1 Judit se postró sobre su rostro, se puso ceniza en la cabeza y descubrió el cilicio con que estaba vestida. Y a la hora en que se ofrecía el incienso de aquella tarde en Jerusalén, en la casa del Señor, Judit clamó a gran voz y dijo:
2 Oh Señor, Dios de mi padre Simeón, a quien diste la espada para vengarse de los extranjeros, que desató el cinto de una doncella para contaminarla, y descubrió el muslo para su vergüenza, y profanó su virginidad para su oprobio. ; porque dijiste: No será así; y sin embargo lo hicieron:
3 Por eso entregaste a sus gobernantes para que los mataran, de modo que teñieran su cama en sangre, siendo engañados, e hirieran a los siervos con sus señores, y a los señores en sus tronos;
4 Y has entregado a sus mujeres por botín, y a sus hijas en cautiverio, y todo su botín para repartir entre tus queridos hijos; que se conmovieron con tu celo, y aborrecieron la contaminación de su sangre, y te pidieron ayuda: Oh Dios, oh Dios mío, escúchame también a mí, viuda.
5 Porque no sólo hiciste esas cosas, sino también las que sucedieron antes y las que siguieron después; has pensado en las cosas que son ahora y en las que están por venir.
6 Sí, lo que habías determinado estaba a la mano, y dijiste: He aquí, estamos aquí; porque todos tus caminos están preparados, y tus juicios están en tu conocimiento previo.
7 Porque he aquí que los asirios se han multiplicado en su poder; son exaltados con el caballo y el hombre; se jactan de la fuerza de sus lacayos; confían en el escudo, la lanza, el arco y la honda; y no sabes que tú eres el Señor que rompe las batallas: el Señor es tu nombre.
8 Derriba sus fuerzas con tu poder, y derriba sus fuerzas con tu ira; porque se han propuesto profanar tu santuario, y contaminar el tabernáculo donde reposa tu glorioso nombre, y derribar con espada el cuerno de tu altar.
9 Mira su soberbia y envía tu ira sobre sus cabezas; entrega en mis manos, que soy viuda, el poder que he concebido.
10 Hiere con el engaño de mis labios al siervo con el príncipe, y al príncipe con el siervo; derriba su majestuosidad con mano de mujer.
11 Porque tu poder no está en la multitud, ni tu poder en los hombres fuertes; porque tú eres un Dios de los afligidos, un ayudante de los oprimidos, un sostenedor de los débiles, un protector de los desamparados, un salvador de los que están Sin esperanza.
12 Te ruego, te ruego, Dios de mi padre y Dios de la herencia de Israel, Señor de los cielos y de la tierra, Creador de las aguas, Rey de toda criatura, escucha mi oración:
13 Y haz que mi palabra y mi engaño sean tu herida y tu azote, los que han planeado cosas crueles contra tu alianza y tu casa santa, contra la cumbre de Sión y contra la casa de posesión de tus hijos.
14 Y haz que cada nación y tribu reconozca que tú eres el Dios de todo poder y poder, y que no hay otro que proteja al pueblo de Israel excepto tú.