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Una figura amortajada en una tumba cerrada como una roca. Una madre desconsolada, a quien un discípulo amado intentó consolar en vano. Los demás discípulos, aturdidos y desconcertados, anhelaban el fin del Sabbath para poder escapar a su hogar en Galilea. La gente de Jerusalén, confundida y perpleja. Pilato —si es que siquiera pensó en el asunto— se felicitaba por su manejo de una situación tan desagradable. Los fariseos, por una vez, admitiendo que los sumos sacerdotes eran expertos en el arte de gobernar. Los sumos sacerdotes, regocijándose de que el peligroso maestro finalmente hubiera sido silenciado. El movimiento que él había iniciado les había causado una gran alarma, pero con su muerte, el movimiento sin duda se derrumbaría. Su poder había terminado.
¿Terminado? Apenas empezaba.