© 2002 The Brotherhood of Man Library
«El Dios de la adoración reclama toda la lealtad o ninguna.»
La adoración es por sí misma; la oración encarna un elemento de interés propio o de la criatura; esa es la gran diferencia entre la adoración y la oración. No hay absolutamente ningún auto-pedido u otro elemento de interés personal en la adoración verdadera; simplemente adoramos a Dios por lo que entendemos que es. La adoración no pide nada ni espera nada del adorador. No adoramos al Padre por nada que podamos derivar de tal veneración; brindamos tal devoción y participamos en tal adoración como una reacción natural y espontánea al reconocimiento de la personalidad incomparable del Padre y debido a su naturaleza amable y atributos adorables.
La adoración es el acto en el que la mente material asiente al intento de su yo espiritualizado, bajo la guía del espíritu interno asociado, de comunicarse con Dios como un hijo de fe del Padre Universal.
La adoración es el más alto privilegio y el primer deber de todas las inteligencias creadas. La adoración es el acto consciente y gozoso de reconocer y admitir la verdad y el hecho de las relaciones íntimas y personales de los Creadores con sus criaturas.
La adoración es el mayor gozo de la existencia en el Paraíso.
La adoración es la técnica de buscar en el Uno la inspiración del servicio a los muchos. La adoración es la vara que mide el grado de desapego del alma del universo material y su apego seguro y simultáneo a las realidades espirituales de toda la creación.
La oración es un recuerdo de uno mismo, un pensamiento sublime; la adoración es olvidarse de uno mismo—superpensar. La adoración es atención sin esfuerzo, descanso verdadero e ideal del alma, una forma de esfuerzo espiritual reparador.
El culto es el acto de comunión personal del hijo con el Padre divino, la asunción de actitudes renovadoras, creativas, fraternas y románticas por parte del alma-espíritu humano.
La adoración es una comunión personal con lo que es divinamente real, con lo que es la fuente misma de la realidad. El hombre aspira a ser mejor por medio de la adoración y, por lo tanto, eventualmente alcanza lo mejor.
El preludio de la verdadera adoración es la práctica de la presencia de Dios que culmina en la hermandad del Hombre.