1 Y procedí a donde las cosas eran caóticas.
2 Y vi allí algo horrible: no vi ni un cielo arriba ni una tierra firmemente fundada, sino un lugar caótico y horrible.
3 Y allí vi siete estrellas del cielo unidas en él, como grandes montañas y ardiendo en fuego.
4 Entonces dije: «¿Por qué pecado están atados y por qué han sido arrojados aquí?»
5 Entonces Uriel, uno de los santos ángeles que estaba conmigo y era el jefe de ellos, dijo: «Enoc, ¿por qué preguntas y por qué anhelas la verdad?
6 Éstas son del número de estrellas del cielo que han transgredido el mandamiento del Señor y están atadas aquí hasta que se consuman diez mil años, el tiempo de sus pecados.»
7 Y de allí fui a otro lugar, que era aún más horrible que el primero, y vi una cosa horrible: allí un gran fuego que ardía y ardía, y el lugar estaba hendido hasta el abismo, estando lleno de grandes columnas de fuego descendentes: ni su extensión ni magnitud podía ver, ni podía conjeturar.
8 Entonces dije: «¡Qué espantoso es el lugar y qué terrible contemplarlo!»
9 Entonces Uriel, uno de los santos ángeles que estaba conmigo, me respondió y me dijo: «Enoc, ¿por qué tienes tanto miedo y espanto?» Y yo respondí: «A causa de este lugar espantoso y a causa del espectáculo del dolor».
10 Y me dijo: «Este lugar es la prisión de los ángeles, y aquí estarán encarcelados para siempre».