La historia de la traducción de los veinticuatro libros de la lengua hebrea a la lengua griega, por Ptolomeo rey de Egipto.
1 Había un hombre de Macedonia llamado Ptolomeo, dotado de conocimiento y entendimiento; a quien, mientras habitaba en Egipto, los egipcios hicieron rey sobre el país de Egipto.
2 Por eso, poseído por el deseo de buscar diversos conocimientos, reunió todos los libros de los sabios de todas partes.
3 Y, ansioso por obtener «los veinticuatro libros», escribió al sumo sacerdote de Jerusalén para que le enviara setenta ancianos de entre los más versados en esos libros; y envió una carta al sacerdote con un presente.
4 Cuando llegó la carta del rey al sacerdote, escogió a setenta hombres eruditos y los envió junto con un hombre llamado Eleazar, muy destacado en religión, ciencia y erudición, el cual partió a Egipto.
5 Y cuando el rey supo que se acercaban, ordenó que se prepararan setenta alojamientos y que se hospedara a los hombres allí.
6 También ordenó que se nombrara para cada uno un secretario que tomara nota de la interpretación de estos libros en caracteres y lengua griega.
7 Prohibió asimismo que cualquiera de ellos mantuviera comunicación con cualquiera de sus compañeros; no sea que se pongan de acuerdo para hacer algún cambio en esos libros.
8 Entonces los secretarios tomaron de cada uno de ellos la traducción de los «Veinticuatro Libros».
9 Y cuando estuvieron terminadas las traducciones, Eleazar las llevó al rey; y los compararon en su presencia: en cuya comparación se encontró que estaban de acuerdo.
10 Por lo cual el rey se alegró mucho y ordenó que se repartiera una gran suma de dinero entre el grupo. Pero Eleazar Hanase(fi) le recompensó con una generosa recompensa.
11 También aquel día liberó a todos los cautivos que se encontraban en Egipto, de la tribu de Judá y de Benjamín, para que volvieran a su patria, Siria.
12 El número de ellos era como ciento treinta mil.
13 Además, ordenó que se repartiera dinero entre ellos, de modo que a cada uno le correspondieran varios denarios; quienes, al recibirlos, partieron a su propia tierra.
14 Entonces mandó que se hiciera una gran mesa de oro purísimo, que fuera lo suficientemente grande como para contener una representación de toda la tierra de Egipto y una imagen del Nilo, desde el comienzo de su corriente hasta el final de la misma en Egipto, con sus diversas divisiones a través del país, y cómo cubre toda la tierra.
15 También ordenó que se adornara la mesa con muchas piedras preciosas.
16 Y se hizo esta mesa; y fue terminada su talla, y engastada de piedras preciosas, y fue llevada a la ciudad de Jerusalén, como presente a la magnífica casa.
17 Y cuando llegó sano y salvo, fue colocado en la casa, según la orden del rey. Y verdaderamente los hombres nunca han sido considerados como tales, por la belleza de las imágenes y la excelencia de la mano de obra.