curaron los diez? ¿Dónde están los otros nueve, los judíos? Sólo uno, este extranjero, ha vuelto para glorificar a Dios». Luego dijo al samaritano: «Levántate y vete por tu camino; tu fe te ha curado».
«Jesús nuevamente fijó la mirada en sus apóstoles mientras partía el extranjero. Todos los apóstoles lo miraron, menos Simón el Zelote, que había bajado la mirada. Los doce no dijeron ni una palabra. Tampoco habló Jesús; no era necesario.
«Aunque estos diez hombres creían verdaderamente que eran leprosos, sólo cuatro tenían esta enfermedad. Los otros seis fueron curados de una enfermedad de la piel que se había confundido con la lepra. Pero el samaritano tenía realmente lepra.
«Jesús ordenó a los doce que nada dijeran sobre la curación de los leprosos, y cuando entraban a Amatus, observó: «Veis pues como los hijos de la casa, aunque desobedezcan la voluntad de su Padre, igual piensan que les corresponden sus bendiciones. Piensan que es de poca importancia dejar de agradecer al Padre cuando él les otorga una curación, pero los extranjeros, cuando reciben dones del amo de la casa, se desbordan en asombro y se sienten obligados a dar las gracias por las buenas cosas recibidas». Tampoco dijeron nada los apóstoles en respuesta a las palabras del Maestro.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 30 d.C.
B. LUGAR: Filadelfia
C. MOMENTO: Durante la visita a Filadelfia, un fariseo adinerado invitó a Jesús a su casa para el desayuno del sábado. Había unas cuarenta personas presentes. El hombre con hidropesía entró en la sala, para gran disgusto del anfitrión.
D. REFERENCIAS: LU 167:1.4 Lc 14:1-6)
E. EL MILAGRO: «Hacia fines de la comida llegó de la calle un hombre que había sido afligido durante mucho tiempo por una enfermedad crónica y que se encontraba en esos momentos en estado hidrópico. Este hombre era un creyente, bautizado recientemente por los asociados de Abner. No pidió a Jesús que lo curara, pero el Maestro bien sabía que este hombre afligido había concurrido al desayuno con la esperanza de no perderse entre las multitudes que siempre rodeaban a Jesús, tal vez así conseguir llamar más fácilmente la atención del Maestro. Este hombre sabía que en esta época se realizaban pocos milagros; sin embargo, había reflexionado consigo mismo que tal vez su triste condición pudiera apelar a la compasión del Maestro. No se equivocó porque, al entrar él al comedor, su presencia llamó la atención tanto de Jesús como del fariseo mojigato de Jerusalén. El fariseo no titubeó en manifestar su resentimiento porque se le permitiera entrar a la sala a un ser semejante. Pero Jesús contempló al enfermo y sonrió con tanta benignidad que éste se le acercó y se sentó en el piso. Como el desayuno estaba llegando a su fin, el Maestro paseó la mirada por los demás huéspedes y luego, después de mirar significativamente al hombre con hidropesía dijo: «Amigos míos, maestros de Israel y sabios abogados, me complacería haceros una pregunta: ¿es legal o no curar a los enfermos y afligidos el día sábado?» Pero los que estaban presentes conocían muy bien a Jesús y permanecieron callados; no respondieron a su pregunta.
«Entonces fue Jesús a donde estaba sentado el enfermo y, tomándolo de la mano, dijo: «Levántate y vete por tu camino. No has pedido que te curara, pero yo conozco el deseo de tu corazón y la fe de tu alma». Antes de que el hombre hubiera salido de la sala, Jesús volvió a su asiento y, dirigiéndose a los comensales, dijo: «Mi Padre hace estas obras no para tentaros a que entréis al reino, sino para revelarse a los que ya están en el reino. Podéis percibir que corresponde al carácter del Padre hacer precisamente estas cosas, porque ¿cuál de entre vosotros, que posea un animal preferido y que éste caiga en el pozo el día sábado, no iría inmediatamente a rescatarlo?» Como nadie le contestó, y puesto que su anfitrión evidentemente aprobaba lo que estaba ocurriendo, Jesús se puso de pie y habló a todos los que estaban presentes: «Hermanos míos, cuando se os invita a un festín de boda, no os sentéis en el asiento principal en caso de que haya un hombre más merecedor que vosotros entre los invitados, y el anfitrión tenga que venir a vosotros y pediros que dejéis vuestro sitio a este otro huésped honrado. En este caso, tendréis que pasar la vergüenza de trasladaros a un sitio de menos honra en la mesa. Cuando se os invita a una fiesta, es demostración de sabiduría, al llegar a la mesa del festín, buscar el lugar más humilde y allí sentarse, para que, cuando el anfitrión contemple a sus huéspedes, pueda decirte: ‘Amigo mío, ¿por qué te sientas en el asiento del más humilde? Ven más arriba’; así aquél tendrá gloria en la presencia de los demás invitados. No os olvidéis: el que se exalta a sí mismo será humillado, mientras que el que verdaderamente se humilla será exaltado. Por lo tanto, cuando tengáis convidados a cenar, no invitéis siempre a vuestros amigos, vuestros hermanos, vuestros parientes o vuestros vecinos ricos para que ellos os devuelvan atenciones invitándoos a sus fiestas, y de este modo recibáis vosotros la recompensa. Cuando hagáis banquete, invitad de cuando en cuando a los pobres, los tullidos y los ciegos. De esta manera obtendréis bendiciones en el corazón, porque vosotros bien sabéis que el cojo y el ciego no os pueden recompensar por vuestro ministerio amante».»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 30 d.C.
B. LUGAR: La sinagoga de Filadelfia
C. MOMENTO: Al final de su sermón del sábado, cuando descendió del púlpito se acercó a esta mujer y le dijo que podría liberarse de sus miedos y de la depresión.
D. REFERENCIAS: LU 167:3.1 Lc 13:10-21)
E. EL MILAGRO:
«Abner había dispuesto que el Maestro enseñara en la sinagoga este día sábado; era ésta la primera vez que Jesús entraba en una sinagoga desde que todas se habían cerrado a sus enseñanzas por orden del sanedrín. Al final del servicio, Jesús bajó la mirada sobre la gente que estaba ante él y contempló a una mujer anciana de expresión triste y cuerpo encorvado. Hacía mucho tiempo que el temor dominaba a esta mujer, y todo regocijo había desaparecido de su vida. Al bajar Jesús del púlpito, se le acercó y, tocando el hombro de su forma encorvada, dijo: «Mujer, si tan sólo creyeras, te liberarías completamente de tu espíritu de debilidad». Esta mujer, vencida y encorvada por las depresiones del temor durante más de dieciocho años, creyó las palabras del Maestro y por la fe se irguió inmediatamente. Cuando esta mujer se dio cuenta de que estaba erguida, levantó la voz glorificando a Dios.
«Aunque la aflicción de esta mujer era totalmente mental, siendo su espalda encorvada el resultado de su mente deprimida, la gente pensó que Jesús había curado un verdadero trastorno físico. Si bien la congregación de la sinagoga en Filadelfia mostraba sentimientos cordiales hacia las enseñanzas de Jesús, el rector principal de la sinagoga era un fariseo poco amistoso. Al compartir la opinión de la congregación de que Jesús acababa de curar un trastorno físico, se indignó porque Jesús tenía la presunción de hacer tal cosa el día sábado, y poniéndose de pie ante la congregación, dijo: «¿Acaso no hay seis días en los que los hombres han de hacer todo su trabajo? Venid pues durante esos días de trabajo y sed curados, pero no el día sábado».
«Cuando así habló este rector hostil, Jesús volvió al púlpito y dijo: «Por qué jugar el papel de los hipócritas? ¿Acaso no saca cada uno de vosotros al buey de su establo y lo conduce a que tome agua el día sábado? Si ese servicio es permisible el día sábado, ¿por qué no puede esta mujer, hija de Abraham, doblegada por su mal durante estos dieciocho años, liberarse de esta esclavitud y ser conducida a compartir del agua de la libertad y de la vida, aunque sea sábado?» Mientras la mujer continuaba glorificando a Dios, su crítico se avergonzó, y la congregación se regocijó con ella de que había sido curada.
«Como resultado de criticar así en público a Jesús este sábado, el rector principal de la sinagoga fue depuesto, y reemplazado por un seguidor de Jesús.
«Jesús frecuentemente liberaba a estas víctimas del temor de su debilidad de espíritu, de su depresión mental y de la esclavitud del temor. Pero la gente consideraba todas estas aflicciones como verdaderas enfermedades físicas o consecuencias de la posesión de las víctimas por los espíritus malignos.»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 30 d.C.
B. LUGAR: Betania
C. MOMENTO: Jesús recibió el recado de que Lázaro estaba muy enfermo. Concibió inmediatamente el plan de hacer un último y poderoso intento de salvar a los dirigentes judíos—dejaría que Lázaro muriera—y lo resucitaría de entre los muertos.
D. REFERENCIAS: LU 168:0.6 Jn 11:38-46)
E. EL MILAGRO:
«Cuando Marta se encontró con Jesús, cayó a sus pies, exclamando: «Maestro, ¡si hubieras estado tú aquí, mi hermano no hubiera muerto!» Muchos temores pasaron por la mente de Marta, pero no expresó ninguna duda, ni tampoco se atrevió a criticar ni a poner en tela de juicio la conducta del Maestro en relación con la muerte de Lázaro. Cuando ella hubo hablado, Jesús se inclinó y, haciendo que se levantara, dijo: «Solamente ten fe, Marta, y tu hermano se levantará nuevamente». Entonces respondió Marta: «Sé que se levantará en la resurrección del último día; y aun ahora yo creo que lo que tú le pidas a Dios, nuestro Padre te lo otorgará».
«Entonces dijo Jesús, mirándola fijamente a los ojos: «Yo soy la resurrección y la vida; el que crea en mí, aunque muera, vivirá. En verdad, el que viva y crea en mí en realidad nunca morirá. Marta, ¿crees tú esto?» Y Marta respondió al Maestro: «Sí, hace mucho tiempo que creo que tú eres el Libertador, el Hijo del Dios vivo, aun el que debía venir a este mundo»
«Después de pasar Jesús unos momentos consolando a Marta y María, apartados de los demás, les preguntó: «¿Adónde lo habéis puesto?» Entonces Marta dijo: «Ven y verás». Mientras el Maestro seguía en silencio a las dos sufrientes hermanas, lloró. Cuando los amigos judíos que los seguían vieron sus lágrimas, uno de ellos dijo: «Mirad cómo lo amaba él. ¿Acaso el que abriera los ojos de un ciego no podría haber prevenido la muerte de este hombre?» En ese momento ya se encontraban de pie frente al sepulcro familiar, que era una pequeña cueva natural o declive en el reborde de la roca que se levantaba unos diez metros en el extremo más alejado del jardín.
«Es difícil explicar a la mente humana por qué lloró Jesús. Aunque tenemos acceso al registro de las emociones humanas combinadas con el pensamiento divino, como se anotan en la mente del Ajustador Personalizado, no estamos completamente seguros de la causa real de las manifestaciones emocionales. Nos inclinamos a creer que Jesús lloró debido a una cantidad de pensamientos y sentimientos que pasaban por su mente en ese momento, tales como:
«1. Sentía una compasión genuina y dolorosa por Marta y María; tenía un afecto humano profundo y real por estas hermanas que habían perdido a su hermano.
«2. Su mente se perturbó por la presencia de la multitud de plañideros, algunos sinceros, otros meramente fingidos. Siempre resentía él estas exteriorizaciones de pesar. Sabía que las hermanas amaban a su hermano y tenían fe en la sobrevivencia de los creyentes. Estas emociones conflictivas posiblemente expliquen por qué lloraba al acercarse a la tumba.
«3. Verdaderamente titubeó antes de traer a Lázaro de vuelta a la vida mortal. Sus hermanas en verdad lo necesitaban, pero Jesús lamentaba tener que traer de vuelta a su amigo para que experimentara la amarga persecución que sabía que Lázaro habría de sufrir como resultado de protagonizar la más grande de las demostraciones de poder divino del Hijo del Hombre.
«El pequeño grupo reunido ante la tumba de Lázaro no podía darse cuenta de la presencia cercana de vastas huestes de todas las órdenes de seres celestiales reunidas bajo la guía de Gabriel y aguardando la dirección del Ajustador Personalizado de Jesús, vibrando de expectativa y listos para ejecutar la solicitud de su amado Soberano.
«Cuando Jesús pronunció esas palabras ordenando: «Quitad la piedra», las huestes celestiales reunidas se prepararon para actuar el drama de la resurrección de Lázaro en la semejanza de su carne mortal. Esta forma de resurrección comprende dificultades de ejecución que en mucho transcienden la técnica usual de la resurrección de las criaturas mortales en forma morontial y requiere muchas más personalidades celestiales y una organización mucho mayor de recursos universales.
«Cuando Marta y María oyeron la orden de Jesús de que quitaran la piedra a la entrada de la tumba, se llenaron de emociones opuestas. María esperaba que Lázaro resucitara de entre los muertos. Pero Marta, aunque hasta cierto punto compartía la fe de su hermana, más sufría por el temor de que Lázaro no estuviera presentable, en su apariencia, ante Jesús, los apóstoles y sus amigos. Dijo Marta: «¿Realmente debemos quitar la piedra? Mi hermano ya hace cuatro días que murió, ya ha empezado su cuerpo a descomponerse». Marta dijo esto, también porque no estaba segura de la razón por la cual el Maestro había pedido que se quitara la piedra; pensó que tal vez Jesús tan sólo quería ver a Lázaro por última vez. Ella no era de carácter firme ni constante en su actitud. Como titubeaban antes de quitar la piedra, Jesús dijo: «¿Acaso no os dije desde el principio que esta enfermedad no era para la muerte? ¿Acaso no he venido para cumplir mi promesa? Después de llegar aquí, ¿acaso no dije que, si tan sólo creéis, veréis la gloria de Dios? ¿Por qué dudáis? ¿Cuánto hay que esperar antes de que vosotros creáis y obedezcáis?»
«Mientras este grupo de unos cuarenta y cinco mortales estaba de pie delante de la tumba, podían ver vagamente la forma de Lázaro, envuelto en mortajas de lino, descansando en el nicho inferior derecho de la cueva fúnebre. Mientras estas criaturas terrenales estaban allí de pie en un silencio estupefacto, las vastas huestes de seres celestiales ocuparon su lugar, preparándose para responder a la señal de acción en el instante en que la diera Gabriel, su comandante.
«Jesús levantó la vista y dijo: «Padre, estoy agradecido de que hayas oído y otorgado mi solicitud. Sé que siempre me oyes, pero te hablo así por los que están aquí junto a mí para que puedan creer que tú me has enviado al mundo, para que sepan que trabajas conmigo en lo que estamos por realizar.» Y después de orar, dijo en voz muy alta: «Lázaro, ¡ven fuera!»
«Aunque los observadores humanos permanecieron inmóviles, las vastas huestes celestiales se activaron al unísono obedeciendo la palabra del Creador. En tan sólo doce segundos de tiempo terrenal, la forma hasta ese momento sin vida de Lázaro comenzó a moverse y finalmente se sentó en el borde de piedra sobre la que había yacido. Su cuerpo estaba atado por las mortajas, su rostro, cubierto con un paño. Cuando se puso de pie delante de ellos —vivo— Jesús dijo: «Aflojad sus vendajes y dejadlo salir».
«Todos, excepto los apóstoles, Marta y María, huyeron a la casa. Estaban pálidos de terror y sobrecogidos por el asombro. Aunque algunos permanecieron allí, muchos regresaron corriendo a su hogar.
«Lázaro saludó a Jesús y a los apóstoles y preguntó qué significaban las mortajas y por qué se había despertado en el jardín. Jesús y los apóstoles se apartaron, mientras Marta le contó a Lázaro sobre su muerte, entierro y resurrección. Tuvo que explicarle que él había muerto el domingo, habiendo resucitado a la vida el jueves, porque él no tenía conciencia del tiempo desde el momento en que había caído en el sueño de la muerte.
«Mientras Lázaro salía de la tumba, el Ajustador Personalizado de Jesús, que ahora era el jefe de su clase en este universo local, mandó al ex Ajustador de Lázaro, que se encontraba ahora esperando, que volviese a residir en la mente y alma del hombre resucitado.
«Entonces fue Lázaro adonde Jesús y, con sus hermanas, se arrodilló a los pies del Maestro para manifestar su gratitud y ofrecer alabanza a Dios. Jesús, tomando a Lázaro de la mano, lo levantó diciendo: «Hijo mío, lo que te ha ocurrido a ti también lo experimentarán todos los que creen en este evangelio, excepto que resucitaran en una forma más gloriosa. Tú serás un testigo viviente de la verdad que yo he hablado —yo soy la resurrección y la vida. Pero vayamos ahora todos a la casa y compartamos alimentos para estos cuerpos físicos».»
F. MOTIVACIÓN:
A. AÑO: 30 d.C.
B. LUGAR: Jericó
C. MOMENTO: El ciego Bartimeo había decidido no perder la oportunidad de encontrarse con Jesús de nuevo, así que ocupó su puesto fuera de las murallas de Jericó y esperó.
D. REFERENCIAS: LU 171:5.1 Mt 20:29-34; Mc 10:46-52; Lc 18:35-43)
E. EL MILAGRO:
«El jueves 30 de marzo al finalizar la tarde, Jesús y sus apóstoles, a la cabeza de un grupo de alrededor de doscientos seguidores, se acercaron a los muros de Jericó. Al aproximarse a la puerta de la ciudad, se toparon con una multitud de mendigos, entre ellos cierto Bartimeo, hombre anciano que había sido ciego desde su juventud. Este mendigo ciego había oído hablar mucho sobre Jesús y sabía todo sobre su curación del ciego Josías en Jerusalén. No supo de la última visita de Jesús a Jericó hasta que éste ya había partido a Betania. Bartimeo había decidido que no permitiría nunca más que Jesús visitara a Jericó sin apelar a él para que le restaurara la vista.
«La noticia de la llegada de Jesús se había difundido por todo Jericó, y cientos de habitantes se congregaron para salir a su encuentro. Cuando este gran gentío volvió escontando al Maestro por las calles de la ciudad, Bartimeo, al oír el ritmo de los pasos de la multitud, supo que ocurría algo insólito, y por lo tanto preguntó a los que estaban de pie junto a él qué pasaba. Uno de los mendigos contestó: «Está pasando Jesús de Nazaret». Cuando Bartimeo oyó que Jesús estaba cerca, levantó la voz y comenzó a clamar a gritos: «Jesús, Jesús ¡ten compasión de mí!» Así continuó clamando cada vez más fuerte, y algunos de los que estaban cerca de Jesús se le acercaron para reprocharlo, pidiéndole que se quedara quieto; pero fue en vano; él gritó aún más y más fuerte.
«Cuando Jesús oyó los lamentos del ciego, se detuvo. Y cuando lo vio, dijo a sus amigos: «Traedme a ese hombre». Entonces fueron ellos adonde Bartimeo, diciendo: «Está de buen ánimo; ven con nosotros, porque el Maestro te llama». Cuando Bartimeo oyó estas palabras, echó su manto a un lado, saltando al medio del camino, mientras que los que estaban cerca lo guiaban hacia Jesús. Dirigiéndose a Bartimeo, Jesús dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» Entonces contestó el ciego: «Quiero que me devuelvas la vista». Cuando Jesús escuchó su pedido y vio su fe, dijo: «Recibirás tu vista; vete por tu camino, tu fe te ha curado». Inmediatamente recibió la vista, y permaneció junto a Jesús, glorificando a Dios, hasta que el Maestro partió al día siguiente hacia Jerusalén, y luego fue ante la multitud declarando a todos cómo le había sido devuelta la vista en Jericó.»
F. MOTIVACIÓN:
CLASIFICACIÓN DE LOS MILAGROS
ORDEN | CLASE | NÚMERO | REALIZADOS |
---|---|---|---|
1.Enfermedades físicas | |||
1- Epilepsia | 2 | 18, 19 | |
2- Lepra | 2 | 5, 21 | |
3- Ceguera | 2 | 20, 25 | |
4- Parálisis | 1 | 11 | |
5- Hidropesía | 1 | 22 | |
6- Mano seca | 1 | 10 | |
2- | Desórdenes funcionales | 2 | 9, 23 |
3- | Pacientes comatosos | 2 | 7, 15 |
4- | Milagros de la naturaleza | 1 | 16 |
5- | Posesión demoniaca | 2 | 17, 19 |
6- | Milagros involuntarios | 2 | 1, 4 |
7- | Casos de preconocimiento | 4 | 2, 3, 6, 7 |
8- | Milagros espontáneos | 2 | 12, 15 |
9- | Contiene acontecimientos coincidentes | 2 | 13, 14 |
10- | Dudosos | 1 | 8 |
11- | Resurrección de entre los muertos | 1 | 24 |
TOTAL | 28* |
De los veinticinco supuestos acontecimientos milagrosos, solo trece eran milagros genuinos. Uno sigue sin saberse. 683 personas se curaron en la curación al atardecer.
* Tres de los milagros caen en dos clasificaciones posibles.