Invasión de los caldeos y su entrada a la ciudad después de que los vasos sagrados fueron escondidos y los muros de la ciudad derribados por los ángeles
1 Y aconteció al día siguiente que, ¡he aquí! El ejército de los caldeos rodeó la ciudad, y al caer la tarde, yo, Baruc, dejé al pueblo, salí y me puse junto a la encina.
2 Y me entristecí por Sion y me lamenté por el cautiverio que había caído sobre el pueblo.
3 ¡Y he aquí! De repente, un espíritu fuerte me levantó y me llevó por encima del muro de Jerusalén.
4 Y miré, ¡y he aquí! cuatro ángeles que estaban en las cuatro esquinas de la ciudad, cada uno de ellos con una antorcha de fuego en sus manos.
5 Y otro ángel comenzó a descender del cielo y les dijo: «Guardad vuestras lámparas y no las encendáis hasta que yo os lo diga.
6 Porque soy el primero en enviar una palabra a la tierra y a poner en ella lo que el Señor Altísimo me ha ordenado.»
7 Y lo vi descender al Lugar Santísimo y tomar de allí el velo, el arca santa, el propiciatorio, las dos mesas, las vestiduras sagradas de los sacerdotes y el altar del incienso, y las cuarenta y ocho piedras preciosas con que se adornaba el sacerdote y todos los utensilios santos del tabernáculo.
8 Y habló a la tierra en alta voz:
«Tierra, tierra, tierra, oye la palabra del Dios fuerte,
y recibe lo que te he prometido,
y guárdalos hasta el último tiempo,
Para que, cuando te lo ordenen, puedas restaurarlos,
Para que los extraños no se apoderen de ellos.
9 Porque viene el tiempo en que también Jerusalén será liberada por un tiempo,
Hasta que se diga que será restaurado nuevamente para siempre.»
10 Y la tierra abrió su boca y se los tragó.