1 Entonces el segundo, que había hablado de la fuerza del rey, comenzó a decir:
2 Oh hombres, ¿no sobresalen en fuerza los hombres que dominan el mar y la tierra y todas las cosas que hay en ellos?
3 Pero el rey es aún más poderoso, porque es señor de todas estas cosas y tiene dominio sobre ellas; y hacen todo lo que él les manda.
4 Si él les ordena hacer la guerra unos contra otros, lo hacen; si él los envía contra los enemigos, van y derriban murallas y torres de montañas.
5 Matan y son asesinados, y no transgreden el mandamiento del rey: si obtienen la victoria, se lo entregan todo al rey, junto con el botín y todo lo demás.
6 De la misma manera, aquellos que no son soldados ni participan en la guerra, sino que se dedican a la agricultura, cuando han vuelto a cosechar lo que habían sembrado, lo llevan al rey y se obligan unos a otros a pagar tributo al rey.
7 Y, sin embargo, es un solo hombre: si él ordena matar, matan; si él manda perdonar, ellos perdonan;
8 Si él manda herir, golpean; si él manda desolar, desolan; si él manda construir, ellos construyen;
9 Si él ordena talar, talan; si él manda plantar, ellos plantan.
10 Entonces todo su pueblo y sus ejércitos le obedecen; además él se acuesta, come, bebe y descansa.
11 Y éstos vigilan a su alrededor, y nadie puede apartarse y ocuparse de sus asuntos, ni desobedecerle en nada.
12 Oh hombres, ¿cómo no podría ser más poderoso el rey, cuando de esa manera se le obedece? Y se mordió la lengua.
13 Entonces el tercero, que había hablado de las mujeres y de la verdad (este era Zorobabel), comenzó a hablar.
14 Oh hombres, no es el gran rey, ni la multitud de los hombres, ni el vino lo que sobresale; ¿Quién entonces los gobierna o tiene señorío sobre ellos? ¿No son mujeres?
15 Las mujeres han dado a luz al rey y a todo el pueblo que gobierna en el mar y en la tierra.
16 Algunos de ellos vinieron y alimentaron a los que plantaron las viñas de donde procede el vino.
17 Estos también hacen vestidos para hombres; estos traen gloria a los hombres; y sin las mujeres no pueden existir los hombres.
18 Y si los hombres juntan oro y plata o cualquier otra cosa hermosa, ¿no aman a una mujer hermosa en gracia y hermosura?
19 Y dejando pasar todas esas cosas, ¿no se quedan boquiabiertos y, aun con la boca abierta, fijan sus ojos en ella? ¿Y no tienen todos los hombres más deseo de ella que de la plata o del oro, o de cualquier cosa buena?
20 El hombre deja a su padre, que lo crió, y a su propia patria, y se une a su mujer.
21 Se compromete a no pasar su vida con su esposa y no se acuerda ni de padre, ni de madre, ni de patria.
22 En esto también debéis saber que las mujeres tienen dominio sobre vosotros: ¿no trabajáis y os afanáis, y dais y traéis todo a la mujer?
23 Incluso un hombre toma su espada y se va a robar y hurtar, a navegar por el mar y los ríos;
24 Y mira un león y camina en la oscuridad; y cuando ha robado, despojado y despojado, lo trae a su amor.
25 Por eso el hombre ama más a su mujer que al padre o a la madre.
26 Y hay muchos que, perdiendo el juicio por las mujeres, se convierten en sirvientes por amor a ellas.
27 También muchos perecieron, se extraviaron y pecaron por causa de las mujeres.
28 ¿Y ahora no me creéis? ¿No es grande el rey en su poder? ¿No temen todas las regiones tocarlo?
29 Sin embargo, lo vi a él y a Apame, concubina del rey, hija del admirable Bártaco, sentados a la derecha del rey,
30 Y tomando la corona de la cabeza del rey y poniéndola sobre su propia cabeza; también golpeó al rey con su mano izquierda.
31 Y, sin embargo, a pesar de todo esto, el rey se quedó boquiabierto y la miró con la boca abierta: si ella se reía de él, él también se reía; pero si ella se enfadaba con él, el rey estaba dispuesto a halagarla para que ella pudiera reconciliarse con él otra vez.
32 ¡Oh hombres! ¿Cómo es posible que las mujeres no sean fuertes, si hacen esto?
33 Entonces el rey y los príncipes se miraron y él comenzó a hablar la verdad.
34 Oh hombres, ¿no son fuertes las mujeres? Grande es la tierra, alto el cielo, veloz el sol en su carrera, porque rodea los cielos y en un día regresa a su lugar.
35 ¿No es grande el que hace estas cosas? Por tanto, grande es la verdad y más fuerte que todas las cosas.
36 Toda la tierra clama por la verdad y el cielo la bendice; todas las obras se estremecen y tiemblan ante ella, y no hay nada injusto en ella.
37 El vino es malo, el rey es malo, las mujeres son malas, todos los hijos de los hombres son malos y tales son todas sus malas obras; y no hay verdad en ellos; en su injusticia también perecerán.
38 En cuanto a la verdad, ella permanece y es siempre fuerte; vive y vence para siempre.
39 En ella no se aceptan personas ni recompensas; pero ella hace lo que es justo y se abstiene de todo lo injusto y malo; y todos los hombres gustan de sus obras.
40 Ni en su juicio hay injusticia alguna; y ella es la fuerza, el reino, el poder y la majestad de todas las edades. Bendito sea el Dios de la verdad.
41 Y dicho esto guardó silencio. Y entonces todo el pueblo gritó y dijo: Grande es la Verdad, y poderosa sobre todas las cosas.
42 Entonces el rey le dijo: Pide lo que quieras más de lo que está escrito, y te lo daremos, porque eres considerado el más sabio; y tú te sentarás a mi lado, y te llamarán prima mía.
43 Entonces dijo al rey: Acuérdate del voto que hiciste de edificar Jerusalén el día que llegaste a tu reino.
44 Y para enviar todos los utensilios que fueron sacados de Jerusalén y que Ciro había apartado cuando juró destruir Babilonia, y enviarlos de nuevo allí.
45 También has prometido edificar el templo que los edomitas quemaron cuando Judea fue asolada por los caldeos.
46 Y ahora, oh señor rey, esto es lo que pido y lo que deseo de ti, y esta es la liberalidad principesca que procede de ti mismo: deseo, por tanto, que cumplas el voto, cuyo cumplimiento con tu propia boca has prometido al Rey del cielo.
47 Entonces el rey Darío se levantó, lo besó y le escribió cartas a todos los tesoreros, tenientes, capitanes y gobernadores, para que lo llevaran sanos y salvos a él y a todos los que subían con él a construir Jerusalén.
48 También escribió cartas a los lugartenientes que estaban en Celosiria y Fenicia, y a ellos en el Líbano, para que trajeran madera de cedro del Líbano a Jerusalén y que construyeran con él la ciudad.
49 Además, escribió para todos los judíos que salieron de su reino hacia la judería, acerca de su libertad, que ningún oficial, ningún gobernante, ningún teniente ni tesorero debía entrar por la fuerza en sus puertas;
50 y que todo el territorio que posean sea libre y sin tributos; y que los edomitas deberían entregar las aldeas de los judíos que entonces tenían:
51 Sí, que se dieran veinte talentos cada año para la edificación del templo, hasta el tiempo en que fuera edificado;
52 Y otros diez talentos al año, para mantener los holocaustos sobre el altar cada día, ya que tenían mandamiento de ofrecer diecisiete.
53 Y que todos los que salieron de Babilonia para edificar la ciudad tuvieran libertad, así como ellos y su posteridad, y todos los sacerdotes que se fueron.
54 También escribió acerca de los cargos y las vestiduras de los sacerdotes con que ministran;
55 Y lo mismo para las cargas de los levitas, que se les entregarían hasta el día en que se terminara la casa y se reedificara Jerusalén.
56 Y ordenó que se dieran pensiones y salarios a todos los que tuvieran la ciudad.
57 También despidió de Babilonia todos los utensilios que Ciro había apartado; y todo lo que Ciro había mandado, él también mandó que se hiciera, y lo envió a Jerusalén.
58 Cuando este joven salió, alzó su rostro hacia el cielo, hacia Jerusalén, y alabó al Rey del cielo,
59 Y dijo: De ti viene la victoria, de ti viene la sabiduría, y tuya es la gloria, y yo soy tu siervo.
60 Bendito eres tú, que me has dado sabiduría: porque a ti te doy gracias, oh Señor de nuestros padres.
61 Entonces tomó las cartas, salió y vino a Babilonia, y se lo contó a todos sus hermanos.
62 Y alabaron al Dios de sus padres, porque les había dado libertad y libertad.
63 Para subir y edificar a Jerusalén y el templo que lleva su nombre, y festejaron con instrumentos de música y alegría durante siete días.