La historia de los judíos. Una relación de lo que les sucedió a los judíos bajo el rey Antíoco; y qué batallas hubo entre ellos y sus capitanes; y hasta dónde llegó finalmente.
1 Había un hombre de los reyes de Macedonia, que se llamaba Antíoco; entre cuyos hechos estaba éste:
2 que cuando murió Ptolomeo, el mencionado rey de Egipto, fue con sus ejércitos a atacar al segundo Ptolomeo. ¿Y habiendo conquistado y matado a Ptolomeo, ganó su país? Egipto, y tomó posesión de él.
3 Desde allí, a medida que sus asuntos cobraban fuerza, sometió gran parte de la tierra; el rey de Persia y otros le rindieron obediencia.
4 Por eso se enalteció su corazón y, envanecido de orgullo, mandó que se hicieran imágenes a su semejanza; que los hombres los adoren, para su glorificación y honra.
5 Y cuando estuvieron hechas, envió mensajeros a todas las regiones de su imperio, ordenando que fueran adoradas y adoradas. A estas órdenes las naciones asintieron, temiendo y temiendo su tiranía.
6 Había entonces en Judea tres hombres, los peores de todos los mortales; y cada uno de ellos tenía, por así decirlo, una conexión en el mismo tipo de vicio. El nombre de uno de estos tres era Menelao; del segundo, Simeón; del tercero, Alcimo.
7 Y en aquel tiempo aparecieron ciertas imágenes que los ciudadanos de Jerusalén contemplaron en el aire durante cuarenta días: eran figuras de hombres montados en caballos de fuego, peleando entre sí.
8 Entonces aquellos hombres impíos fueron a ver a Antíoco para obtener de él alguna autoridad que les permitiera cometer con facilidad lo que quisieran, prostituyendo y saqueando los bienes de los hombres; y, en resumen, podría gobernar al resto y mantenerlos en sujeción. Y le dijeron:
9 Oh rey, últimamente han aparecido en el aire sobre Jerusalén fieros jinetes, contendientes entre sí; y por eso los hebreos se regocijaron, diciendo: «Esto presagiaba la muerte del rey Antíoco».
10 Creyendo estas palabras, el rey, lleno de ira, se dirigió a Jerusalén en el menor tiempo posible; y vino sobre la nación sin estar advertida de su llegada.
11 Y sus hombres atacaron a los habitantes y los mataron a espada, causando una gran matanza; Hirieron también a muchos, y llevaron en cautiverio a una gran multitud.
12 Pero algunos de los que escaparon huyeron a las montañas y a los bosques, donde permanecieron mucho tiempo alimentándose de hierbas.
13 Después de esto, Antíoco decidió partir del país.
14 Pero el mal que había hecho a la nación no le bastó: dejó como sustituto a un hombre llamado Félix, y le ordenó que obligara a los judíos a adorar su imagen y a comer carne de cerdo.
15 Lo cual hizo Félix, mandando llamar al pueblo para que obedecieran al rey en lo que él le había ordenado.
16 Pero ellos se negaron a hacer aquello para lo que fueron llamados; por lo que mató a una gran multitud de ellos; preservar a esos malvados orn y su familia, y elevar su dignidad.